Regresa
“...bueno es volverse a esos hombres que
sólo retienen de los descubrimientos,
de los métodos y de los progresos técnicos,
aquello que pueden aplicar al alivio y a la salud de sus semejantes.”
Paul Valéry, Discurso a los cirujanos.
El presente trabajo
pretende mostrar la distinción entre ética y moral
para argumentar en pro de la primera. La diferencia entre un concepto
y otro implica mucho más que un mero prurito académico
por el uso específico del lenguaje. En la diferencia entre
la moral y la ética se juega toda una concepción del
bien y del mal y toda una forma tanto de habitar en el mundo y de
valorar las capacidades más propiamente humanas, tales como
el pensamiento crítico y la libertad.
Partamos de algo que compartimos todos: el lenguaje cotidiano. En
nuestro uso del mismo solemos decir, de manera incorrecta, que cierta
persona “no tiene ética", queriendo decir que
es inmoral. Nos referimos igualmente a ciertos actos como "actos
éticos" queriendo decir que son "moralmente buenos".
Calificamos, en resumen, un acto o una persona indistintamente como
"ético" o como "moral", o bien como "no
ético" o "inmoral". Por si fuera poco, acostumbramos
hablar de sociedades desmoralizadas, o de individuos que se sienten
"con la moral alta" o "con la moral baja", en
fin: usamos de manera tan laxa estos conceptos, que se ha generado
una confusión en torno a todo lo que tiene que ver con la
ética y la moral.
Quizá lo anterior sea válido para el lenguaje cotidiano,
porque de acuerdo a cada contexto, nos entendemos unos a otros.
El problema comienza cuando transportamos esa misma laxitud al lenguaje
específicamente académico, ya sea éste científico
o filosófico. Surgen entonces concepciones y hasta libros
sobre moral, que ostentan abiertamente el título de “Ética”.
Esto es muy grave; porque una cosa es pensar y enseñar a
pensar, y otra muy diferente, es adoctrinar. Pero vayamos por partes.
En estas cuestiones –como en todas- es recomendable acudir
a quienes saben del tema. Porque todos tenemos derecho a opinar,
pero una cosa es una opinión, y otra es un conocimiento bien
fundamentado1 . Los filósofos que han dedicado
sus vidas a pensar y escribir sobre estas cuestiones, han llevado
a cabo una diferenciación radical entre ética y moral.
Quizá el problema para comprenderlos sea que sus reflexiones
están inmersas en sistemas filosóficos muy complejos,
que sólo quedan al alcance de los especialistas, y no del
público en general. Y a ello debemos agregar que cada filósofo
usa términos propios, y que las traducciones que por dos
mil quinientos años se han hecho de ellos a nuestro idioma
–casi siempre del griego, latín, alemán o francés-
no suelen coincidir. Pero no hagamos de este problema algo más
complicado de lo que ya es: tratemos de presentar este asunto tan
complejo, de la manera más sencilla posible.
Para ayudarnos en nuestra búsqueda, lo mejor será
acudir a la etimología de las palabras. Pero no para guiarnos
por medio de una lengua "muerta", sino precisamente para
buscar lo "vivo" de nuestras palabras en sus orígenes;
lo que aún perdura de ellas en nuestro lenguaje y, por lo
mismo, en nosotros. Las palabras nos hablan; desde Platón
y Aristóteles hasta Heidegger, podemos ver que las palabras
nos hablan de su significado original y sus transformaciones. Y
el análisis de esa cadena de significados puede llevarnos
a comprender los nuevos sentidos que las palabras han tenido a lo
largo de su historia2 ; hemos de ver, pues, cómo
el sentido de nuestros vocablos se ha transformado, y a qué
obedece esa transformación.
Las palabras clave son "ética" y "moral",
procedentes del griego la primera, y del latín la segunda.
Comencemos por esta última, que ofrece menos complicaciones:
moral significa costumbre; su uso en latín siempre indica
las costumbres de una sociedad. La moral, pues, consiste en un conjunto
de costumbres que han sido elevadas a nivel de normas, y que se
proponen como el marco regulativo para una sociedad. En ese sentido
una moral pide “seguidores”, requiere individuos que
la sigan sin cuestionarla, y tiene, por lo mismo, un cierto carácter
gregario. De hecho no existe una cosa así como “la”
moral; existen diferentes morales, pues ésta varía
a través del tiempo y del espacio. Por ejemplo: en la Grecia
clásica, un hombre maduro que sólo tuviera esposa,
levantaba sospechas: “Algo tendrá, ya que no tiene
también un hombre amante... ¡Qué cosa más
rara!” dirían los griegos de entonces. Hoy en día
no pensamos así. De hecho en el tema de la homosexualidad
nos ubicamos en el extremo más opuesto a Grecia3
, nuestra sociedad padece una homofobia radical, y lo que hace 2500
años era “bueno”, ahora es “malo”.
Tenemos pues que las morales son las costumbres, y como tales, cambian.
A lo largo de la historia existen tanto teorías morales como
prácticas morales, de manera que la diferencia entre ética
y moral no es la misma que existe entre teoría y práctica4
. La teoría moral se caracteriza por la pretensión
de justificar una serie de dogmas que, como tales, son considerados
como incuestionables. De ahí que la moral parta de ciertos
presupuestos que no está dispuesta a cuestionar, y en ese
sentido toda teoría moral posee respuestas antes de formular
sus preguntas5 . Por su parte, en la práctica
moral puede verse la relación del individuo con una moral
y juzgarla como moralmente buena o moralmente mala. Esto es: “moral”
no es sinónimo de “bueno”, sino que denota que
una acción puede ser juzgada como moralmente buena o moralmente
mala, de acuerdo a la moral vigente.
¿Por qué surge la moral? Nietzsche ha insistido en
que la moral surge como una imposición de un cierto grupo
social frente a otro. Un grupo, al tener una posición de
mayor fuerza, impone sus valores y su forma de concebir la vida
a los demás. De esta manera, el que nace no decide qué
valores va a tener: los encuentra de hecho en su sociedad, y si
quiere integrarse a ella, debe simplemente seguirlos.
Por lo anterior, el individuo moral pierde de vista que la capacidad
de crear valores es una prerrogativa humana, y con ello reduce y
deprime su propia capacidad para autorregularse. Se entrega sin
cuestionamiento a normas impuestas como absolutas por una sociedad,
una religión o una institución, y es calificado como
un individuo "moralmente bueno" por su sociedad. Así,
el "buen hombre" que sigue las normas establecidas sin
cuestionarlas, o la beata que no olvida uno sólo de los mandamientos
impuestos por la religión, son personas que tienen y siguen
una moral: siguen una serie de códigos, que vienen impuestos
desde el exterior, no desde su interior.
Lo que le faltaría a este tipo de personas "moralmente
buenas", es algo que sólo puede provenir del interior
del individuo: la convicción que brota del autocuestionamiento,
la deliberación libre y auténtica, y por supuesto,
la libre elección6 . Esto sólo puede existir
cuando se ejerce la capacidad humana de pensar, de detenerse antes
de actuar, antes de seguir una norma y preguntarse ¿por qué
hago esto? ¿por qué "debo" hacerlo? ¿estoy
actuando por convicción, por conveniencia, o por inercia?
¿estoy actuando como quiero o como debo? Y ¿qué
relación ha de existir entre mi "querer" y mi "deber"?;
¿debo hacer lo que quiero o lo que debo? ¿o debo elevar
a nivel de deber absoluto precisamente aquello que más quiero...?
Es en esos momentos en los que se interpone una mediación
reflexiva entre el individuo y la norma. La relación con
la norma ya no es inmediata: se encuentra mediada por la reflexión,
por las capacidades críticas del individuo. Aquí es
cuando surge la ética: cuando se deja de seguir sin cuestionamiento
alguno las normas que la sociedad, el partido, el Estado, la iglesia,
o en general el mundo exterior impone. En ese sentido es que decimos
que la ética es el pensamiento filosófico sobre lo
moral. La acción ética -a diferencia de la acción
moral- implica una reflexión, una interiorización,
pero implica por lo mismo la valentía necesaria para la autenticidad.
La moral no exige tanto; sólo exige cumplimiento. La ética
demanda el valor necesario para enfrentar la moral, requiere individuos
capaces de romper con ella y crear algo nuevo, esto es: requiere
valentía para ser libres, libres no solo “de”,
sino ante todo, libres “para”: para comprometerse con
la creación propia, con los valores propios.
La ética es, pues, parte de la filosofía, y como tal
consiste esencialmente en un constante cuestionamiento del ámbito
de lo moral. Y digo “del ámbito de lo moral”
porque la ética no sólo cuestiona las diferentes morales,
sino que puede pensar y analizar conceptos morales, puede estudiar
lo que son los valores, cómo surgen y porqué, y en
general puede investigar cualquier hecho relacionado con lo moral.
En resumen, entre el individuo moral que actúa y sus actos
hay un paso inmediato; él no piensa; obedece. En cambio entre
el individuo ético y sus actos existe el cuestionamiento,
la deliberación y la libre elección. Dicho en palabras
de Kant, la moral es heterónoma; en ella el individuo sigue
múltiples normas exteriores sin cuestionarlas, mientras que
la ética es autónoma; el individuo éticamente
bueno es aquel que ha llegado por sus propias capacidades a crear
sus propios valores, y se impone a sí mismo una ley autónoma
tomando en cuenta las limitantes de toda acción7
.
Mucha tinta ha corrido desde hace 2400 años, sobre la manera
de plantear y tratar los problemas éticos. Pero ya Platón
dejaba en claro tres cuestiones fundamentales que requiere la ética
para ser tal: 1) Deliberar la cuestión por medio de la razón,
y no de sentimientos 2) Pensar por cuenta propia sin hacer caso
de lo que diga la mayoría 3) No ser nunca injustos. Parece,
pues, que la esencia de la ética estriba en el ejercicio
de la capacidad de pensar: sapere aude, diría Kant: atrévete
a saber, atrévete a pensar por ti mismo.
Ahora bien: ¿para qué ser éticos si podemos
ser morales? Y ¿cómo lograr ser individuos éticos?
La respuesta a estas dos cuestiones se encuentra escondida detrás
de los significados que históricamente ha tenido la palabra
eethos, de donde viene nuestra palabra “ética”.
Ya para los tiempos de Aristóteles, ésta tenía
su historia. Pero nosotros tendremos que ir más allá
del mismo Aristóteles para comprender a fondo el vocablo.
Vayamos a los textos homéricos. Es Heidegger quien ha resaltado
el hecho de que en Homero el vocablo eethos8 aparece
como la “guarida” de los animales, como el lugar en
donde el animal se salva de las inclemencias del tiempo o de sus
predadores. El eethos-guarida, diría yo, es el hábitat
más propio del animal, en donde éste se siente más
seguro. Retengamos ese sentido de la palabra eethos, el más
viejo, el más originario, y prosigamos el recorrido histórico.
Con el tiempo, el sentido de la palabra eethos cambió, y
se comenzó a usar la palabra ethos9 con una sola
vocal simple. Esto sucede después de la escritura de los
textos homéricos, y ese momento responde a un cambio en el
significado: ya no significará “guarida o hábitat”,
sino “costumbre o hábito”. Y el que insista en
introducir una familia de palabras no es cuestión baladí:
hábitat y hábito (al igual que sus predecesoras eethos
y ethos) son palabras que pertenecen a una familia de significados,
y cuando se nos presenta una familia de significados, tenemos que
estar en guardia; las relaciones entre las palabras nos hablan de
relaciones entre los hechos.
Aristóteles nos cuenta cómo finalmente esta palabra,
ethos, que quería decir costumbre o hábito, con el
tiempo volvió a cambiar. Se flexionó nuevamente la
vocal, se volvió a escribir con vocal doble, pero no regresó
al significado originario de “guarida”, sino que comenzó
a significar “carácter”: carácter moral.
Este cambio nos indica, según Aristóteles, que el
carácter moral tiene de hecho algo que ver con el hábito
o costumbre: que el carácter se adquiere o se conquista por
medio del hábito o, para decirlo con palabras de hoy, por
medio de la disciplina. De hecho, podemos decir que el carácter
moral se adquiere, sin darse cuenta a veces, por medio de las costumbres,
y el carácter ético se conquista, con muchos esfuerzos,
por medio de las costumbres.
Recapitulemos:
El primer significado de (eethos
homérico) es guarida o hábitat.
El segundo significado de (ethos
posthomérico) es costumbre o hábito.
El tercer significado de (eethos
aristotélico) es carácter ético o moral.
Preguntémonos ahora ¿qué nos dice esta familia
de significados? ¿En qué sentido la ética puede
ser para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI,
una guarida,
una costumbre
o un carácter ético o moral?
Diré que, desde mi perspectiva, el significado de eethos-guarida
resuena en la ética de hoy; la ética puede ser en
efecto nuestra guarida, nuestra salvación. ¿De quién
o de qué nos salvamos en la ética? Nos salvamos en
más de un sentido. Primeramente, la ética nos salva
de la corrupción del alma. Sócrates, el padre de la
ética, enseñó con su muerte que es peor cometer
el mal que recibirlo: el verdadero mal es aquel que nosotros hacemos,
no el que se hace contra nuestra. Porque el mal que nosotros hacemos
daña nuestra ,
nuestra psiqué, que para Sócrates es la verdadera
identidad del ser humano10 ; es lo que somos. Por eso
es peor dañar que ser dañado, y la ética nos
salva de dañar, de cometer el mal; la ética nos salva
de nosotros mismos, de nuestra propia ambición o mezquindad,
de nuestras propias debilidades humanas: nos salva de caer, porque
es menos malo –dirá Sócrates en su Apología-
ser alcanzados por la muerte que ser alcanzados por el mal. Hay
algo más valioso que la vida: la vida digna, la vida buena.
Pero también la ética es guarida por salvarnos de
las inclemencias de la moral. Nacemos en una sociedad con una moral
que nosotros no elegimos. Hay otros que la han elegido, y vivimos
la vida con una mirada prestada, tomada de otros; valoramos como
“uno” valora, pensamos como “uno” piensa,
y vivimos como “uno” vive. Así, pronto aprendemos
que uno no dice esas cosas en público, uno no hace tal o
cual cosa, uno debe obedecer11 . La ética nos
salva de ser “uno” más del montón de borreguitos
buenos, y nos lleva a pensar por cuenta propia, para seguir normas
propias: la ética nos salva de la moral. Es necesario estar
dispuestos a ser inmorales, si se quiere ser ético. Sócrates
fue un inmoral; por eso lo condenaron a muerte; no es raro encontrar
individuos éticamente auténticos, que sean inmorales
para la sociedad, pero lo más usual es encontrar aquellos
que siendo moralmente “buenos”, son personas sin ninguna
ética personal, que siguen ciertas normas “por encimita”
sólo para cubrir el expediente.
Para el individuo ético el compromiso adquirido es muy superior
a aquel que adquiere un agente moral. Ante una falla moral el individuo
puede decir: “es que yo no inventé esa norma, y me
resulta muy difícil”. Pero ante una falla ética,
el individuo falla ante sí mismo: “yo me comprometí
a esto, y me he fallado a mí mismo”: eso sí
duele. El compromiso ético es más fuerte, más
demandante y más doloroso en caso de fallar. ¿Por
qué y para qué buscarlo entonces? ¿Para qué
lanzarse a las inclemencias de la ética si se puede estar
tan a gusto en la moral? La moral nos hace sentir en casa, y nos
brinda el calor humano. La ética nos lanza a la soledad y
nos hace más difícil encontrar comprensión.
Pero quizá el móvil hacia la ética sea el mismo
que aquel que nos lleva al resto de la filosofía: un cierto
anhelo de verdad, el amor al pensamiento libre y a la libertad de
acción: eso es lo que nos hace ser propiamente humanos. Y
eso perdemos al ser morales: la moral nos lleva a seguir normas
ajenas, creadas por otros, y a no tener el valor de cuestionarlas
ni de pensar por cuenta propia. Y eso es peligroso. Un ejemplo del
peligro inherente a la moral lo encontramos, en la aplicación
del siguiente precepto moral, comúnmente aceptado: “Debes
cumplir con tus promesas”. Pero si el individuo se da cuenta
de que arruinará su vida y la de otros por cumplir una promesa,
¿debe cumplirla? Otro ejemplo: “No mentirás”.
Pero si mentir hace sufrir menos a alguien y no daña a nadie,
¿no debiéramos mentir? Romper con una norma moral
implica ser inmoral; quien miente o no cumple una promesa es inmoral;
pero hay ocasiones en que uno debe ser inmoral en pos de un principio
superior; un principio ético. A Hegel le gustaba poner como
ejemplo de esto a Antígona: ella rompe las leyes de su ciudad
por seguir una ley superior: la ley del amor. Si lo pensamos, encontraremos
miles de ejemplos del peligro inherente a la moral. Nietzsche hablaba
de la necesidad de una ética prometeica: una ética
sacrílega, capaz de quebrantar las normas impuestas por los
mismos dioses, por amor al crecimiento de la vida12 .
Creería yo que con estas reflexiones, surgidas en torno a
la ética como guarida, he contestado parcialmente la pregunta
por el “para qué” de la ética, esto es:
¿para qué ser éticos y no morales?: Para vivir
en la propia casa; para vivir la vida de manera más propia,
auténtica, más comprometida y más vital. Pero,
¿cómo hacerlo? La respuesta la encontramos en el paso
que da Aristóteles al hablar del ethos-costumbre y su transformación
al eethos-carácter. Las costumbres o hábitos, nos
dice este pensador, se van incorporando a nuestro propio ser. En
ese sentido el ser humano está en constante cambio, y nuestro
destino se teje con base en las costumbres que elegimos: nuestro
carácter traza nuestro destino.13 Como
dijo el poeta, cada quien es el arquitecto de su propio destino.
Si elegimos costumbres injustas, actuaremos de manera injusta, y
esas acciones no serán algo aislado que quede ahí:
ellas se incorporan a nuestro ser. Una acción injusta pasa
a ser parte del ser que la realiza, y si a ella se suma otra, y
otra más, entonces “acciones semejantes –dice
Aristóteles- llaman a hábitos semejantes” 14:
el individuo tendrá el hábito de la injusticia. Y
una vez que se tiene ese hábito, al cobijarlo en el propio
ser, pronto éste deviene en carácter, en el anterior
ejemplo, un carácter injusto. Por eso es importante elegir
correctamente los hábitos: en ellos radica esa forma de ser
adquirida, esa segunda naturaleza que Aristóteles llama carácter.
Cualquier persona, pues, tiene un eethos-carácter. Pero podemos
decir que es un carácter ético sólo cuando
éste ha sido conformado de manera activa, deliberativa y
libre; cuando el individuo ha elegido conscientemente su propio
ser; de otra manera se trata de un carácter moral. Y aquí
viene muy al caso aquella bella metáfora del pensador renacentista
Pico de la Mirandola que nos relata la creación del mundo.
Pico habla de cómo cada ser creado acudía a Dios,
para que Él le otorgase una cierta forma de ser: Dios le
daba su ser a cada ente. Al ave le decía: tú volarás,
y harás tal y cual cosa. Al pez; tú nadarás,
y vivirás de tal forma. Y cuando se acercó el turno
del ser humano, Dios le dio el más bello regalo: no le dio
nada; no le dio ser. Le dejó en libertad de adquirirlo, y
le dijo más o menos esto:
“No te
daré una forma, ni una función específica.
Por tal motivo, tú tendrás la forma y función
que desees. La naturaleza de las demás criaturas, la he
dado de acuerdo constreñida a mi deseo. Pero tú
no tendrás límites. Tú definirás tus
propias limitantes, de acuerdo a tu libre albedrío... No
te he hecho ni mortal, ni inmortal. Ni de la tierra, ni del cielo.
De tal manera, que tú podrás transformarte a ti
mismo, en lo que desees. Podrás descender a la forma más
baja de existencia, como si fueras una bestia. O podrás
en cambio, renacer mas allá del juicio de tu propia alma,
entre los más altos espíritus, y serás como
los Dioses."15
Esto es: el regalo
de Dios al ser humano, fue su libertad, y con ello la más
alta dignidad. Es ésta una bella metáfora de lo que
el ser humano es: no es nada, no es; deviene, llega a ser a lo largo
de su vida. Llega a ser Gandhi o Hitler, Beethoven o un asesino,
un amante de la vida o un suicida. El pensamiento ético es
una invitación a elegir nuestro ser, a dejar de obedecer
o funcionar como autómatas y comenzar a pensar y elegir.
Por eso la libertad es la esencia de la ética.
La moral no puede llevarse a cabo con individuos libres; requiere
simples seguidores. La ética no puede realizarse con simples
seguidores: requiere individuos libres. La moral entrega “a
las puertas de su casa” un lindo paquete con diez mandamientos
y una nota que dice: “La cosa es sencilla; sígalos
y nunca los cuestione”. La ética en cambio es más
complicada. No entrega nada, nos deja inmersos en un mar de dudas
que demandan cuestionamiento y honestidad, y requiere de mucho valor
para enfrentar lo establecido, lo cual puede llagar a costar muy
caro, como le ha pasado a todos “los Sócrates”
que al retar la moral de su época encontraron la muerte16
. Pero la ética es el único ámbito en el que
ejercemos la auténtica libertad. Vale la pena ser inmorales,
si a cambio se logra ser éticos. En ese sentido, la inmoralidad
puede ser una gran virtud. Que sea propia y no prestada la mirada
con la que vemos el mundo, la forma en que lo valoramos y la manera
en que vivimos y convivimos, es, creo yo, el objetivo fundamental
de toda ética.
- En esto, como en muchas otras cosas, la filosofía de
Occidente sigue a la originaria filosofía griega. Los griegos,
sabiamente, distinguían la
de
la : la mera opinión,
del conocimiento fundamentado. Pensemos en un ejemplo médico:
todos pueden opinar si conviene intervenir quirúrgicamente
a un ser querido, pero a la hora de tomar una decisión,
la opinión que cuenta no es la de cualquiera, no es una
,es una ;
la sabiduría del médico versado en el tema. Es –o
debiera ser- igual para todas las áreas: hay que acudir
al que tiene una cierta del
asunto en cuestión.
- Si bien esta idea es el núcleo del método genealógico
enunciado por Nietzsche en La genealogía de la moral, aparece
ya en el libro II de la Ética Nicomaquea de Aristóteles.
- Un ejemplo clarísimo es el rechazo que ha causado la
ley de sociedades de convivencia. Dicha ley propone proteger a
las personas que deciden convivir para que puedan disfrutar, por
ejemplo, del mismo seguro de gastos médicos. Puede tratarse
de dos amigas viejas y solas, o de dos jóvenes amantes
hetero u homosexuales, o de un grupo de viejos retirados, pero
¿qué escuchan los homofóbicos? No escuchan
“ley de sociedades de convivencia”; escuchan “ley
para amparar a los homosexuales” y se rasgan las vestiduras.
Y sin embargo, aun una ley que amparara exclusivamente homosexuales,
hubiera sido respetada por aquella magnífica civilización
que fue la cuna de todas las artes y ciencias: Grecia. Hoy en
día, tenemos otra moral: cambió a través
del tiempo.
- De la misma manera, existe el ámbito de la teoría
ética y el de las acciones éticas. Y sin embargo
para el teórico de la ética resulta difícil
separar estos dos ámbitos, porque en la ética el
sujeto que estudia y el objeto de estudio son uno y el mismo:
la propia interioridad espiritual. La ética así
entendida, no es sólo filosofía o reflexión
sobre lo moral, sino que en efecto es eso y es algo más:
es reflexión que puede impulsar ya un cambio en el sujeto,
pues le involucra.
- Esa, podemos decir, es la actitud más antifilosófica
que existe. La ética es una rama de la filosofía:
la moral no lo es. La filosofía se distingue por ser una
aventura del pensamiento. Nos lanzamos a pensar en la desnudez
del alma, en la más auténtica pobreza espiritual.
“Solo sé que al saber de mi propia ignorancia y aceptarla
–decía Sócrates- soy más sabio que
aquellos que creen que saben lo que realmente desconocen”.
La filosofía más que certezas tiene preguntas, y
elabora constantemente ensayos de respuesta; se lanza al diálogo
para acaso encontrar una posible respuesta que se mantenga como
tal mientras no surja otra mejor: filosofar es un perpetuo dialogar
sin certezas absolutas.
- Como resulta evidente, cada una de las cuestiones aquí
solamente mencionadas, han sido motivo de deliberación
durante 2500 años de filosofía. Al hablar de paso
sobre estos temas, corro el riesgo de hacer de una sinfonía
una canción de organillero. Pero no me queda más
remedio si es que quiero abocarme a presentar en tan breve espacio,
la diferencia entre ética y moral.
- En el caso de Kant, la limitante de toda acción será
la aceptación de que todo ser racional merece respeto,
y no puede ser tratado únicamente como un medio, ya que
es un fin en sí mismo. Cf. Kant, Fundamentación
de la metafísica de las costumbres.
- Nótese que el vocablo eethos aparece aquí con
una doble “e”; señal de que nos referimos al
griego
; escrito con
“eta”, que es una vocal doble. Como veremos, esto
resultará fundamental en el devenir de esta palabra.
- Nótese que ahora el vocablo se ha transformado: ha sustituido
una vocal doble por una sencilla: ya no es eethos (como
)
sino ethos (como );
la “eta” doble, pasó a “épsilon”,
vocal sencilla. El cambio de vocales no es finura filológica:
responde a un cambio en el significado de las palabras que resultará
fundamental.
- Cabe resaltar que, como lo ha notado Werner Jaeger, antes de
Sócrates los valores fundamentales del pueblo griego eran
la salud física, la belleza del cuerpo, el dinero y la
juventud compartida con amigos. Sócrates antepone a esos
valores, por primera vez en la historia de Occidente, el valor
de la psiqué, que acaso pudiéramos traducir como
“alma pensante” o psique. Cf. Werner Jaeger, Paideia.
Existe traducción al español en el Fondo de Cultura
Económica.
- Este es un tema que viene directamente del pensamiento heideggeriano.
Cf. El análisis de la existencia en Ser y tiempo.
- Recordemos que Prometeo peca contra los dioses porque amaba
a unas desvalidas criaturas, a las cuales les ofrece el fuego
robado a los dioses, dando con ello origen a la civilización
humana.
- Es por ello sumamente significativo un fragmento de Heráclito
de Éfeso, el pensador presocrático más importante
para la ética: ethos antropos daimon: el carácter
es el destino del hombre. Heráclito nunca diría
“infancia es destino”, sino: “carácter
es destino”. Lo que implica que el individuo no está
condenado a los condicionamientos adquiridos en la infancia, porque
a cada momento puede superarlos, puede transformar su ser y luchar
por la libertad enfrentando las propias determinaciones y condicionamientos.
Nunca es tarde para transformar el ethos individual, y con él,
el propio destino.
- Aristóteles. Ética Nicomaquea.
- Pico de la Mirandola. Discurso sobre la dignidad humana.
- No podremos ya entrar en detalles al respecto, pero grosso
modo digamos que la moral, al ser gregaria, es fundamento de la
cohesión política; cuestionarla es poner en peligro
la pólis. Al respecto es sumamente recomendable el libro
de Luri Medrano El proceso de Sócrates, Valladolid, Editorial
Trotta 1998.
Regresa |