Gaceta Facultad de Medicina UNAM
25 junio 2007
Facultad de Medicina UNAM

 

BIOGRAFÍA

Doctor Porfirio Parra, director de la
Escuela Nacional de Medicina

Lic. Gabino Sánchez Rosales
Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, FM, UNAM

El 26 de febrero de 1854, Porfirio Parra y Gutiérrez nació en la capital del estado de Chihuahua. Fue en su lugar de origen donde comenzó sus estudios primarios. Posteriormente, al igual que muchos jóvenes con deseos de destacar, Parra se trasladó de Chihuahua a la ciudad de México, becado por el gobierno de su estado. En la capital del país, cuando aún era estudiante de medicina, se inició en las doctrinas positivistas dadas a conocer en México por Gabino Barreda. La relación tan estrecha entre Barreda y Parra culminó cuando en la Escuela Nacional Preparatoria, con la desaparición del maestro, correspondió a Parra continuar con las lecciones en la cátedra de lógica fundada por Barreda.

Como médico, Porfirio Parra se tituló en 1878 con un Ensayo sobre la patogenia de la locura, trabajo de 46 páginas que evidencia su interés como alienista. Hombre inquieto, cuando aún no concluía la carrera, obtuvo la cátedra de higiene y medicina de urgencia en la Escuela de Medicina. Asimismo, ya titulado, fue médico del Hospital Juárez. Su labor docente en la Escuela se intensificó cuando fue designado catedrático de anatomía descriptiva y patología externa; incluso llegó a ganar por oposición la cátedra de fisiología en 1879, cátedra que nunca ocupó por motivos políticos.

Como funcionario desempeñó varios cargos en diversos planteles educativos; sin embargo, destaca que fue director de la Escuela Nacional Preparatoria, además de ser socio de número de la Academia Nacional de Medicina y de otras agrupaciones científicas.

Como divulgador y teórico del positivismo en México fundó los periódicos El Método y El Positivismo. Fue colaborador de la Revista Libertad, y de Instrucción Publica Mexicana, Revista de Chihuahua y Revista Positiva, así como fundador de la Asociación Metodófila “Gabino Barreda”. Escribió obras literarias y científicas, entre las que destaca su Nuevo sistema de lógica inductiva y deductiva, utilizada como texto en la preparatoria, y como escritor fue autor de la novela Pacotilla, publicada en Barcelona en 1900, que es una crítica a los excesos de la sociedad de la época.

En 1906 fue presidente de la delegación mexicana que asistió al Congreso Médico de Lisboa en Portugal, ocasión que le sirvió para viajar por España y Francia, donde, en París, asistió a las enseñanzas del profesor Déjérine, con quien estudió las enfermedades nerviosas. Esa experiencia le sirvió para redactar un artículo revelador de sus renovados conocimientos en la psiquiatría. En 1907 Parra fue autor del trabajo titulado: “¿A qué fenómeno normal corresponden las alucinaciones?”, publicado en la revista La Escuela de Medicina.

El viaje a Europa también le sirvió para efectuar un cuidadoso análisis de los programas y planes relativos a la enseñanza médica francesa, que puso a disposición de la Secretaría de Instrucción Pública, la cual comisionó al doctor Eduardo Liceaga para que, junto con el doctor Parra y los doctores Ángel Gaviño, José Térres y Manuel Toussaint, formaran la Comisión del Consejo de Educación, que fue responsable del Proyec-to de Reforma de la carrera de médico cirujano, propuesto en septiembre de 1906 y que contemplaba el estudio de la carrera en cinco años.

Al finalizar el siglo XIX y los principios del XX, el doctor Porfirio Parra era un médico de sólida reputación, con una buena clientela, que atendía en la calle de Rosales Núm. 22, cerca de la iglesia de San Fernando. Prolífico y versátil, Parra, como autor poético, publicó sus Discursos y poesías en México, en 1908. Años atrás, como autor de teatro, había dado a conocer su Lucero (cuadro dramático en un solo acto y en verso), que vio la luz en 1886.

Hombre de su época, como intelectual fue reconocido, al igual que otros médicos en 1910, con motivo de la reapertura de la Universidad Nacional de México, pues en esa época se le otorgó el grado de “Doctor ex oficio” por la Universidad. También con motivo de las celebraciones del centenario de la Independencia, como presidente del IV Congreso Médico Nacional de México, tuvo oportunidad de contribuir al lucimiento de los festejos del centenario que, como fuegos de artificio, significaron la luz y el ocaso del régimen.

Porfirio Parra, director de la Escuela Nacional de Medicina. Después del éxito de la Revolución de Agua Prieta, que terminó con la muerte de Venustiano Carranza en Tlaxcalantongo, Adolfo de la Huerta asumió el cargo de presidente provisional de la República Mexicana. En ese contexto fue nombrado en el Departamento de Salubridad el doctor Gabriel Malda, y como director de la Escuela Nacional de Medicina el doctor Porfirio Parra, quien ocupó el cargo a partir del 15 de mayo de 1920 hasta el 21 de junio de 1923.

A tono con la personalidad del presidente De la Huerta, a quien no sólo le gustaba la ópera sino incluso tocaba el piano, para ese momento el doctor Parra era un “atildado y correcto caballero cuya noble frente adornaban magníficos hilos de plata”. Parra sin duda era un médico perteneciente a la vieja guardia positivista y porfiriana; por ello, durante su permanencia al frente de la Escuela de Medicina fue combatido por los jóvenes, tanto estudiantes como profesores, que, ansiosos de un cambio social, exigían una renovación completa de los hombres y las estructuras del país.

Con ese fin, durante el tiempo que Parra fue director de la Escuela de Medicina se fundó una revista cuyo nombre evocaba los lastres que sufría la nación: El Cáncer, una publicación del momento, “redactada por alumnos de años superiores... y por algunas personas que desempeñaban en aquellos días el cargo de ayudantes en la propia Facultad”. El Cáncer contenía algunos artículos sobre las tesis de medicina, secciones con frases sueltas, irónicas unas, graciosas otras, y a veces, arranques donde campeaban el escarnio y la diatriba.

A decir del doctor Fernando Ocaranza, “el grupo de El Cáncer obraba quizá en mala forma y según el pésimo procedimiento del trabajo subterráneo, bajo la égida del finis coronat opus, pero no cabe duda de que sus anhelos eran justificados, ya que se dirigían hacia la renovación de la Facultad”.

La renovación había comenzado con el doctor Parra en la Escuela, pues bajo su égida, y como hombre fiel a sus principios, de inmediato efectuó cambios en la estructura de la institución y dio inicio a una completa trasformación del profesorado con el fin de mejorar la enseñanza.

Para cumplir ese objetivo, el doctor Parra aumentó de modo considerable la cantidad de profesores y estableció que debían ser seleccionados por medio de oposiciones debidamente reglamentadas. Otra de sus metas al frente de la Escuela fue realizar mejoras materiales en el edificio con el fin de ampliar su capacidad para recibir a más alumnos.

En ese puesto, correspondió al doctor Parra ser el fundador del primer Laboratorio de Análisis Clínicos y Gabinete de Radiología que poseyó la Escuela de Medicina, y que se construyó en los terrenos del Hospital Juárez, así como dos aulas para la enseñanza médica.

A este propósito conviene mencionar el contexto sobre la forma en que surgió tal iniciativa. Hacia finales de 1920, el doctor y general Guadalupe Gracia García —médico que había practicado al caudillo sonorense Álvaro Obregón la amputación que le salvó la vida en el Bajío— había sido nombrado director del Hospital Juárez; con ese carácter Gracia García tuvo una conversación con el doctor Parra para definir las relaciones entre la Escuela y el Hospital. En esa ocasión Parra solicitó que: “se le permitiese encalar una sala vieja para que sirviese de aula para las clínicas [que impartía la Escuela de Medicina en el Hospital]”. A lo que Gracia García, discípulo y alumno de Parra, respondió: “Soy un convencido de que una Escuela de Medicina sin hospital no vale nada; así que desde pedir éste como anexo... [hasta] lo que usted guste.” Ésa fue la respuesta del también fundador de la Escuela Médico Militar. Y así, fruto de un interés compartido entre dos médicos comprometidos con la enseñanza médica en el país, surgió la “construcción de todo un pabellón, en que se invirtieron alrededor de 50 mil pesos, y que contó con el primer aparato de rayos X que hubo en la ciudad de México”.

Conviene recordar también que durante la época en que el doctor Parra estuvo al frente de la Escuela de Medicina aconteció que, por medio de un decreto presidencial, “se dispuso que el Hospital General dejara de depender de la Secretaría de Gobernación y pasara, nuevamente, a la Escuela de Medicina”.

Con ese fin, en el General, convertido ahora en Hospital de la Escuela, se reforzaron los cursos de especialización que ya existían, como fue el caso del de ginecología, impartido por el doctor Manuel Gallegos en el Pabellón 16.

Asimismo, durante esa época, con el apoyo de los profesores de la Escuela de Medicina, se realizaron numerosas investigaciones de laboratorio sobre diferentes enfermedades, como el tifo y la lepra, sucesos todos que prefiguraban el “renacimiento científico” que habría de experimentar el Hospital General en los siguientes años.

Después de realizadas estas acciones y dado el clima político del país, Porfirio Parra hubo de abandonar la Dirección de la Escuela Nacional de Medicina, suceso que marcó el fin de su compleja vida intelectual, pues al poco tiempo, y ya con una edad avanzada, murió en la ciudad de México.