En los últimos años se han multiplicado los artículos
dedicados a reflexionar acerca de asuntos de ética médica.
Desde la aparición hace unas décadas del concepto
“bioética”, se mencionan con este rubro o como
ética médica diversos aspectos, ya sea conceptuales
o derivados del ejercicio mismo de la medicina. Además,
las circunstancias en que se ejerce la medicina, actualmente,
han hecho que los aspectos legales del ejercicio de la misma ocupen
la atención, ya sea por reglas o preceptos que se han diseñado
por los responsables de la medicina a nivel país o de organismos
no gubernamentales como sociedades médicas o consejos (1).
Sin embargo, estas inquietudes tienen antecedentes de tiempo
atrás, muy remoto. El Código de Hammurabi en Mesopotamia
que data de 1753 años antes de nuestra era se refería
ya a aspectos de reglamentación del quehacer médico.
No era propiamente un Código de ética; se refería
a los premios o castigos que debía recibir un médico
de acuerdo a los resultados de su tratamiento. En cierta forma
era salvaje y discriminatorio, ya que premiaba o castigaba al
médico según su actuación ante un esclavo
o ante un señor (2).
Entre los principios del ejercicio ético del médico
más conocidos se encuentra el Juramento Hipocrático,
que forma parte del Corpus Hipocraticum difundido alrededor
de 400 años d.c., aunque se supone muy anterior. Se tienen
dudas de que haya sido realmente dictado por Hipócrates
(3). Como quiera, ha sido el más conocido de los preceptos
inculcados por escuelas y asociaciones a los médicos. Algunos
autores consideran que en su mayoría no se ha cumplido
fielmente con él. En la medicina actual es evidente que
el desarrollo de la medicina actual lo hace obsoleto. Aunque algunos
de sus preceptos pueden considerarse válidos como el Primun
non nocere, otros no pueden aceptarse en el ejercicio actual
como se da en la actualidad.
En la Plegaria del Médico de Córdoba Maimónides,
médico y filósofo Judío en la España
de los comienzos de la edad media, se hacen reflexiones con las
que en su mayoría, los filósofos actuales de la
medicina están de acuerdo.(4)
Un hecho histórico interesante son las normas de Federico
II de Sicilia en el Siglo XIII que no sólo reglamentaban
los estudios de medicina, sino que quizá es el antecedente
más lejano de esfuerzos por certificar el ejercicio del
médico.
Como antecedentes más cercanos a nuestros tiempos deben
señalarse los principios de reglamentación de la
época del Protomedicato de 1640, válidos en la Nueva
España, que tenían como antecedente inmediato las
leyes de España. La publicación del Discourse
on the Duties of a Physician de Samuel Bard que vivió
en Inglaterra de 1742 a 1821 y el escrito similar de su coterráneo
y contemporáneo John Gregory. (5)
Sin embargo, el antecedente más importante es la publicación
del Percival’s Medical Ethics, diseñado
por este autor como reglamento del Manchester Royal Infirmary
y que sin duda fue una propuesta normativa del ejercicio médico
como respuesta a las tendencias de Adam Smith, quien sostenía
que cualquiera podía ejercer la medicina, sin ninguna reglamentación
o aval.
El documento fue tan importante que sirvió como antecedente
al Código publicado años después por la Asociación
Médica Americana (AMA) en 1847. En esos años en
Norteamérica también se daba el abuso de la libertad
para el ejercicio de la medicina, a tal punto que Mary Baker una
dama cincuentona, iletrada, que había tenido múltiples
tropiezos en su vida personal, iniciara un movimiento médico
que preconizaba la curación por la fe, que se convirtió
en la Christian Science (6). Ante estas libertades no
es de extrañar el importante Código mencionado de
la AMA y los esfuerzos posteriores que fundamentados en el Informe
de Abraham Flexner se hicieron para reglamentar los estudios de
medicina y que dieron por resultado el cierre de la mayoría
de la escuelas de medicina que en ese país y en esa época
funcionaban sin nivel académico (7).
Es interesante reflexionar como en todas las épocas,
aún en la actual, coincidente con los esfuerzos de una
medicina científica y académica los países
soportan medicinas paralelas que funcionan sin ninguna base científica.
En USA aún existen la iglesias Christian Science,
los quiroprácticos y hoy la medicina por Internet. En nuestro
medio hay distintas medicinas alternativas y difusión en
medios de comunicación masiva de tratamientos sin bases
científicas.
En la segunda mitad del siglo que terminó, diversas agrupaciones
médicas han hecho pronunciamientos en relación con
la medicina. El Código Internacional de la Asociación
Médica Mundial en 1949, el de Nuremberg en 1946, los de
Ginebra y Helsinki en 1964, el de Sydney en 1968, el de la ONU
ese mismo año, el de Oslo en 1970, el de la Asociación.
Americana de Hospitales en 1973, del Consejo de Europa en 1976,
el de Hawai en 1977, el de la OMS en 1982, y en 1983 el de Venecia
y en nuestro continente el de la Asociación Latinoamericana
de Academias Nacionales de Medicina.
En estos pronunciamientos se ha intentado reglamentar diversos
aspectos de la medicina. Desde condenar crímenes de guerra
por experimentación en humanos, reglamentar la investigación
biomédica, la atención de niños, de moribundos,
la atención psiquiátrica, y muchos otros aspectos
del quehacer médico.
En las últimas décadas, son muchos los artículos
publicados sobre la ética de la medicina, en ocasiones
mencionando indistintamente la moral médica o la ética.
Por ello, conviene hacer una distinción entre estos dos
conceptos. No es sólo un prurito de lenguaje. “ética
y moral” son dos cosas diferentes. Desde su origen “moral”
viene del latín, “mores” que significa
“costumbre” y “ética” del griego,
“Ethos” que en su acepción final se
refiere al carácter de la persona. Los preceptos morales
derivan de la decisión de una sociedad. Con frecuencia
son doctrinas derivadas de preceptos religiosos, de dogmas que
un individuo tiene el derecho de aceptar. Son una decisión
heterónoma. El carácter ético impone una
conducta derivada de una reflexión personal; de la libertad
de decidir, que en principio Dios dio al hombre al crearlo como
característica de su creación. El hombre que tiene
capacidad de pensar, de reflexionar y de atreverse a tomar decisiones
propias; de tener una decisión “autónoma”
(8).
Esta distinción es importante. Al examinar la bibliografía
uno se encuentra con artículos que hablan de ética
médica católica, o ética médica judía.
Son artículos de moral católica o moral judía.
Como es un libro de moral médica católica el publicado
por la Academia Nacional de Medicina de Kuthy y cols. (9) con
el nombre de Introducción a la Ética Médica.
e innecesario el título de Ética Médica Laica,
magnífico libro por cierto, de Pérez Tamayo, ya
que toda ética médica es laica.
La diferencia entre Ética y Moral se da en la práctica
diaria. Veamos sólo un ejemplo. De acuerdo a la Moral Católica
(que por cierto en todos sus preceptos alguien tiene todo el derecho
de aceptar) el único método de control de la fertilidad
es el método del ritmo. Con base en una decisión
ética, muchas familias católicas en este país,
así como, la propia Secretaría de Salud, adoptaron
en las últimas décadas, métodos diversos
para el control de la natalidad.
En el futuro, asuntos como el referente a los diversos aspectos
relacionados con la investigación de células embrionarias,
su obtención, conservación; otros asuntos de fecundación
asistida, la misma eutanasia y algunos aspectos de medicina genómica
como el resultado de una medicina predictiva, tendrán que
ser considerados por los afectados por ellos bajo estas dos decisiones:
la imposición de una decisión derivada de una moral
o la ética de un individuo.
Desde el artículo de Aldo Leopold sobre la ética
de la conservación en 1933, pero sobre todo después
del de Van Rensselaer Potter sobre Bioética, han aparecido
numerosos artículos sobre bioética; se ha formado
asociaciones con este nombre y en Norteamérica dos grandes
instituciones son el centro de la bioética mundial: el
Centro Hastings y el Instituto Kennedy. En estos dos sitios la
investigación y los documentos publicados por ellos versan
principalmente sobre asuntos de ética en la medicina como
la eutanasia, la muerte digna, los diversos aspectos de trasplantes
en humanos, la fecundación asistida, el aborto, y lo referente
a células embrionarias, etc. Por ello, algunos consideran
que han “medicalizado” la bioética (2). En
cierta forma esto último es cierto, porque el concepto
original de bioética se refiere a muchos otros aspectos
aparte de los relacionados con la medicina. El concepto original
de Potter se refiere a todos los sistemas vivos y su relación
entre sí: el humano, el animal y el vegetal. La bioética
cubre aspectos como son la deforestación y su impacto en
los organismos vivientes, el uso de energías y su impacto
en el planeta, el agua como recurso para la vida, la violencia
derivada de la sobrepoblación y su origen en la “capacidad
de carga” de una sociedad (10,11) y muchos otros aspectos
en que las ciencias sociales y humanas confluyen con ciencias
duras. Comprende aspectos de éstas últimas, pero
en forma muy importante incluye otros que son del campo de las
humanidades.
Así como se ha medicalizado la bioética ha habido
una tendencia ha eclesializarla, principalmente por pensadores
católicos. La Iglesia Católica y sus observantes
tienen todo el derecho de mencionar y de observar las reglas,
los preceptos, los dogmas de esta religión en relación
con la medicina; pero esto es Moral Católica no ética.
Muchos coinciden en que el Juramento Hipocrático no es
suficiente para normar la ética de la medicina actual;
y que ha sido rebasado por el crecimiento en los conocimientos,
por la tecnología médica actual y por las formas
de organizar el soporte económico del acto médico.
La mayoría coincide en que un ejercicio médico ético
se da, cuando se cumplen cuatro principios fundamentales: beneficencia,
no maleficencia, autonomía del enfermo y justicia en el
suministro de la medicina. Otros autores consideran que de estos
principios fundamentales hay otros secundarios a éstos
como el consentimiento informado, la confidencialidad y otros
(12). De cualquier acto médico, juzgado a la luz de estos
principios se puede decir si es ético o no. Adelante veremos
como en la medicina actual el cumplimiento de estos principios
no depende ya, hoy, sólo del médico.
La organización de la medicina actual ha cambiado y no
esta sólo en manos de médicos, de tal forma que
se ve ahora la necesidad de una ética organizacional. La
Academia de Medicina de New York publicó recientemente
un estudio en el que se señalaba un índice elevado
de mortalidad por errores médicos; lo importante es que
hacía notar que más que errores de los médicos,
eran errores ocasionados por el sistema de atención de
la medicina (13).
En la ética médica actual, o si se le quiere llamar
“bioética medicalizada”, es importante señalar
que el lograr un ejercicio ético no depende hoy sólo
del médico. Al no estar la organización de la medicina
en manos de los médicos deben considerarse las responsabilidades
éticas de quienes la organizan.
Así deben distinguirse diferentes áreas en las
que es necesario hoy, analizar aspectos éticos de la medicina:
Aspectos conceptuales. Los concernientes a las discusiones que
se dan acerca de la pertinencia de la investigación, obtención,
utilización y conservación de células embrionarias;
el uso de contraceptivos para el control de la fecundidad; la
eutanasia y otros aspectos de la muerte asistida; el aborto en
las diferentes situaciones en que éste se puede dar y trasplantes
en diversas magnitudes; entre otros.
Aspectos propios de la acción del médico ante
el enfermo. Éste es el segmento que más nos importa
reflexionar y en cual extenderemos este análisis.
Para poder ejercer con ética la medicina, el médico
debe tener los conocimientos y destrezas necesarios, ya que la
principal e inicial obligación ética del médico
es estar preparado. A este respecto la Academia Nacional de Medicina
inició en la década de los setentas del siglo pasado
el proceso de certificación de conocimientos y destrezas
del médico especialista juzgadas por sus pares. Este certificado
de calidad que beneficia al enfermo, se invalida si el especialista
atiende casos de áreas de la medicina distintas a las que
está certificado para atender. Esto sucede en la realidad
de diversos centros médicos privados. También es
de capital importancia que el médico general cumpla con
un proceso de certificación, ya que él es el primer
contacto que los pacientes tienen ante un problema. De su capacidad
y destreza depende que el padecimiento sea resuelto pronto y con
medidas sencillas o que a tiempo recurra al tratamiento del especialista
si es que el padecimiento lo amerita. Algún déficit
de conocimientos y destrezas afecta el principio de beneficencia,
el de no maleficencia y el de justicia.
El ejercicio del médico puede no ser ético si
el interés de su trabajo es distinto a sólo la beneficencia
del enfermo, como cuando su principal interés es el lucro
o la notoriedad. En ocasiones el interés económico
se esconde en la participación de los honorarios cobrados
por análisis o estudios de gabinete en los que el médico
tiene beneficios. Aquí es evidente la falta de justicia.
Una falta mayor ocurre cuando existe el proceso de dicotomía
que fue penalizado por diversas sociedades médicas desde
mucho tiempo atrás y que consiste en que un médico
obtenga una parte del honorario cobrado por otro al que el primero
refirió un enfermo para tratamiento médico o quirúrgico.
Una variante de esta falta se da cuando existe un doble cobro
al enfermo. Un especialista en el área A recibe un enfermo
sufriendo un padecimiento de área B. Lo refiere para su
tratamiento, con el paciente internado, a un especialista de esta
área B, pero continúa visitándolo en su cuarto
con periodicidad. Al alta, el enfermo se enfrenta a dos cuentas
de honorarios, debiendo haber enfrentado sólo la del especialista
en el área B que fue quien resolvió el problema.
El médico A explica su acción señalando que
el paciente “es su enfermo” y le tiene gran confianza.
Esto es una agresión al principio de justicia.
En ocasiones se violenta la autonomía del enfermo cuando
no se realiza un verdadero procedimiento de consentimiento informado;
sino que éste se limita a que el paciente llene un formato
a su ingreso al hospital, autorizando las maniobras de diagnóstico
y tratamiento necesarios, es decir, devaluar el muy importante
aspecto de consentimiento informado a un mero trámite administrativo
y con ello incurriendo en falta de respeto a la autonomía
del paciente.
En los casos de cirugía hay dos condiciones francamente
no éticas. Los casos de cirugía innecesaria que
están bien documentados en la bibliografía médica
(14) y los casos del “cirujano fantasma”; es decir,
cuando un médico actúa como si él fuera el
que interviniera en un caso, cuando realmente fue otro cirujano
experimentado quien lo resolvió. No se da esta situación
si el médico que atendió al enfermo inicialmente
explica a la familia que va a recurrir a un cirujano más
experto que él para resolver el caso y él va actuar
sólo como ayudante. Los honorarios en este caso de forma
ética, deben ser de nivel de cirujano para quien intervino
y de ayudante para el que actuó así, aunque éste
último sea el que originalmente atendió al enfermo.
En la actualidad, es evidente que hay que tener mucho cuidado
en cumplir con el principio de justicia manteniendo la confidencialidad
en relación con el padecimiento del paciente. En ocasiones
esto no es sencillo. Con frecuencia la familia de un paciente
con cáncer pide al médico que no haga del conocimiento
del paciente su mal para no deprimirlo; en este caso el médico
debe valorar con cuidado el cumplir con esta petición,
de acuerdo con la sensibilidad que juzgue de la capacidad del
paciente para enfrentar la realidad. El enfrentar la realidad
puede ser cumplir con justicia el que el paciente pueda llevar
acabo acciones propias de quien sabe que va a dejar de vivir a
un plazo relativamente corto. En otras situaciones la índole
de la enfermedad obliga al enfermo a alertar a la familia sobre
el tipo de enfermedad del paciente; ahora se da en casos de SIDA,
cuando hace unas décadas era un problema en el caso de
pacientes con tuberculosis pulmonar abierta, es decir en fase
de contagio, para evitar la transmisión de la enfermedad
a otros familiares.
Un mal de nuestro tiempo es la llamada “medicina defensiva”.
Atenta contra la justicia porque hace gastar al paciente dinero
en exámenes y estudios de gabinete innecesarios y contra
él de no maleficencia porque en ocasiones se somete al
enfermo a estudios que conllevan cierto riesgo. Se da como una
respuesta al miedo del médico de ser demandado si el diagnóstico
fue incompleto o equivocado. Puede ser originada por esta perversión
de la medicina en la que el paciente no confía en el médico
porque le fue impuesto por alguno de los mecanismos de la medicina
administrada que hoy existen; o puede ser la expresión
de la ignorancia del médico ante un paciente. Esto último
se da en salas de urgencias donde el paciente es recibido en ocasiones
por jóvenes inexpertos y ante la falta de un diagnóstico
presuntivo obtenido por maniobras de clínica clásica,
se pide todo tipo de análisis y estudios de gabinete para
orientar el diagnóstico, cuando éstos sólo
deben ser utilizados para corroborar o rectificar la presunción
clínica (15). En estos casos se falta a la justicia y quizá
al de no maleficencia.
El encarnizamiento terapéutico es el uso de recursos
extraordinarios en pacientes con un padecimiento terminal en los
que sólo hay que evitar al paciente síntomas tan
molestos como el dolor o la asfixia. La actitud del médico
en salas de urgencia requiere en estos casos de una comunicación
pronta con los familiares del paciente para conocer si la voluntad
del paciente al respecto de tener o no medidas extraordinarias
ha quedado consignada por escrito. Ésta es la situación
menos conflictiva. En estos casos él o los médicos
tratantes deben manejarse con cautela y discreción, pues
en ocasiones hay contradicción acerca de la conducta a
seguir de parte de distintos familiares (16,17).
Un aspecto ético bien documentado en la bibliografía
en Norteamérica es el caso del médico como doble
fiduciario (18,19). El médico en relación con el
principio de beneficencia debe ser sólo fiduciario del
paciente. Se da un conflicto de intereses cuando el médico
no sólo esta preocupado por el paciente sino en quedar
bien con la compañía de pagos que lo ha empleado;
esto es frecuente en médicos de aseguradoras o en médicos
que son empleados de servicios médicos como el de los empleados
bancarios, en donde para seguir las políticas de la institución
que los emplea restringen el uso de recursos diagnósticos
o terapéuticos a los pacientes. Otra forma de esta doble
responsabilidad se da cuando en consorcios médicos privados,
los médicos tratantes para ser “productivos”,
según los criterios empresariales, emplean más recursos
de diagnóstico y tratamiento o mayor frecuencia de internamientos
para hacerse de este prestigio comercial de ser “productivos”
a la empresa.
Finalmente, un asunto que ha llenado ya muchas páginas
de revistas médicas: La relación de los médicos
con la industria farmacéutica. Desde los mini sobornos
como los llaveritos, las plumas, pisapapeles, libretitas, que
el visitador médico entrega a los médicos promoviendo
un nuevo producto farmacéutico, hasta los maxi sobornos
que consisten en comidas en lugares costosos o viajes para asistir
a congresos. Hay estudios que demuestran que estos mecanismos
de propaganda influyen en la receta del médico (20,21).
Se ha demostrado que a través de este mecanismo, los laboratorios
logran que el médico, aún el de nivel académico,
recete el nuevo medicamento, de precio mucho mayor que el anterior
con la idea de que va a ser más útil, cuando en
realidad tiene el mismo efecto que los anteriores de costo menor.
En los congresos da pena ver a los médicos perdiendo el
tiempo visitando las carpas de los laboratorios, en vez de asistir
a las sesiones académicas, donde con regalos como camisetas,
discos y otras fruslerías les promueven la receta de sus
medicamentos. Peor aún, en los congresos, hay sesiones
donde un médico de cierto prestigio presenta un trabajo
donde relata su experiencia clínica –naturalmente
favorable-- con el medicamento que la compañía farmacéutica
que le pagó el viaje desea promover. Sería indispensable
reglamentar la presencia de la industria farmacéutica en
las actividades académicas diversas como los congresos,
las sesiones de sociedades científicas, los programas de
educación médica continua, para evitar que estos
esfuerzos académicos resulten en eventos de propaganda
farmacéutica generalmente, además, mal pagada.
Hemos mencionado que el ejercicio ético de la medicina
no está hoy sólo en manos de los médicos.
Mencionaremos algunas situaciones de ejercicio no ético
que se escapan a la voluntad del médico.
Si el fin único de la medicina debe ser sólo el
beneficio del enfermo y la medicina debe ser justa para todos,
es poco ético el mecanismo de selección negativa
de pacientes por las aseguradoras que venden seguros médicos.
Se privilegia la admisión de jóvenes y sanos; se
evita la de viejos o con sospecha de estar propensos a una enfermedad.
No es de justicia la cantidad de argucias que las aseguradoras
emplean para diferir el pago de gastos médicos que en forma
legítima reclaman los asegurados. Tampoco es ético
los muy bajos pagos que realizan a los médicos. Hace años
publicamos una encuesta entre médicos especialistas certificados
quienes contestaron señalando los muy bajos honorarios
pagados por las compañías de seguros y las dificultades
para el cobro de los mismos (22). No es ético que entre
los médicos contratados se promuevan premios a quienes
utilicen menos recursos para sus enfermos. Para los pacientes
una falta de justicia es que no puedan escoger libremente al médico
tratante deseado y tengan que atenerse el grupo seleccionado por
la aseguradora que son médicos que han aceptado, por necesidad,
sus bajos honorarios.
En la medicina de los servicios públicos hay una indudable
falta de equidad lo cual hace injusta la medicina así organizada.
En los trece subsistemas en que se administra medicina en los
servicios públicos hay una gran variedad de oportunidades
de acceso, suficiencia o insuficiencia de recursos; existe en
la mayoría un exceso administrativo que reduce recursos
para la atención médica propiamente dicha. Los insumos
con frecuencia son insuficientes, principalmente los medicamentos
y por ende la calidad de la atención en ocasiones es mala.
Es una falta ética de la llamada organizacional.
En los grandes centros médicos privados la selección
necesaria se da por la capacidad económica del enfermo.
De esto no tienen la culpa estos consorcios; es una falta ética
del sistema médico del país. Sin embargo, sí
se dan casos de faltas éticas, como cuando se da de alta
a un enfermo independientemente de su situación clínica
cuando se le agotan los recursos económicos, o cuando se
promueve el concepto de “productividad”. El médico
mejor considerado en el grupo es aquel que utiliza más
los recursos instalados, ya sean estudios clínicos, de
gabinete o internamientos. Esto puede lesionar el principio de
justicia y en ocasiones el de no maleficencia. Existen comités
de ética, pero no necesariamente funcionan. Se relata el
caso de un cirujano plástico en uno de estos grandes centros,
que se ofreció a resolver un caso con urgencia, no obstante,
que el paciente ya tenía tratos con otros médicos,
si la familia depositaba una fuerte cantidad en su cuenta bancaria.
Conociendo el hecho, el director de ese hospital quiso darlo de
baja del grupo, no pudiendo hacerlo, porque la institución
consideraba que era “productivo”.
Quizá uno de los problemas éticos mayores en estas
latitudes se da cuando especialistas certificados en un área
atienden casos de otra área distinta. Esto se da con mayor
frecuencia en los internamientos por urgencias y propicia no sólo
la invalidez del esfuerzo de certificación, sino cierta
ineficiencia al atender casos distintos de su capacidad y propicia
el doble cobro, pues con frecuencia acaban teniendo que llamar
al especialista capaz ante el caso.
Finalmente, un país puede tener organizada una medicina
ética o no. Cuando Flexner a principios de siglo pasado
logró a través de su estudio que se cerraran las
escuelas de medicina que no cumplían con las condiciones
necesarias para funcionar con calidad dio un paso muy importante
a la formación ética de médicos con los conocimientos
y las destrezas necesarias para un ejercicio médico de
calidad, obligación ética indispensable, antes que
otras. En nuestro medio aún esperamos un movimiento como
el de Flexner que limite las escuelas de medicina a las que aseguren
nivel. Este es un problema ético de la medicina en México.
Mientras el país invierta menos del 3% del PIB en los
servicios de salud, todas las promociones de su capacidad de resolver
la atención de la salud de los habitantes en México
serán insuficientes. La salud en México no se resuelve
con spots en televisión. Hay países de América
Latina que invierten más del 6% de su PIB en esta tarea.
En nuestro medio se maneja con maña el que se invierte
cerca del 6% incluyendo en esas cuentas la inversión de
organismos privados, cuando en realidad la inversión pública
en salud es sólo el 45% del total (23).
En los servicios de salud dependientes del Estado muy poco se
invierte en investigación. En la mayoría de los
hospitales se reduce ésta a investigación de productos
farmacéuticos promovida por esta industria, lo que da por
resultado que los hospitales después se conviertan en propagandistas
de esos productos.
Quizá la falta ética más grave del sistema
estatal de salud es la permisividad que se da para que innumerables
insumos para la salud se promuevan a través de medios masivos
de comunicación, principalmente, medicamentos. El daño
que se hace a la población puede ser incalculable. Este
es un mal que se ha extendido en todo el mundo. Sin embargo, en
nuestro medio llega a tener dimensiones grotescas debido a que
carecemos de reglamentos que eviten asuntos tan lamentables como
la propaganda de insumos para la salud por televisión.
La nueva medicina con los muy grandes adelantos en el conocimiento
y en los maravillosos avances de la tecnología médica,
pueden servir al ser humano mejor que nunca. Las condiciones de
esta nueva medicina obliga a reflexionar en que condiciones esto
puede lograrse para cumplir mejor con los postulados que hoy se
aceptan que constituyen la ética médica actual:
Beneficencia, pensar que toda acción sólo debe ser
para el beneficio del enfermo. No maleficencia, evitar cualquier
acción que redunde en daño, injusticia o peligro
para el paciente. Respeto a la autonomía, es decir, actuar
con decisiones compartidas y evitar la actitud paternalista o
con suficiencia que deja a un lado la opinión del enfermo.
Y finalmente, lograr que todas las acciones se inscriban en la
justicia de la administración igualitaria de los recursos
médicos actuales para todos los enfermos independientemente
de su capacidad económica.
Bibliografía.