Gaceta Facultad de Medicina UNAM
25 febrero 2007
Facultad de Medicina UNAM

 

PRESENTACIÓN DE LIBRO

Itinerario del intruso o para qué me sirvió el cáncer. Un aprendizaje de vida para estudiantes, médicos y especialistas en el área de la salud

Con magistral estilo, Julio Derbez es el protagonista de su historia
Es un texto de lectura sencilla que debe ser considerado para la enseñanza de la medicina

El cáncer nos impone un trueque:
se lleva la tranquilidad y a cambio nos ofrece otras cosas
que será asunto de cada quien si las toma o no.

Julio Derbez

Con título atractivo y con una pregunta al aire sin respuesta aparente, Itinerario del intruso o para qué me sirvió el cáncer explica la manera en que un paciente vive una de las enfermedades más difíciles de comprender para el mundo: el cáncer.

Con lectura ágil y en 145 páginas, el autor, periodista y escritor Julio Derbez, quien a la vez es el propio protagonista, narra la forma en que decidió vivir el nuevo reto que le ponía la vida: sobrevivir y seguir delante incluso con este intruso que cada día, según se puede leer en su relato, le dio una lección de vida.

El caso

Durante la presentación de la obra en el auditorio “Doctor Alberto Guevara Rojas”, el editor de los Cuadernos de Quirón, encargados de publicarla, doctor Mauricio Ortiz Robles, narró la historia, explicó a los presentes la forma en que Julio comenzó a sentir las primeras manifestaciones de aquel intruso que había entrado en su cuerpo y que ahora le consumía la vida. “Al principio es sólo un malestar en curso, un leve cansancio apenas distinguible del cansancio natural de todos los días, un simple no saber encontrarse en el mismo cuerpo de siempre. Hasta aquí, no hay problema de nada. Desde entonces, procedente de algún oscuro lugar del cuerpo, llega un dolor desconocido, una fiebre nocturna, una tos testaruda, una mancha en la piel, cualquier cosa, son muchísimas las formas en que una patología se manifiesta…” Esta breve narración da cuenta de los primeros síntomas... después, el diagnóstico indicó un cáncer primario de pulmón con metástasis al cerebro.

“Tras saber la noticia se dio cuenta de que no había tiempo que perder y tomó la decisión de depositar el 100 por ciento de confianza en el equipo médico que manejaba su caso. Supo comprender que la medicina contemporánea ofrece un catálogo considerable de posibilidades para hacer frente, una probabilidad razonable de éxito a la enfermedad que lo aquejaba”, narró Ortiz Robles. Poco a poco, señaló, “se multiplicaron los exámenes de laboratorio, comenzaron las radiaciones, la quimioterapia… comenzó la rehabilitación. Pasaron los meses, las semanas y los días, pero mientras la ciencia médica hacía lo suyo, ¿que podía hacer con su enfermedad el enfermo?, más allá de luchar fuerte y entregarse a una rigurosa disciplina, porque además de todo había un vació que solventar, había una desesperanza que ahuyentar…”

De esta forma, el editor dio cuenta a los asistentes que lo escuchábamos expectantes, de la forma en que Julio “... abrazó de nuevo la religión católica largamente olvidada y tal vez nunca antes asumida del todo, volvió la mirada a la familia que, como tantas veces ocurre, sin querer se había acostumbrado a dar por sentado, acudió a los amigos, que es en estas ocasiones cuando se prueban, y optó también, una vez superados los peores momentos corporales, por escribir un libro. Para todo esto le sirvió el cáncer”, sentenció.

“En algún momento, Julio se descubre un intruso en su propia vida. Eso era el cáncer, pero ese intruso es, tal vez, no en el sentido figurado, sino el hombre sano que lo recibió durante tantos años, un intruso al que había que correr de casa.”

Con el intruso, “... había desplazado el afecto de los amigos para realmente hacerse amigo él, al intruso había que asesinar para el bien. En algunos momentos, —dijo— Julio se descubre intruso.”

En conclusión, dijo: “Así como la quimioterapia y la radiación gamma terminaron por disolver los malignos tumores, el itinerario terminó por resolver el no menos maligno estigma que acompaña a la palabra cáncer. Este libro ahuyentó la desesperanza y refrendó las alas que Julio fue capaz de dar a su vida.” Además, lo felicitó por esta obra de gran valía, “y de una honestidad que es difícil encontrar en la literatura moderna”, y que da testimonio de lo que significa asumir con gallardía, la frágil condición humana: “Aquellos que padezcan o hayan padecido una enfermedad grave, sea cáncer o no, sin duda encontrarán en estas páginas un alivio. Todo aquel interesado en ahondar en el conocimiento de sí mismo y de sus semejantes, tendrá, de igual modo, una rica fuente de análisis y reflexión”, finalizó.

Un texto para los alumnos de medicina

Para conocer el punto de vista del alumno, así como sus inquietudes ante una obra tan reveladora e intensa, tocó el turno a la doctora Mónica Aburto, estudiante de la Facultad de Medicina, quien señaló que la obra le descubrió un punto de vista distinto: el del enfermo.

“Cuando estudiamos medicina lo primero que queremos hacer es atender pacientes que tienen enfermedades y ya, pero no es tan sencillo, porque aunque —como dice Julio— los médicos vemos a diario batallas contra el dolor y la enfermedad, creo que no sólo debemos verlas, sino también entenderlas”, afirmó.

El autor al momento de leer un fragmento de su obra

Señaló asimismo: “Dentro de mi educación médica, he aprendido que hay enfermedades agudas, crónicas, incapacitantes, de buen o mal pronóstico para la vida, pero en los libros no dice que hay enfermedades que provocan miedo por desconocer cuánto más durará tu vida, sentimientos que están presentes cuando tus hijos te necesiten, ansiedad y angustia porque tu aspecto físico ya no será el mismo, tristeza o indiferencia; tampoco mencionan que algunas enfermedades te hacen acreedor al consuelo espiritual que parecía no ser necesario, lograr el perdón y unión familiar que no tenías desde hace mucho tiempo.”

La alumna y también docente de embriología se preguntó, “¿De qué le sirve la enfermedad al médico?, si al paciente el cáncer le sirvió de algo… y le sirvió para comprender el papel del médico frente al paciente y la enfermedad, esa relación a veces es sensible y a la vez insensible.”

La obra enaltece la labor de los médicos a quienes llama “ángeles blancos que vienen y van por los pasillos… ante quienes deben tener mansa cooperación y sometimiento a la dictadura de las batas blancas”, pero también los analiza, cuando observa “la competencia sin cuartel que existe entre ellos”.

“El poder es una pasión que, en nosotros, los médicos, cuando ejercemos a plenitud, supera la caridad y la búsqueda del conocimiento que nos llevó a definir nuestra vocación”, reflexionó la doctora Aburto.

“El libro me sirvió para recordar algo que tenemos dentro de nosotros y que a veces se olvida por el cansancio, por la burocracia o por la competencia de poder. La enfermedad me enseñó a ser humana, a tener paciencia y compasión por las personas que tienen tanta confianza en nosotros.”

Alentó a sus compañeros presentes a no olvidar que lo primero es la salud y la vida de cada uno de los enfermos. “Ser médico no es atender pacientes con enfermedades. Ser médico implica responsabilidad profesional, entrega y compromiso con la salud de las personas que confían ciegamente en nosotros.”

Del autor señaló que “con optimismo, con esas ganas con las que se aferró a la vida, por el hecho de no aceptar la invitación del cáncer a dejarse ir con él, con médicos dedicados y, por supuesto, con la voluntad de Dios, fue posible que una segunda oportunidad le fuera otorgada y ganó una vida diferente sólo por el hecho de estar vivo”.
Finalmente señaló: “Los futuros médicos podemos ayudar a los enfermos a entender su enfermedad y a vencer la debilidad que los aqueja para salir adelante. Como dice Julio: ‘La vida se defiende con la vida, y nuestro deber es decidir si queremos hacerlo o no.”

Importante obra para la labor docente

El siguiente punto de vista expuesto fue el del médico psiquiatra Jesús del Bosque Garza, académico de esta Facultad, quien consideró a la obra un título que debe ser leído por todos los alumnos de medicina.

El libro, descrito como atrapante, de prosa ágil, amena y sencilla lectura, hace sentir, dijo, intensas emociones que van del miedo y la tristeza a la alegría y el humor. Además, “No sólo es el relato de alguien que padece cáncer y enfrenta las vicisitudes inherentes a sufrir esta enfermedad; en momentos se advierte una descripción técnica de la relación de un paciente con un médico o con muchos médicos, de la relación de una familia con la medicina y sus instituciones y de manera enternecedora, lo que vive, siente, piensa y hace una persona con esta enfermedad.”

Narró que el libro puede ser el análisis del enfermo, de su dolor, de los personajes, familiares, amigos, personal médico y paramédico, de la forma en que enfrentan los grandes problemas éticos y técnicos de la medicina.

Señaló también: “Surgen las preguntas: ¿Se debe decir al paciente la verdad? ¿Se debe pedir opinión al paciente sobre el padecimiento, los procedimientos o los tratamientos que se contempla utilizar? ¿Qué médico debe dirigir el tratamiento? ¿Qué debe hacer la familia ante los diferentes retos?”

Tras lanzar los cuestionamientos, explicó que a lo largo de cada capitulo “se dibujan magistralmente los sentimientos de quien sufre una enfermedad grave; por un lado, las necesidades afectivas, la búsqueda de apoyo, de fe, de esperanza, estás últimas tan pesadas, vagas e imprecisas, por las que transita una aflicción como la del autor, y por otro, el entusiasmo, la alegría, la actitud ante el triunfo sobre el enemigo, sobre el intruso”.

La obra, además, despierta un interés que va en aumento, tras cada página. Del Bosque Garza apuntó: “Surge el deseo íntimo de que el enfermo sane, de la aceptación de la debilidad que genera fortaleza, de ignorar deliberadamente las estadísticas para sostener el optimismo, de reconocer la ausencia de Dios y del recuento religioso, de la firmeza para que la enfermedad no limite al corazón, ni al gusto, ni a la mirada, ni al trabajo; de la confianza y la fe en los médicos.” Todo, dijo, hace una lectura ligera y francamente deliciosa.

Al terminar de leerlo, pensó que el libro debía ser recomendado al estudiante de la carrera de medicina, primero, cuando se estudia la relación médico-paciente; segundo, al abordar el tema de la familia y la salud, “temas que el autor describe con diáfana claridad”.

Finalmente, señaló que la obra “constituye un reconocimiento a los buenos médicos mexicanos, a la buena medicina mexicana, a los ángulos positivos de nuestro sistema de salud, pero también advierte las deficiencias que debemos atender, y corregir”.

El también profesor y miembro del Comité Académico de Posgrado de la Facultad de Medicina de la UNAM apuntó que queda patente “... una gran fuerza y especial energía manifestada por el autor, enriquecida por su esposa, sus tres hijos, y el resto de la sólida red de cariño, es decir, familiares y amigos quienes con palabras, conductas, y actitudes, nutren e inyectan vitalidad al enfermo. He leído las páginas del Itinerario del intruso... con intensa emoción, no salgo de ellas igual que como entré, algo ha cambiado en mí, algo ha nacido conmigo, gracias a Julio Derbez por no quedarse callado y compartir generosamente su palabra, su pensamiento, y sus emociones.”

Un libro muy humano

En su turno, el doctor José Narro señaló que es un libro muy intenso, que se disfruta y se sufre, y que además, debe ser parte de la bibliografía fundamental de la carrera de medicina cuando se habla a los alumnos de ética médica, de filosofía de la medicina, de la práctica médica, de la relación médico-paciente y de la comunicación del médico.

Señaló que también es un libro de amor del autor a su esposa, Claudia, a sus hijos, a su familia, y a sus amigos, pero sobre todo a la vida. “Es como un cuadro o una pintura, pero también es como muchas fotografías, es como una película llena de arte, de matices, de destellos, de luces, de cosas amables y de cosas duras y difíciles, de dolor, de ansiedad, de incertidumbre; a ratos, pocos, hasta de cierta desesperanza, pero sobre todo de un enorme entusiasmo, y de ganas de luchar.

“Su contenido es una historia humana en un libro sencillo, un pasado que, como eslabón, se articula hacía el futuro en la esperanza… en algunos momentos parece el diario de un general que relata toda una lucha. Tiene profundas reflexiones de la esencia humana, y es inteligente y sensible.”

El tema, dijo, nos plantea “... este asunto del antes y el después, de cómo todo, en un instante, puede transformarse y cambiar; de cómo hoy estamos y mañana podemos no estar; de cómo hoy podemos ser sanos y en unos segundos dejar de serlo; de cómo las cosas cambian con gran brusquedad, y cómo tenemos que adaptarnos y tenemos que conseguir un nuevo equilibrio frente a esa nueva realidad. Un antes, antes de la expresión del intruso, y uno después de que éste inicia su itinerario”, afirmó.

Igualmente señaló que habla de la medicina, de sus grandezas, de sus complejidades, y también de sus limitaciones; del papel de los médicos, de su conducta, de su personalidad, de sus intereses, convicciones y actitudes; de entrega, sacrificios, logros y vocaciones, pero también de los defectos, de la competencia, del egoísmo.

Del autor comentó que es un individuo con una gran entereza, una gran disciplina, que se entrega fácilmente en las cosas que hace, en las que cree. Es ejemplo de consistencia en su pensar y hacer, extraordinariamente congruente y de una gran calidad humana.

Aseveró también que no es una obra más dentro de la literatura mexicana, debe ser leído por los estudiantes de medicina “... porque se aprende mucho de nuestra profesión, de nuestro quehacer, de nuestros pacientes, de lo que son, de lo que sienten, de lo que deberíamos hacer junto con ellos y de lo que no deberíamos hacer a favor de ellos. Es un libro de enseñanza, para médicos, estudiantes y cualquier trabajador del área de la salud.”

Tres consejos a los estudiantes de medicina

Finalmente tocó el turno al licenciado Julio Derbez, quien señaló que el futuro no existe y que el ayer allá quedo.

Ante grandes personalidades como los doctores Fernando Serrano Migallón, director de la Facultad de Derecho, Jaime Martuscelli, coordinador de asesores de la Rectoría de la UNAM, Manuel Mondragón, secretario de Salud del gobierno del Distrito Federal, y el arquitecto Felipe Leal, coordinador de Proyectos Especiales, afirmó que ser estudiante es sinónimo de ser joven y que, por lo general “... quiere decir una mente despierta, ávida, curiosa, llena de angustia, presa de apetitos varios y donde habitan muchos miedos, conviven la ilusión del futuro y el pavor ante el porvenir; falso que los jóvenes sólo sean gozo y hallazgo, falso también que no los paralicen la angustia y los temores”, y ser maestro es ser cocinero que ayudará a que el sabor sea más potente y llene todos los sentidos.

“Ser estudiante es obtener un vocabulario, una ética, una visión del mundo; aprender a relacionarse, a competir, a colaborar, y a aprender. Hagan lo que hagan, docencia, industria médica (pública o privada), en sus distintos niveles y posibilidades, la administración de hospitales o laboratorios, la investigación, la clínica, lo que sea, desembocará en el paciente, en su cuerpo y en su mente. No hay medicina más poderosa que la confianza y que el enfermo pueda tener la certeza de su curación.”
El economista, fundador y director general de la revista Vértigo, señaló a los futuros galenos que tienen un gran poder, que el estetoscopio y la bata blanca proveen autoridad y a los enfermos sólo les queda obedecer.

Afectado de un cáncer primario de pulmón con metástasis al cerebro, Julio Derbez echa mano de una imagen inquietante, el intruso, para dar cuenta ante sí mismo de la devastadora patología que le quiere arrebatar la vida. Un intruso de mil caras, mutante, huidizo…

Como paciente y autor, les deseó: 1) que aprendan a tratar al paciente sin frialdad, 2) que encuentren en su ejercicio profesional la paz de sus conciencias, y 3) que su ciencia sea el instrumento para expandir el corazón de sus pacientes, “... que, gracias a ustedes, futuros médicos, la enfermedad les sirva para amar más a Dios, a la vida, a sus parejas, a sus familias, a sus amigos, a su trabajo.”

El libro forma parte de una colección de un nuevo proyecto literario llamado Cuadernos de Quirón, que pretende el diálogo entre los médicos y pacientes en un encuentro fuera de los hospitales. Ya han sido presentados dos libros de la colección: Migraña en racimos, de Francisco Hinojosa, y La fábrica del cuerpo, de Francisco González Crussí.