Academia Nacional de Medicina In memoriam del doctor Miguel Tanimoto Weki, académico numerario y presidente de esta honorable corporación al momento de su muerte Dr. Norberto Treviño García Manzo** En memoriam significa “en recuerdo”, todos lo sabemos. En recuerdo de quienes han fallecido. Desde luego esta noche eso ocurrirá, pero además deseo que la remembranza sea trascendida y mis palabras se conviertan en homenaje. Una especial deferencia para alguien que respeté y admiré mucho. Tengan la bondad de acompañarme. Aprendemos a vivir, viviendo. La frase parece verdad de Perogrullo, pero tiene su sentido al agregar que no sólo es preciso vivir, sino, y es lo más importante, debemos saber cómo vivir. Vivir para beneficio de uno no es suficiente, hay que vivir para los demás. Por otro lado, Juan Jacobo Rousseau definió la sabiduría de una manera sencilla pero contundente: para él consistía en la unificación de toda la humanidad a partir del hombre, pero del hombre actuante, del ser humano desbordado hacia sus semejantes. En esta ocasión creo importante subrayar la diferencia entre sabiduría, definida antes, y bondad. Esta última es la inclinación que algunos individuos tienen para hacer el bien; también significa la blandura y apacibilidad que identifican a una persona. Miguel Tanimoto Weki era un hombre desbordado hacia sus semejantes para hacerles el bien y nunca fue, así nomás, blando o apacible. Risueño, sí, pero no confundir. Era un sabio roussoniano con carácter y buen humor. Yo pude constatarlo en numerosas ocasiones, y hoy que tengo esta penosa encomienda debo subrayar que desde joven fue un hombre esparcido entre quienes lo rodeaban, que poseía una bondad inteligente, que le dijo siempre cómo tomar buenas decisiones, que es lo que distingue a los hombres con talento. Conocí a Miguel Tanimoto en 1964, corría el mes de abril. Nos vimos en la central de enfermeras del sexto piso, lado hombres, del Hospital General del Centro Médico Nacional, hoy Hospital de Especialidades, “Bernardo Sepúlveda”. Por mi parte, recién había terminado mi segundo año de la residencia de gastroenterología y Miguel, por indicaciones del inolvidable maestro Sepúlveda, llegaba a incorporarse como el tercer gastroenterólogo adscrito a ese servicio. Ahora recuerdo, cariñosa y respetuosamente, a los otros dos, mis maestros: Alfonso Perches y Luis Landa, este último el jefe de todos nosotros. Como suele suceder, el servicio de gastroenterología, ubicado en el 7º piso del inmueble mencionado, con 60 camas, pronto fue insuficiente y por exceso de demanda se tenían internados numerosos pacientes en otros pisos del hospital. El doctor Tanimoto, a la sazón joven especialista formado de 1959 a 1962 en el Hospital de Enfermedades de la Nutrición, y ya con un año de ser gastroenterólogo en la Clínica 1, y otro más en la Clínica Hospital Número 60, ambas del Instituto Mexicano del Seguro Social, llegó a nuestro Hospital para encargarse de las “metástasis”, como les llamábamos, que eran pacientes ubicados en las condiciones referidas renglones arriba. Pocos meses después, otro personaje, el doctor Manuel Quijano, le anexó a nuestro servicio todo el sexto piso. Su llegada fue para todos una alegría. Me correspondió, por órdenes del doctor Landa, informarle del estado clínico de esos enfermos, que no eran menos de 25. Ahí empezó nuestra amistad y en ese departamento verdaderamente se inició su carrera médica y científica, siempre ascendente. Como profesor de pregrado y posgrado fue ayudante, adjunto y titular de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México, pero también de la Universidad Anáhuac. Como médico institucional llegó a ser, veintiún años después, en 1985, el jefe de servicio. Sus dotes de clínico, endoscopista y maestro lo avalaron de manera indiscutible. Junto con otros jefes de servicio, que siempre recordaré, vivimos y sufrimos como “Dios manda” el terremoto del 19 de septiembre de 1985. Nunca lo olvidaré, ocurrió a las 7:19 horas. En ese trance Miguel fue de gran apoyo para todos, pero sobre todo para mí, que entonces fungía como director de ese Hospital. Fueron días, semanas y meses muy difíciles. Para los que lo sufrimos, fue terrible. Esta palabra, para aquellos enfermos, y para los que allí servíamos, nunca tuvo mejor aplicación. En momentos tan extraordinarios Miguel se comportó con esa valentía alegre que lo caracterizaba... insisto, fue uno de mis apoyos. Como integrante distinguido de numerosas sociedades médicas, pero en especial de la Asociación Mexicana de Gastroenterología y de la Academia Nacional de Medicina de México, siempre fue creativo, actuante y líder, por lo cual, en su momento, ocupó la presidencia de ambas. Fue fundador de otras de gran relevancia, entre las que destacan el Centro de Estudios sobre Amibiasis y el Consejo Mexicano de Gastroenterología. Su estatus, orgullosamente mexicano-japonés (nació en Tijuana, B.C. en 1933, hijo de respetables emigrantes del país del Sol Naciente, don Mitsuro Tanimoto y doña Fusako Weki), le permitió ser presidente de la Asociación Mexicana Médica Nikkei, y vicepresidente de la Asociación Panamericana del mismo nombre. Por sus méritos asistenciales, docentes y científicos, la Academia Mexicana de Cirugía también le abrió sus puertas. No hay duda de que, de haber tenido tiempo, también hubiera sido su presidente. Como todo buen médico, gastroenterólogo y académico mexicano, enriqueció con su presencia y sus aportaciones al Colegio Americano de Médicos, a la Asociación Gastroenterológica Americana, a la Academia de Ciencias de Nueva York y a la Real Academia de Medicina de Cataluña. A lo largo de su carrera, estas agrupaciones y otras más que no mencionaré, le encargaron importantes responsabilidades que siempre cumplió en demasía (fue un extraordinario secretario general de nuestra corporación). Indiscutiblemente, Miguel era un hombre inteligente, y me atrevo a asegurarlo porque en él se daban las cuatro características que en mi criterio deben poseer los seres verdaderamente inteligentes: rapidez de pensamiento, buena memoria, capacidad de juicio y creatividad. El doctor Tanimoto, como se dice en la jerga cotidiana, reviraba rápido; lo que leía lo retenía; tomaba buenas decisiones, y de su creatividad dan fe los seis libros que editó, los 81 trabajos de investigación que publicó y las 626 citas que diversos investigadores utilizaron para sus propios trabajos. Debo insistir sobre su presencia en el Centro de Estudios sobre Amibiasis, la gran obra del maestro Sepúlveda. Fue uno de sus pilares y por ello se le conoció en las patrias de la amibiasis, que las hay muchas en los cinco continentes. Fotografías y Documentos He presentado a ustedes una síntesis de lo que fue Miguel Tanimoto Weki, obviamente me quedé corto, pero desgraciada o afortunadamente, así son estos in memoriam. Miguel Tanimoto Weki fue un hombre que, según Laín Entralgo, supo siempre que podría enfermar... que de hecho enfermó y con ello padeció, como dijo Martínez Cortés, pero también fue ayudado a librarse de tal condición. Supo que iba a morir y por desgracia así ocurrió. Tanimoto Weki fue un sujeto sano, enfermable, enfermo, sanable e irremediablemente mortal, por como nació, pero sobre todo por como vivió, para sí y para los demás, Tanimoto Weki, siendo persona individual, fue también persona social, y desde luego persona histórica. Supo la razón de su presencia en este mundo. Vivió para sí, pero, y desde luego, para sus padres (los honró), para su esposa, María Elena, para sus hijos, sus nietos, sus hermanos; pero también para sus alumnos, sus jefes, sus compañeros y sus amigos. Supo vivir y transmitió vida... en suma fue un hombre risueño y bondadoso, pero sobre todo sabio. Descanse en paz Epílogo. No sé si por humana debilidad o por subconsciente proyección, en estas ceremonias sólo hablamos de las virtudes. Qué bueno, creo que así debe ser. Las imperfecciones y debilidades no nos interesan. En todo caso, será el ser supremo quien las juzgue. * Academia Nacional de Medicina,
21 de abril de 2004. |