A la memoria del doctor Roberto
Kretschmer Smith
Éste debió ser un artículo acerca de cómo un investigador hace un descubrimiento, cuáles son sus posibles aplicaciones y cómo los resultados de su búsqueda se transfieren a una patente y, por tanto, a un resultado útil y de uso generalizado. Esta idea surgió cuando llevé a mi hija a la consulta del doctor Roberto Kretschmer. Le revisaba a detalle la nariz, los oídos, la garganta, el estómago, los pies, le escuchaba el corazón. Ante el llanto de mi pequeña, su pediatra no dejaba de consolarla. También tenía la capacidad de tranquilizarme por medio de su actitud afable y cariñosa, al mismo tiempo que nos hacía comprender que si el padecimiento era preocupante, pondría todo sus conocimientos en buscar el mal y la cura. Como se dice comúnmente, sabía que mi hija estaba en las mejores manos, o más bien habría que decir, que su pediatra era uno de los mejores cerebros y uno de los mejores seres humanos. Fue en la última consulta que me contó feliz que había sacado una patente, es decir, no sólo había descubierto que algo en las amibas puede contribuir a los procesos desinflamatorios, sino que además lo había consolidado para que su investigación alcanzara una aplicación útil en el ámbito de la salud. A mí me provocaba gran interés el tema porque me dedico a analizar las organizaciones académicas, los procesos y sus actores, pero Roberto parecía creer que yo entendía de procesos biológicos, así que me dio una explicación más detallada que soy incapaz de repetir, pues en realidad no entiendo nada del tema. Mi hija Luisa me decía: “Mamá, ya me quiero ir”, y tenía razón, porque ir a la consulta de Roberto nos significaba de tres a cinco horas de espera. La consulta siempre estaba llena de mamás y niños y alguno que otro papá, más los que llegaban con alguna emergencia. Puedo decir que nunca pasó alguien antes de mi turno, fuera quien fuera, el orden de llegada era respetado por la querida Hilda, su enfermera. Pensé, «ni modo, en estos días, me busco un espacio en mi trabajo, le llamo para pedir cita, me le presento en su laboratorio de la UNAM y le hago la entrevista». La confusión de Roberto acerca de mis conocimientos tenía que ver con el medicamento que apuntaba en la receta, yo le impelía a que me explicara para qué era, cómo funcionaba y si tenía efectos secundarios. Pienso que entendía bien que en la medicina, como en otros campos del conocimiento, los expertos deben dar cuenta a los no expertos, a las personas a las cuales sus decisiones afectan, ante lo que mi marido y yo estábamos profundamente agradecidos. Las consultas eran algo más, pues aprovechábamos para discutir de la UNAM, del psicoanálisis y su frase: “eso que tu dices no está científicamente comprobado” y yo arremetía, “pues tampoco científicamente refutado”. A Roberto Kretschmer lo conoció mi familia gracias a René Drucker, a quien en un momento de gran angustia le consulté porque la cura a los padecimientos de mi hija tenía efectos secundarios devastadores. René me dijo: “Ve con Kretschmer, él te va a ayudar.” Pasamos por médicos comerciantes que no deberían tener licencia para ejercer, por buenos doctores que no le daban al clavo, algunos otros médicos espléndidos que nos ayudaron a descartar padecimientos, pero el único que entró en nuestras vidas de manera cercana y querida, fue el doctor Krestchmer. Durante las consultas mi hija me decía: “Mamá, dile a Roberto que no quiero que me revise”, su manera de nombrarlo me dejaba claro que aun con su miedo a tanto doctor e inyecciones, su médico le era muy próximo. La última vez que hablamos por teléfono, le llamé a su casa para reportarle de la reciente gripe de mi pequeña y por quinta vez me insistió: —“¿Ya viste el Arca
Rusa?” Entonces me dijo: Era, sin duda, además de todo lo que hacía, un educador incansable. Después de su fallecimiento, compramos la película. Estamos seguros de que, como todos los pacientes del doctor Kretschmer, encontraremos otro gran pediatra porque nos educó para ello, pero a él no habrá manera de remplazarlo. Enviamos un abrazo grande a Liliana (con quien comparto país de origen y pasión por México). También a sus hijos y su yerno, de quienes sabemos bastante aunque no los conocemos, pues Roberto hablaba mucho de ellos. Hay un letrero en un cementerio de pueblo entre Cuernavaca y Tepoztlán que dice: “He aquí el lugar donde acaba el sufrimiento y comienzan los recuerdos.” Esperamos que pronto su familia pase a la etapa de los gratos recuerdos. Angélica Pino. |