Entrevista con el señor Julio Simón Nava Creador de material especial para laboratorio a través del vidrio soplado
"Hágame un embudo de separación", es una de las piezas que le piden sus clientes a don Simón, pero principalmente se dedica a elaborar piezas de laboratorio bajo diseño especial. A sus treinta años de trabajo el señor Julio no piensa en retirarse sino seguir trabajando para la Facultad de Medicina, ya que comentó que con el tiempo se le toma cariño y es muy difícil decir "me voy"; por el momento, sólo piensa en continuar.
Hoy, ubicado en el sótano del edificio `A' de investigación, en el laboratorio de Neurobiología, frente al Bioterio de esta Facultad, se encuentra el señor Julio Simón Nava, laboratorista del doctor Enrique Gijón Granados, secretario general de la FM, quien concedió una entrevista para la Gaceta donde narró la suerte que tuvo al conocer al doctor Carlos Campillo Sainz, su propio desarrollo, la oportunidad de aprender el oficio de vidrio soplado en la Facultad de Medicina y de las personas que ha conocido durante este tiempo; además de sus miedos y la manera de superar algunos problemas personales. El señor Julio llega a la ciudad de México, proveniente de su pueblo natal, Pate, Estado de México, después de haber concluido el tercer año de primaria para vivir con una hermana y algunos familiares desconocidos hasta ese momento. A sus diesiséis años comienza a trabajar con un anciano jardinero que le pagaba cinco pesos a la semana por ayudarle a cargar una escalera y cortar enredaderas en lo alto de las bardas o de los árboles. Posteriormente, recomendado por el jardinero, labora como mozo en una casa donde conoce una persona que le consigue trabajo en el domicilio del doctor Carlos Campillo Sainz. ``Llegué a la casa del doctor Carlos Campillo Sainz como mozo y ahí alguien me dijo que era una autoridad de la UNAM y que me podía recomendar; yo estaba cerca de él cuando desayunaba y comía, porque me encargaba de arreglar y servir la mesa. Un día, aprovechando esa cercanía le dije que me ayudara, porque estaba estudiando la secundaria y lo que ganaba no me alcanzaba. Salgo un sábado de su casa y el lunes siguiente, primero de octubre de 1967, entré a la Facultad de Medicina como auxiliar de intendencia. En aquel entonces la señorita Matilde Montaño era la jefa administrativa y el jefe de intendencia era el señor Flores, quien me llevó al área de trabajo que me habían asignado: el departamento de Bioquímica, donde era jefe el doctor José Laguna García; inmediatamente comencé a trabajar en un laboratorio lavando material, me enseñaron a sacrificar animales y a manejar radioactividad. ``Recuerdo que la radioactividad la colocaban en unos tubos de ensayo sobre una gradilla de donde tenía que vaciarlos en un garrafón de 18 litros, todo con mucho cuidado, no tenía que caerme ninguna gota porque sabía que me contaminaría; por eso el doctor Armando Poulloux me decía `si te llega a caer una gota me avisas inmediatamente para darte un medicamento'. En aquel entonces se decía que la radioactividad provocaba esterilidad, pero eso no me preocupaba; me preocupaba lo que decían mis compañeros: `si la radioactividad llega al hueso, éste se ablanda', y eso sí me espantaba; por lo que actuaba con mucho cuidado''. ¿Terminó la secundaria? ``No, me faltaban tres meses y no la terminé por tener problemas con un apellido. Estaba registrado en la escuela con el nombre que utilizo actualmente, pero al presentar mi acta de nacimiento encuentran otro nombre y el maestro me pidió que arreglara los papeles o no me darían certificado, pero yo ya estaba registrado en la UNAM, ISSSTE y la Jefatura de Policía `de aquel entonces'; es decir, que tenía papeles distribuidos en varias dependencias y al cambiarme de apellido tendría que hacer el mismo número de trámites y pensé que sería imposible. Desanimado, me dije: si no me van a dar papeles ¿qué estoy haciendo aquí? y junto con un primo me salí de la escuela. Hoy veo que fue un error que tenía solución, pero todo por falta de experiencia y por no preguntar. No era necesario mover todo, sólo hacer un cambio, además mi padre había muerto y bien podía haber inventado cualquier otro nombre que me diera los apellidos que tengo y todo estaría solucionado, pero hasta después de 20 años tomé conciencia''. Dentro de los recuerdos de esta época, nuestro entrevistado mencionó que un año después de su ingreso, al llegar como a las siete de la mañana y querer cruzar por Rectoría (2 de octubre de 1968) se encontró con que la Universidad estaba rodeada por el ejército, ingenuo "porque no tenía acceso a los medios de información e ignorante de lo que ocurría" intentó pasar; los soldados lo detuvieron y él no insistió. ``Fui a dar toda la vuelta hasta Copilco y no pude pasar; posteriormente, me enteré de lo que había ocurrido. Pasado el tiempo, al regresar, encontramos todo roto, los escritorios abiertos, las puertas abiertas a golpes, casi todo se lo habían llevado; recuerdo que la cuñada del doctor Laguna se quejó, porque le robaron el dinero de la caja chica que custodiaba''. El señor Simón comentó que algo que le gustaba mucho del doctor José Laguna era la forma de llamarles la atención, y dijo: ``cuando nos regañaba nos mandaba a llamar a su oficina y preguntaba el porqué de la falta. Una vez falté porque no encontré camión para regresar de mi pueblo; al preguntarme el doctor se lo comenté y dijo: `yo también soy del Estado de México, pero nunca se me ha atorado el camión'; eso me gustaba de él, pues se expresaba de una forma que no provocaba nuestro enojo; además, siempre nos invitaba a hablar en privado, desde aquel entonces no he visto una actitud igual; ahora las llamadas de atención son de otra manera, no importa el lugar. He de decir que al recordar todo aquello, me hacer sentir que he madurado''. En 1972, el doctor Laguna sale del departamento de Bioquímica y queda como jefe interino el doctor Enrique Piña, quien hace una reunión con los trabajadores para invitar a uno de ellos a tomar un curso de vidrio soplado en la Facultad de Química, nadie levantó la mano por lo que el señor Simón se ofreció como voluntario, e inmediatamente se hizo el oficio dirigido al director de la Facultad de Química. La razón de tomar el curso era que en el departamento de Bioquímica se estaba perdiendo mucho material y era necesario que alguien supiera de vidrio soplado para realizar la reparación del mismo. ``Tomé el curso tal como me lo indicaron, pero al regresar ya no me recibieron en Bioquímica, me mandaron con el doctor Brus Carmona, jefe del departamento de Fisiología y él, a su vez, con Daniel Alfaro, jefe del taller mecánico del mismo departamento, para desempeñarme como su ayudante. Eso no me gustó, porque yo había ido a aprender una especialidad. En ese momento no tenía por qué hacer berrinches y me concreté a obedecer. Fui al taller mecánico y no estuve mucho tiempo, porque no tardó para que el doctor Gijón se diera cuenta de que no estaba haciendo nada en el taller debido a que el técnico entraba hasta la tarde y yo estaba en la mañana, pues él dejaba guardada bajo llave la herramienta, por lo que no pude aprender nada. El doctor Gijón le dijo al doctor Carmona que estaba perdiendo el tiempo; efectivamente así era, me aburría. Cuando llegué con el doctor Gijón, él empezó a enseñarme inmediatamente lo que ahora tengo como conocimientos de laboratorio. Lo primero fue hacer microelectrodos de vidrio, que consiste en colocar un tubo de vidrio de 8 centímetros de largo por 2 milímetros de diámetro en un aparato llamado estirador de pipetas y por medio de una resistencia se ablanda el tubo y se estiran las dos puntas a través de una carga magnética. Con el tiempo el doctor Gijón se enteró que había tomado el curso de vidrio soplado y me encargó algunas piezas, inmediatamente le dije que sí, porque me interesaba que conocieran mis habilidades. Comencé a hacer piezas de vidrio, con ello vio que podía dar más y poco a poco me fue involucrando en su proyecto de investigación. ¿Quién fue su maestro de vidrio soplado? ``El suizo Bernard Frey, quien ya no está en México porque tuvo un problema con el compañero Gregorio Camargo de la Facultad de Química. No se qué pasó, pero nunca le quiso enseñar el oficio aunque venía recomendado por el director de la Facultad de Química. Una ocasión, me di cuenta de una discusión muy acalorada entre ellos, casi llegaron a los golpes; a raíz de eso, el señor Gregorio se movilizó y fue a la Secretaría de Gobernación a denunciar al señor Bernard Frey, dijo que hacía trabajos por su cuenta y que los cobraba a espaldas de la Facultad de Química, por lo que le aplicaron el artículo 33. Cuando hablé con el señor Frey me dijo que tenía que regresar a Suiza, porque su hija no podía estudiar aquí''. Cuando se fue el señor Frey ¿ya había concluido su curso? ``Sí, aunque lo frecuentaba en el taller y cuando lo encontraba en algún otro lugar, platicábamos. Su adiós me dolió mucho, porque era una persona que puso todo de su parte para que aprendiera y al mismo tiempo sentía que me abriría paso para explotar con mayor intensidad lo que había aprendido. En la colonia Villa de Cortés varias personas abrieron un taller particular bien equipado en el que el señor Bernard se desarrollaría como director general y nosotros como sus ayudantes, pero no fue así''. Por aquel entonces, el señor Julio comenzó a trabajar en el Instituto de Química, donde querían darle una doble plaza, pero no se pudo, porque en la UNAM no está permitido. El siguiente paso fue tratar de trasladar su plaza, porque él había descubierto que el vidrio soplado era un trabajo que le gustaba, además de que en el taller del Instituto se había mandado a traer equipo de Alemania para trabajar piezas de mayor tamaño y vio la posibilidad de llevar a la práctica sus conocimientos al máximo. Sólo tres personas tomaron el curso de vidrio soplado, uno de ellos sigue en el taller de la Facultad de Química, el señor Gregorio Camargo (q.e.p.d.) y el señor Julio Simón Nava, "nuestro personaje". El señor Julio Simón recordó que en aquel entonces el contador del Instituto de Química era el licenciado Fernando García del León, actualmente jefe de la Unidad de Desconcentración Administrativa de la FM, quien buscó los contactos para hacer el cambio, con el cual el director del instituto estaba de acuerdo. ``En aquel momento me encontré con muchas trabas, pues el contador había observado mi conducta, hoy en día no lo culpo. Tenía un problema de alcoholismo en potencia que a veces me hacía presentarme al trabajo en un estado inconveniente, lo que provocaba que hablara y manejara mis manos con torpeza. Según yo me cuidaba bien y como trabajaba solo, pensé que nadie me veía, pero todos se dieron cuenta. Amablemente el contador García me dijo que había tratado por todos los caminos y que no se podía hacer mi cambio. Hoy sé que fue por aquel problema, aunque posteriormente lo superé. He de decir que el oficio me permitía ganar bien, pues por las mañanas me desempeñaba en la FM y por la tarde, durante dos horas, en el Instituto de Química''. En cuanto a la Facultad de Medicina, nuestro entrevistado agregó que su trabajo continuaba en el laboratorio de Neurología, donde le interesaba hacer méritos para que lo reclasificaran, pues a pesar de ser laboratorista continuaba con la plaza de auxiliar de intendencia, pero es hasta la llegada del doctor René Drucker, jefe de departamento: `hizo justicia a los trabajadores con base al expediente'. ``La media plaza más me animó, ya que como se lo dije al doctor Drucker, en una reunión que tuvimos: `jefes que llegaron y se fueron sin hacer justicia, pero que si usted la hace, yo seré el primero en quitarme el sombrero', y agregó: creo que eso fue un pinchazo a su ego, porque inmediatamente actualizó nuestra situación, principalmente la de los más viejos. En marzo de este año volví a hablar con el doctor para pedirle una nueva reclasificación, porque quiero seguir trabajando, no quiero jubilarme; a lo mejor el doctor piensa que quiero ciertas mejoras para poderme jubilar, pero eso no es cierto, quiero permanecer en la FM, no tengo prisa de irme, después de treinta años no es fácil decir ya me voy, se le toma cariño a la FM y no la quiere uno dejar''. De aquellos seis trabajadores beneficiados por el doctor René Drucker sólo queda el señor Julio, quien de sus treinta años de trabajo 22 ha laborado con el doctor Enrique Gijón. ¿Qué piensa hacer a futuro? ``Creo que tengo que pensar qué hacer, pero en realidad me he despreocupado de ello; tengo alternativas que van enfocadas al comercio; en cuanto a explotar mi oficio de soplador de vidrio no me gusta, porque la inversión es muy alta; no deseo invertir todo lo que me dé la Universidad en un negocio, pues si no resulta perderé todo. Deseo un negocio, pero que no sea como el de las tortillas que se encuentran en cualquier esquina, aunque los conocimientos de vidrio pienso seguir explotándolos''. Asimismo, agregó que pensando en su trabajo y el aprender otras cosas lo llevó, hace poco tiempo, a buscar el cambio de su plaza al Hospital General; por lo que habló con el doctor Drucker, quien le dijo que no se podía hasta que hubiera otra persona con sus características para suplirlo; ``eso es difícil, por lo que mejor me quedo aquí''. ¿Fuera de la Universidad realiza alguna otra actividad? ``Siempre estoy ocupado, tengo trabajo de vidrio soplado para las tardes y los fines de semana; aquí me buscan o hablan mis clientes; en cuanto a la entrega, si les digo que un día, ese día les entrego, así tenga que desvelarme, creo que por eso me siguen buscando, y de a cuerdo a la carga de trabajo mido el tiempo para no quedar mal, además de que procuro dar precios accesibles''. Nuestro entrevistado realiza piezas no muy grandes, sobre diseño y que tengan un peso que se pueda manejar con las manos, pues no cuenta con horno. Finalmente, el señor Julio Simón comentó que en su tiempo libre, cuando no hay que hacer los fines de semana, va a correr unas dos horas al bosque de Tlalpan, regresa y, si hay trabajo de jardinería en su casa, lo hace, ya que le gusta entretenerse con las plantas, porque fue su primer trabajo. ``No tenía ese hábito, lo he desarrollado con el tiempo; me pongo a transplantar, a regar, acondicionar ciertos lugares, ahí me paso las horas y cuando llega la hora de comer, me molesta que me interrumpan. Creo que es una terapia de la cual siento el beneficio, me olvido del ruido, la contaminación o de cualquier problema; hago todo lo que entre semana no puedo hacer. Por otra parte, me gusta leer y a ello debo mi recuperación de aquel problema que comenté'', concluyó. |