Gaceta
Facultad de Medicina UNAM
25 de abril 1999


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Razonar*

Federico Reyes Heroles

 

Este artículo sí tiene una intención expresa. Busco convencer a los estudiantes y a sus líderes que se oponen a la actualización de las cuotas de la Universidad Nacional, de que su razonamiento y discurso es falaz y contraproducente. Obviaré los argumentos opositores que ya han caído al suelo, como la ilegalidad. Tampoco en las formalidades se han comprobado quebrantamientos. Lo aprobado por el Consejo Universitario es válido y legítimo. Hoy, la discusión no está ya en los territorios de la ley o la forma, sino en los de la ética y la política.

Discernir. Por supuesto que la realidad se presenta como un todo que inútilmente tratamos de aprehender. Esa ha sido una de las grandes debilidades argumentativas y treta a la vez de los discursos ideológicos. Hablar de todo para no hablar de un asunto correcto. Es la mejor forma de evadirse. La pregunta concreta es: ¿deben los alumnos con recursos aportar una cantidad a su Universidad?, sí o no. Mi respuesta sería sí. Una política progresista necesariamente implica tomar de quienes tienen para apoyar a los que no tienen. La política del no pago generalizado es demagógica y en el fondo, muy reaccionaria. ¿Cuánto deben pagar? Depende de sus posibilidades. Si alguna crítica podría levantarse contra la propuesta del rector es no abrir aún más el abanico de pago. Hay muchos que podrían y deberían aportar más. En fin, ésa es otra discusión. Una universidad más justa no puede sustenarse en fingir demencia sobre las diferencias económicas. Menos aún en un país con las desigualdades del nuestro. Si a esos líderes les tocara legislar una política fiscal, harían que el pobre aportara igual que el rico, pues a eso equivale el no pago. Por ese camino lo único que lograrán es ahondar aún más las diferencias.

Pero este apartado se denomina discernir, que viene de separar. La gran trampa argumental de los opositores es irse a discusiones como por ejemplo el neoliberalismo, la globalización, para terminar esgrimiendo nuevos demonios, como la mentada privatización educativa. Por allí lo único que logran es desviar y eludir el punto: que pague los que pueden. Una historia concreta. Cuando mi padre por fin llegó a la capital a estudiar (tuvo que salir de Tuxpan, ir a Tampico y después a San Luis Potosí en busca de educación), por supuesto se encaminó a

la UNAM, no tenía recursos para pagar la cuota. Tampoco su familia. Vivía en una casa de huéspedes en el centro y, según platicaba, cenaba bizcochos con café para no gastar. Por fortuna la Universidad tenía entonces un sistema de becas. El la obtuvo. Después, ya con algunos "ingresitos", la pagó. Trató también de resarcir a la Universidad y a su país dando clases por casi dos décadas, escribiendo libros y sobre todo, razonando para México. Su agradecimiento era infinito. ¿Quién pagó sus estudios? Seguramente algún compañero desconocido que sí tenía recursos. Esa universidad, promotora de justicia, es la que los opositores están echando abajo al envolverse en retórica y demagogia y no aceptar el peso del razonamiento.

Desconfianza. Un querido amigo, que también es profesor universitario, convencido de las medidas propuestas, trató de convencer a su grupo. Las respuestas de los estudiantes, según me cuenta, fueron las siguientes: ¿Cómo sabemos que no van a aumentar las cuotas más y más y más, hasta convertir a la Universidad en un centro educativo para ricos? ¿Cómo estar ciertos de que el Consejo Universitario, empujado por el gobierno opresor, no acepte el retiro del subsidio? ¿Por qué creer en las autoridades? Una de las armas más poderosas del pensamiento ideológico es el catastrofismo. Su contraparte es la redención. Así, avisar del abismo insalvable de la hoguera ya encendida, para, después, ofrecer el edén es una forma de creencia muy popular y antigua. El catastrofismo parte de un supuesto, el infierno está a la vuelta. Ahí la desconfianza crece. Se está mucho más cerca de la religión que del análisis o la historia.

Dos son aquí mis argumentos. El interno y el externo. Primero, lo interno. A pesar de todas sus deficiencias y complejidades, la vida política interna de nuestra Universidad está custodiada severamente. Tiene muchos pesos y contrapesos: de las organizaciones estudiantiles, de académicos y trabajadores administrativos, pasando por los consejos internos, los técnicos, los de área, el Consejo Universitario y hasta la Junta de Gobierno. La auténtica Pluralidad política ha sido una realidad universitaria, mucho antes de que apareciera en el país. Gracias a ello los golpes de timón están prácticamente descartados. Ni la Junta, ni el Rector, ni el Consejo, pueden darlos. Cuando ha habido intentos han fracasado. Por el contrario, el riesgo de la UNAM hoy es, más bien, la parálisis. El asunto de las cuotas está ganado al interior porque, lentamente, la comunidad y sus autoridades se han ido convenciendo de sus bondades. Se ha llevado mucho tiempo.

Segundo, lo externo. Sé que es difícil creer en ello como si fuera un dogma. Pero allí está la historia. De Vasconcelos, Gómez Morín, Caso y Lombardo, a Barros Sierra. Presiones ha habido muchas. Las recuerdo en los tiempos del rector Soberón, las que vivió Carpizo, Sarukhán o el propio Barnés. Precisamente para fortalecer la verdadera autonomía es que debemos garantizar y ampliar el margen de maniobra de las autoridades. Si las medidas de las autoridades son legítimas, no se debe permitir que un grupo minoritario las eche al piso. Les propongo algo. Ideen alguna cláusula de seguridad, pero no se opongan ciegamente. Si tienen dudas sobre la aplicación de los recursos, fiscalicen. No les pido que crean en las autoridades, sino en ustedes mismos. Por cierto, el profesor que trató de defender la actualización de las cuotas, no fue un hombre de derecha o progubernamental tampoco está vinculado a la rectoría. Me refiero a Jorge G. Castañeda cuyo posicionamiento político, crítico y de avanzada no está en duda.

Egoísmo. Recuerdo un libro espléndido que presté y, por supuesto, perdí. Bombas, Barbas y Barricadas era el título. Se trataba de una rica presentación histórica de los principales movimientos estudiantiles. Logros y fracasos, aportaciones y retrocesos. Las lecciones eran varias. No todo lo estudiantil es progresista. Con frecuencia ha habido movimientos, profundamente retrógrados, disfrazados de ánimo justiciero. Otra, los estudiantes son demasiado jóvenes para pensar en serio en los demás. También resbalan en el egoísmo. Ustedes son transitorios en la Universidad. Doctrina, ordenamientos, recursos humanos y administrativos, son un poco más permanentes. Ustedes están allí para irse. Esa es su misión social. Otros hemos regresado para permanecer tan sólo un rato más largo. Lo más perdurable son los ordenamientos y la doctrina. Al oponerse al cambio estarán vetando una universidad más justa. El juicio histórico no los va a perdonar por ser jóvenes. La juventud no es licencia para la sinrazón. Las barricadas no serán símbolo de su victoria. Por el contrario, quedarán como triste monumento de su derrota.

Nota: Publicación autorizada por el autor del artículo. Periódico Reforma, 6 de abril de 1999, Primera sección, Pág. 12A.