Gaceta
Facultad de Medicina UNAM
10 de febrero 2004


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SERIE NUESTROS DIRECTORES
Dr. Rafael Caraza y Espino:
Director de la Facultad de Medicina 1912-1913

A raíz de la renuncia del doctor Fernando Zarrága a la Dirección del Escuela de Medicina, correspondió ocupar el digno lugar al doctor Rafael Caraza y Espino.
Este distinguido hombre, que había nacido en 1855, en la ciudad de Izúcar de Matamoros, Puebla, y que se había graduado en 1877, gozaba de sólida reputación entre los miembros del claustro de profesores de la Escuela de Medicina. El reconocimiento profesional lo había logrado gracias a su gran calidad humana, pero particularmente a su saber como médico cirujano, ya que aprendió el difícil arte bajo la tutela del famoso Francisco Montes de Oca, de quien fue un destacado alumno. Hacia 1878 comenzó a desempeñarse como médico mayor del Ejército, y posteriormente fue profesor de otorrinolaringología en el Hospital Militar. Su carrera como médico militar fue en continuo ascenso, y ya hacia abril de 1909, justo cuando se desempeñaba como jefe del Cuerpo Médico Militar, fue ascendido a general brigadier como recompensa a sus servicios.
Entre sus actividades debe mencionarse que también fue director de los hospitales de Izúcar de Matamoros y de Guadalajara, y en la Escuela de Medicina de México fue profesor de clínica quirúrgica. Preocupado por acrecentar el saber médico de su tiempo impulsó uno de los proyectos más fructíferos de divulgación de la medicina en el México de finales del siglo XIX y principios del XX, al participar como redactor de la revista fundada por el doctor Adrián de Garay, La Escuela de Medicina, donde, entre otros artículos de su especialidad, publicó: “La ducha de Weber como medio de desinfección de las fosas nasales”.
El 27 de abril de 1912 el doctor Caraza y Espino ocupó la Dirección de la Escuela. El periodo durante el cual estaría al frente de la añeja institución sería sólo de diez meses, ya que el 1º de febrero de 1913 hubo de renunciar al cargo, en días en que la difícil situación política que existía en la capital del país hacía evidente el nulo apoyo del Ejército al gobierno electo de Francisco I. Madero, quien en los días siguientes sería asesinado como consecuencia del cuartelazo perpetrado por Victoriano Huerta.
Durante el tiempo que Rafael Caraza estuvo al frente de la Escuela de Medicina, la institución mantuvo su prestigio; sin embargo, las difíciles condiciones políticas, que se tradujeron en dificultades económicas, poco permitieron hacer para cumplir a cabalidad con los compromisos adquiridos con los estudiantes y la población del país. Debe mencionarse, incluso, que las mulas utilizadas para el trasporte de los cadáveres le fueron confiscadas a la Escuela por el Ejército. Así las cosas, al recordar la historia de la Escuela de Medicina de este periodo, pero particularmente la actividad realizada por sus directores, el doctor Fernando Ocaranza sugiere: “Como debe comprenderse, una permanencia tan corta en un cargo directivo no daba tiempo para meditar en algún plan y menos aún para realizarlo”. A la par que en el norte del país los inconformes con el gobierno de Huerta se agrupaban alrededor de la figura del gobernador de Sonora y comenzaba a brillar la estrella militar de Álvaro Obregón, en la capital de la República, en la Escuela de Medicina, se iniciaba uno de los más difíciles periodos en la enseñanza de la medicina en México.
En este contexto el doctor Rafael Caraza sólo se limitó a hacer cumplir, en la medida de sus posibilidades, los acuerdos efectuados con las autoridades, que entre otros permitieron que los profesores de clínica que asistían al Hospital General tuvieran el cargo de jefes de servicio de los pabellones donde asistían los alumnos de la Escuela de Medicina. Asimismo, en esta Escuela, conforme al plan de estudios, se continuaron impartiendo las materias correspondientes a los seis años de la carrera; destacaron en particular los cursos novedosos de psiquiatría y deontología médica.
Poco tiempo después de abandonar el cargo de director, el doctor Rafael Caraza y Espino murió en la ciudad de México, en 1914.

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