Dr. Ángel Hidalgo. Lic.Gabino Sánchez Rosales En los días de la Revolución, cuando Venustiano Carranza se refugiaba en Veracruz y la ciudad de México era asiento del gobierno de la Convención, el doctor Ángel Hidalgo fue nombrado director de la Escuela de Medicina. Hidalgo nació el 2 de febrero de 1872, y a decir de don Fernando Ocaranza, quien lo conoció, “tenía un espíritu ponderado y disciplinado”. Otro de sus contemporáneos lo calificaba como un hombre de espíritu “siempre sereno, siempre ecuánime, dueño absoluto de sí mismo, aun en las circunstancias más difíciles”. Gran conocedor de la nobleza de la medicina y de la profesión, supo hacer de esas experiencias las grandes virtudes que le permitieron salir adelante del compromiso adquirido, ya que en la Dirección del añejo plantel, “supo escuchar a todos y escucharlo todo sin aparecer siquiera inmutado”. Los inicios Ángel Hidalgo recibió el título de médico cirujano el 15 de marzo de 1894, con la tesis: “Breves consideraciones sobre la numeración de las hemacias durante el periodo de gestación”. La práctica médica del doctor Hidalgo se desenvolvió en el Cuerpo Médico Militar del Ejército, al cual ingresó en 1890 en calidad de teniente aspirante. Posteriormente fungió como mayor médico cirujano, y con ese carácter estuvo en Sonora, en León y en el puerto de Mazatlán. Fue en este último lugar, en 1896, donde la Sociedad de Medicina Interna de México lo nombró su socio corresponsal, además de ser médico de la Sociedad Ignacio Zaragoza y socio protector de la Sociedad de Artesanos Unidos de Mazatlán. Con una visión amplia y compleja del país, en 1896 regresó a la ciudad de México, donde inmediatamente fue nombrado jefe de clínica interna en la Escuela Práctica Médico Militar, así como vocal de redacción de la Revista Médica. Al iniciar el siglo, la carrera del doctor Hidalgo seguiría en ascenso, en 1900 fue nombrado perito legista del Cuerpo Médico Militar, y al año siguiente fue electo vicepresidente de la Sociedad de Medicina Interna. Profesor en la Escuela Nacional de Medicina y en la Escuela Médico Militar Su ingreso en la Escuela de Medicina aconteció el 22 de agosto de 1902, al ser declarado por unanimidad del jurado apto para cubrir la vacante de la clase de patología interna, al lado del doctor José Térres. Posteriormente desempeñaría las cátedras de patología, clínicas médicas, clínica interna y clínica médica. En el ramo militar fue nombrado encargado del Museo Anatomopatológico y del Anfiteatro del Hospital Militar de Instrucción; además fue ascendido a teniente coronel médico cirujano en 1904, y continuó desempeñando sus labores de docencia. Su ascenso como médico y militar culminó en 1908, cuando fue comisionado como médico honorario del presidente de la República, Porfirio Díaz, con carácter de adjunto al Estado Mayor Militar del presidente. Ese mismo año, preocupado por el peligro que representaba la sífilis para la salud de los habitantes del país, fundó la Sociedad Mexicana Sanitaria y de Moral de Profilaxis de las Enfermedades Venéreas. Su conocimiento en la materia fue reconocido por la Secretaría de Guerra y Marina, al comisionarlo, en unión de los doctores Ricardo E. Manuell, Alfredo Cuarón, Jesús Alemán Pérez y Ernesto Cervera, para estudiar los efectos del antisifilítico 606, al saberse por medio del cónsul mexicano en Trieste, las primeras noticias sobre ese medicamento, comunicadas en agosto de 1910. Médico investigador Una de las facetas más ricas en la vida del doctor Hidalgo fue la de investigador médico. Preocupado por los efectos del tabardillo en la población del país, en agosto de 1911, previa solicitud y autorización de la Secretaría de Guerra y Marina para “ensayar en los enfermos de tifo el suero sanguíneo de convalecientes de esa grave enfermedad”, hizo una serie de estudios con el fin de encontrar un remedio, conocedor de los trabajos del doctor F.P. Mackie (1907), que demostraron la trasmisión de la fiebre recurrente por los piojos. Asimismo, enterado de los estudios de Ch. Nicolle, C. Comte y E. Conseille (1909) relativos a la posible trasmisión de tifo exantemático por el mismo parásito, y con conocimiento de las investigaciones de H. T. Rickets y Russel Wilder (1910) que sirvieron para comprobar que el tifo podía ser inoculado por inyección de sangre de tifosos, efecto que habían comprobado Ángel Gaviño y J. Girad, en el Instituto Bacteriológico al inocular el tifo en monos, Hidalgo pensaba que esos estudios servirían para demostrar que el germen del tifo se encontraba en la sangre del enfermo, y como en la mayoría enorme de los casos la dolencia confería inmunidad absoluta por la presencia de anticuerpos específicos, tanto más abundantes cuanto menor era el tiempo de trascurrido el padecimiento —decía Hidalgo—, teóricamente se podía esperar que la sangre de convaleciente pudiera servir para la curación del hombre enfermo, y que solamente un estudio experimental en el hombre podía enseñar en qué dosis la sangre o el suero del convaleciente revelarían sus efectos curativos sobre el enfermo de tifo. Con estas ideas, el doctor Hidalgo realizó experimentos teniendo cuidado en rechazar a convalecientes de más de quince días o que tuvieran alguna otra enfermedad, como tuberculosis, sífilis o paludismo. Él quería obtener un efecto “bacteriolítico seguro, y por ello era preciso que el amboceptor tuviese suficiente cantidad de alexina”. Para sus experimentos, el doctor Hidalgo consideraba que “era indispensable un complemento suministrado por un individuo que no hubiera padecido tifo o que lo hubiese tenido en época muy lejana”. Con estas precauciones, “se prepararon ampolletas con un suero bacteriolítico en la proporción volumétrica de dos de sensibilizadora por uno de alexina; se aplicaban generalmente 20 ml por inyección intravenosa una vez en 24 horas, y durante 3 días, o según los efectos observados y el carácter de la enfermedad”. Las reminiscencias a las teorías médicas de la época son evidentes, y solamente la lectura de tan interesantes y cuidadosos experimentos podría servir para formarse un criterio completo sobre sus resultados. Las críticas de quienes conocieron sus trabajos fueron ambivalentes ya que dudaban del beneficio obtenido, pero también aseguraban las bondades reales de “una terapéutica aplicada con todo rigor científico”. El trabajo “Bases en que se apoya el proyecto de sueroterapia aplicada a los enfermos de tifo en evolución”, con fecha del 2 de agosto de 1911, aún hoy se encuentra inédito y fue escrito en colaboración con Francisco Paz, mayor médico del Ejercito. Director de la Escuela Nacional de Medicina. En marzo de 1915, “elevado por esas extrañas circunstancias que hubieran arredrado a otro hombre que no contase con las grandes energías que tuvo él... a ese puesto tan disputado, con el que tantos sueñan, no mirando sino la notoriedad y las ventajas que puede proporcionar”, el doctor Ángel Hidalgo ocupó la Dirección de la Escuela por menos de cien días. En esa época el plantel ocupaba “un edificio ruinoso”, con laboratorios destruidos, oficinas en proyecto y trabajos interrumpidos, “parecía que el genio del mal se hubiese posesionado de la histórica y querida Casa, en la que todo era preciso reconstruir, ya que nada había y de todo se carecía”, incluso de los preciados instrumentos, pues decía el doctor Tomás G. Perrín, “causa la más honda pena ver el lamentable abandono en que —por falta de responsabilidad— hoy se encuentran gran número de aparatos científicos en nuestra Escuela”. Don Fernando Ocaranza, que fue nombrado profesor de fisiología por el doctor Ángel Hidalgo, dijo que, en breve plazo, el director “... comprendió el problema de la Facultad bajo el doble aspecto de lo material y lo espiritual. Con respecto al primero, pensó en una necesidad urgente: la ampliación del edificio, con el fin de instalar con mayor comodidad aulas y laboratorios. Por esto mismo ordenó se comprara en 100 mil pesos la casa núm. 35 de la 4ª calle de Santo Domingo, inmediata al viejo edificio de la Inquisición y que posteriormente ocupó la Facultad Odontológica. En lo espiritual, efectuó una renovación del profesorado, hizo una revisión de métodos y programas de estudio”. El doctor Hidalgo, gracias al apoyo de los revolucionarios de la Convención, y en particular al apoyo de Roque González Garza, quien generosamente ofreció 300 mil pesos para la renovación de la Escuela, mejoró aulas, laboratorios y clínicas. Las reformas también permitieron modificar el Plan de Estudios de la Escuela, con objeto de preparar alumnos con mayores destrezas prácticas, por ello se aumentó un año el ciclo escolar y se señaló que en el sexto año, el estudiante debía de concurrir al hospital a tomar las clínicas quirúrgica, obstétrica, oftalmológica, dermatológica y psiquiátrica para reforzar su conocimiento académico y práctico ante el enfermo. Sin embargo, los tiempos de lucha social también hicieron su efecto en la Escuela y el director hubo de abandonar su puesto. Ya fuera, el doctor Hidalgo aplicó todo su conocimiento y bondad para atender a las víctimas de la epidemia de tifo, que de nuevo se había apoderado de la ciudad. Lamentablemente él mismo sucumbió a la mortal enfermedad y murió el 24 de diciembre de 1915. Fue sepultado en el Panteón Francés. Allí, ante sus restos, el doctor Jesús González Ureña, secretario de la Escuela Nacional de Medicina, ofreció un homenaje al hombre que “dejó gratos e imperecederos recuerdos entre aquellos que pudieron y supieron aquilatar las virtudes de su corazón pródigo de bondades”. |