Gaceta
Facultad de Medicina UNAM
25 de enero 2004


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NUESTROS DIRECTORES
José Ramón Icaza
Director de la Facultad de Medicina 1909-1911

Dr. José Sanfilippo B
Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina

José Ramón Icaza nació en la ciudad de México en la época en que la guerra entre México y los Estados Unidos alcanzó su punto más álgido. Poco sabemos de sus primeros años, mas probablemente éstos fueron difíciles, como la vida de la nación que no terminaba de constituirse. Durante su juventud, para salir adelante tuvo que trabajar, e incluso se cuenta como anécdota que en la Escuela de Medicina hubo de laborar como ayudante de anatomía topográfica para poder estudiar la carrera. Esta circunstancia fue muy bien aprovechada por el afortunado futuro médico, que en octubre de 1872 era ya profesor de anatomía y adjunto de medicina operatoria. Al año siguiente se graduó en la Escuela, y muy pronto se reveló como un destacado cirujano; alcanzó fama y honores entre los miembros de la comunidad de médicos de la capital de la República.

En la Escuela de Medicina
Su carácter y su talento lo convirtieron en un maestro admirado por sus alumnos y por sus compañeros de profesión que encontraron en él a un compañero a toda prueba. Como profesor de la Escuela de Medicina tuvo una larga carrera. Ya se ha señalado que ésta comenzó en 1872. Durante el largo periodo en que se desempeñó como profesor y que concluyó en 1926, fue titular de varias cátedras, entre las que podemos mencionar medicina operatoria y anatomía descriptiva y topográfica. Durante los años de 1887 a 1909 fue profesor de higiene y clínica médica, y de clínica quirúrgica de 1883 a 1903. Como profesor de medicina operatoria tuvo a su cargo la cátedra en varias salas de los diversos hospitales en que se impartía.
Su buen trato y cordial amistad fueron características que siempre mantuvo vivas y que revelaban una buena educación e integridad a toda prueba. Esto le permitió disfrutar la compañía que varios de sus compañeros de ruta académica le dispensaron, como fue el caso de la fructífera amistad que sostuvo con los doctores José María Bandera y Manuel Domínguez, ilustres médicos y amigos queridos del doctor Icaza.

Un punto de vista sobre los exámenes profesionales
Como miembro del Claustro de Profesores de la Escuela de Medicina, el doctor Icaza siempre destacó y su participación en los asuntos académicos de la Escuela se dirigió a colocar a la institución en el lugar más alto. Por ello, pocos días antes de asumir la Dirección del plantel participó en la elaboración de un documento que varios de los más antiguos profesores, entre los que sobresalían los doctores Ulises Valdez, Domingo Orvallanos, Daniel Vergara Lope y Aureliano Urrutia, suscribieron y enviaron a las autoridades para expresar sus puntos de vista sobre las deficiencias de los llamados “reconocimientos” que expedía en la época el Ministerio de Instrucción Pública en sustitución del examen profesional.
José Ramón Icaza, junto con sus compañeros, reflexionaba que era necesario, “como medida urgente, para remediar males graves, el restablecimiento de los exámenes profesionales”. Argumentaba que el antiguo examen profesional, defectuoso como era, dejaba, sin embargo, al que pasaba por él capaz de ejercer la medicina. Los profesores insistían en que el examen alertaba para atender a los primeros enfermos que se presentaban, gracias al repaso que se hacía para refrescar todo lo aprendido. Obligaba al estudiante a hacer la síntesis de su carrera. Lo comprometía a presentar un trabajo personal impreso, lo que le daba un estímulo de primer orden, una ocasión sin igual de sobresalir. Le ofrecía también, con el repaso y la tesis, ocasión de acentuar sus gustos y decidirse por una especialidad que cultivar. Constituía, en fin, para el estudiante, una última batalla que librar para conquistar su galardón supremo, y venía a ser una etapa de su carrera científica. Los profesores firmantes concluían que todo eso se había perdido sin haber sido remplazado... Urgía restituir al acto de adquirir el título su seriedad, su nobleza, su trascendencia, mediante la solemnidad del examen final, cuya forma antigua podría modificarse ventajosamente.
Fruto de estas sugerencias, posteriormente, conforme al decreto del 28 de abril de 1910, el presidente Porfirio Díaz modificó la entrega de los reconocimientos y restituyó la aplicación de los “exámenes” en las aulas de la Escuela.

En la Academia Nacional de Medicina
El doctor Icaza destacó en los cuerpos colegiados formados por los médicos para proponer, discutir y reflexionar sobre el desarrollo de la medicina; por ello, desde muy joven fue miembro de la Academia Nacional de Medicina, organismo al que ingresó el 15 de enero de 1873, recién adquirido su título. Posteriormente, el 7 de febrero de 1900, ocupó el sillón correspondiente de la sección de Anatomía Normal y Patológica. Debe mencionarse que en 1898 fue secretario de la Academia Nacional y después presidente de la institución en 1899. Cuando estuvo al frente de la corporación se examinaron diferentes cuestiones médicas, como las relativas a las fiebres remitentes que por la época se incrementaron entre los habitantes de la mesa central del país.
Entre los concursos organizados por la Academia a él correspondió entregar el premio que obtuvo el trabajo de los doctores Montes de Oca y Leal “por sus cuadros estadísticos sobre la mortalidad de la capital de México en los años de 1898 a 1899, ocasionadas por afecciones gastrointestinales”.
El trabajo realizado durante esta época fue laborioso y se encuentra resumido en la Memoria que al efecto presentó ante los miembros de la corporación el 1º de octubre de 1899, fecha en que abandonó el cargo, que retomó el doctor José Terrés.
Con humildad, frente a sus compañeros de la Academia, manifestó: “... antes de descender al lugar que me corresponde debo expresar una vez más, señores académicos, mi incesante y profunda gratitud por las muchas e inmerecidas consideraciones que conmigo habéis tenido, y felicitar a la corporación, porque el año que hoy comienza va a estar dirigida por un médico digno, trabajador y de vastos conocimientos, como lo es el señor don José Terrés, a quien con justicia elegisteis hace un año como vicepresidente, y por haber cumplido con las prescripciones reglamentarias, me proporciona la satisfacción de declarar que es presidente de la Academia Nacional de Medicina.” La añeja institución médica en 1908 fue de nuevo conducida por el destacado médico, quien por otra parte, hacia finales de 1909, alcanzó la máxima distinción de su vida profesional.

Director de la Escuela de Medicina
José Ramón Icaza ocupó la Dirección de la Escuela de Medicina el 14 de diciembre de 1909 y concluyó su gestión al frente de la misma el 9 de mayo de 1911. Ya antes, con motivo de la comisión que le asignó el gobierno al doctor Eduardo Liceaga para representar a México en la Cuarta Convención Internacional que iba a celebrarse en Costa Rica, el doctor Icaza fue nombrado director interino de la Escuela de Medicina, “durante la comisión que le fue confiada al señor Liceaga”. El reto emprendido por él fue grande, ya que ser el sucesor del célebre médico que con su solo nombre llena una de las páginas más memorables de la historia de la medicina mexicana, era suficiente para que un espíritu menos fuerte se ensombreciera ante la figura del insigne antecesor.
Sin embargo, el doctor Icaza cumplió con éxito la encomienda, ya que durante los años en que estuvo al frente de la Escuela, el número de alumnos inscritos no disminuyó y la cifra, que rondaba los 380 alumnos, se mantuvo. Las estadísticas del año del Centenario de la Independencia indican que en la Escuela de Medicina se graduaban cada año aproximadamente alrededor de 50 alumnos. Por ejemplo, en 1910, el doctor Icaza informó a los profesores que en ese año se habían recibido 50 médicos, siete especialistas y ocho parteras.

Especialidades médicas y fomento de la enseñanza
Como su antecesor, continuó apoyando el desarrollo de las especialidades de psiquiatría, dermatología, oftalmología, ginecología, clínica médica de pediatría, anatomía patológica y bacteriología. Durante ese periodo las relaciones establecidas entre la Escuela de Medicina y diversas instituciones, como el Instituto Bacteriológico Nacional, el Patológico Nacional y los hospitales estaban firmemente establecidas y los alumnos de la Escuela visitaban las salas de estos sitios para tomar las clases que sus profesores les impartían. Esta relación entre la escuela y el hospital, esbozada durante el siglo XIX, estaba madura al llegar el siglo XX. El hecho ofreció innumerables ocasiones para que el director diera continuamente su apoyo a los alumnos que lo solicitaban debido a la carencia de recursos que tenían para pagar el tren que los llevaría, por ejemplo, al Hospital General. Éste fue el caso de las alumnas de Obstetricia, que pidieron su ayuda, “teniendo en cuenta lo retirado que queda dicho Hospital de la ciudad”.
Debe mencionarse que durante la gestión del doctor Icaza al frente de la Escuela, a pesar de que el presupuesto era del orden de mil 200 pesos anuales, el director siempre se preocupó por enriquecer el instrumental y los aparatos necesarios para la enseñanza de las diversas cátedras. Obstetricia, fisiología y las diversas clínicas fueron enriquecidas con “material docente que los respectivos profesores han solicitado a la Dirección”. Mención especial merece la dotación que logró para el Hospital Juárez con la asignación de un presupuesto extraordinario que le permitió adquirir magníficos instrumentos y equipos, y entre los cuales sobresalía el moderno gabinete de electricidad médica y los aparatos de proyección destinados a ilustrar la enseñanza de las cátedras impartidas en el Juárez.
La Biblioteca de la Escuela de Medicina mereció siempre su atención y apoyo, y se esforzó por dotarla con los libros adecuados, lo que permitió que en la época en que el doctor José Ramón Icaza era el director, dicha Biblioteca contara con 6 mil 851 libros y 2 mil 271 tesis para el servicio de los alumnos.

Los estudiantes de medicina
Frente a los alumnos insistió en la comprensión del significado de la carrera de medicina y el cabal aprovechamiento de la oportunidad de estudiar, ya que decía: “El Estado que os brinda su educación no os pide más que buena voluntad y disciplina para aprovechar los beneficios de una educación que sólo se hace gratuita en este país.” La exhortación del doctor Icaza tenía la finalidad de hacer manifiesto entre los alumnos el noble propósito de la Escuela de Medicina, con el fin de contribuir a que ésta llegara “a la altura que le corresponde, en el grado de civilización que hemos alcanzado, y que dé como contingente un personal de médicos instruidos, intachables por su honorabilidad, amantes de la verdad y dignos de la sociedad que les confía su más caros intereses: su salud y su vida”. Su compromiso con la enseñanza médica fue el motivo que le impulsó a formar un Código Deontológico que sirvió como texto de consulta por varias generaciones en lo referente a asuntos de ética médica, un tema considerado, hoy, moderno.
Finalmente, el 28 de noviembre de 1926, José Ramón Icaza murió en la ciudad de México. La Academia Nacional de Medicina rindió un homenaje al destacado médico, señalando los meritos de tan distinguido miembro que con su trabajo contribuyó al desarrollo de la medicina. El elogio leído por el presidente de la corporación sintetiza la valía de un hombre que supo hacer honor a su profesión, por ello se afirmó: “La Academia viste de luto por la muerte de uno de sus egregios miembros, el socio honorario doctor José Ramón Icaza, quien pagó tributo a su naturaleza el 28 de noviembre del año actual. El respetado y distinguido caballero ingresó en la corporación el 15 de enero de 1873; fungió como presidente de 1899 a 1900, y en la sesión del 15 de octubre de 1919, después de 46 años de labores académicas, fue nombrado, por unanimidad, socio honorario. Icaza fue caballero intachable, docto maestro de nuestra Facultad y profesionalmente muy estimado. La Academia lamenta la desaparición de uno de sus más conspicuos miembros.”

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