SESIÓN DE LA ANM Pedro López, médico y filántropo La Academia Nacional de Medicina y el Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina de la Facultad de Medicina organizaron, de forma conjunta, el simposio “Pedro López, médico y filántropo”, en el marco de la conmemoración de los cuatro siglos de la llegada de los juaninos al Hospital de la Señora de los Desamparados. En el evento, realizado el pasado 11 de agosto en el auditorio que lleva el nombre del médico del simposio, en el Museo “Franz Mayer”, participaron expertos en el tema, entre ellos los doctores Carlos Viesca Treviño, jefe del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, José Sanfilippo, Martha Eugenia Rodríguez y Gabino Sánchez Rosales, así como los historiadores Josefina Muriel, José Abel Ramos, Luis Martínez Ferrer, Héctor Rivero Borrell y Andrés Aranda. Una de las conferencias más importantes fue la del doctor Viesca Treviño, quien habló sobre “Pedro López y la medicina de su tiempo”. Aclaró que existen muy pocos datos de qué recetaba Pedro López durante su práctica médica y se tienen que hacer una serie de deducciones para saber lo que estaba alrededor de él, formarnos la imagen de un médico español que se volvió novohispano en la segunda mitad del siglo XVI y que tuvo una acción muy distinguida en el terreno de la medicina. Al dar un panorama general de la época, el médico historiador explicó que Pedro López vivió los últimos días del gobierno de don Antonio de Mendoza. Éste —como bien se sabe— sufrió un ataque de apoplejía y se pensó que iba a morir a fines de 1549. Había quedado paralizado de medio cuerpo y sin habla, los médicos lo habían desahuciado (no se conocen los nombres de los galenos españoles que pretendieron curarlo), y acudió a dos curanderos indios. Con unos supositorios preparados con yerbas provenientes de Cuernavaca, volvió a caminar y se fue como virrey a Perú. Estuvo allá casi tres años antes de que sufriera un segundo accidente vascular cerebral y se murió. Después de que le salvaron la vida extendió cédulas profesionales a los curanderos indígenas para ejercer la medicina, indicó Viesca Treviño. Eran los tiempos de mayor expansión del imperio español. En 1550 Pedro López vivía en Puebla y recibió un solar por el Ayuntamiento de la ciudad, pero en 1553 se estableció en la ciudad de México, cerca de la iglesia de la Santísima Trinidad. Viesca Treviño señaló que la medicina que ejerció Pedro López tuvo rasgos propios que fueron adquiriendo identidad con base en la experiencia. En el México de aquella época se tenía una medicina empírica indígena, pero también había médicos españoles que llegaban y se enfrentaban a serios problemas. Indicó que Pedro López tomó la costumbre de que debían suministrarse atoles a todos los enfermos de sus hospitales, «les va mejor». Se deduce que Pedro López recetaba atoles a muchos de sus pacientes, o por lo menos a algunos, igual que lo hacía Bernardino Álvarez, lo que indica no la práctica exclusiva de un médico o aprendiz de médico español, sino una situación general que se fue dando por lo menos en la capital de la Nueva España. El también profesor de historia de la medicina señaló que por el año de 1550 se presentó una crisis de fármacos porque los médicos españoles que habían llegado a México y a otras regiones del continente americano recetaban medicamentos de origen español, y los pacientes hispanos —alrededor de cinco o seis mil— les pedían medicinas del país ibérico. Una primera preocupación de los boticarios era conseguirlos —de preferencia— y eran muy caros. Comentó que esto obligó a buscar medicamentos mexicanos que pudieran utilizarse de la misma manera que los españoles. De 1530 a 1570 hubo un gran movimiento de identificación de sustancias derivadas de plantas y cada vez estaban decreciendo las de origen animal que usaba mucho la cultura indígena y que servían tanto como los medicamentos hechos en España. En términos de fármacos animales, uno que se mantuvo a lo largo de toda la Colonia y llegó hasta el siglo XIX fue la alectoria, piedrita que se encuentra en el buche de los gallos, las gallinas y los guajolotes. Se convirtió en un medicamento maravilloso porque estaba descrito por los autores clásicos. Explicó que los autores españoles renacentistas buscaban piedras bezoares, que se formaba en el estómago de la cabra del Himalaya, siempre y cuando ésta fuera vieja, había que matarla y sacarle la piedra del estómago. Además, en vacas y toros viejos se podían encontrar bezoares e incluso en los guajolotes, “era un medicamento muy caro porque —según la creencia— era un antídoto contra todo veneno”, destacó el profesor universitario. Después se encontraron bezoares en los bisontes debido a la expansión territorial, y éstos tomaron un lugar muy particular. En México los médicos recetaban bezoares y en las boticas vendían esas piedras. En el caso de las hierbas se utilizó el ajenjo, planta originaria de la cuenca oriental del mar Mediterráneo, de los oasis de Libia y de Siria, y de allí se extendió a otras partes. Era una medicina que tenía varios usos, el más común era un poco de ella diluido en alcohol, que funcionaba como buen digestivo y la gente se sentía bien. Sin embargo, consumido en cantidades importantes era un veneno mortífero, “es una bebida terriblemente tóxica para el sistema nervioso central, y si se suministra en grandes dosis es mortal, pero era muy preciado como digestivo, como antiveneno y como veneno”, afirmó. En el siglo XVI realizar purgas era la teoría sobresaliente que dominaba la práctica médica para eliminar las malas sustancias del cuerpo y sacar los malos humores. Esto tenía que ver con la teoría de Hipócrates y de Galeno, y empezó a tener un papel central. Entre los purgantes de la época destacaba la zarzaparrilla y apareció una cantidad de purgantes para el vómito, la diarrea y la sudación. El doctor Viesca Treviño mencionó que en los hospitales de Pedro López, sobre todo en el de Los Desamparados, se recibían los pacientes más marginados de la capital, algunos de ellos con llagas crónicas, donde comenzaron a ponerse cicatrizantes. “Tener llagas significaba que un aire (que olía horrible) se metía a un lugar del cuerpo, se quedaba allí y era lo que provocaba que la carne se descompusiera alrededor”, expresó. Finalmente, aclaró que Pedro López no operaba, el no era cirujano, y aunque en España los médicos sí tenían el quehacer quirúrgico, no sabemos que él médico español se metiera en términos de operaciones, posiblemente sí en términos de curaciones, pero “participó en la Real y Pontificia Universidad de México, primero pidiendo que se incorporara a sus grados y después hizo el primer examen para doctor en medicina, el 3 de septiembre de 1553, fue el primero. A partir de ese día, Pedro López no faltó a los claustros universitarios, hasta fines de 1570.” |