Nacimiento del Instituto Médico Nacional (1888) Lic. Gabino Sánchez Rosales Antecedentes El Instituto Médico Nacional nació en el contexto de la invitación hecha a México para participar en la Exposición Internacional de París que se celebró en 1889, con motivo del Primer Centenario de la Revolución Francesa. Este suceso marcó el ambiente y las condiciones propicios para dar cima al proyecto utilitario de la élite científica mexicana, encabezado por los doctores Carlos Pacheco y Eduardo Liceaga, cuyo papel preponderante en la creación de ese centro de investigación se articulaba con la proyección de un hospital general, así como con la creación de otras modernas instituciones de investigación que colocarían a México a la vanguardia de la investigación científica entre las naciones civilizadas de la época. El Instituto Médico Nacional debe su origen a la utilidad que representaba para el Estado en materia de medicina y como forma de desarrollo de una industria médica nacional. El fin del Instituto era hacer estudios e investigaciones sobre las propiedades de las plantas medicinales mexicanas para que, obtenidos sus principios activos, éstos se experimentaran en animales y luego se utilizaran en humanos. Realizado ese ciclo, y vistas las bondades de las plantas medicinales, éstas se colocarían en el mercado mundial para contribuir de ese modo al desarrollo del comercio, que según el gobierno de Díaz, repercutiría en una mayor prosperidad para los habitantes de la República. Debe mencionarse que el objetivo no era nuevo, ya que desde el periodo colonial, la Corona Española había hecho grandes esfuerzos para lograr un inventario de la naturaleza americana con el fin de explotar las plantas medicinales de la Nueva España. Ésa fue la misión, en el siglo XVI, del protomédico del rey, Francisco Hernández, cuando realizó intensos recorridos recolectando plantas medicinales en algunas regiones del centro de la Nueva España. Posteriormente, en el siglo XVIII, nuevas expediciones coloniales tuvieron idéntico fin. El interés continuó durante los inicios del siglo XIX, y muestra de ese interés son los trabajos que llaman la atención sobre las propiedades terapéuticas de las plantas medicinales. Incluso debe mencionarse que las Farmacopeas de 1876 y 1884, mencionaban ya algunas plantas con propiedades medicinales, como el tlatlancuaye y la zarzaparrilla. Alfonso Herrera, autor de las farmacopeas citadas, pugnó siempre por el estudio de las plan-tas, y hacia 1878, en un artículo publicado en la Gaceta Médica de México, titulado “Apuntes para la historia natural de las drogas simples de los indígenas”, insistía: “Tiempo es ya de que se emprenda el estudio de nuestra materia médica, que desgraciadamente hasta hoy se ha visto con tanto abandono; que se fije la atención en muchas medicinas que el vulgo usa, y que seguramente varias de ellas tienen propiedades notables. Por más que los hombres de ciencia las vean con desprecio: tiempo es ya que se recuerde que la quina, la hipecacuana, la jalapa y otra multitud de medicamentos que hoy ocupan un lugar tan importante en la terapéutica, han sido descubiertas por el vulgo.” Por ello, la originalidad de estudiar las propiedades de las plantas medicinales no era algo nuevo; sin embargo, lo novedoso y el hito histórico que representa el Instituto Médico Nacional fue la forma en que se planeó el estudio de las plantas medicinales, ya que la investigación incluía etapas de experimentación controlada en animales y seres humanos, donde se ensayarían las sustancias químicas obtenidas de las plantas medicinales. La exposición de París de 1889 Ya se ha señalado que a principios de 1887, el gobierno de Porfirio Díaz fue invitado a participar en la Exposición Internacional de París. La finalidad de la reunión era mostrar el progreso de todas las naciones en el fin de ese siglo “febricitante”, que había efectuado grandes avances en las artes y las ciencias relacionadas con la industria capitalista. El gobierno mexicano aceptó la invitación y formó una comisión encargada de organizar los trabajos conforme al reglamento de la comisión francesa para organizar la Exposición. Con ese fin, Carlos Pacheco, en 1887, envió una circular a los gobernadores de los estados en que solicitaba con qué “recursos de dinero, productos de la agricultura, de la minería y demás industrias, puede contribuir el estado... para la celebración de aquel certamen”. Debe mencionarse que entre las clases, la 45 incluía la presentación de todos los productos químicos y farmacéuticos, y materias primas utilizados para la farmacia, así como los medicamentos simples y compuestos. El interés y las posibilidades de explotación comercial del grupo no pasaron desapercibidos por los miembros del gobierno de Díaz, ya que en las Bases Generales para la Exposición Mexicana en París, en el punto XII, se solicitaron a los expositores, “ejemplares y datos sobre aquellos productos que por su abundancia, aplicaciones u otras circunstancias, sean susceptibles de explotación, y que no sean explotados actualmente, tales como textiles, maderas, plantas esenciales y medicinales, semillas oleaginosas, animales, útiles, minerales, etc.”. En Francia, el encargado mexicano, Manuel Díaz Mimiga, alentó la iniciativa y propuso que en la Exposición Universal “Una colección de plantas medicinales indígenas, como la zarzaparrilla, el haba de San Ignacio, el colpalchi de Jalapa, etc., convenientemente escogidas por algunos de nuestros grandes profesores de farmacia, llamaría mucho la atención, y podría dar lugar a pedidos importantes si cada muestra fuera acompañada de datos análogos a los que indique sobre los productos minerales.” |