Regresa
Introducción
La muerte es, finalmente, inevitable. Todos los
seres humanos somos mortales y, a partir de cierta edad, todos lo
sabemos, aunque muchos prefieren ignorarlo. La muerte individual
aparece en el mundo biológico al mismo tiempo que la reproducción
sexual y desde un punto de vista evolutivo parece se consecuencia
de ella, porque cuando un ser vivo pierde la capacidad de dejar
descendencia también cesa de tener relevancia en el proceso de la
evolución. La universalidad de la muerte nos irrita y hasta nos
confunde, pero sólo cuando la contemplamos sin los anteojos darwinianos
y desde las alturas de nuestros deseos y aspiraciones de inmortalidad,
apoyados en la mitología y en las promesas de casi todas las religiones,
tanto politeístas como monoteístas. Para Darwin y sus seguidores,
la muerte es simplemente el resultado de multiplicar la probabilidad
por la suerte en función del tiempo: en esta ecuación, lo que primero
es apenas posible poco a poco se hace probable, y tarde o temprano
se transforma en inevitable. El concepto popular de que la función
del médico se limita a "luchar contra la muerte", aparte de no ser
correcto, lo coloca en la incómoda posición de perdedor obligado,
porque en última instancia la muerte siempre saldrá ganando. Las
relaciones del médico con la muerte son bastante más complejas que
lo sugerido por su imagen romántica de Caballero Andante combatiendo
y derrotando a la Muerte.
En lo que sigue intento un análisis de tales relaciones
dentro del marco de la ética médica laica. El texto está dividido
en dos partes: en la primera, hago un resumen del concepto de ética
médica laica, basado en los objetivos de la medicina, y presento
un esquema de código ético médico derivado de esos objetivo; en
la segunda, examino cuatro facetas de la relación del médico con
la muerte: el concepto médico actual de muerte, los problemas del
uso de medidas de terapia intensiva en pacientes terminales conscientes
e inconscientes, el suicidio asistido y la eutanasia.
PARTE I
Ética médica laica
Conviene iniciar los comentarios que siguen con
una serie de definiciones sobre el uso de ciertos términos. Voy
a entender por ética médica laica los principios morales
y las reglas de comportamiento que controlan y regulan las acciones
de los médicos cuando actúan como tales, derivados únicamente de
los objetivos de la medicina, sin participación o influencia de
otros elementos no relacionados con esos objetivos. Estos otros
elementos son de dos tipos: los englobados dentro de la ética
general o normativa, que son válidos no sólo para los médicos
sino para todos los sujetos humanos, y los incluidos en la ética
trascendental o religiosa, que son válidos sólo para los
que comparten las creencias propias de las distintas ideologías
religiosas (católica, protestante, judía, musulmana, budista, otras).
La mayor parte de los textos de ética médica son mezclas de principios
y normas derivadas de estas tres esferas de la ética: la laica,
la general y la trascendental. Las dos primeras pretenden apoyarse
en la razón y están abiertas al análisis y a la discusión basada
en argumentos históricos o actuales, pero siempre objetivos, mientras
que la tercera emana del dogma y se basa en la fe, por lo que no
está sujeta a discusión.
Otro término que está de moda es bioética
, que con frecuencia se usa como sinónimo de ética médica, aunque
desde luego no lo es. La bioética describe los principios morales
y las normas de comportamiento de los seres humanos ante todo el
mundo biológico; desde luego, esto incluye a la ética médica pero
la rebasa ampliamente, pues no se limita a los médicos sino a todos
los hombres, ni se restringe a los enfermos sino que abarca a toda
la naturaleza. La ética médica es, pues, la rama de la bioética
que tiene que ver únicamente con los aspectos específicos de la
práctica de la profesión, y es a la que se limita este texto.
Los objetivos de la medicina
Es tradicional que al hablar de ética médica se
haga referencia a diferentes códigos, tanto antiguos como recientes,
como el Juramento Hipocrático (en sus versiones clásica, árabe o
cristiana), el Código de Asaf, la Plegaria del Médico, atribuida
en forma apócrifa a Maimónides, la Ética Médica de Percival, la
Declaración de Ginebra, el Código de la Organización Mundial de
la Salud, etc. Todos estos códigos son híbridos formados por tradiciones
antiguas, por costumbres regionales más o menos limitadas, y por
distintos mandamientos religiosos. Su valor es mucho más histórico
que actual, o bien son tan generales que equivalen a la expresión
de muy nobles sentimientos, pero nada más.
Yo pienso que el mejor punto de partida para elaborar
un código ético médico no es un documento antiguo o una serie de
mandamientos no razonados, sino la naturaleza específica de la medicina,
definida en función de sus objetivos, que sólo son los tres siguientes:
1) preservar la salud, 2) curar, o aliviar, cuando no se pueda
curar, y siempre apoyar y acompañar al paciente, y 3) evitar las
muertes prematuras e innecesarias. La medicina es tan antigua
como la humanidad, y a lo largo de su historia ha cambiado mucho,
pero desde siempre ha conservado esos mismos tres objetivos y por
ahora no concibo que en el futuro pueda transformarse tanto como
para modificarlos o abandonarlos. De hecho, los tres objetivos mencionados
de la medicina pueden resumirse en uno solo, que sería el siguiente:
lograr que hombres y mujeres vivan jóvenes y sanos y mueran sin
sufrimientos y con dignidad, lo más tarde que sea posible.
Un código de ética médica laica
No me cuesta trabajo aceptar que la medicina surgió
antes de que Homo sapiens sapiens pisara la faz de la tierra.
Puedo imaginarme cuando alguno de los homínidos que lo precedieron
en la evolución, al sentirse enfermo e incapaz de valerse por sí
mismo, se acercó a otro miembro de su misma especie y le pidió que
le ayudara (los homínidos no hablaban, pero hay otras formas de
comunicación diferente al lenguaje); cuando el homínido interpelado
aceptó proporcionarle la ayuda solicitada, nació la medicina. En
ese momento se creó la situación social que constituye el centro
mismo de la profesión, la esencia y la razón de ser de la medicina:
la relación médico-paciente. A lo largo de la historia el
acto médico ha sido siempre el mismo: un ser humano que solicita
ayuda para resolver su problema médico y otro ser humano que acepta
dársela y lo hace, con más o menos éxito. Los ambientes y las circunstancias
en las que ocurre este acto médico han cambiado a través del tiempo,
y en nuestra generación se han hecho tan complejas que la relación
médico-paciente original se encuentra gravemente amenazada con transformarse
en algo muy distinto. Pero a pesar de la amenaza, todavía es válido
decir que la esencia y la naturaleza de la medicina se definen en
función de la relación médico-paciente.
En vista de lo anterior, es posible construir un
código de ética médica laica basado en los objetivos de la medicina
y centrado en la relación médico-paciente. En principio, puede aceptarse
que los objetivos de la profesión podrán alcanzarse mejor cuando
la relación médico-paciente se dé en las condiciones óptimas. Este
principio es razonable, se refiere en forma específica a la práctica
de la medicina y no está influido por reglas de ética general o
por ideologías religiosas. De este enunciado se desprende que todo
aquello que se oponga o interfiera con la instalación y la conservación
de una relación médico-paciente óptima será éticamente malo, deberá
considerarse como una falta de ética médica. En cambio, todo lo
que favorezca al establecimiento y la persistencia de una relación
médico-paciente óptima será éticamente bueno, deberá calificarse
como positivo desde un punto de vista ético médico.
He usado varias veces la expresión "relación
médico-paciente óptima", por lo que conviene caracterizarla.
Desde luego, se trata de una relación interpersonal, que puede contar
con testigos pero no con interferencias, entre el paciente y su
médico, y entre el médico y su paciente. Como todas
las relaciones humanas, esta también tiene una historia natural,
un principio en el que el miedo y la incertidumbre iniciales, por
parte del enfermo, y la apertura y el trato receptivo y respetuoso
(pero con ignorancia, también inicial), por parte del médico, se
irán transformando poco a poco en la tranquilidad y la confianza
del enfermo, y el trato amable y afectuoso, pero cada vez con más
conocimiento del problema de su paciente, del médico. De esta "confianza
ante una conciencia", como acostumbraba caracterizarla el Maestro
Chávez, citando al clínico francés Poitier, termina por establecerse
una relación positiva médico-paciente, mientras más cercana y adulta
mejor para alcanzar los objetivos ya mencionados de la medicina.
A partir de estas consideraciones ya es posible
ofrecer un código de ética médica laica basado en la naturaleza
de la medicina misma. Este código consta de los siguientes cuatro
principios o reglas de comportamiento, que el médico debe observar
para que su actuación profesional pueda considerarse como ética:
1) Estudio continuo. El médico tiene
la obligación de mantenerse al día en los conocimientos y las habilidades
técnicas de su especialidad, con objeto de ofrecerle a su paciente
la mejor atención posible en cada momento, por medio del estudio
continuo de la literatura médica científica, la asistencia a cursos
especializados, a congresos y otras reuniones profesionales, así
como a las sesiones académicas pertinentes. No hacerlo, abandonar
la actitud del estudiante ávido de saber siempre más y la costumbre
de aprender algo nuevo todos los días, es una falta grave de ética
médica que no sólo impide que la relación médico-paciente se de
en forma óptima sino que puede llegar hasta los delitos de negligencia
o de incompetencia médicas.
2) Docencia. La palabra "doctor"
se deriva de la voz latina doscere, que significa "enseñar".
El hecho de que el sinónimo más usado del término "médico"
en nuestro medio sea la voz "doctor" no es casual ni está
ausente de razones históricas. Para que la relación médico-paciente
sea óptima el doctor debe instruir a su enfermo, a sus familiares
y a sus amigos, sobre todos los detalles de su padecimiento, de
sus causas, de sus síntomas, de su tratamiento y sus resultados
(positivos y negativos), de su pronóstico; debe instruirlos una
y otra vez, tantas como sea necesario para sembrar y reforzar la
confianza del paciente. Pero la obligación ética docente del médico
no se limita al círculo restringido de sus enfermos, sus familiares
y amigos, sino que abarca a todos aquellos que puedan beneficiarse
con sus conocimientos especializados: colegas, enfermeras y otro
personal de salud, funcionarios, estudiantes y el público en general.
Esto significa que el médico debe dar conferencias, seminarios,
clases y pláticas informales sobre su ciencia, y además escribir
artículos de divulgación y hasta libros dirigidos al público en
general. No hacerlo es una falta de ética médica, porque de manera
directa o indirecta interfiere con el desarrollo de una relación
óptima médico-paciente.
3) Investigación. El médico tiene
la obligación moral de contribuir (en la medida de sus posibilidades)
a aumentar el conocimiento científico en que se basa su propia práctica
profesional y la de sus colegas. En otras palabras, la investigación
es una de las obligaciones éticas del médico. Esto se deriva del
siguiente razonamiento: la medicina científica (la mal llamada hoy
"medicina basada en la evidencia") que es la que todos ejercemos,
se basa en el conocimiento obtenido científicamente, o sea en observaciones
reproducibles, adecuadamente documentadas y estadísticamente significativas.
Lo apoyado en la tradición y lo puramente anecdótico no tienen valor
científico (aunque sí un gran impacto cultural) y por lo tanto no
forman parte de la medicina científica, pero en cambio constituyen
la base de las medicinas "alternativas" o "tradicionales". Existe
un acuerdo generalizado en la sociedad contemporánea en que las
mejores y más prestigiadas instituciones médicas son aquellas en
las que se practica y se enseña la medicina científica. El médico
debe realizar el ejercicio de su profesión con un espíritu inquisitivo,
basado en la duda metódica y en el examen riguroso de todas las
posibilidades, actuando en todo momento con sentido crítico y pensamiento
racional, o sea dentro de un marco científico, sin dejarse llevar
por corazonadas o datos anecdóticos. No se trata de que abandone
la práctica de la medicina para convertirse en un investigador de
tiempo completo, sino que ejerza su profesión con el mismo cuidado
y el mismo interés en generar nuevos conocimientos, siempre que
esté a su alcance, porque de eso dependerá que la medicina progrese,
contribuyendo a que la relación médico-paciente sea cada vez mejor
y más eficiente.
4) Manejo integral. El médico debe
tener siempre presente que el enfermo acude a solicitarle ayuda
para que lo cure o lo alivie de su padecimiento, lo que es
algo distinto de su enfermedad, aunque el primer término
incluye al segundo. Para poner un ejemplo, el enfermo puede tener
una tuberculosis pulmonar, pero lo que lo lleva a ver al médico
son la astenia, la falta de apetito, la palidez, el insomnio, la
febrícula, la tos, la diseña, y además el miedo de lo que pueda
pasarle, de que lo tengan que operar, la angustia por su familia,
por dejar de trabajar, por interrumpir su vida habitual, y naturalmente
el terror ante la muerte. Todo esto es lo que el enfermo padece,
y es lo que espera que el médico le quiete al curarlo. Es claro
que si la enfermedad se diagnostica y se trata en forma adecuada,
buen parte o todo el padecimiento se irá aliviando, pero así como
la tuberculosis requirió diagnóstico correcto y el uso de drogas
eficientes, el resto de la carga que agobia al paciente también
necesita ser identificada, examinada y manejada por el médico con
delicadeza, discreción y respeto, porque el enfermo acudió a solicitar
ayuda para que le resolvieran su problema, porque él no podía hacerlo
solo. El médico que no se involucra en su atención con el padecimiento
integral del paciente, sino que se conforma con diagnosticar y tratar
la enfermedad, o que lo abandona cuando ya ha agotado sus recursos
terapéuticos curativos o paliativos, está cometiendo una grave falta
de ética médica al no cumplir con los objetivos de la medicina,
está ignorando su obligación profesional de curar, o aliviar cuando
no se puede curar, de siempre apoyar y consolar al enfermo, y de
evitar las muertes prematuras e innecesarias.
PARTE II
Definición legal y médica de la muerte
Durante muchos años el concepto médico de muerte
era el mismo que el del público en general, o sea la suspensión
permanente de las funciones cardiorrespiratorias; el miedo a ser
enterrado vivo hizo que en el pasado el lapso considerado prudente
para afirmar la irreversibilidad del proceso se prolongara hasta
por 72 o más horas, antes de certificar la muerte. Sin embargo,
a partir de la década de los 50s los avances en terapia intensiva
permitieron mantener las funciones cardiaca y respiratoria durante
tiempos prácticamente indefinidos en sujetos que obviamente ya estaban
muertos. Al mismo tiempo, el progreso en el uso clínico de trasplantes
de órganos y tejidos para el tratamiento de distintas enfermedades
graves renales, hepáticas, cardiacas y de otros órganos, cuyos resultados
son mejores si se usan órganos obtenidos de sujetos recién fallecidos,
aumentó la presión para reconsiderar el diagnóstico de muerte. En
1966, un grupo de médicos de la Universidad de Harvard propusieron
el concepto de muerte cerebral, que se fue modificando a lo largo
de los años y que en la actualidad ya se acepta internacionalmente.
En México, la Ley General de Salud (reformada el 26 de mayo de 2000)
define la muerte de la manera siguiente:
Art. 344. La muerte cerebral se presenta cuando existen los
siguientes signos:
I. Pérdida permanente e irreversible de conciencia y de
respuesta a estímulos sensoriales.
II. Ausencia de automatismo respiratorio, y
III. Evidencia de daño irreversible del tallo cerebral, manifestando
por arreflexia pupilar, ausencia de movimientos oculares en
pruebas vestibulares y ausencia de respuesta a estímulos noniceptivos.
Se deberá descartar que dichos signos sean producto de intoxicación
aguda por narcóticos, sedantes, barbitúricos o sustancias neurotrópicas.
Los signos señalados en las fracciones anteriores deberán
corroborarse por cualquiera de las siguientes pruebas:
I. Angiografía cerebral bilateral que demuestra ausencia
de circulación cerebral, o
II. Electroencefalograma que demuestre ausencia total de actividad
eléctrica cerebral en dos ocasiones diferentes con espacio de
cinco horas.
De acuerdo con esta definición, el diagnóstico
de muerte cerebral requiere ausencia de funciones de la corteza
y del tallo, junto con falta de circulación cerebral; sin embargo,
se ha propuesto que sólo se tome en cuenta la falta permanente e
irreversible de las funciones de la corteza, como ocurre en sujetos
descerebrados que conservan al automatismo cardiorrespiratorio.
Por otro lado, también se han presentado casos (no en nuestro país)
de pacientes con inconciencia irreversible y sin automatismo cardiorrespiratorio,
pero que se mantienen "vivos" gracias a técnicas de terapia intensiva.
De acuerdo con la ley mexicana, los primeros están vivos mientras
los segundos ya están muertos, pero en otros países (E.U.A., Inglaterra,
Alemania) los dos tipos de casos están vivos. Esto se menciona para
ilustrar que el concepto legal de muerte ha cambiado con el tiempo
y también que no es uniforme, por lo menos en el mundo occidental.
La situación del concepto médico de muerte es todavía más compleja
desde un punto de vista ético, porque agrega otras dos dimensiones
que no existen en la ley: su oportunidad y su necesidad. Estas aseveraciones
se calaran en los párrafos siguientes.
Iniciar y suspender medidas de terapia intensiva
en pacientes terminales
Ocasionalmente (la frecuencia real se desconoce,
pero debe ser rara) el personal de salud que trabaja en Unidades
de Terapia Intensiva se enfrenta a dos tipos de casos: 1) el enfermo
conciente en estado terminal de un padecimiento que no tiene remedio
posible, que rechaza cualquier tipo de tratamiento porque prefiere
morirse a seguir sufriendo; 2) el enfermo en las mismas condiciones
pero inconsciente, acompañado por familiares cercanos que conocen
sus deseos de terminar con su existencia. Esto no es un ejercicio
teórico: yo tuve la trágica experiencia de mi amigo Álvaro Gómez
Leal, enfisematoso crónico a quien, durante un episodio neumónico,
en una Unidad de Terapia Intensiva le salvaron la vida intubándolo
y dándole antibióticos; cuando Álvaro regresó a su casa les dijo
a su esposa y a sus hijos: "Si vuelvo a tener un problema de
este tipo, por ningún motivo dejen que me vuelvan a intubar..."
Meses después, en su siguiente hospitalización, Álvaro murió de
insuficiencia respiratoria porque, siguiendo sus instrucciones,
no se le intubó. Cuando el paciente ya no puede expresar su rechazo
de todo tipo de terapia porque está inconsciente, pero sus familiares
saben (por haberlo discutido con él cuando podía hacerlo) que ese
era su deseo, el médico debe aceptarlo y no iniciar maniobras heroicas
para prolongarle una vida indeseada. En estos casos lo que prevalece
es la voluntad autónoma del paciente, que debe respetarse por encima
de cualquier otra consideración; el médico debe asegurarse de que
el enfermo posee toda la información sobre las consecuencias de
su decisión, pero ahí termina su responsabilidad.
Sin embargo, hay otros casos en los que la voluntad
del paciente terminal se desconoce y los familiares cercanos (si
los hay) no se ponen de acuerdo sobre ella. Aquí la pregunta es,
¿quién decide si se instalan o no medidas terapéuticas de emergencia
para prolongarle la vida? La respuesta es, obviamente, el médico.
De acuerdo con el código ético médico definido en párrafos anteriores,
basado en los objetivos de la medicina, un deber del médico es evitar
las muertes prematuras e innecesarias, y menos de las deseables
y benéficas. En pacientes con enfermedades terminales, o de edad
muy avanzada, o las dos cosas, que han caído en coma varias veces
y en los que tanto la medicina terapéutica como la paliativa ya
no tienen nada más que ofrecer, en los que nuevos esfuerzos de terapia
intensiva no van a prolongarles la vida sino sólo la inconciencia,
además de mantener la espera angustiosa de la familia, y no pocas
veces a sumar a esta tragedia la de la ruina económica, la muerte
se transforma en deseable y benéfica para todos, y en especial para
el enfermo. Aquí el médico que suspende las maniobras para mantener
las funciones cardiorrespiratorias actúa dentro de la ética médica
porque está resolviendo el problema de su paciente de acuerdo con
los objetivos de la medicina.
El suicidio asistido y la eutanasia
En términos generales se distinguen dos forma de
eutanasia, la activa y la pasiva, el suicidio asistido es una variedad
de la eutanasia activa. La diferencia entre las dos formas estriba
en que en la eutanasia activa el paciente terminal fallece como
consecuencia directa de una acción intencionada del médico, mientras
que en la eutanasia pasiva la muerte del enfermo se debe a la omisión
o suspensión por el médico del uso de medidas que podrían prolongarle
la vida (vide supra). Naturalmente, no es necesario ser médico
para practicar eutanasia, pero con frecuencia el médico está involucrado
en situaciones en las que debe hacer una decisión al respecto.
Desde el punto de vista de la ética médica (o por
lo menos, enunciados en su nombre) los pronunciamientos en contra
de la eutanasia en nuestro medio son los más comunes; dos ejemplos
de ellos son los siguientes:
"Nuestra institución (un hospital privado) considera
no ética la práctica de la eutanasia, bajo ninguna circunstancia
o presión, solicitud del paciente, de la familia o allegados,
ni aún en casos de enfermedad avanzada incapacitante total o en
pacientes en extrema gravedad."
"(El médico) invariablemente está comprometido a salvaguardar
la vida y por lo tanto no le está permitido atentar contra ella.
Favorecer una muerte digna implica ayudar al enfermo a sufrir
lo menos posible; ofrecerle la mayor atención médica disponible;
estar a su lado con un verdadero acompañamiento humano y espiritual
y ayudarlo a encontrar un sentido plenamente humano a los sufrimientos
que no se pueden evitar."
Respecto al primen pronunciamiento no puede decirse
nada porque no se dan razones para justificarlo; simplemente, se
trata del enunciado de una política institucional, como también
podría serlo "No se aceptan tarjetas de crédito". El segundo
texto presupone tres principios, dos de ellos no documentados y
discutibles y el otro simplemente falso. 1) Se dice en primer lugar
que el médico "siempre" está comprometido a conservar la
vida y tiene prohibido "atentar" en su contra, pero esta
es una opinión no basada en la ética médica sino en un código propuesto
en el siglo V a C (el Juramento Hipocrático) y cuya vigencia sólo
se reclama cuando coincide con la ética trascendental. En mi opinión,
el médico no está "siempre" comprometido éticamente a conservar
la vida, cualquiera que esta sea, si no sólo aquella que el paciente
considere tolerable por sus sufrimientos y digna para su persona;
la obligación ética del médico es evitar las muertes prematuras
e innecesarias, pero no las deseables y benéficas (vide supra).
2) Además, me parece perverso y definitivamente sectario seguir
sosteniendo en el siglo XXI el mito judeo-cristiano primitivo que
le asigna al dolor físico intolerable y a otras formas horribles
de sufrimiento terminal, como la asfixia progresiva y consciente
del enfisematoso, o el terror a la desintegración mental del paciente
con Alzheimer, un "sentido plenamente humano". La frase está
vacía de contenido, objetivo y sólo es aceptable para los que comparten
ese tipo de creencias religiosas. 3) Es falso que haya sufrimientos
"que no se pueden evitar". Esta es precisamente la función
del suicidio asistido y la eutanasia, evitarle al paciente terminal
los sufrimientos inútiles que le impiden morir con dignidad, cuando
la vida ya ha dejado de ser, para él, peor que la muerte.
Ocasionalmente se señalan dos objeciones médicas
racionales a la eutanasia: 1) la solicitud de un paciente para que
el médico termine con su vida puede ser el resultado de una depresión
transitoria, que puede desaparecer cuando el enfermo mejora o se
alivian su dolor y sus otras molestias, y 2) es muy difícil para
el médico estar completamente seguro de que un enfermo en estado
terminal no puede salir adelante, aunque sea por poco tiempo, en
condiciones que le permitan disfrutar de sus seres queridos o actuar
y hacer decisiones relacionada con su propia vida y sus intereses.
Ambas objeciones son reales y deben tomarse mucho en cuenta, porque
plantean la necesidad de que el médico conozca muy bien a sus enfermos,
de que tenga los diagnósticos correctos y de que haya realizado
todos los esfuerzos terapéuticos a su alcance para evitarles sus
sufrimientos, y también porque subrayan la incertidumbre que acecha
todos los actos médicos, del peligro de confundir un juicio del
médico sobre la realidad, con la realidad misma. Pero aún tomando
muy en cuenta las objeciones médicas señaladas, tarde o temprano
se llega a situaciones en las que el suicidio asistido o la eutanasia
son las únicas formas de ayudar al paciente a acabar con sus sufrimientos
y a morir en forma digna y de acuerdo con sus deseos. En tales circunstancias,
el médico puede hacer dos cosas: desatender los deseos del paciente
y de sus familiares y continuar intentando disminuir sus sufrimientos
en contra de la voluntad expresa de ellos (pero quizá actuando de
acuerdo con sus creencias, lo que no tiene nada que ver con la ética
médica), o bien ayudar al enfermo a morir con dignidad (pero cometiendo
un delito). La siguiente experiencia personal, que me obligó a reflexionar
más sobre ética médica y eutanasia, ilustra el dilema mencionado:
uno de mis maestros y muy querido amigo durante casi 50 años, el
famoso Dr. Lauren Ackerman, quien fuera profesor de patología en
la Escuela de Medicina de la Universidad Washington, en San Louis
Missouri, y después en la Escuela de Medicina de la Universidad
del Norte de Nueva York en Stony Brook, en los E.U.A., a quien a
los 88 años de edad se le diagnosticó un adenocarcinoma del colon,
se preparó para una laparotomía exploradora y, en su caso, extirpación
del tumor. Conocedor como pocos de la historia natural de las enfermedades
neoplásicas, antes de la operación le pidió al anestesiólogo (que
era su amigo y compañero de golf): "Si tengo metástasis hepáticas
ya no me despiertes..." El Dr. Ackerman murió en la mesa de
operaciones de un paro cardiaco para el que no se hicieron maniobras
de rescate.
Considerando los objetivos de la medicina, el dilema
ético médico planteado entre el suicidio asistido y la eutanasia,
por un lado, y su rechazo, por el otro, en casos que cumplen con
las características de irreversibilidad y de solicitud consciente
y reiterada de terminar la vida, sea por sufrimientos insoportables
o por la anticipación de una muerte indigna precedida por la destrucción
progresiva del individuo, en mi opinión debe resolverse a favor
del suicidio asistido y la eutanasia. De esa manera se cumple con
la función de apoyar y consolar al paciente, ya que no se le puede
ni curar ni aliviar. No hay ninguna razón ética médica para
que el médico se rehuse a contribuir con sus conocimientos a terminar
con la vida de un paciente cuando este ya no desea seguir viviendo
por las causas mencionadas, o cuando su inconsciencia no le permite
solicitarlo pero los familiares cercanos conocen sus deseos. El
rechazo de la eutanasia no se hace por razones de una ética basada
en los objetivos de la medicina (aunque a veces así se señale) sino
por otras que no tiene nada que ver con la medicina.
Por otro lado, existe una sólida tradición en favor
de la eutanasia, iniciada en 1935 en Inglaterra con un grupo llamado
The Voluntary Euthanasia Society, a la que pertenecieron
personajes como H.G. Wells, Julian Huxlery y George Bernard Shaw,
y uno de los documentos más elocuentes a favor de la eutanasia apareció
en 1974, firmado por 40 personajes eminente, entre ellos tres Premios
Nobel, Linus Pauling, George Thompson y Jacques Monod, que en parte
dice lo siguiente:
"Los abajo firmantes declaramos nuestro apoyo, basado en motivos
éticos, a la eutanasia benéfica. Creemos que la reflexión de la
conciencia ética ha llegado al punto que hace posible que las
sociedades elaboren una política humana en relación con la muerte
y el morir. Apelamos a la opinión pública ilustrada para que supere
los tabúes tradicionales y para que se mueva en la dirección de
una visión compasiva hacia el sufrimiento innecesario en el proceso
de la muerte... Por razones éticas nos declaramos a favor de la
eutanasia... Mantenemos que es inmoral tolerar, aceptar e imponer
sufrimientos innecesarios... Creemos en el valor y en la dignidad
del individuo. Ello exige que sea tratado con respeto y, en consecuencia,
que sea libre para decidir sobre su propia muerte... Ninguna moral
racional puede prohibir categóricamente la terminación de la vida
si ha sido ensombrecida por una enfermedad horrible para la que
son inútiles todos los remedios y medidas disponibles... Es cruel
y bárbaro exigir que una persona sea mantenida en vida en contra
de su voluntad, rehusándole la liberación que desea, cuando su
vida ha perdido toda dignidad, belleza, sentido y perspectiva
de provenir. El sufrimiento inútil es un mal que debería evitarse
en las sociedades civilizadas... Desde el punto de vista ético,
la muerte debería ser considerada como parte integrante de la
vida. Puesto que todo individuo tiene derecho a vivir con dignidad...
también tiene el derecho de morir con dignidad... Para una ética
humanista, la preocupación primaria del médico en los estadios
terminales de una enfermedad incurable debería ser el alivio del
sufrimiento. Si el médico que atiende al enfermo rechaza tal actitud,
debería llamarse a otro que se haga cargo del caso. La práctica
de la eutanasia voluntaria humanitaria, pedida por el enfermo,
mejorará la condición general de los seres humanos y, una vez
que se establezcan las medidas de protección legal, animará a
los hombres a actuar en ese sentido por bondad y en función de
lo que es justo. Creemos que la sociedad no tiene ni interés ni
necesidad verdaderas en hacer sobrevivir a un enfermo condenado
en contra de su voluntad, y que el derecho a la eutanasia benéfica,
mediante procedimientos adecuados de vigilancia, puede ser protegido
de los abusos."
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