Gaceta Facultad de Medicina UNAM
10 agosto 2005
Facultad de Medicina UNAM

ALUMNOS DESTACADOS

La doctora Diana Gómez Martín, acreedora a la Medalla “Gabino Barreda” 2005

La grandeza está en pensar que siempre hay algo más que aprender.
Diana Gómez

Todos los jóvenes que estudien la licenciatura en la Facultad de Medicina deben sentirse cien por ciento orgullosos de poder estar en ella, de poder tener la opción de ser egresados de esta Facultad y aprovechar al máximo las opciones que ofrece, porque considero que es de las mejores”, aseveró Diana Gómez Martín, acreedora a la Medalla “Gabino Barreda” 2005, durante la entrevista que ofreció a este medio.

Diana Gómez

Oriunda de la ciudad de México, perteneciente a la generación 1998-2004 de la carrera de médico cirujano, Diana Gómez Martín, a pocos días de haber recibido la Medalla “Gabino Barreda”, platicó con la Gaceta sobre sus experiencias y opinión acerca de la carrera y la vida de galeno.

“Cuando salimos de aquí estamos preparados al cien por ciento para poder seguir aprendiendo, nunca debemos sentir que ya terminamos, porque en ese momento es donde nos hacemos chiquitos”, indicó.

Proveniente de una familia de padres universitarios e hijos educados en escuelas particulares, esto no le impidió elegir a la Facultad de Medicina como su primera opción para concluir sus estudios profesionales. Además, porque esta institución le ofreció no solamente más opciones, sino calidad y ahora frutos a su dedicación y trabajo.

“Al principio mi objetivo era estudiar la licenciatura en investigación biomédica básica o químico farmacobiólogo, pero al comentar con mi asesor durante el bachillerato, él me habló de la posibilidad y las ventajas de la medicina. Tiene un campo muy amplio tanto en la parte clínica como en la investigación básica y clínica. En ese momento decidí estudiar medicina y creo que fue una buena decisión, porque comprobé que sí fue mejor opción.” Acerca de esto, comentó que la idea surgió porque su madre es química egresada de la UNAM

Mencionó que durante el bachillerato siempre se inclinó por las materias básicas, principalmente la química y la biología, y en su escuela tenían muchas salidas de campo y buenas prácticas de laboratorio.

— ¿Qué te atraía de estas materias?
“Son conocimientos abstractos hasta cierto punto, pero hacer cálculos y desarrollar fórmulas, si te lo imaginas es muy constructivo, más cuando descubres que puedes construir con elementos sencillos un jabón o hasta una resina.”
Sobre por qué elegir la UNAM para estudiar, dijo que al tomar su decisión de carrera también visitó varias universidades, pero en especial aquí tuvo la oportunidad de entrar a una clase de bioquímica que le gustó mucho, a lo que agregó: “Ése fue el punto que me hizo decidir, además de que tiene mucho reconocimiento académico.”

— ¿Nunca dudaste de tu decisión aun cuando tenías que enfrentarte a los cadáveres y a la sangre?
“En el primer año empiezas con anatomía, a ver los cadáveres y a respetarlos, lo que es algo muy importante. Aun-que la verdad es que no te das cuenta de lo que es la práctica clínica hasta que no empiezas el internado, el resto de los años vives como en una burbuja en la que estás aprendiendo mucho de los libros y el paciente en un ambiente muy controlado. No te das cuenta de lo que es en realidad el sufrimiento que causa una enfermedad o la impotencia de no poder hacer nada más que confortar a tu paciente.”

Sobre la carrera comentó que el primer año le fue difícil, porque es un cambio de ambiente y conoció nuevas personas: “Yo nunca había estudiado en una escuela pública, hasta cierto punto era diferente, pero diferente para bien.”

Cabe mencionar que Diana cursó el primero y el segundo años en los grupos de Calidad Educativa NUCE, por lo que tuvo acceso a un laboratorio de investigación en la Escuela Médico Militar, con el doctor Jaime Berumen Campos, donde tuvo la oportunidad de trabajar en el desarrollo de vacunas contra el virus del papiloma humano en pacientes con cáncer cervicouterino. “Fueron mis primeros pasos en la investigación aplicada a la clínica y estuve ahí hasta iniciar el tercer año, porque me exigía mucho la carrera. Tuve que elegir entre la carrera y la investigación, y me incliné por la carrera y l parte clínica.”

Durante el segundo año, comentó que en él se continúa con la educación básica, pero ya integrada al ser humano. “Aquí tuve a la mejor maestra que he tenido en la Facultad, la doctora Marcela López Cabrera, quien ahora no sólo es mi maestra sino también mi amiga, y que me enseñó farmacología clínica de una forma que me ha servido para toda la carrera.”

En tercer año ingresó al Instituto Nacional de Ciencias Médica y Nutrición “Salvador Zubirán”, el cual considera la mejor plaza para hacer el tercer año. “En ningún otro hospital donde roté vi la dedicación tanto de los residentes como de los adscritos para enseñarte.

“El nivel implicaba mucha exigencia. Por las mañanas teníamos algunas actividades y clases; a cada uno se nos asignó un tutor, un residente de tercer año de medicina interna con el que por la tarde asistíamos a su consulta, a urgencias o a piso. Asimismo, rotamos en otros institutos de la zona. Es pesado, pero al mismo tiempo bonito, porque es la primera vez que tienes acercamiento con el paciente.

“Muchas personas piensan que Nutrición es un lugar sesgado por ser de tercer nivel, y evidentemente ves una concentración de cosas que no sueles ver en otros lugares, sobre todo enfermedades reumatológicas, como lupus, o padecimientos intestinales no muy comunes, se piensa que ves cosas raras y no lo común, pero la realidad es que ves de todo.”

Para el cuarto eligió el hospital de zona del IMSS “Gabriel Mancera” y comentó: “No había estado en hospitales del Seguro Social, pero aquí también tuve muy buenas rotaciones externas, como en el Hospital de la Mujer y en el Magdalena de las Salinas.

“El cuarto año fue muy diferente, pasé de la exigencia académica de Nutrición a algo muy relajado, porque ves otro tipo de subespecialidades: ginecología y pediatría. Debo confesar que no me gustan, pero son cosas que un médico debe saber.

“El internado me fue muy difícil, mi primera impresión fue regresar a Nutrición, porque me había gustado mucho, pero también me quedaba la duda de que no había estado en hospital de segundo nivel y regresar a Nutrición me iba a sesgar algo la carrera, por ello elegí el Hospital General “Manuel Gea González”, el cual tiene un muy buen programa de internado.

“Cuando entras es un cambio radical, pues es la primera vez que comienzas a ver cómo es la práctica clínica. Este hospital cuenta con una demanda muy grande y muchas carencias que hay que ir sorteando.

“El internado es difícil porque es la primera vez que sacrificas a cien por ciento tu vida personal, a tener guardias y comenzar a decir ahora no puedo ir aquí o allá, o simplemente no tengo guardia pero estoy tan cansada que de todos modos no puedo ir, o tengo que estudiar. Empiezas a sentirte responsable y que tu opinión tiene valor. Ves a tu paciente desde que se registra, lo llamas, lo interrogas, lo exploras y decides qué estudios pedirle, tanto de laboratorio como de gabinete, decides hasta cierto punto una impresión diagnóstica y una terapéutica; sin embargo, no estás sola, tienes supervisión general o por algún adscrito, y eso es muy bueno, porque te ayuda a perder el miedo al paciente. Es muy chistoso porque el paciente te tiene tanto miedo a ti como tú a él.”

— ¿Qué pasa en el servicio social?
“Fue un año que disfruté bastante, decidí realizarlo en investigación y me quedé con sede en la Unidad PET Ciclotrón, donde realicé mi proyecto de tesis que se llamó “Estudio de la viabilidad miocárdica. Un estudio por emisión de positrones”, pero justo ahí me fui inclinando a partes mucho más interesantes de la investigación clínica, sobre todo con temas que tenían que ver mucho con el estudio del dolor y algunos ensayos que hicimos sobre polimorfismo genético y metabolismo cerebral. También durante este año fue la primera vez que practiqué la docencia en el área de farmacología clínica. Eso me pareció muy bien y pude ser tutora del módulo de “Aprendizaje basado en problemas de los grupos NUCE” de segundo año y prepararme para el Examen Nacional de Residencias.”

Recordó que al terminar el servicio social se encontró nuevamente con la disyuntiva de dedicarse a la investigación o la práctica clínica, y estuvo a punto de entrar al doctorado en ciencias biomédicas, pero no fue así y decidió realizar una especialidad. “Aunque lamentablemente no te da un grado más sí implica mucho más trabajo y es la parte que te da la experiencia clínica. Finalmente decidí entrar a la residencia en medicina interna en el Instituto de Nutrición.”

— ¿Realizas consulta privada?
“No, como residente es parte del contrato que tenemos. Tengo consulta de mis pacientes en el Instituto. Cuando entramos a R-1 tenemos un día de consulta y un grupo de pacientes que vamos ingresando; en la R-2 los residentes de cuatro años dejan de ver pacientes y nos los heredan. Entonces tengo muchos pacientes pero sólo en Nutrición, de 14:30 a 19:30 horas, un promedio de 18 pacientes.”

Al hablar de otras cosas, dijo que su tiempo libre lo dedica de lleno a su familia, pues es la menor de cinco hijos. Asimismo, comentó que el ambiente en el Instituto de Nutrición es muy agradable y le permite convivir con sus compañeros, con quienes asiste al cine. En particular expresó que le gusta el cine comercial y el francés, aunque este último se exhibe en pocas salas. También gusta del ballet y de la ópera, actividades a las que asiste cada vez que puede.

— ¿Cómo te defines como persona?
“Me definiría como una persona que tiene claros sus objetivos y que siempre está dispuesta a hacer el máximo esfuerzo para lograr algo. Soy necia pero también consistente, trato de tener disciplina en lo que se puede y me gusta compartir mucho con mis amigos y familiares, pero también tener empatía con el paciente.”

Sobre lo que ha vivido, dijo sentirse satisfecha, y cuando piensa si hubiera estudiado investigación biomédica básica, sabe que todo sería diferente, pero que depende mucho de cada persona, a lo que agregó: “Siempre he pensado que estoy donde estoy porque es el lugar donde debo estar, si ya llegué a este punto, lo que prosigue es seguir adelante, y lo más seguro es que posteriormente me dedique a la investigación clínica aunque también me muero de ganas de regresar a la Facultad a practicar la docencia.”

A sus compañeros de primero y segundo les recomendó aprovechen al máximo sus primeros años porque si lo hacen, todo lo demás le parecerá más fácil, pues la verdad es que inclusive el Examen Nacional de Residencias contiene 40 por ciento de lo que se ve en estos años.

“Creo que tenemos una plantilla de profesores excelentes, no sólo en los grupos NUCE, sino en toda la carrera, siempre hagan lo que les hace felices y nunca pierdan el interés.”

Para concluir, mencionó que algo que también le ha dado la carrera son dos excelentes amigas con las que compartió casi todos los estudios y, por tanto, les agradeció su amistad, ellas son: Liliana Velasco y Gabriela del Valle.

“Estamos separadas porque evidentemente escogimos diferentes especialidades, pero tratamos de vernos una vez por lo menos cada dos meses o algo así.”

LA MEDALLA GABINO BARREDA

El 24 de noviembre de 1967 fue aprobado por el Consejo Universitario el Reglamento al Mérito Universitario, en el que se establecían los premios para los universitarios destacados; este Reglamento incluía el otorgamiento, para distinguir a los mejores estudiantes, la medalla de plata “Gabino Barreda”.

La presea consiste en una medalla de plata circular de 4 centímetros de diámetro, suspendida de un listón con los colores azul marino y amarillo, con un broche transversal tricolor, en una cara tiene grabado el escudo de la Universidad y en la otra la efigie y el nombre de Gabino Barreda así como la inscripción “Al Mérito Universitario”.

En los últimos 10 años, de 9,935 alumnos que ingresaron a la Facultad, sólo 39 han recibido este galardón.