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PROGRAMA “HOMENAJE A NUESTROS PROFESORES” La Facultad honra al doctor
Por la excelencia de su labor docente desempeñada en la Facultad de Medicina (FM), que no es más que el resultado de la experiencia que le ha dado el desenvolverse como un excelente médico y funcionario dentro del sistema de salud nacional e internacional, esta dependencia universitaria honró al doctor José Rodríguez Domínguez el pasado 22 de agosto.
Mencionó que el doctor Rodríguez Domínguez ha realizado aportes a la Facultad, a la salud pública, a la administración y a la investigación de los servicios de salud. Así, su aporte teórico y, al mismo tiempo, su impulso a actividades prácticas, su contribución a la parte administrativa y académica, y su contribución en las áreas de trabajo en la comunidad, le dan la categoría de ser un gran profesor, universitario y profesional. Recordó que algunos hechos los presenció y vivió cerca de ellos. “Cómo evitar recordar que él fue uno de los que nos hicieron tomar paradigmas para enseñar la medicina; cómo evadir el hecho de que él fue uno de los que tomaron el modelo de la historia natural de la enfermedad —por ejemplo— para contribuir a la educación; cómo hacer para no recordar que al formarse el Departamento de Medicina Familiar —entonces Medicina Familiar y Comunitaria— con el pensamiento y con la acción estuvo presente; cómo hacer para evitar recordar que, en complicidad con el doctor José Laguna, fue de los fundadores del Plan A-36; cómo evitar y tener presente que la investigación y evaluación en el área de servicios de salud no sería lo mismo si no hubiera tenido el aporte y el impulso del doctor Rodríguez Domínguez.” Sobre lo humano, lo identificó como un médico excepcional por su formación y compromiso social, por su vocación como profesor y maestro y por la preparación que toda la vida ha tenido, y lo calificó de ser un gran trabajador de la salud pública. Como maestro, el doctor Narro dijo que el doctor Rodríguez Domínguez es de aquellos que cuando se tienen no es fácil de olvidar, y aseveró que ha enseñado en el aula, pero también es de los que enseñan en la vida práctica y cotidiana, en las actividades sistemáticas de trabajo. “Pero sobre todo ha enseñado con su ejemplo en la vida diaria.” Afirmó ser afortunado y contar con la gracia de colaborar con él y de contar con él como colaborador, “y siempre ha sido mi maestro”, pero también ha sido amigo y sabe serlo: “Un amigo que comparte y aconseja, un amigo que abre las puertas de su casa a sus amigos; por eso conocemos, queremos, respetamos y admiramos a Elvita, su esposa, y a sus hijos… “En fin, el doctor Rodríguez Domínguez es para mí un hombre extraordinario por sus convicciones, por su cultura, por el don de gente que tiene y por su generosidad, que está siempre dispuesto a dar, aportar, contribuir, ayudar y colaborar. Por todo ello, lo apreciamos, reconocemos y admiramos”, concluyó. Antes de entregarle un reconocimiento, el doctor Juan José Mazón Ramírez, secretario de Enseñanza Médica, resaltó que la labor docente del doctor Rodríguez Domínguez data de 1968. Ha impartido las cátedras de medicina preventiva y salud pública, además de coordinar la especialidad de medicina familiar y afirmó que de gran trascendencia ha sido para la Universidad, las instituciones de salud y el país la creación del Departamento de Medicina Familiar, donde se ha formado un gran número de médicos familiares que, en estos momentos, atienden a la población mexicana. Su vocación docente también floreció y dio frutos en centros de la talla del Centro Universitario de Tecnología Educativa para la Salud y la Escuela de Salud Pública de México. Mencionó que los temas de sus artículos en revistas nacionales e internacionales, en libros y ensayos, reflejan al hombre conocedor de su país, al especialista en salud y al administrador, y revelan la vocación del maestro por la docencia. Entre otros reconocimientos recibió en 2002 el premio “Gerardo Varela” por el Consejo de Salubridad General de la Presidencia de la República. La Medalla al Mérito Sanitario por la Sociedad Mexicana de Salud Pública, y la Sociedad de Salud Pública del Distrito Federal impuso su nombre al año académico 2006. Al tomar la palabra, el doctor José Rodríguez Domínguez, antes de hacer un breve recorrido por algunos hechos importantes ocurridos durante los últimos cincuenta años, agradeció la presencia de los asistentes, y especialmente a su esposa e hijos. Dijo que hace cincuenta años, en el año en que se recibió (1957), comenzaron a utilizarse la meticilina, la eritromicina y la vancomicina. “Teníamos las armas poderosas”, y en su opinión son mal utilizadas por los médicos. Recordó que en ese mismo año también se realizó el primer trasplante de corazón. Después vinieron los avances en inmunología, la circulación extracorpórea, los cambios a la anestesia, y se inauguró la primera unidad de cuidados intensivos. Ahora, lo último son los neurotransmisores y el conocimiento de cómo funciona el sistema límbico, avances que eliminarán más de la mitad de las posibilidades del fracaso médico. “Me salto al presente”, afirmó que la demografía no es producto de los médicos sino de aquellas vacunas maravillosas, como la de la polio y el sarampión, y los antibióticos, “que todavía no aprendemos a manejar”. Aseveró que la demografía y el envejecimiento no son causa de la medicina, pero ésta tiene que responder a sus consecuencias. De cómo eligió su profesión, mencionó que un día, estudiando en Jalapa, al pasar por una librería vio un libro con un cintillo que decía: Todos quisieran que el médico fuera un santo y en ley y razón de su nobilísima misión debiera serlo, pero hombre al fin, lleva consigo el lastre de todas la pasiones y miserias humanas; sin embargo, hay algo dentro de él que lo dignifica y enaltece, y es el estoicismo con que comparte el dolor de los demás. “Después de leer todo eso, ya no necesite más. Eso era como un resumen mágico de lo que sería un médico idealizado, ya no volví a dudar desde aquel día y hasta este preciso instante no tuve más deseo que ser médico, pero un médico que disfrutara y fuera feliz con su trabajo”, afirmó. Al reflexionar sobre la práctica médica, recordó dos aforismos de Hipócrates de Cos, quien sostuvo que el conocimiento del cuerpo depende del conocimiento del hombre en su totalidad, el primero y el último, ya que aseveró que aun hoy en día, a pesar de los portentosos avances y capacidades casi ilimitadas de la práctica médica, se habla de que hay dificultades para alcanzar los fines. El primero, la vida es corta y el arte largo, la crisis efímera, la experiencia riesgosa y la decisión difícil. El médico debe estar preparado no solamente para hacer lo que es correcto sino para hacer que cooperen el paciente, los familiares, los acompañantes y demás relacionados. Al respecto opinó que si los galenos de hoy en día descubrieran que el médico solo no puede, que necesita ayuda, y necesita buscarla, apreciarla y fomentarla, “otro gallo nos cantara”. Sobre el último aforismo que dice: Aquellas enfermedades que los medicamentos no curan, los cura el hierro (escalpelo bisturí); aquellas enfermedades que el hierro no puede curar las cura el fuego (cauterización), y aquellas que el fuego no puede curar deben ser consideradas como totalmente incurables. Sobre el tema, afirmó no saber qué pasa ante la actitud de los médicos que hoy todo quieren curar despreciando los límites que impone el hombre. Sobre cómo decidió especializarse en salud, contó que después de leer el libro Las andanzas de un médico en 46 países, historia de un médico de la Fundación Rockefeller en la década de los treintas, sobre su experiencia en el mundo de las enfermedades, de la tuberculosis, la lepra, el cólera y el paludismo, le pareció bonito y lo llevó a elegir esa rama de la medicina. “Cuando me recibí, lo primero que hice fue pedir trabajo para ser maestro en salud pública y fui rechazado. Me pidieron estar becado. Conseguí la beca y regresé, pero ahora me pidieron mínimo dos años de experiencia en comunidades con paludismo y demás enfermedades. Regresé después de cinco años a la Escuela de Salud Pública y en esta ocasión me aceptaron, pero yo sólo pensaba pasar algunos meses mientras aprendía lenguaje, métodos y sistemas, para después irme a Veracruz donde ya estaba contratado en un hospital nuevo. La construcción de dicho hospital se detuvo y mientras terminé salud pública. Al concluir me mandaron a Guerrero, donde me ofrecieron quedarme como jefe de servicios coordinados…” Comentó que para 1965 regresó a la ciudad de México donde ingresaría a la Clínica 25 (de Zaragoza) del Instituto Mexicano del Seguro Social, la cual detuvo su construcción porque se desfinan-ció el Instituto por el aumento de sueldos otorgado a los médicos del mismo para que no se unieran a la huelga nacional de ese año, a lo que agregó: “En pocos meses yo ganaba un dineral.” Sobre sus experiencias dentro de la salud pública, explicó que después de 1965 le otorgaron una beca con la cual, al concluir, realizó una investigación sobre el mal del pinto en el estado de Guerrero. Posteriormente, obtuvo una beca de la Organización Mundial de la Salud para Checoslovaquia y la India. A su regresó se encontró con que el doctor José Laguna le pidió volver a la Facultad de Medicina y en ese momento “me olvidé de todo”, aseveró. Explicó que lo último que hizo como médico fue participar en el sismo de Guerrero en 1964, donde conoció al general Lázaro Cárdenas, lo que mencionó como una de las experiencias que no tiene ningún merito, más bien un compromiso por tratar de ser un poco más serio el resto de su vida y depender menos de las vanidades, concluyó.
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