Gaceta Facultad de Medicina UNAM
10 agosto 2006
Facultad de Medicina UNAM

In memoriam

Doctor Ramón de la Fuente Muñiz

La medicina mexicana y muy particularmente la Facultad de Medicina de nuestra Universidad Nacional Autónoma de México, visten luto por el fallecimiento, el pasado 31 de marzo de uno de los más distinguidos y destacados miembros de su comunidad académica y profesional: el doctor Ramón de la Fuente Muñiz. A él, con admiración, cariño y emoción, se dedica este homenaje.

Ramón de la Fuente fue hombre cabal y, como tal, médico de una pieza. Tenía arraigada la vocación de servir, de dar alivio a sus enfermos y, en una toma de conciencia social, de contribuir con su conocimiento y su entusiasmo a lograr acciones y desarrollar instituciones destinadas a mejorar la salud mental del pueblo de México. La suya es una historia de vocación vivida con anhelo y de constancia en la prosecución de las metas fijadas y renovadas continuamente. La suya fue una vida plena de facetas diversas y variadas que se entretejieron en una rica experiencia profesional e intelectual. Esa vocación, que impone la obligación de acudir a un llamado, le condujo a las aulas de la entonces Escuela Nacional de Medicina a la que ingresó en 1939, concluyendo sus estudios en 1944.

De acuerdo con lo que en la modernidad se ha llamado inclinación natural y en tiempos pasados se comprendía como el prestar oídos y seguir a un impulso interior, decidió de inmediato empeñarse en el arduo camino de la superación profesional. Por ello partió hacia los Estados Unidos de América con el fin de especializarse en psiquiatría, lo cual llevó a cabo a lo largo de tres años en el Hospital Clarkson, cuyos cursos estaban avalados por la Universidad de Nebraska, siguiendo cursos en las universidades de Columbia y Nueva York. A su regreso a México en 1948, se hizo cargo del naciente servicio de psiquiatría del Hospital Infantil de México. Allí desarrolló una faceta poco conocida de su actividad como psiquiatra, formador de profesionistas y organizador, ya que estructuró un servicio, el primero de psiquiatría infantil en el país, en el cual convergían bajo su guía los esfuerzos de psiquiatras, psicólogos y trabajadores sociales. Este esquema no había sido empleado con anterioridad; era complementado con cursos y conferencias acerca de psicopatología infantil dirigidos a pediatras, a los residentes de las diversas especialidades que se impartían en el hospital, a enfermeras, trabajadores sociales y técnicos. Esta tarea se redondeaba con pláticas de higiene mental destinadas a los padres de los niños enfermos. Este modelo estructural e integrativo sería más tarde la base de múltiples acciones llevadas a cabo en la Dirección de Salud Mental de la SSa y, en particular, para la configuración de los nuevos servicios y hospitales psiquiátricos.

Ser médico es un ideal que siempre obliga a ir más allá, yeso es lo que siempre hizo Ramón de la Fuente con la medicina: acosarla, llevarla siempre más allá del sitio alcanzado, interrogarla para ampliar el campo ya conocido. Ya sir William Osler señalaba hace un siglo el gran riesgo que implica el estudio apasionado de la medicina para quien lo emprende: “Como arte que es —decía— la medicina es una amante exigente, y en la búsqueda de una de sus ramas científicas y a veces, también en la práctica, puede no dejar libre ninguna porción del espíritu del hombre para otras distracciones...”1 Por supuesto, la medicina exige, es absorbente y el ser médico, un buen médico, un verdadero médico, implica muchas cosas en la vida, por ejemplo, no dejarse absorber por ella sin luchar por alcanzar una dimensión humana que, emergiendo, sí, de la medicina, la incorpore a un proyecto de vida que implica otras realidades. El mismo Osler hacía notar, parafraseando a Platón, que en el médico en particular concurrían más que en ningún otro profesionista, las circunstancias para buscar la perfección ideal mediante una educación y un cultivo de la virtud.

La areté del médico no le permite ser solamente médico, le obliga a universalizarse.

El médico que era Ramón de la Fuente se expandió al aunarse con el psiquiatra. El interés por los problemas y las enfermedades de la mente y, atrás de ellos, la pasión por el funcionamiento de la mente misma, no eran de extrañar dentro de una inteligencia que concatenaba impulsos e intereses y exigía ir adelante, abrir espacios. La preparación en psiquiatría seguida en los Estados Unidos, dio al doctor De la Fuente la perspectiva de la naciente psiquiatría que hermanaba los novedosos tratamientos biológicos con la antigua hidroterapia, de la que más de una vez confesó que no sabía cómo, pero lograba mejorías espectaculares; pensaba en términos de neuropsiquiatría, daba su lugar a las ideas psicoanalíticas y a lo que luego se constituyó como psiquiatría social.

Por otra parte, su cercanía con Samuel Ramírez Moreno y su labor en el sanatorio que llevaba el nombre de éste y del que De la Fuente sería más tarde director, le proporcionaron una gran familiaridad con la clínica psiquiátrica francesa y alemana y con el significado último de la atención asilar, que se iba tomando paulatinamente en asistencial y cobraría la dimensión de plenamente hospitalaria con el descubrimiento de los primeros fármacos con acciones precisas sobre la mente. Simultáneamente el doctor De la Fuente se aplicó al estudio del psicoanálisis, tomando de Erich Fromm, su mentor en este aspecto del conocimiento y la práctica psiquiátrica, los conceptos de las formaciones psicodinámicas y la posibilidad de explicar hechos antes no explicados, así como la esencia de un humanismo que hizo propio, aunque nunca olvidó que en medicina, y más aún en psiquiatría, la realidad de la clínica es el constante punto de referencia.

La vocación del médico psiquiatra se manifestó con creces a lo largo de años de práctica profesional. Ante todo en la atención de los enfermos. La vida de Ramón de la Fuente ha sido parte activa de la revolución que la psiquiatría ha experimentado en nuestro país durante las últimas cinco décadas, de manera que ha participado desde el auge del electrochoque hasta la experimentación clínica de los más modernos psicofármacos, en el surgimiento de la psiquiatría biológica de nuevo cuño y en la consolidación del saber psiquiátrico basado en las neurociencias de punta, en la biología molecular y la genética. Pero también tuvo la amplitud de miras necesaria para incluir a las ciencias sociales en el armamentario de la psiquiatría y para no discutir, sino estimular, el papel central que la reflexión filosófica, tanto en sus niveles epistemológicos como éticos, y la conciencia histórica tienen para la adecuada configuración de su identidad e imagen.

Sin embargo, su mente creativa no le permitía el reposo y despertaba en el médico psiquiatra la vocación de organizador. En efecto, desde tiempos muy tempranos de su práctica profesional correspondió al doctor De la Fuente estructurar servicios de psiquiatría en diferentes instituciones, el primero de ellos el del Hospital Infantil de México, al que me he referido. Esa fuerza organizativa se manifestó sobre todo en su obra con la que convirtió a la Sala 9 del Hospital Español, de un asilo más o menos cuidado en un pabellón psiquiátrico, prácticamente hospital dentro del hospital, dotado de una estructura moderna.

Como director de Salud Mental en la entonces Secretaría de Salubridad y Asistencia, cargo que desempeñó de 1977 a 1980, puso especial atención en combinar una atención psiquiátrica hospitalaria de alto nivel, dotada de todos los medios para la atención de pacientes con cuadros agudos, con la creación de servicios de psiquiatría en los hospitales generales y la de clínicas y servicios de salud mental en las áreas más populosas, tanto del Distrito Federal como de algunos estados; de la misma manera, fue establecido un servicio de enlace que permitió la atención psiquiátrica de los indigentes que vivían en los albergues manejados por el gobierno de la capital. En ellos se prestó particular atención al hecho de que la atención en consulta externa, al igual que sucedía en el interior de los hospitales psiquiátricos, tuviera el nivel de especialización requerido. Todo ello era derivado del concepto muy claro que el doctor De la Fuente tenía acerca de lo que debiera ser un psiquiatra. En tanto que muchos de sus colegas persistían en las prácticas de la vieja medicina asilar, para él la psiquiatría era una especialidad médica de vanguardia, de punta, en la cual el criterio de internamientos vitalicios para los enfermos mentales era algo obsoleto, cuando éstos no se encontraban en estados de deterioro que impidieran su posible reintegración a la sociedad.

Por esos mismos tiempos, ante el reto que representó el vertiginoso desarrollo del conocimiento relacionado con las enfermedades mentales, la vocación de creador y constructor se sumó a la de organizador para plasmarse en una institución: el Instituto Mexicano de Psiquiatría, que hoy lleva su nombre, y en el cual van de la mano la investigación más sofisticada con la atención esmerada de los pacientes y la disección más sutil a nivel biológico molecular con el estudio acucioso de su entorno social y cultural.

Tal vez el meollo de su actividad fue la enseñanza. Desde los primeros momentos de su vida profesional, en el doctor De la Fuente se manifestó el Maestro. La vocación de enseñar fue durante toda su vida un impulso de magnitudes extremas. Los escenarios de su actividad docente fueron tan variados como los sitios de su labor profesional: no bien iniciada su actividad profesional en México, allá por 1948, participó como docente en la carrera de Psicología, pero fue en la Facultad de Medicina de la UNAM, ante todo, en donde logró desarrollar sus principales y más fructíferos esfuerzos. Fue en ella en donde, hace cincuenta años, en 1956, impulsó al Iado de Alfonso Millán la creación del actual Departamento de Psiquiatría y Salud Mental, al cual encabezó por un cuarto de siglo, contribuyendo de manera definitiva a formar a millares de médicos mexicanos que pasaron por sus aulas, interiorizándolos en el concepto biopsicosocial de la enfermedad y en las diferencias esenciales que éste imprime a la práctica médica con respecto a otros modelos. En este Departamento logró establecer cursos de especialización y grado académico, incluyendo después los de maestría y doctorado en ciencias médicas; de ellos ha egresado una buena parte de los psiquiatras del país, quienes, a su vez, continúan formando a las nuevas generaciones.

En las áreas clínicas del Hospital Español, del hoy Instituto Nacional de Psiquiatría, el Maestro De la Fuente, como a muchos nos nace y agrada llamarle, logró definir el rumbo de la psiquiatría mexicana de manera que no se esclerose en el conocimiento y los logros alcanzados, sino se mantenga vigente para identificar problemas y buscar su solución; esto lo hizo enseñando, formando profesionistas, despertando vocaciones, estableciendo llamados y, sobre todo, predicando con el ejemplo.

Sus publicaciones fueron numerosas: más de ciento cincuenta artículos, fascículos temáticos y una docena de libros entre los cuales destaca Psicología Médica, con dos ediciones y veintidós reimpresiones a lo largo de más de cuarenta años. Recibió varios premios y reconocimientos. Entre los que fueron más preciados para él se cuentan el haber sido nombrado Profesor Emérito de la Facultad de Medicina y Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional Autónoma de México, así como de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, y el premio Universidad Nacional en Docencia en Ciencias Naturales. No menos importante fue la participación del doctor De la Fuente en nuestras grandes instituciones académicas de las que citaré solamente a El Colegio Nacional y la Academia Nacional de Medicina, de la cual fue presidente y socio honorario. A él se debe la creación de la Asociación Psiquiátrica Mexicana.

Entre estas múltiples vocaciones que se suman en la vida del Maestro Ramón de la Fuente quiero destacar una más: la vocación del humanismo y, con ella, la de la cultura entendida en su sentido más amplio. Hombre renacentista en sus miras, en su hábito de cruzar fronteras e incorporar saberes y sentires, es la suya una tendencia a lo universal en la que se unen la reflexión con la acción, la ensoñación con la objetividad del científico, el pensamiento filosófico con la realidad cotidiana de lo humano. Así, sumadas, las facetas de esta vocación que se unifica en su diversidad, la de la construcción del propio ser, se revelan como una lucha constante, interminable, por alcanzar metas que siempre se renuevan en las que el psiquiatra, el organizador, el maestro, el formador, el humanista se manifiestan incansablemente como un llamado a los demás, como una incitación a escuchar la voz del propio impulso interior para cultivar ese platónico ideal de perfección que hace una obra de arte de todo ser humano que se lo propone y que él logró llevar a buen puerto. Maestro Ramón de la Fuente Muñiz: sus alumnos, amigos, seguidores en su huella y en su ejemplo, le recordamos y le llevamos en nuestros corazones y en nuestras mentes.

Carlos Viesca T.
Departamento de Historia y Filosofia de la Medicina, Facultad de Medicina, UNAM

1 Osler, William, “The Master Word in Medicine”, en Aequanimitas, with other addresses to Medical Students, Nurses and Practitioners 01 Medicine,Philadelphia, P. Blakiston and Son & Co, 1928, pp. 363-388,
p. 383.