Regresa
“Quien
yerra y se enmienda, a Dios se encomienda”
Fernando de Rojas
“Tanto
mayor es el yerro cuanto mayor es el que yerra”
Fernando de Rojas
“Un
error es tanto más peligroso cuanto mayor
sea la cantidad de verdad que contenga”
Enrique Federico Amiel
“Muchos
se equivocan por miedo a equivocarse”
Gotthold Ephraim Lessing
Introducción.
No existe
paradoja más singular que la de los médicos provocando
muertes o produciendo daños, considerando que su misión
y su responsabilidad social es precisamente la contraria. No obstante,
no cabe duda que los médicos podemos ser agentes etiológicos
de enfermedad y muerte, y al parecer con suficiente patogenicidad
y virulencia como para reflexionar sobre ello, aun reconociendo
que lo hacemos de manera involuntaria.
La
práctica de la medicina conlleva el riesgo de provocar daños,
incluso en las mejores circunstancias y con los mayores cuidados.
La adopción literal del primum non nocere, uno de
los imperativos ancestrales, lleva tan sólo a una parálisis
operativa, pues admitiendo que la obligación primaria es
no dañar se puede llegar al extremo de no actuar. Muchos
médicos se han retirado de la profesión precisamente
porque les intimida el riesgo de producir daños involuntarios
- en los que el médico es la segunda víctima -, y
el de las consecuentes demandas y reclamaciones. Un cierto daño
es el precio que se tiene que pagar por el intento de generar beneficios
a los enfermos, y el trueque razonable es el de producir mínimos
daños a cambio de grandes beneficios. Considerar a la inocuidad
como la cualidad suprema ha propiciado que nos llenemos de remedios
ciertamente inofensivos, pero también ineficaces. La frase
“si no te hace bien, tampoco te hace mal”se ha convertido
en una autorización tácita de utilizar tratamientos
con valor dudoso, que sustentan hoy en día, por ejemplo,
a las medicinas alternativas. La terapéutica científica
propone que “si bien te puede generar algunas pequeñas
molestias o daños, te va a causar grandes beneficios”,
con lo cual se admite la posibilidad de dañar, pero se ofrece
en cambio una alta probabilidad de propiciar mejoría. Más
aún, por andar buscando obsesivamente la inocuidad absoluta,
lo que se ha logrado es impedir el logro de metas alcanzables de
seguridad para los pacientes1 , en lo que se ha llamado
“la paradoja de la seguridad” (the safety paradox).
Pero
este escrito se refiere a los errores y no todos los daños
producidos por los médicos son consecuencia de errores; los
hay también por los inconvenientes inherentes a los procedimientos
diagnósticos y terapéuticos y los hay accidentales.
El error es acaso una acción equivocada atribuible a un mal
juicio, ignorancia, inatención, negligencia o impericia.
Se dice que, en la práctica médica, el error puede
ocurrir en tres condiciones: por la realización de acciones
innecesarias, por la ejecución inadecuada de maniobras útiles
y necesarias, o por la omisión de intervenciones benéficas2
, lo que se ha denominado sobreutilización, mala utilización
y subutilización (overuse, misuse, underuse)3
, entre los que se incluyen los errores de comisión y los
de omisión. Se discute si la justificación de los
errores de comisión es evitar los de omisión; por
ejemplo, se dice que son menos gravosas las complicaciones por el
uso de anticoagulantes que las que ocurren por su falta de uso en
casos en los que está justificado.
Errar es humano.
Aunque
la sociedad exige de los médicos las cualidades de humanitarismo,
compasión, empatía, solidaridad y otras, no suele
concederles la condición de seres humanos si ésta
implica imperfecciones. Aspira a que todos sean omnisapientes, benevolentes,
dispuestos al apostolado y al sacrificio, mesurados y capaces de
liberarse totalmente de los afectos y demás estorbos subjetivos.
Lo que la sociedad no suele reconocer ni aceptar es que los médicos
somos humanos y, por lo tanto, que tenemos sentimientos, intereses,
actitudes, apreciaciones, valores, emociones, temores y deseos;
somos capaces de sentir compasión, lástima, amor y
odio; de ser sensibles, reactivos, afectivos y de experimentar ambiciones
y pasiones4 , que podemos ser presa, como cualquier persona,
de distracciones y descuidos, que solemos trabajar cansados, que
frecuentemente estamos abrumados por el trabajo y que sufrimos las
influencias de nuestros deseos y temores. Por supuesto que sería
deseable que las debilidades humanas no influyeran en el trabajo
técnico del médico. Una tendencia en la educación
médica, por ejemplo, es la de orientar a los estudiantes
a no involucrarse afectivamente en los problemas de sus pacientes
para no perder objetividad en las decisiones y para no sufrir con
ellos; sin embargo, esto no sólo es totalmente imposible
sino que probablemente ni siquiera sea conveniente, pues el médico
tiene que permanecer sensible a lo que afecta a sus enfermos. La
práctica médica no puede concebirse como una actividad
técnica en la que el paciente es sólo un objeto de
trabajo. Involucrarse sin sobreinvolucrarse parece ser la fórmula,
reconociendo la necesidad de tomar decisiones objetivas pero sin
renunciar a considerar las subjetividades de médico y paciente.
La
incertidumbre en las decisiones médicas.
Muchas personas
tienen la idea de que con sólo ajustarse a ciertas reglas
los errores no debieran ocurrir. Incluso, la visión a partir
de las ciencias duras percibe pocas probabilidades de equívocos;
muchos pacientes dedicados a la física o las matemáticas
no pueden entender que las prescripciones no sean el resultado de
ecuaciones y que la medicina no sea una ciencia exacta. En la práctica
médica las decisiones se toman en condiciones de incertidumbre
o, en el mejor de los casos, de riesgo. Reconocer la incertidumbre
en las decisiones médicas no significa justificar los errores
pero sí explicar que, aún en circunstancias favorables,
a lo más que se puede aspirar es a una estimación
probabilística de los desenlaces. Esta incertidumbre deriva
de la gran cantidad de variables que participan en un cierto desenlace,
muchas de las cuales se encuentran fuera del control del decisor5.
Tanto el diagnóstico como el tratamiento se manejan en términos
de probabilidades6, y si bien seguir las reglas puede
justificar la conducta de los médicos, de ninguna manera
garantiza los resultados.
Los
errores pueden valorarse en términos del apego a las reglas
(perspectiva deontológica) o de las consecuencias (perspectiva
teleológica); en el primer caso se hace abstracción
de los desenlaces y en el segundo del proceso. Probablemente ninguno
de los dos hace justicia a la complejidad del problema pero se suele
recomendar que el médico se comprometa ante el paciente sólo
con el proceso y no con los resultados.
Epidemiología de los errores médicos.
La
verdadera incidencia de los errores médicos es muy difícil
de conocer por varias razones. En primer lugar, hay una tendencia
natural por parte de los médicos al ocultamiento, no sólo
por el temor -cada día más vigente- de las demandas
y reclamaciones, sino porque se requiere una cierta madurez para
admitir, aún en la intimidad, los errores propios y más
para sacar provecho de ellos7. A pesar de que, en una
encuesta realizada en Estados Unidos, 62 por ciento de los no médicos
consideraron que los errores médicos debieran ser difundidos
para que el público se alerte, 86% de los médicos
consideraron que los errores se deben manejar de manera confidencial8,
no sólo por preservar el prestigio profesional sino por una
razón más práctica que tiene que ver con el
efecto terapéutico de la confianza en el médico. La
revelación de los errores, por otro lado, puede aumentar
las demandas y reclamaciones las que no siempre son de buena fe.
Una
prueba de esta tendencia a ocultar los errores ha sido el fracaso
de la farmacovigilancia en muchos países, incluyendo el nuestro.
Cuando aparecen efectos adversos de algún medicamento, en
lugar de que el paciente los reporte al médico y este a las
instancias de farmacovigilancia, lo que ocurre es que el paciente
cambia de médico y el primero nunca se entera de que hubo
consecuencias inconvenientes de su prescripción original.
En las auditorías cada quien se cuida de que no les encuentren
“desviaciones” y, en la medida de lo posible, las enmascara,
sobre todo porque suelen generar sanciones. Hay toda una cultura
alrededor de conseguir que los errores pasen inadvertidos, y en
la sátira popular se dice que los médicos enterramos
nuestros errores.
Otra
dificultad metodológica tiene que ver con la definición
operacional del error médico10. Se pueden cometer
muchos errores que, al no tener consecuencias, pasan inadvertidos;
por otro lado, suele haber eventos adversos que no dependen de errores.
Hay errores prevenibles y los hay accidentales. Algunos autores
distinguen el lapsus y el desliz del error, considerando
que éste tiene una cierta intencionalidad, aunque ambos generen
desenlaces inesperados11. Para ellos, oprimir un botón
equivocado o no recordar momentáneamente algún dato
es más un lapsus o un desliz que un error. En la figura 1
se pueden ver las relaciones entre errores y eventos adversos.
En un afán de ser justos, los errores tendrían que
vincularse efectivamente con los eventos adversos, analizarse las
relaciones causales y no sólo las asociaciones, ponderando
el qué tan prevenibles son y tomando en cuenta elementos
tanto de estructura como de proceso y resultados, y no sólo
el acatamiento estricto de las normas.
Tampoco
suelen existir en las unidades de atención médica
sistemas de registro de los errores y, acaso, algunos comités
hospitalarios participan en la búsqueda de algunos de ellos,
procurando hacerlo de manera diplomática y discreta, casi
nunca exhaustiva. Los comités de tejidos, los de mortalidad,
los de calidad, pueden ser caminos para la identificación
de errores, pero no suelen serlo para conocer su verdadera incidencia.
La
necropsia fue por muchos años el estándar de oro para
identificar los errores diagnósticos. En una revisión
sistemática recientemente publicada se encontró que
entre 53 series de autopsias publicadas, 42 revelaron errores calificados
como mayores y 37 los llamados errores clase I que son los considerados
suficientemente serios como para haber afectado la evolución
de los pacientes. Si bien se observó que la posibilidad de
la necropsia para revelar diagnósticos importantes no sospechados
ha disminuido con el tiempo, permanece suficientemente alta como
para seguirse considerando una manera de identificar errores.
Por
otro lado, hay una tendencia clara en los medios de comunicación
para magnificar los errores médicos, lo cual tampoco ayuda
para este conocimiento. En nuestro país se empieza a tener
un recuento de quejas, demandas y reclamaciones, pero tampoco se
puede decir que éstas representen la verdadera incidencia
de los errores médicos, pues dependen más de la disposición
de los pacientes o sus familiares para denunciar que de la frecuencia
con que ocurren los errores, y a veces los motivos de denuncia no
son propiamente errores médicos.
Muchas
de las cifras que se han hecho públicas sobre la epidemiología
de los errores médicos dependen de extrapolaciones o de estimaciones,
y casi siempre se refieren a pacientes hospitalizados13.
Las más conspicuas han sido las publicadas por el Institute
of Medicine de Estados Unidos, en el libro titulado “To
err is human. Building a better health system”14,
que se fundamenta en un estudio de la Universidad de Harvard15,16,
y otro que se realizó en hospitales de Utah y Colorado17,
y que originó una gran cantidad de comentarios. El estudio
de Harvard consistió en el análisis de más
de 30,000 expedientes de hospitales no psiquiátricos en Nueva
York, en los que se encontró una tasa de eventos adversos
de 3.7%, un tercio aproximadamente de los cuales se atribuyeron
a negligencia. A partir de estos estudios, el Institute of Medicine
concluyó que si lo mismo ocurría en todos los hospitales
de la unión americana, debía haber en todos los Estados
Unidos de 44,000 a 98,000 muertes anuales por errores de los médicos,
lo cual, aún considerando la cifra más baja, nos califica
a los médicos como más letales que los accidentes
automovilísticos, el cáncer de mama o el SIDA. Uno
de los autores del estudio de Harvard, Lucien Leape, dice que el
número de muertos por errores médicos equivale a que
se estrellen tres jumbo-jets cada dos días y mueran todos
sus ocupantes. Estas noticias no pasarían inadvertidas para
los periódicos, insinuando que los medios no le dan suficiente
importancia a las muertes iatrogénicas. Su concepto de error
se basa en que son fallas, por razones prevenibles, ya sea para
completar una acción planeada (errores de ejecución)
o derivadas de utilizar un plan equivocado para lograr un objetivo
(error de planeación)
Estos
números han sido muy cuestionados18, máxime
que otros estudios han mostrado discordancias y se han identificado
errores metodológicos en los estudios que fundamentan las
cifras del Institute of Medicine, particularmente porque son estudios
retrospectivos y porque no ponderaron la probabilidad de muerte
de los pacientes si no hubiesen ocurrido los errores médicos
de referencia19. Por otro lado, la comparación
entre lo que son extrapolaciones y estudios directos han mostrado
diferencias muy importantes20, que vuelven poco confiables
a las primeras.
Otros
abordajes para aproximarse al conocimiento de la epidemiología
de los errores médicos han sido las encuestas a los egresados
de hospitalización y a los familiares de los pacientes, las
que suelen tener sesgos evidentes que dependen del desenlace que
tuvieron sus padecimientos, al “hablar de la feria según
les fue en ella”.
Hoy
en día el estudio de la epidemiología de los eventos
adversos y de los errores, más que al propósito morboso
de poner en evidencia a los médicos, se ha derivado hacia
otros objetivos como el de valorar el impacto de los programas de
reducción de riegos y estudiar los factores humanos y organizacionales.
La metodología clásica de revisión de expedientes,
los estudios transversales realizados en un cierto día y
los prospectivos, en los que se colectan datos durante la estancia
hospitalaria, permiten alcanzar distintos objetivos, y cada uno
de ellos tiene ventajas y desventajas21. El estudio retrospectivo
permite estimar la tasa de eventos adversos, mientras que el prospectivo
es mejor para describir sus causas y consecuencias, y para evaluar
los programas de reducción de riesgos.
Como
quiera que se vea, y aún considerando que las cifras más
conservadoras sean exageradas, no cabe duda que existen consecuencias
de errores médicos. Lo más importante es que por lo
menos la mitad de ellos son prevenibles22, y que el asunto
tiene un vínculo muy estrecho con la calidad de la atención
médica.
Error
excusable e inexcusable.
Esta
clasificación ha sido propuesta por la Comisión Nacional
de Arbitraje Médico de México23 y se refiere
a que son excusables aquellos errores “derivados de una equivocación
en el juicio, es decir, los que se cometen con una lógica
de pensamiento correctamente estructurada pero que parten de una
interpretación inadecuada de los hechos”. La aplicación
de estos adjetivos implica el conocer a fondo el proceso de atención
médica y el razonamiento clínico, lo que difícilmente
pueden lograr los legos, incluyendo a los abogados y los pacientes.
Esta categorización parece indispensable para calificar la
mala práctica de la medicina, que se caracteriza precisamente
por errores inexcusables.
Enfoque
personal y enfoque sistémico.
El error
humano puede ser enfocado de dos maneras: como un problema de las
personas o como uno de los sistemas24. El enfoque personal
atribuye los errores a ciertos procesos mentales de los individuos
tales como olvido, distracción, deficiente motivación,
falta de cuidado, negligencia o imprudencia; este enfoque genera
medidas educativas y disciplinarias, considera los errores como
asuntos morales y asume que las cosas malas le ocurren a la gente
mala en lo que se ha llamado la “hipótesis del mundo
justo”. El enfoque sistémico, en cambio, considera
que los seres humanos somos falibles y que los errores pueden ocurrir
aún en los mejores individuos y que son consecuencias de
las condiciones en que los individuos trabajan y no de la perversidad
humana. Su frase es que “dado que no podemos cambiar la naturaleza
humana, hay que cambiar las condiciones en que trabajan los humanos”.
El enfoque personal ha prevalecido en muchas organizaciones dado
que culpar a los individuos resulta más cómodo que
enfocarse a las instituciones. En los errores de medicación,
por ejemplo, ciertamente habría que mejorar las cualidades
de la comunicación de la orden (se dice que la caligrafía
ha matado más gente que las guerras), pero la cadena incluye
la prescripción, el etiquetado, empacado, nomenclatura, dispensación,
distribución, administración, monitoreo, etc.25,
en cada uno de los cuales puede haber errores que se expresen como
eventos adversos e incluso muertes.
Error activo y error latente.
Aún
admitiendo la alta frecuencia de errores médicos, lo menos
apropiado parece ser satanizar a los profesionales. La visión
moderna de la causa del error médico considera la atención
a la salud como un sistema altamente complejo, donde interactúan
muchos elementos y factores, y donde la responsabilidad no está
en uno solo de ellos. Por lo tanto, el castigo de un solo individuo
o su estigmatización no cambia los demás factores,
y la probabilidad de que el error vuelva a ocurrir sigue siendo
alta. Los errores médicos suelen ser más consecuencia
de las condiciones de trabajo que de una actitud deliberada y malintencionada
por parte del médico. Algunos autores diferencian al error
de la violación, en el sentido que el primero es una acción
que se desvía no intencionalmente de un comportamiento esperado
de acuerdo con algún tipo de estándar, mientras que
la segunda es una desviación deliberada26
Los
errores pueden ser latentes o activos. Éstos últimos
dependen directamente del operador y sus efectos se observan de
inmediato. Los errores latentes, en cambio, no dependen del operador,
su efecto no se observa a simple vista e incluyen defectos de diseño,
instalación, mantenimiento y otros. Se puede considerar que
es un error latente el que aún no ha ocurrido pero es sólo
cuestión de tiempo el que aparezca. Por ejemplo, los factores
de riesgo para los errores médicos se pueden considerar condiciones
de error latente. Algunos de estos factores de riesgo se muestran
en el cuadro N° 1.
CUADRO
N° 1
Variables relacionadas con mayor riesgo de errores médicos |
Inexperiencia
de los médicos o el personal (impericia) |
Introducción
de procedimientos nuevos |
Pacientes
en los extremos de la vida |
Cuidados
complejos |
Atención
de urgencia |
Estancia
prolongada |
Insuficiencia
de recursos |
Procedimientos
mal sistematizados |
Desorden
administrativo |
Relación
médico-paciente inadecuada |
Relaciones
interpersonales deficientes (médico-médico, médico-enfermera) |
Presiones
laborales, económicas, familiares y psicológicas
de los médicos |
Cansancio
de los médicos |
Si
se analiza el contenido de dicho cuadro se puede ver que muchos
de estos factores de riesgo tienen una alta frecuencia en las condiciones
actuales de la práctica clínica. Por ejemplo, nuestro
sistema de salud, con base en la necesidad de propiciar la formación
médica, se sustenta precisamente en médicos inexpertos,
que no siempre cuentan con la debida supervisión y asesoría.
El primero que atiende a un paciente, aun grave o de urgencia, no
es el más experto, sino el menos, porque así aprende.
El experto suele participar en un segundo tiempo, a veces para corregir
los errores que se cometieron en el primero. La práctica
contemporánea implica la introducción frecuente de
nuevos procedimientos, como marca de progreso, y, por tanto, la
multiplicación de las oportunidades de error. La tendencia
demográfica y epidemiológica se orienta hacia que
la mayor parte de los pacientes hoy en día pertenezcan a
los extremos de la vida. La mayoría de los médicos
tiene que atender varios trabajos, laborar en condiciones inapropiadas,
tomar decisiones bajo la incertidumbre, y todos los médicos
responsables se agobian por la responsabilidad que implica su desempeño.
Nuestro sistema funciona con base en médicos cansados. Las
residencias están diseñadas para aprender a actuar
en estas condiciones porque se asume que así tendrá
que ser toda la vida profesional.
La
virtud del error.
Se
puede admitir que si bien los errores concretos son evitables, el
error en abstracto no lo es. En otras palabras, que podemos aplicar
estrategias para reducir al mínimo los errores conocidos,
pero seguiremos cometiendo otros. Más que en los errores
mismos, habría que poner atención en la respuesta
de quien los comete. Karl Popper (1902-1994)27, uno de
los filósofos más importantes del siglo XX, decía
que el error es la fuente de retroalimentación más
rica y enriquecedora en la experiencia humana, y que debemos estar
preparados para convertir los errores en oportunidades de avance
y mejoría. Una persona y una sociedad maduras sacan provecho
de sus errores, sin que ello signifique, por supuesto, ensalzarlos.
En algunos hospitales académicos, las sesiones anatomoclínicas
ya no son sólo una ostentación de las habilidades
de los médicos para el razonamiento diagnóstico, ni
una oportunidad de poner en evidencia a los clínicos por
parte de los patólogos, sino un análisis juicioso
de los errores cometidos y de las propuestas para evitarlos28.
Estrategias
para reducir los errores médicos (para mejorar la seguridad
de los pacientes).
Precisamente
por la connotación negativa o vergonzante de los errores,
y las dificultades para definirlos, se ha generado una tendencia
a expresar las estrategias en términos más bien de
cómo mejorar la seguridad de los pacientes. Las prácticas
de seguridad se entienden como “un tipo de proceso o estructura
cuya aplicación reduce la probabilidad de eventos adversos
que resultan de exponerse a los sistemas de atención a la
salud a lo largo de un rango de enfermedades y procedimientos”29.
Se han hecho muchas propuestas, pero Shojania y colaboradores30,
aplicando los preceptos de la medicina basada en evidencias, hicieron
una revisión sistemática e identificaron 83 prácticas,
no todas ellas evaluadas de manera científica aunque todas
con un sustento lógico o una aplicación exitosa en
otros ámbitos, particularmente en la industria. Hay propuestas
que parecen muy atractivas, como evitar las órdenes verbales,
limitar las horas de trabajo del personal o retirar el cloruro de
potasio de las provisiones rutinarias, pero no han probado ser capaces
de reducir los eventos adversos.
Una
estrategia importante parece ser la de crear una cultura del reporte,
que permita reconocer las condiciones de error latente. Al margen
de mejorar las competencias de los individuos, la mayor parte de
los enfoques se tendrán que dirigir a las organizaciones,
pues aún en el informe del Institute of Medicine se admite
que la mayor parte de los errores lo fueron de los sistemas. Como
en la práctica médica, el enfoque preventivo tendría
que privilegiarse por sobre el correctivo, enfocándose a
los errores latentes y contribuyendo a exonerar a los médicos
a los que se ha culpado aún de las deficiencias en las organizaciones.
Epílogo.
La
amplia difusión que han tenido en los últimos tiempos
los eventos adversos que descubre la prensa sensacionalista tiende
a hacer abstracción de las condiciones en que se lleva a
cabo la atención médica y traduce un desconocimiento
notable del proceso mismo. Más que la búsqueda de
culpables –que no rara vez han sido los propios pacientes-,
la visión sistémica orienta al análisis de
los procesos y a su mejoramiento, a la implantación de los
remedios antes de que ocurran los errores, a vincularse con las
estrategias de calidad y a entender en toda su complejidad las interacciones
entre los distintos elementos. Al fin y al cabo los errores médicos
no son siempre errores de los médicos.
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