¿Qué se pierde cuando
se pierde un ejemplo a seguir?
Cuando un maestro se pierde a sí mismo como tal,
se desencamina un papel modelador de conductas.
Y hay un modelador conductual en cada profesor,
como lo hay en cada médico practicante. 1
La filosofía, al igual que
la mayoría de los campos del saber humano, se divide en
áreas y especialidades para su enseñanza. Sin embargo,
esto no implica que se pueda filosofar desde cierta área,
desentendiéndose completamente de las demás. Ni
la filosofía ni la medicina pueden aislar sus áreas
o especialidades a la hora de ponerlas en práctica: el
médico no cura un pulmón, sino un ser humano. De
la misma manera, para hablar de los deberes de un médico
-lo cual implica situarse en el campo de la ética- resulta
necesario referirse a la totalidad del individuo humano que el
médico es, como necesario resulta también exponer
su forma de conocer el mundo, esto es: es preciso explicitar una
ontología y una epistemología básicas.
Hablar de ontología requiere la comprensión
de ciertos términos, pues hay que aclarar la diferencia
entre “ser” y “ente”, ya que esta área
de la filosofía se dedica al estudio y la delimitación
de ambos términos. Pero aquel que escuche o lea este escrito
inevitablemente se preguntara ¿y esto qué tiene
que ver con aprender medicina o con aprender a ser médico?
...si se tiene un poco de paciencia, se comprenderá no
sólo qué es la ontología y epistemología,
sino la relación que ambas guardan con la medicina y con
toda área de estudio posible, y cómo desde la perspectiva
ontológica y epistemológica se ilumina el camino
hacia el aprendizaje de la medicina y, sobre todo, de lo que implica
llegar a ser un buen médico. Cultivemos pues, la ciencia
de la paciencia.
La ontología, como lo indica el mismo vocablo,
es el estudio del ontos: de lo que un ente es.2
Como lo ha visto Martin Heidegger, la pregunta fundamental de
la ontología es la vieja pregunta griega tí
tò einai; “¿qué es el ser?”.
Pero debemos distinguir esa pregunta, de la pregunta por el participio
presente de este verbo: tí to on; “¿qué
es el ente?” .3 Y aquí inevitablemente,
hemos de recurrir a la gramática, pues ella rige nuestra
expresión sobre el ser y el ente. El participio presente
activo -que se caracteriza por las terminaciones "ante"
o "ente"- indica la participación de las cualidades
del verbo con las del adjetivo y puede ser fácilmente sustantivado.
Así por ejemplo, en el verbo "pensar", el participio
presente es "pensante": el que piensa. Pero la expresión
“pensante”, que indica a aquel “que piensa”,
no se refiere en este caso a un individuo concreto que se le llame
el “pensante”, sino a la acción misma de pensar:
se refiere a aquel que lleva a cabo la acción de pensar.
Sucede lo mismo con el verbo ser. El participio presente de ser,
es “ente”, pero la expresión ente no se refiere
un ente concreto, sino a la acción misma de ser: el ente
es aquel que es, esto es: cualquiera que lleva a cabo la acción
de ser, en la misma medida en que el pensante cualquiera que lleva
a cabo la acción de pensar. Gramaticalmente hablando, tendríamos
que decir que “ente” no es un sustantivo, sino un
verbo en participio.4 Es por eso que existen entes
reales, como la mesa, la fruta, un planeta o un ser humano, y
entes ideales, como la idea del bien o de la belleza. Ambos tipos
de entes, son, pero son de diferente manera. Una mesa ES una buena
mesa, de manera diferente a como una idea ES una buena idea: un
ente ideal no ES de la misma manera que un ente real.
Tenemos pues que no todos los entes llevan a cabo
la acción de ser de la misma manera, porque no todos tienen
la misma estructura ontológica, esto es: no todos tiene
la misma estructura de ser. Cada entidad posee una estructura
que le hace ser diferente del resto de los entes y a la vez le
une, le hermana, con aquellos entes con los que comparte dicha
estructura. Es por esa estructura ontológica que podemos
llamar, por ejemplo, “seres humanos” a hombres, mujeres
y niños de tiempos y lugares tan diversos: porque existe
algo que le da unidad a la diversidad de seres humanos. De esta
manera, el griego de hace tres mil años, el chino de hace
seis mil años, el mexicano de hoy y cualquier individuo
humano del futuro, es, a pesar de todas sus diferencias, un ser
humano. Y esto es así porque todos los seres humanos tenemos
una estructura básica universal: esa estructura básica,
se llama estructura ontológica y es el objeto de estudio
de la ontología fundamental. De ahí que la pregunta
que debe responder una ontología fundamental, es “¿qué
es, estructuralmente hablando, un ser humano?” o “¿qué
es lo que hace que un ser humano sea un ser humano?”. Por
lo general se consideraba que el ser humano era un animal racional.
Pero la filosofía ha cuestionado el valor de esa definición
desde el siglo pasado, fundamentalmente a partir del pensamiento
de Friedrich Nietzsche, pues definir al ser humano como un animal
racional es definir su entidad con base en una muy pequeña
parte de sí mismo, que no es, como veremos, la fundamental.
La pregunta por el ser humano es aparentemente
una pregunta sencilla, que las personas con sentido común
no se hacen. Pero la filosofía va más allá
del supuesto sentido común, que en el fondo simplemente
oculta el asilo de la ignorancia. El sentido común da por
consabidas demasiadas respuestas que en realidad desconocemos.
La ontología, pues, toma en serio las preguntas que el
sentido común desprecia y responde de profundis...
“¿qué es un ser humano?”. Quizá
si logramos responder dicha pregunta, podremos averiguar si en
verdad existe un sentido para la existencia humana, esto es: para
qué estamos aquí, para qué existimos. O si
en dado caso, de no existir tal sentido, cuáles son las
obligaciones éticas fundamentales de todo ser humano. Pero
no podemos responder esas preguntas sin antes responder a aquella
otra pregunta fundamental: ¿qué es un ser humano?
Partamos para ello de lo más sencillo.
No tratemos de pensar qué es un ser humano, pensemos simplemente
qué es una cosa. Sabemos qué es una cosa y cuál
es su sentido, cuando sabemos de su utilidad en la vida humana.
Así, para definir cualquier cosa, tenemos siempre una pregunta
y una respuesta con la siguiente estructura: “¿qué
es “x”?” “x es algo que sirve para y.”
Pongamos algunos ejemplos. ¿Qué es un vaso? Un vaso
es un recipiente hueco, de cualquier material, que sirve para
retener líquidos. Ergo, el sentido de un vaso es que sea
capaz de retener líquidos: un vaso, por precioso que sea,
si no es capaz de retener líquidos, no es un vaso, no tiene
el sentido de un vaso. Es quizá una obra de arte, pero
no un vaso. Otro ejemplo: un coche es un artefacto que sirve para
la transportación. Y por lo mismo desde un BMW hasta una
rústica carreta, el sentido de un coche es su capacidad
para transportar ya sea alimentos, animales, o personas, pero
transportarlos de un sitio a otro. Por muy BMW que sea, si un
coche no es una cosa que transporta, si no se mueve, no tiene
el sentido de un coche. Una silla, tenga una pata o cuatro, sea
de madera o de plástico, sirve para sentarse, y su sentido
radica en esa utilidad. Poco vale si es de oro cuando se pretende
juzgar como silla: su sentido radica en otra parte: en su utilidad
para reposar. Y puede así pensarse en ejemplos ad infinitum,
y veremos que lo que la cosa es, lo sabemos cuando enunciamos
su utilidad, su “para qué”. Y así el
sentido de la cosa radica en realizar su utilidad. Ser, sentido
y utilidad son pues conceptos que se tocan y se definen mutuamente.
Preguntémonos una vez más ¿Qué
es un ser humano? Es un ente que... que sirve ¿para qué?
¿para qué “sirve” un ser humano? ¿”sirve”
para algo? ¿cuál es su sentido? ¿para qué
está el ser humano en este mundo? No: la ontología
de lo humano responde a otra estructura. No tenemos un “para
qué” único. El ser humano no está en
el mundo para algo concreto. De hecho las actividades que le distinguen
a lo largo de la historia no sólo varían: son incluso
opuestas unas a otras. Mientras unos se dedican a salvar vidas,
otros se dedican a terminar con ellas. Amor y odio, alegría
y tristeza, serenidad y desesperación, trabajo y ocio,
en fin: la gama de sentimientos y de actividades propias del ser
humano, va del blanco al negro, pasando por toda una gama de colores
y matices diferentes uno de otro. Permítaseme citar el
fragmento de un viejo poema que ilustra esta idea:
¿Qué es un ser humano? Preguntó
intrigado,
y más de mil respuestas tuvo que escuchar.
“¿Es un desvarío? ¿Es
un asesino?
¿Es un buen amante? ¿Es bestia mortal?
Es un ser divino: es música y vino.
Es hambre y es guerra, es amor y es paz.
Es lobo entre lobos. Es un ser benigno.
Es lucha y es odio. Es un ser fugaz.”
Y así discutían, mas nunca podían
lograr un acuerdo y un punto final
¿qué es un humano? ¿Es claro
u oscuro?
¿Es luz o es sombra? ¿Eterno o mortal?
Vinieron de lejos buscando verdades
y hallaron tinieblas y eventualidad
Tan sólo una nada, tan sólo un vacío:
Ser humano es ser posibilidad
Deviene en mil modos, puede serlo todo
pues es un extraño y proteico animal
Cambiante y mutante elige sus modos:
El ser humano es hijo de la libertad.
Tenemos pues que el ser humano no tiene un único
sentido: es el ser que elige su sentido. Y aquí la voz
siempre viva de Pico de la Mirándola al relatar un mito
de la creación humana: el ser humano es aquel que puede
crecer y convertirse en un ser divino, o puede decrecer y ser
más vil que cualquier bestia. Relata Pico la siguiente
parábola a modo de metáfora: Estaba Dios creando
el Universo, y a cada ser le daba específicamente su ser,
le daba un puesto fijo en la creación, una faz y un oficio:
al ave le decía: “Tú eres ave, y volarás,
comerás tales frutos, vivirás tantos días”.
Al lobo: “Tú eres lobo, y buscarás tu comida
entre los animales, matarás para comer, ladrarás,
gruñirás, vivirás en tal y cual lugar...”,
en fin: Dios le daba a cada ente el regalo de su ser. Pero al
crear al ser humano, le dijo:
No te dimos ningún
puesto fijo, ni una faz propia, ni un oficio peculiar, ¡oh
Adán!, para que el puesto, la imagen y los empleos
que deseas para ti, ésos los tengas y poseas tu propia
decisión y elección. Para los demás,
una naturaleza contraída dentro de ciertas leyes
que les hemos prescrito. Tú, no sometido a cauces
algunos angostos, te la definirás según tu
arbitrio al que te entregué. Te coloqué en
el centro del mundo, para que volvieras más cómodamente
la vista a tu alrededor y miraras todo lo que hay en ese
mundo. Ni celeste, ni terrestre te hicimos, ni mortal ni
inmortal, para que tú mismo, como modelador y escultor
de ti mismo, más a tu gusto y honra, te forjes la
forma que prefieras para ti. Podrás degenerar a lo
inferior, con los brutos; podrás realzarte a la par
de las cosas divinas, por tu misma decisión. 5 |
Y comenta Pico más adelante:
Al hombre, en su nacimiento,
le infundió el Padre toda suerte de semillas, gérmenes
de todo género de vida. De lo que cada cual cultivare,
aquello florecerá y dará su fruto dentro de
él. 6 |
El ser humano es, en efecto, un ser para la libertad:
es aquel que tiene en sí la potencia de llegar a ser; es
el único, entre todos los demás entes posibles,
que puede pensar y elegir qué quiere llegar a ser, y que
se modela y remodela constantemente. Puede ser Gandhi o Hitler,
puede crecer y generar vida a su alrededor, cobijar lo que ama,
enaltecer y hacer crecer su mundo, o puede decrecer hacia los
niveles más bajos de la existencia y generar a su alrededor
muerte y corrupción. Pero ¿en qué consiste
entonces su universalidad? ¿Qué es aquello que nos
permite llamar a todos los seres humanos un “ser humano”,
si son tan diferentes unos de otros? ¿Cómo podemos
englobar bajo el mismo término a Hitler y a Gandhi? ¿Son
ambos igualmente humanos? Ontológicamente, lo son, si bien
ética y existencialmente devinieron de manera completamente
diferente. Pero ontológicamente, esto es: en cuanto a la
estructura de la forma de ser de todo ser humano, existen ciertas
cualidades básicas que todo se humano posee, sea bueno
o malo, sea nacido hoy o hace miles de años, pertenezca
a una u otra idiosincrasia o nacionalidad: existe una estructura
propia del ser humano que hace que todo ente de ese tipo, pueda
llamársele “ser humano”.
Martin Heidegger dedicó su vida a indagar
sobre esas notas características de lo humano, y para hacerlo,
estudió al ser humano en su vida cotidiana: no en sus momentos
trágicos, ni en sus situaciones límite, sino en
su cotidianidad más común y corriente, para ver
cómo es el ser humano en su vida diaria, en su forma de
vida más inmediata. Y se dio cuenta de que el ser humano
de cualquier parte del mundo y de cualquier momento de la historia,
esto es, independientemente del espacio y el tiempo que ocupase,
se distingue por una cierta forma de comprender el mundo de manera
no teórica, sino de manera afectiva. Ya sea que se trate
de un científico o un cargador, de un filántropo
o un asesino, de un egipcio anterior a nuestra era o de un ruso
o mexicano del mundo actual, todos se mueven en el mundo y en
su cotidianidad comprendiendo el mundo de manera pre-teórica.
Esto es: la forma más inmediata en que el ser humano
se abre al mundo, nunca es teórica: siempre es a través
de una disposición afectiva. Lo que nos hermana como
seres humanos, es que conocemos el mundo de manera puramente afectiva
y funcional. No hacemos teoría de la gravedad para arrojar
una piedra, no teorizamos sobre espacios arquitectónicos
para abrir una puerta: simplemente en la cotidianidad usamos el
mundo funcionalmente y nos movemos en él desde una cierta
afectividad básica de la cual no somos consientes. En ese
sentido, a pesar de que son muchos los prejuicios y las formas
en que la humanidad ha conocido el mundo a lo largo de milenios,
todo ser humano comparte algo esencial en su forma de conocer
y de aprender sus labores: aprende desde un fondo no teórico,
sino emocional y afectivo.
Por lo anterior, primeramente tenemos que decir
que el ser humano es aquel que por el sólo hecho de ser
en el mundo es capaz de captar el mundo, de conocerlo y poder
moverse en él. Ese conocer el mundo tan básico,
que no es evidentemente teórico, es simplemente un “saber
moverse” en el mundo. El recién nacido no hace un
discurso sobre el hambre, ni requiere de conocimientos sobre la
psicología maternal para pedir ser alimentado. Pero esto
no es privativo del niño ni de los animales: exactamente
de la misma manera, el adulto en su cotidianidad se mueve en el
mundo de una manera pre-teórica, no científica ni
filosófica. Y ese comprender el mundo de manera tan básica,
que es puramente afectivo, es la base constante en todos los seres
humanos.
Con esto hemos dado ya un paso a la epistemología
o teoría del conocimiento. Hay en efecto diferentes formas
de conocer, diferentes estilos de aprender, pero todos ellos se
fundan en una forma de ser propia del ser humano: la capacidad
de conocer el mundo afectivamente. No se trata de que algunos
prefieran conocer el mundo de una u otra manera, no se trata de
que algunos lo conozcan afectivamente y otros sean más
intelectuales, ni de que ciertas culturas sean así y otras
no. Si la ontología fundamental de Martín Heidegger
ha tenido una fuerte resonancia en el psicoanálisis moderno,
es porque ha sido capaz de mostrar que todo individuo, por racional
que sea, siempre aprende lo que aprende desde un sustrato originario
que nunca es teórico ni racional, que tiene que ver más
bien con una cierta afectividad de la cual, el mismo individuo,
nada sabe, pues le permanece oculta: el ser humano aprende de
manera no teórica antes de haber comenzado siquiera a pensar.
Pero no sólo eso: uno de los logros de Heidegger fue mostrar
que en todo momento el adulto, al igual que el niño, sigue
a lo largo de toda su vida aprendiendo de esa misma manera: aprende
desde una cierta disposición afectiva que permea todo aquello
que conoce. Pensamos que conocemos el mundo racionalmente, pero
siempre se nos escapa la disposición afectiva, que es la
que va a hacer que aprendamos o no aprendamos, que comprendamos
de cierta forma las cosas o no lo hagamos.
Ahora bien: esto no implica que no exista el aprendizaje
puramente teórico: el mundo nos muestra varios ejemplos
de ello, y negarlo sería tan inútil como absurdo.
Pero lo que sí implica es que de la misma manera en que
se aprende medicina de manera teórica, se aprende a llegar
a ser médico de manera afectiva, porque el ser humano aprende
a ser, en general, de esa manera. La teoría se debe al
estudio y al magisterio: el ser, se debe al aprendizaje afectivo
y a la puesta en práctica de aquello que se aprendió
afectivamente, y en ese sentido, el ser se debe en gran medida
al ejemplo.
Hay entonces una fundamental enseñanza en
cada médico practicante, sea éste consiente de ello
o no. A cada paso que da un médico practicante, deja una
huella que los demás sabrán apreciar: él
educa a cada paso que da a los demás médicos, a
las enfermeras, los pacientes, los familiares: la actitud de un
médico siempre es, para bien o para mal, ejemplar. Sin
teoría, por su sólo forma de moverse en el mundo,
de una manera meramente afectiva, el médico enseña
a los demás su concepción de lo que implica ser
médico, su concepción del valor de la vida, de la
muerte y de valores como la solidaridad o el amor. Y ahora hemos
pasado, inevitable e imperceptiblemente, al campo de la ética:
porque la ontología, la epistemología y la ética,
ya lo decíamos, no son materias aisladas, son partes de
una totalidad que llamamos filosofía. El médico,
pues, en su ejercicio diario está llevando a cabo la fundamental
acción ética de mostrarse ante los demás:
de mostrar su ethos, esto es, su carácter humano,
ente los demás. Y los demás, los que están
junto a él, aprenden aún sin comprender lo que están
aprendiendo, aprenden simplemente de lo que el médico dice
o de lo que el médico hace. Aprenden lo que la vida y la
muerte pueden ser o lo que puede el amor y el consuelo, pues se
aprende a ser médico de la misma manera en que se aprende
a ser un ser humano. No se es un ser humano, no se nace humano:
se llega a ser quien se es, para lo cual es necesario luchar.
Y con esto podemos delinear con mas nitidez las
dos obligaciones básicas de un médico: primeramente,
tener los conocimientos teóricos necesarios para tratar
a sus pacientes. Estos se aprenden por medio del estudio de la
teoría, y son imprescindibles. Pero enseguida, de manera
paralela, se llaga a se médico –y no sólo
a saber medicina- cuando a través de la vida de médico
se es ser capaz de ensañar, de transmitir con la propia
actitud, lo que implica ser médico. Y al decir “actitud”
quiero decir compromiso y amor: cualquier labor humana llevada
a cabo con conocimiento, compromiso y amor, es capaz de generar
en el otro ese mismo compromiso y amor, y en ello consiste el
aprendizaje afectivo. Y es ese aprendizaje afectivo básico
el que después fundamentará y permitirá otros
tipos de aprendizaje teóricos y técnicos. Pero esa
base afectiva original será la que delinee y determine
todo aquello que después, en un futuro, el médico
llegará a ser.
Es por eso que llegar a ser médico, no difiere
mucho de lo que implica llegar a ser un ser humano pleno. El humano
ser ha de luchar por llegar a ser quien es. El ser humano lucha
por sacar a la luz todas las potencialidades que duermen en el
interior, pero que no están ahí como en la semilla.
Se cuenta con una base ontológica y universal, pero es
necesario entregar la propia vida al cultivo de ciertos aspectos
para llegar a ser: se requiere dedicar la propia vida a la labor
de llegar a ser quien se es. Para el ser humano, “ser”
implica inventarse constantemente, recrearse infatigablemente,
no temer al cambio y al devenir, sino elegir la manera en que
se cambia y se deviene. Aquel que quiera llegar a ser médico,
y no simplemente estudiar y practicar medicina, debe saber que
se llega a médico de la misma manera y por los mismos caminos
por los que se llega a ser un ser humano pleno.
Notas