Gaceta Facultad de Medicina UNAM
10 noviembre 2006
Facultad de Medicina UNAM

 

2º CONGRESO ACADÉMICO DE LA FACULTAD DE MEDICINA

La educación médica de posgrado

  • Profesor emérito habla de los factores que han permitido su desarrollo y de los retos futuros

El doctor Fernando Ortiz Monasterio ofreció una visión crítica, realizada en un sentido constructivo, tanto de los avances logrados en la enseñanza de posgrado en el área clínica, en que destacó la labor de la División de Estudios de Posgrado (DEP) de esta Facultad de Medicina, como de las metas aún no alcanzadas en este rubro, donde el papel de la UNAM debe ser, como ha sido hasta ahora, el de controlar la calidad y buscar la excelencia.

Resaltó que en los últimos 50 años la enseñanza de posgrado ha tenido un gran desarrollo y, para demostrarlo, en su participación revisó el origen, las ideas y las tendencias que permitieron ese incremento, para finalizar con una reflexión sobre la calidad de los especialistas que egresan hoy día.

Durante la conferencia magistral “La educación médica de posgrado. Una visión crítica”, efectuada en el marco del 2º Congreso Académico de la Facultad de Medicina, recordó que en la primera mitad del siglo XX la enseñaza de posgrado en México seguía el modelo europeo; es decir, un joven médico que deseaba continuar su adiestramiento se acercaba a un profesor (habitualmente eran jefes de los servicios médicos en los hospitales); no había un programa académico ni metas claramente definidas, el progreso del discípulo dependía de su dedicación al trabajo hospitalario y al estudio, pero también al interés del maestro por la enseñanza y, por lo tanto, los objetivos finales eran inciertos.

El proceso educativo de entonces estaba basado en un arreglo personal entre profesor y alumno. El trabajo que este último realizaba era voluntario, sin remuneración económica. No todos los profesores eran buenos; en los hospitales, bibliotecas y hemerotecas tenían un acervo limitado y los laboratorios de investigación asociados al trabajo clínico eran escasos; el aprendizaje de las ciencias básicas relacionadas con disciplinas clínicas resultaba arduo, así que la calidad del producto final era extremadamente irregular. Sin embargo, este método de enseñanza produjo buenos resultados en muchos casos, pues todos los médicos afamados de la primera mitad del siglo pasado se adiestraron con este sistema.

Más adelante, el doctor Ortiz Monasterio expresó que debido a la tendencia mundial hacia la especialización, que se dejó sentir en México a partir del segundo tercio del siglo XX, se fueron orientando los servicios hospitalarios mexicanos hacia diferentes ramas, algunos lograron un desarrollo tan grande que rebasó los límites de su propia institución, lo que dio lugar a la creación de institutos especializados. Esto fue motivado por el gran desarrollo de la medicina estadounidense que, con el avance de las especialidades médicas, las espléndidas instalaciones hospitalarias y los sistemas organizados de enseñanza, atrajo a los jóvenes del todo el mundo para llenar las plazas de médicos internos y residentes en todos los hospitales, oportunidad que aprovecharon muchos médicos mexicanos en esa época y que les permitió familiarizarse con el sistema educativo que más tarde habrían de aplicar en el país.

Estos especialistas tuvieron una marcada influencia en los nuevos programas de estudio, pero el primer antecedente formal de una residencia de posgrado en el área clínica fue la organizada por el doctor Aquilino Villanueva en 1942. En estos inicios, los residentes vivían en el hospital y trabajaban en diferentes servicios en forma rotatoria, era una residencia general, compartían con los médicos externos, a veces con desventaja, las oportunidades de aprendizaje, y cubrían el trabajo hospitalario fuera de las horas del servicio matutino, explicó el profesor emérito de esta dependencia universitaria.

Este importante personaje de la medicina mexicana, padre la cirugía plástica en el país, dijo que en la década de los cincuentas, con objeto de dar formalidad y obtener acreditación de una institución de enseñanza superior, se organizaron los cursos de adiestramiento en diferentes especialidades, los cuales ajustaron a sus programas para ser reconocidos por la División de Estudios Superiores de la Facultad de Medicina de la UNAM (antecedente de la actual División de Estudios de Posgrado), que exigía un horario de trabajo diario en el año escolar, pero veía con simpatía los programas de tiempo completo de los alumnos de la residencia.

Cabe destacar que en esta época, la primera residencia de tiempo completo fue organizada por el doctor Ortiz Monasterio en el área de cirugía; posteriormente se hicieron otras residencias, las cuales se llevaban a cabo simultáneamente con los cursos de adiestramiento. Para entonces, la institución hospitalaria acreditaba los años de residente, y la División de Estudios Superiores, la terminación del curso de residente. “La idea era que en el futuro estos cursos de adiestramiento se convirtieran en residencias aprobadas como tales por la UNAM.”

Así se estableció que el aprendizaje estuviera sujeto a un programa, con metas y objetivos definidos. No obstante, pese a esos esfuerzos, los hospitales capacitados para la enseñanza no tenían suficientes plazas de residentes, lo que derivó en un largo proceso de con-vencimiento a las autoridades de salud acerca de la necesidad de abrir plazas y, además, de que todos los hospitales aceptaran los sistemas organizados de enseñanza.

En años más recientes, 1983, Ortiz Monasterio recordó que 43 residencias de especialidades médicas en 31 hospitales de la Secretaría de Salud, 43 del IMSS y 26 del ISSSTE estaban afiliadas a la UNAM; el número de médicos que se estaba adiestrando en el sector salud era de 11 mil 111, más los que estaban en hospitales privados o servicios médicos de empresas descentralizadas, mediante programas con reconocimiento universitario.

Asimismo, subrayó que había una gran desigualdad en los programas de diferentes instituciones y en los cursos dentro de una misma institución, pero más importante era la enorme variación de la calidad en la enseñanza y la formación final del residente. La mayoría de los residentes aceptaban con gusto los extensos horarios de trabajo y las guardias frecuentes y dedicaban con entusiasmo el tiempo extra que requerían los cursos, pero en algunos casos, donde no había calidad en la educación, se originaron los movimientos de 1967 y 1983.

El problema obedecía a varios factores, algunos relacionados con características de la institución (condición del hospital, número de camas disponibles para cada servicio, promedio de estancia del paciente, volumen real de la consulta y calidad de los estudios de laboratorio y gabinete, entre otros); algunos más estuvieron relacionados con los médicos de base que se ocupaban de la enseñanza, es decir, falta de actualización de sus conocimientos, su interés por la actividad académica, el tiempo que dedicaban a la docencia y su capacidad para estimular en los alumnos el entusiasmo, la curiosidad y el pensamiento original.

Pese a todo ello, señaló que en los últimos dos decenios se registraron mejorías importantes; en la actualidad la División de Estudios de Posgrado reconoce 74 especialidades médicas y cerca de ocho mil alumnos están inscritos en 95 cursos de especialización en 89 sedes hospitalarias. Los programas son revisados periódicamente por comités académicos, se han diseñado mecanismos de control de las sedes mediante visitas periódicas y de los alumnos con exámenes parciales, laboriosamente diseñados por los comités académicos en conjunto con los expertos de la misma división de posgrado; los residentes ocupan hoy, más que nunca, un lugar importante en las labores asistenciales que comparten con el aprendizaje del posgrado, que sigue siendo un engranaje importante de la fuerza de trabajo de los hospitales, pero ya no son una mano de obra barata, ahora tienen una plaza, el sistema de salud invierte cerca de mil millones de pesos anuales solamente en salario de los residentes.

En este punto reflexionó sobre algunos problemas y cuestionó que el tipo de especialista que se está capacitando para trabajar en las grandes ciudades, donde se ejercen todas las especialidades, carece de los conocimientos y destrezas para resolver muchos problemas de la misma especialidad, pues hay una tendencia a la subes-pecialización, aunada a la duda de si verdaderamente los especialistas que se adiestran son adecuados a las necesidades de las unidades médicas.

Además dijo que es importante incorporar el pensamiento científico en el trabajo clínico; el ejercicio profesional, por evidencias, ha sido uno de los objetivos importantes de la medicina científica; en este sentido se han hecho avances en muchas instituciones, lo cual se debe, en gran parte, a la DEP que ha incorporado investigadores de tiempo completo al personal de base, cuya participación en la enseñanza y en el trabajo diario ha sido extremadamente objetivo.

A pesar de que los resultados son buenos, en el análisis que realizó el ponente señaló que para extender el cré-dito universitario, importante para el currículo vite del alumno, y la carrera académica del profesor, los resultados del proyecto de investigación de los alumnos, la mayoría recién egresados, y un grupo menor de especialistas ya en ejercicio de su profesión que buscan actualizar sus conocimientos, varios son excelentes, pero otros son francamente mediocres y algunos inaceptables, lo que hace pensar en la descalificación del alumno y del profesor, enfatizó el destacado médico.

Para concluir su participación en el 2º Congreso Académico, el doctor Ortiz Monasterio resaltó la valiosa participación de la DEP en la formación de especialistas que se ocupan de la salud de la población, por la estructuración de los cursos de especialidades médicas, la coordinación del trabajo de los comités académicos, las visitas a las sedes hospitalarias y la cuidadosa elaboración de exámenes estadísticamente valorables a todos los alumnos, lo que ha dado lugar a un importante avance en todos los estudios, pues se han disminuido las diferencias de calidad entre los mismos y se han encontrado varios mecanismos de presión a las autoridades de las instituciones para elevar el nivel de la enseñanza.

“Sin duda, aun con los problemas en esta materia y cualesquiera que sean las tendencias futuras, con las presiones para hacer más fuerte a la enseñanza o para incorporar cursos de dudosa relación con la medicina científica, el papel de la UNAM debe ser, como ha sido hasta ahora, el de controlar la calidad y buscar la excelencia”, finalizó el profesor emérito.

Cabe destacar que esta conferencia fue coordinada por los doctores Enrique Graue Wiechers, jefe de la División de Estudios de Posgrado, quien ofreció una semblanza del ponente, y Leobardo Ruiz Pérez, jefe de la Subdivisión de Especializaciones Médicas de dicha División.