Seminario
El Ejercicio Actual de la Medicina

¿Aprender medicina o aprender a ser médico?
Ontología, epistemología y ética médica

Dra. Paulina Rivero Weber

¿Qué se pierde cuando se pierde un ejemplo a seguir?
Cuando un maestro se pierde a sí mismo como tal,
se desencamina un papel modelador de conductas.
Y hay un modelador conductual en cada profesor,
como lo hay en cada médico practicante. 1

La filosofía, al igual que la mayoría de los campos del saber humano, se divide en áreas y especialidades para su enseñanza. Sin embargo, esto no implica que se pueda filosofar desde cierta área, desentendiéndose completamente de las demás. Ni la filosofía ni la medicina pueden aislar sus áreas o especialidades a la hora de ponerlas en práctica: el médico no cura un pulmón, sino un ser humano. De la misma manera, para hablar de los deberes de un médico -lo cual implica situarse en el campo de la ética- resulta necesario referirse a la totalidad del individuo humano que el médico es, como necesario resulta también exponer su forma de conocer el mundo, esto es: es preciso explicitar una ontología y una epistemología básicas.

Hablar de ontología requiere la comprensión de ciertos términos, pues hay que aclarar la diferencia entre “ser” y “ente”, ya que esta área de la filosofía se dedica al estudio y la delimitación de ambos términos. Pero aquel que escuche o lea este escrito inevitablemente se preguntara ¿y esto qué tiene que ver con aprender medicina o con aprender a ser médico? ...si se tiene un poco de paciencia, se comprenderá no sólo qué es la ontología y epistemología, sino la relación que ambas guardan con la medicina y con toda área de estudio posible, y cómo desde la perspectiva ontológica y epistemológica se ilumina el camino hacia el aprendizaje de la medicina y, sobre todo, de lo que implica llegar a ser un buen médico. Cultivemos pues, la ciencia de la paciencia.

La ontología, como lo indica el mismo vocablo, es el estudio del ontos: de lo que un ente es.2 Como lo ha visto Martin Heidegger, la pregunta fundamental de la ontología es la vieja pregunta griega tí tò einai; “¿qué es el ser?”. Pero debemos distinguir esa pregunta, de la pregunta por el participio presente de este verbo: tí to on; “¿qué es el ente?” .3 Y aquí inevitablemente, hemos de recurrir a la gramática, pues ella rige nuestra expresión sobre el ser y el ente. El participio presente activo -que se caracteriza por las terminaciones "ante" o "ente"- indica la participación de las cualidades del verbo con las del adjetivo y puede ser fácilmente sustantivado. Así por ejemplo, en el verbo "pensar", el participio presente es "pensante": el que piensa. Pero la expresión “pensante”, que indica a aquel “que piensa”, no se refiere en este caso a un individuo concreto que se le llame el “pensante”, sino a la acción misma de pensar: se refiere a aquel que lleva a cabo la acción de pensar. Sucede lo mismo con el verbo ser. El participio presente de ser, es “ente”, pero la expresión ente no se refiere un ente concreto, sino a la acción misma de ser: el ente es aquel que es, esto es: cualquiera que lleva a cabo la acción de ser, en la misma medida en que el pensante cualquiera que lleva a cabo la acción de pensar. Gramaticalmente hablando, tendríamos que decir que “ente” no es un sustantivo, sino un verbo en participio.4 Es por eso que existen entes reales, como la mesa, la fruta, un planeta o un ser humano, y entes ideales, como la idea del bien o de la belleza. Ambos tipos de entes, son, pero son de diferente manera. Una mesa ES una buena mesa, de manera diferente a como una idea ES una buena idea: un ente ideal no ES de la misma manera que un ente real.

Tenemos pues que no todos los entes llevan a cabo la acción de ser de la misma manera, porque no todos tienen la misma estructura ontológica, esto es: no todos tiene la misma estructura de ser. Cada entidad posee una estructura que le hace ser diferente del resto de los entes y a la vez le une, le hermana, con aquellos entes con los que comparte dicha estructura. Es por esa estructura ontológica que podemos llamar, por ejemplo, “seres humanos” a hombres, mujeres y niños de tiempos y lugares tan diversos: porque existe algo que le da unidad a la diversidad de seres humanos. De esta manera, el griego de hace tres mil años, el chino de hace seis mil años, el mexicano de hoy y cualquier individuo humano del futuro, es, a pesar de todas sus diferencias, un ser humano. Y esto es así porque todos los seres humanos tenemos una estructura básica universal: esa estructura básica, se llama estructura ontológica y es el objeto de estudio de la ontología fundamental. De ahí que la pregunta que debe responder una ontología fundamental, es “¿qué es, estructuralmente hablando, un ser humano?” o “¿qué es lo que hace que un ser humano sea un ser humano?”. Por lo general se consideraba que el ser humano era un animal racional. Pero la filosofía ha cuestionado el valor de esa definición desde el siglo pasado, fundamentalmente a partir del pensamiento de Friedrich Nietzsche, pues definir al ser humano como un animal racional es definir su entidad con base en una muy pequeña parte de sí mismo, que no es, como veremos, la fundamental.

La pregunta por el ser humano es aparentemente una pregunta sencilla, que las personas con sentido común no se hacen. Pero la filosofía va más allá del supuesto sentido común, que en el fondo simplemente oculta el asilo de la ignorancia. El sentido común da por consabidas demasiadas respuestas que en realidad desconocemos. La ontología, pues, toma en serio las preguntas que el sentido común desprecia y responde de profundis... “¿qué es un ser humano?”. Quizá si logramos responder dicha pregunta, podremos averiguar si en verdad existe un sentido para la existencia humana, esto es: para qué estamos aquí, para qué existimos. O si en dado caso, de no existir tal sentido, cuáles son las obligaciones éticas fundamentales de todo ser humano. Pero no podemos responder esas preguntas sin antes responder a aquella otra pregunta fundamental: ¿qué es un ser humano?

Partamos para ello de lo más sencillo. No tratemos de pensar qué es un ser humano, pensemos simplemente qué es una cosa. Sabemos qué es una cosa y cuál es su sentido, cuando sabemos de su utilidad en la vida humana. Así, para definir cualquier cosa, tenemos siempre una pregunta y una respuesta con la siguiente estructura: “¿qué es “x”?” “x es algo que sirve para y.” Pongamos algunos ejemplos. ¿Qué es un vaso? Un vaso es un recipiente hueco, de cualquier material, que sirve para retener líquidos. Ergo, el sentido de un vaso es que sea capaz de retener líquidos: un vaso, por precioso que sea, si no es capaz de retener líquidos, no es un vaso, no tiene el sentido de un vaso. Es quizá una obra de arte, pero no un vaso. Otro ejemplo: un coche es un artefacto que sirve para la transportación. Y por lo mismo desde un BMW hasta una rústica carreta, el sentido de un coche es su capacidad para transportar ya sea alimentos, animales, o personas, pero transportarlos de un sitio a otro. Por muy BMW que sea, si un coche no es una cosa que transporta, si no se mueve, no tiene el sentido de un coche. Una silla, tenga una pata o cuatro, sea de madera o de plástico, sirve para sentarse, y su sentido radica en esa utilidad. Poco vale si es de oro cuando se pretende juzgar como silla: su sentido radica en otra parte: en su utilidad para reposar. Y puede así pensarse en ejemplos ad infinitum, y veremos que lo que la cosa es, lo sabemos cuando enunciamos su utilidad, su “para qué”. Y así el sentido de la cosa radica en realizar su utilidad. Ser, sentido y utilidad son pues conceptos que se tocan y se definen mutuamente.

Preguntémonos una vez más ¿Qué es un ser humano? Es un ente que... que sirve ¿para qué? ¿para qué “sirve” un ser humano? ¿”sirve” para algo? ¿cuál es su sentido? ¿para qué está el ser humano en este mundo? No: la ontología de lo humano responde a otra estructura. No tenemos un “para qué” único. El ser humano no está en el mundo para algo concreto. De hecho las actividades que le distinguen a lo largo de la historia no sólo varían: son incluso opuestas unas a otras. Mientras unos se dedican a salvar vidas, otros se dedican a terminar con ellas. Amor y odio, alegría y tristeza, serenidad y desesperación, trabajo y ocio, en fin: la gama de sentimientos y de actividades propias del ser humano, va del blanco al negro, pasando por toda una gama de colores y matices diferentes uno de otro. Permítaseme citar el fragmento de un viejo poema que ilustra esta idea:

¿Qué es un ser humano? Preguntó intrigado,
y más de mil respuestas tuvo que escuchar.

“¿Es un desvarío? ¿Es un asesino?
¿Es un buen amante? ¿Es bestia mortal?

Es un ser divino: es música y vino.
Es hambre y es guerra, es amor y es paz.

Es lobo entre lobos. Es un ser benigno.
Es lucha y es odio. Es un ser fugaz.”

Y así discutían, mas nunca podían
lograr un acuerdo y un punto final

¿qué es un humano? ¿Es claro u oscuro?
¿Es luz o es sombra? ¿Eterno o mortal?

Vinieron de lejos buscando verdades
y hallaron tinieblas y eventualidad

Tan sólo una nada, tan sólo un vacío:
Ser humano es ser posibilidad

Deviene en mil modos, puede serlo todo
pues es un extraño y proteico animal

Cambiante y mutante elige sus modos:
El ser humano es hijo de la libertad.

Tenemos pues que el ser humano no tiene un único sentido: es el ser que elige su sentido. Y aquí la voz siempre viva de Pico de la Mirándola al relatar un mito de la creación humana: el ser humano es aquel que puede crecer y convertirse en un ser divino, o puede decrecer y ser más vil que cualquier bestia. Relata Pico la siguiente parábola a modo de metáfora: Estaba Dios creando el Universo, y a cada ser le daba específicamente su ser, le daba un puesto fijo en la creación, una faz y un oficio: al ave le decía: “Tú eres ave, y volarás, comerás tales frutos, vivirás tantos días”. Al lobo: “Tú eres lobo, y buscarás tu comida entre los animales, matarás para comer, ladrarás, gruñirás, vivirás en tal y cual lugar...”, en fin: Dios le daba a cada ente el regalo de su ser. Pero al crear al ser humano, le dijo:

No te dimos ningún puesto fijo, ni una faz propia, ni un oficio peculiar, ¡oh Adán!, para que el puesto, la imagen y los empleos que deseas para ti, ésos los tengas y poseas tu propia decisión y elección. Para los demás, una naturaleza contraída dentro de ciertas leyes que les hemos prescrito. Tú, no sometido a cauces algunos angostos, te la definirás según tu arbitrio al que te entregué. Te coloqué en el centro del mundo, para que volvieras más cómodamente la vista a tu alrededor y miraras todo lo que hay en ese mundo. Ni celeste, ni terrestre te hicimos, ni mortal ni inmortal, para que tú mismo, como modelador y escultor de ti mismo, más a tu gusto y honra, te forjes la forma que prefieras para ti. Podrás degenerar a lo inferior, con los brutos; podrás realzarte a la par de las cosas divinas, por tu misma decisión. 5

Y comenta Pico más adelante:

Al hombre, en su nacimiento, le infundió el Padre toda suerte de semillas, gérmenes de todo género de vida. De lo que cada cual cultivare, aquello florecerá y dará su fruto dentro de él. 6

El ser humano es, en efecto, un ser para la libertad: es aquel que tiene en sí la potencia de llegar a ser; es el único, entre todos los demás entes posibles, que puede pensar y elegir qué quiere llegar a ser, y que se modela y remodela constantemente. Puede ser Gandhi o Hitler, puede crecer y generar vida a su alrededor, cobijar lo que ama, enaltecer y hacer crecer su mundo, o puede decrecer hacia los niveles más bajos de la existencia y generar a su alrededor muerte y corrupción. Pero ¿en qué consiste entonces su universalidad? ¿Qué es aquello que nos permite llamar a todos los seres humanos un “ser humano”, si son tan diferentes unos de otros? ¿Cómo podemos englobar bajo el mismo término a Hitler y a Gandhi? ¿Son ambos igualmente humanos? Ontológicamente, lo son, si bien ética y existencialmente devinieron de manera completamente diferente. Pero ontológicamente, esto es: en cuanto a la estructura de la forma de ser de todo ser humano, existen ciertas cualidades básicas que todo se humano posee, sea bueno o malo, sea nacido hoy o hace miles de años, pertenezca a una u otra idiosincrasia o nacionalidad: existe una estructura propia del ser humano que hace que todo ente de ese tipo, pueda llamársele “ser humano”.

Martin Heidegger dedicó su vida a indagar sobre esas notas características de lo humano, y para hacerlo, estudió al ser humano en su vida cotidiana: no en sus momentos trágicos, ni en sus situaciones límite, sino en su cotidianidad más común y corriente, para ver cómo es el ser humano en su vida diaria, en su forma de vida más inmediata. Y se dio cuenta de que el ser humano de cualquier parte del mundo y de cualquier momento de la historia, esto es, independientemente del espacio y el tiempo que ocupase, se distingue por una cierta forma de comprender el mundo de manera no teórica, sino de manera afectiva. Ya sea que se trate de un científico o un cargador, de un filántropo o un asesino, de un egipcio anterior a nuestra era o de un ruso o mexicano del mundo actual, todos se mueven en el mundo y en su cotidianidad comprendiendo el mundo de manera pre-teórica. Esto es: la forma más inmediata en que el ser humano se abre al mundo, nunca es teórica: siempre es a través de una disposición afectiva. Lo que nos hermana como seres humanos, es que conocemos el mundo de manera puramente afectiva y funcional. No hacemos teoría de la gravedad para arrojar una piedra, no teorizamos sobre espacios arquitectónicos para abrir una puerta: simplemente en la cotidianidad usamos el mundo funcionalmente y nos movemos en él desde una cierta afectividad básica de la cual no somos consientes. En ese sentido, a pesar de que son muchos los prejuicios y las formas en que la humanidad ha conocido el mundo a lo largo de milenios, todo ser humano comparte algo esencial en su forma de conocer y de aprender sus labores: aprende desde un fondo no teórico, sino emocional y afectivo.

Por lo anterior, primeramente tenemos que decir que el ser humano es aquel que por el sólo hecho de ser en el mundo es capaz de captar el mundo, de conocerlo y poder moverse en él. Ese conocer el mundo tan básico, que no es evidentemente teórico, es simplemente un “saber moverse” en el mundo. El recién nacido no hace un discurso sobre el hambre, ni requiere de conocimientos sobre la psicología maternal para pedir ser alimentado. Pero esto no es privativo del niño ni de los animales: exactamente de la misma manera, el adulto en su cotidianidad se mueve en el mundo de una manera pre-teórica, no científica ni filosófica. Y ese comprender el mundo de manera tan básica, que es puramente afectivo, es la base constante en todos los seres humanos.

Con esto hemos dado ya un paso a la epistemología o teoría del conocimiento. Hay en efecto diferentes formas de conocer, diferentes estilos de aprender, pero todos ellos se fundan en una forma de ser propia del ser humano: la capacidad de conocer el mundo afectivamente. No se trata de que algunos prefieran conocer el mundo de una u otra manera, no se trata de que algunos lo conozcan afectivamente y otros sean más intelectuales, ni de que ciertas culturas sean así y otras no. Si la ontología fundamental de Martín Heidegger ha tenido una fuerte resonancia en el psicoanálisis moderno, es porque ha sido capaz de mostrar que todo individuo, por racional que sea, siempre aprende lo que aprende desde un sustrato originario que nunca es teórico ni racional, que tiene que ver más bien con una cierta afectividad de la cual, el mismo individuo, nada sabe, pues le permanece oculta: el ser humano aprende de manera no teórica antes de haber comenzado siquiera a pensar. Pero no sólo eso: uno de los logros de Heidegger fue mostrar que en todo momento el adulto, al igual que el niño, sigue a lo largo de toda su vida aprendiendo de esa misma manera: aprende desde una cierta disposición afectiva que permea todo aquello que conoce. Pensamos que conocemos el mundo racionalmente, pero siempre se nos escapa la disposición afectiva, que es la que va a hacer que aprendamos o no aprendamos, que comprendamos de cierta forma las cosas o no lo hagamos.

Ahora bien: esto no implica que no exista el aprendizaje puramente teórico: el mundo nos muestra varios ejemplos de ello, y negarlo sería tan inútil como absurdo. Pero lo que sí implica es que de la misma manera en que se aprende medicina de manera teórica, se aprende a llegar a ser médico de manera afectiva, porque el ser humano aprende a ser, en general, de esa manera. La teoría se debe al estudio y al magisterio: el ser, se debe al aprendizaje afectivo y a la puesta en práctica de aquello que se aprendió afectivamente, y en ese sentido, el ser se debe en gran medida al ejemplo.

Hay entonces una fundamental enseñanza en cada médico practicante, sea éste consiente de ello o no. A cada paso que da un médico practicante, deja una huella que los demás sabrán apreciar: él educa a cada paso que da a los demás médicos, a las enfermeras, los pacientes, los familiares: la actitud de un médico siempre es, para bien o para mal, ejemplar. Sin teoría, por su sólo forma de moverse en el mundo, de una manera meramente afectiva, el médico enseña a los demás su concepción de lo que implica ser médico, su concepción del valor de la vida, de la muerte y de valores como la solidaridad o el amor. Y ahora hemos pasado, inevitable e imperceptiblemente, al campo de la ética: porque la ontología, la epistemología y la ética, ya lo decíamos, no son materias aisladas, son partes de una totalidad que llamamos filosofía. El médico, pues, en su ejercicio diario está llevando a cabo la fundamental acción ética de mostrarse ante los demás: de mostrar su ethos, esto es, su carácter humano, ente los demás. Y los demás, los que están junto a él, aprenden aún sin comprender lo que están aprendiendo, aprenden simplemente de lo que el médico dice o de lo que el médico hace. Aprenden lo que la vida y la muerte pueden ser o lo que puede el amor y el consuelo, pues se aprende a ser médico de la misma manera en que se aprende a ser un ser humano. No se es un ser humano, no se nace humano: se llega a ser quien se es, para lo cual es necesario luchar.

Y con esto podemos delinear con mas nitidez las dos obligaciones básicas de un médico: primeramente, tener los conocimientos teóricos necesarios para tratar a sus pacientes. Estos se aprenden por medio del estudio de la teoría, y son imprescindibles. Pero enseguida, de manera paralela, se llaga a se médico –y no sólo a saber medicina- cuando a través de la vida de médico se es ser capaz de ensañar, de transmitir con la propia actitud, lo que implica ser médico. Y al decir “actitud” quiero decir compromiso y amor: cualquier labor humana llevada a cabo con conocimiento, compromiso y amor, es capaz de generar en el otro ese mismo compromiso y amor, y en ello consiste el aprendizaje afectivo. Y es ese aprendizaje afectivo básico el que después fundamentará y permitirá otros tipos de aprendizaje teóricos y técnicos. Pero esa base afectiva original será la que delinee y determine todo aquello que después, en un futuro, el médico llegará a ser.

Es por eso que llegar a ser médico, no difiere mucho de lo que implica llegar a ser un ser humano pleno. El humano ser ha de luchar por llegar a ser quien es. El ser humano lucha por sacar a la luz todas las potencialidades que duermen en el interior, pero que no están ahí como en la semilla. Se cuenta con una base ontológica y universal, pero es necesario entregar la propia vida al cultivo de ciertos aspectos para llegar a ser: se requiere dedicar la propia vida a la labor de llegar a ser quien se es. Para el ser humano, “ser” implica inventarse constantemente, recrearse infatigablemente, no temer al cambio y al devenir, sino elegir la manera en que se cambia y se deviene. Aquel que quiera llegar a ser médico, y no simplemente estudiar y practicar medicina, debe saber que se llega a médico de la misma manera y por los mismos caminos por los que se llega a ser un ser humano pleno.

Notas

  1. Apuntes tomados del Seminario El Ejercicio Actual de la Medicina, dirigido por el Dr. Octavio Rivero Serrano, Facultad de Medicina, UNAM.
  2. Etimológicamente el término ontología viene del griego ontos, ente, y logos, estudio.
  3. El participio presente activo, que se caracteriza por las terminaciones "ante" o "ente", indica la participación de las cualidades del verbo con las del adjetivo, y puede ser fácilmente sustantivado. Así por ejemplo, en el verbo "asistir", el participio presente es "asistente": el que asiste: en el verbo "ser", el participio presente es el ente, el ente: el que es.
  4. Texto inédito de Gustavo Rivero Romo, titulado Sumario de Gramática. Puebla, 1911.
  5. Pico de la Mirándola, Discurso sobre la Dignidad Humana.
  6. Loc. cit.