|   Regresa  
            “...bueno es volverse a esos hombres que 
              sólo retienen de los descubrimientos,  
              de los métodos y de los progresos técnicos,  
              aquello que pueden aplicar al alivio y a la salud de sus semejantes.” 
               
              Paul Valéry, Discurso a los cirujanos. 
            El presente trabajo 
              pretende mostrar la distinción entre ética y moral 
              para argumentar en pro de la primera. La diferencia entre un concepto 
              y otro implica mucho más que un mero prurito académico 
              por el uso específico del lenguaje. En la diferencia entre 
              la moral y la ética se juega toda una concepción del 
              bien y del mal y toda una forma tanto de habitar en el mundo y de 
              valorar las capacidades más propiamente humanas, tales como 
              el pensamiento crítico y la libertad.  
               
              Partamos de algo que compartimos todos: el lenguaje cotidiano. En 
              nuestro uso del mismo solemos decir, de manera incorrecta, que cierta 
              persona “no tiene ética", queriendo decir que 
              es inmoral. Nos referimos igualmente a ciertos actos como "actos 
              éticos" queriendo decir que son "moralmente buenos". 
              Calificamos, en resumen, un acto o una persona indistintamente como 
              "ético" o como "moral", o bien como "no 
              ético" o "inmoral". Por si fuera poco, acostumbramos 
              hablar de sociedades desmoralizadas, o de individuos que se sienten 
              "con la moral alta" o "con la moral baja", en 
              fin: usamos de manera tan laxa estos conceptos, que se ha generado 
              una confusión en torno a todo lo que tiene que ver con la 
              ética y la moral.  
               
              Quizá lo anterior sea válido para el lenguaje cotidiano, 
              porque de acuerdo a cada contexto, nos entendemos unos a otros. 
              El problema comienza cuando transportamos esa misma laxitud al lenguaje 
              específicamente académico, ya sea éste científico 
              o filosófico. Surgen entonces concepciones y hasta libros 
              sobre moral, que ostentan abiertamente el título de “Ética”. 
              Esto es muy grave; porque una cosa es pensar y enseñar a 
              pensar, y otra muy diferente, es adoctrinar. Pero vayamos por partes. 
               
              En estas cuestiones –como en todas- es recomendable acudir 
              a quienes saben del tema. Porque todos tenemos derecho a opinar, 
              pero una cosa es una opinión, y otra es un conocimiento bien 
              fundamentado1 . Los filósofos que han dedicado 
              sus vidas a pensar y escribir sobre estas cuestiones, han llevado 
              a cabo una diferenciación radical entre ética y moral. 
              Quizá el problema para comprenderlos sea que sus reflexiones 
              están inmersas en sistemas filosóficos muy complejos, 
              que sólo quedan al alcance de los especialistas, y no del 
              público en general. Y a ello debemos agregar que cada filósofo 
              usa términos propios, y que las traducciones que por dos 
              mil quinientos años se han hecho de ellos a nuestro idioma 
              –casi siempre del griego, latín, alemán o francés- 
              no suelen coincidir. Pero no hagamos de este problema algo más 
              complicado de lo que ya es: tratemos de presentar este asunto tan 
              complejo, de la manera más sencilla posible.  
               
              Para ayudarnos en nuestra búsqueda, lo mejor será 
              acudir a la etimología de las palabras. Pero no para guiarnos 
              por medio de una lengua "muerta", sino precisamente para 
              buscar lo "vivo" de nuestras palabras en sus orígenes; 
              lo que aún perdura de ellas en nuestro lenguaje y, por lo 
              mismo, en nosotros. Las palabras nos hablan; desde Platón 
              y Aristóteles hasta Heidegger, podemos ver que las palabras 
              nos hablan de su significado original y sus transformaciones. Y 
              el análisis de esa cadena de significados puede llevarnos 
              a comprender los nuevos sentidos que las palabras han tenido a lo 
              largo de su historia2 ; hemos de ver, pues, cómo 
              el sentido de nuestros vocablos se ha transformado, y a qué 
              obedece esa transformación.  
               
              Las palabras clave son "ética" y "moral", 
              procedentes del griego la primera, y del latín la segunda. 
              Comencemos por esta última, que ofrece menos complicaciones: 
              moral significa costumbre; su uso en latín siempre indica 
              las costumbres de una sociedad. La moral, pues, consiste en un conjunto 
              de costumbres que han sido elevadas a nivel de normas, y que se 
              proponen como el marco regulativo para una sociedad. En ese sentido 
              una moral pide “seguidores”, requiere individuos que 
              la sigan sin cuestionarla, y tiene, por lo mismo, un cierto carácter 
              gregario. De hecho no existe una cosa así como “la” 
              moral; existen diferentes morales, pues ésta varía 
              a través del tiempo y del espacio. Por ejemplo: en la Grecia 
              clásica, un hombre maduro que sólo tuviera esposa, 
              levantaba sospechas: “Algo tendrá, ya que no tiene 
              también un hombre amante... ¡Qué cosa más 
              rara!” dirían los griegos de entonces. Hoy en día 
              no pensamos así. De hecho en el tema de la homosexualidad 
              nos ubicamos en el extremo más opuesto a Grecia3 
              , nuestra sociedad padece una homofobia radical, y lo que hace 2500 
              años era “bueno”, ahora es “malo”. 
               
               
              Tenemos pues que las morales son las costumbres, y como tales, cambian. 
              A lo largo de la historia existen tanto teorías morales como 
              prácticas morales, de manera que la diferencia entre ética 
              y moral no es la misma que existe entre teoría y práctica4 
              . La teoría moral se caracteriza por la pretensión 
              de justificar una serie de dogmas que, como tales, son considerados 
              como incuestionables. De ahí que la moral parta de ciertos 
              presupuestos que no está dispuesta a cuestionar, y en ese 
              sentido toda teoría moral posee respuestas antes de formular 
              sus preguntas5 . Por su parte, en la práctica 
              moral puede verse la relación del individuo con una moral 
              y juzgarla como moralmente buena o moralmente mala. Esto es: “moral” 
              no es sinónimo de “bueno”, sino que denota que 
              una acción puede ser juzgada como moralmente buena o moralmente 
              mala, de acuerdo a la moral vigente.  
               
              ¿Por qué surge la moral? Nietzsche ha insistido en 
              que la moral surge como una imposición de un cierto grupo 
              social frente a otro. Un grupo, al tener una posición de 
              mayor fuerza, impone sus valores y su forma de concebir la vida 
              a los demás. De esta manera, el que nace no decide qué 
              valores va a tener: los encuentra de hecho en su sociedad, y si 
              quiere integrarse a ella, debe simplemente seguirlos.  
               
              Por lo anterior, el individuo moral pierde de vista que la capacidad 
              de crear valores es una prerrogativa humana, y con ello reduce y 
              deprime su propia capacidad para autorregularse. Se entrega sin 
              cuestionamiento a normas impuestas como absolutas por una sociedad, 
              una religión o una institución, y es calificado como 
              un individuo "moralmente bueno" por su sociedad. Así, 
              el "buen hombre" que sigue las normas establecidas sin 
              cuestionarlas, o la beata que no olvida uno sólo de los mandamientos 
              impuestos por la religión, son personas que tienen y siguen 
              una moral: siguen una serie de códigos, que vienen impuestos 
              desde el exterior, no desde su interior.  
               
              Lo que le faltaría a este tipo de personas "moralmente 
              buenas", es algo que sólo puede provenir del interior 
              del individuo: la convicción que brota del autocuestionamiento, 
              la deliberación libre y auténtica, y por supuesto, 
              la libre elección6 . Esto sólo puede existir 
              cuando se ejerce la capacidad humana de pensar, de detenerse antes 
              de actuar, antes de seguir una norma y preguntarse ¿por qué 
              hago esto? ¿por qué "debo" hacerlo? ¿estoy 
              actuando por convicción, por conveniencia, o por inercia? 
              ¿estoy actuando como quiero o como debo? Y ¿qué 
              relación ha de existir entre mi "querer" y mi "deber"?; 
              ¿debo hacer lo que quiero o lo que debo? ¿o debo elevar 
              a nivel de deber absoluto precisamente aquello que más quiero...? 
               
              Es en esos momentos en los que se interpone una mediación 
              reflexiva entre el individuo y la norma. La relación con 
              la norma ya no es inmediata: se encuentra mediada por la reflexión, 
              por las capacidades críticas del individuo. Aquí es 
              cuando surge la ética: cuando se deja de seguir sin cuestionamiento 
              alguno las normas que la sociedad, el partido, el Estado, la iglesia, 
              o en general el mundo exterior impone. En ese sentido es que decimos 
              que la ética es el pensamiento filosófico sobre lo 
              moral. La acción ética -a diferencia de la acción 
              moral- implica una reflexión, una interiorización, 
              pero implica por lo mismo la valentía necesaria para la autenticidad. 
              La moral no exige tanto; sólo exige cumplimiento. La ética 
              demanda el valor necesario para enfrentar la moral, requiere individuos 
              capaces de romper con ella y crear algo nuevo, esto es: requiere 
              valentía para ser libres, libres no solo “de”, 
              sino ante todo, libres “para”: para comprometerse con 
              la creación propia, con los valores propios. 
               
              La ética es, pues, parte de la filosofía, y como tal 
              consiste esencialmente en un constante cuestionamiento del ámbito 
              de lo moral. Y digo “del ámbito de lo moral” 
              porque la ética no sólo cuestiona las diferentes morales, 
              sino que puede pensar y analizar conceptos morales, puede estudiar 
              lo que son los valores, cómo surgen y porqué, y en 
              general puede investigar cualquier hecho relacionado con lo moral. 
               
               
              En resumen, entre el individuo moral que actúa y sus actos 
              hay un paso inmediato; él no piensa; obedece. En cambio entre 
              el individuo ético y sus actos existe el cuestionamiento, 
              la deliberación y la libre elección. Dicho en palabras 
              de Kant, la moral es heterónoma; en ella el individuo sigue 
              múltiples normas exteriores sin cuestionarlas, mientras que 
              la ética es autónoma; el individuo éticamente 
              bueno es aquel que ha llegado por sus propias capacidades a crear 
              sus propios valores, y se impone a sí mismo una ley autónoma 
              tomando en cuenta las limitantes de toda acción7 
              .  
               
              Mucha tinta ha corrido desde hace 2400 años, sobre la manera 
              de plantear y tratar los problemas éticos. Pero ya Platón 
              dejaba en claro tres cuestiones fundamentales que requiere la ética 
              para ser tal: 1) Deliberar la cuestión por medio de la razón, 
              y no de sentimientos 2) Pensar por cuenta propia sin hacer caso 
              de lo que diga la mayoría 3) No ser nunca injustos. Parece, 
              pues, que la esencia de la ética estriba en el ejercicio 
              de la capacidad de pensar: sapere aude, diría Kant: atrévete 
              a saber, atrévete a pensar por ti mismo.  
               
              Ahora bien: ¿para qué ser éticos si podemos 
              ser morales? Y ¿cómo lograr ser individuos éticos? 
              La respuesta a estas dos cuestiones se encuentra escondida detrás 
              de los significados que históricamente ha tenido la palabra 
              eethos, de donde viene nuestra palabra “ética”. 
              Ya para los tiempos de Aristóteles, ésta tenía 
              su historia. Pero nosotros tendremos que ir más allá 
              del mismo Aristóteles para comprender a fondo el vocablo. 
              Vayamos a los textos homéricos. Es Heidegger quien ha resaltado 
              el hecho de que en Homero el vocablo eethos8 aparece 
              como la “guarida” de los animales, como el lugar en 
              donde el animal se salva de las inclemencias del tiempo o de sus 
              predadores. El eethos-guarida, diría yo, es el hábitat 
              más propio del animal, en donde éste se siente más 
              seguro. Retengamos ese sentido de la palabra eethos, el más 
              viejo, el más originario, y prosigamos el recorrido histórico. 
               
               
              Con el tiempo, el sentido de la palabra eethos cambió, y 
              se comenzó a usar la palabra ethos9 con una sola 
              vocal simple. Esto sucede después de la escritura de los 
              textos homéricos, y ese momento responde a un cambio en el 
              significado: ya no significará “guarida o hábitat”, 
              sino “costumbre o hábito”. Y el que insista en 
              introducir una familia de palabras no es cuestión baladí: 
              hábitat y hábito (al igual que sus predecesoras eethos 
              y ethos) son palabras que pertenecen a una familia de significados, 
              y cuando se nos presenta una familia de significados, tenemos que 
              estar en guardia; las relaciones entre las palabras nos hablan de 
              relaciones entre los hechos.  
               
              Aristóteles nos cuenta cómo finalmente esta palabra, 
              ethos, que quería decir costumbre o hábito, con el 
              tiempo volvió a cambiar. Se flexionó nuevamente la 
              vocal, se volvió a escribir con vocal doble, pero no regresó 
              al significado originario de “guarida”, sino que comenzó 
              a significar “carácter”: carácter moral. 
              Este cambio nos indica, según Aristóteles, que el 
              carácter moral tiene de hecho algo que ver con el hábito 
              o costumbre: que el carácter se adquiere o se conquista por 
              medio del hábito o, para decirlo con palabras de hoy, por 
              medio de la disciplina. De hecho, podemos decir que el carácter 
              moral se adquiere, sin darse cuenta a veces, por medio de las costumbres, 
              y el carácter ético se conquista, con muchos esfuerzos, 
              por medio de las costumbres. 
               
              Recapitulemos: 
              El primer significado de  (eethos 
              homérico) es guarida o hábitat. 
              El segundo significado de  (ethos 
              posthomérico) es costumbre o hábito. 
              El tercer significado de  (eethos 
              aristotélico) es carácter ético o moral. 
               
              Preguntémonos ahora ¿qué nos dice esta familia 
              de significados? ¿En qué sentido la ética puede 
              ser para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI,  
              una guarida,  
              una costumbre  
              o un carácter ético o moral?  
               
              Diré que, desde mi perspectiva, el significado de eethos-guarida 
              resuena en la ética de hoy; la ética puede ser en 
              efecto nuestra guarida, nuestra salvación. ¿De quién 
              o de qué nos salvamos en la ética? Nos salvamos en 
              más de un sentido. Primeramente, la ética nos salva 
              de la corrupción del alma. Sócrates, el padre de la 
              ética, enseñó con su muerte que es peor cometer 
              el mal que recibirlo: el verdadero mal es aquel que nosotros hacemos, 
              no el que se hace contra nuestra. Porque el mal que nosotros hacemos 
              daña nuestra  , 
              nuestra psiqué, que para Sócrates es la verdadera 
              identidad del ser humano10 ; es lo que somos. Por eso 
              es peor dañar que ser dañado, y la ética nos 
              salva de dañar, de cometer el mal; la ética nos salva 
              de nosotros mismos, de nuestra propia ambición o mezquindad, 
              de nuestras propias debilidades humanas: nos salva de caer, porque 
              es menos malo –dirá Sócrates en su Apología- 
              ser alcanzados por la muerte que ser alcanzados por el mal. Hay 
              algo más valioso que la vida: la vida digna, la vida buena. 
               
               
              Pero también la ética es guarida por salvarnos de 
              las inclemencias de la moral. Nacemos en una sociedad con una moral 
              que nosotros no elegimos. Hay otros que la han elegido, y vivimos 
              la vida con una mirada prestada, tomada de otros; valoramos como 
              “uno” valora, pensamos como “uno” piensa, 
              y vivimos como “uno” vive. Así, pronto aprendemos 
              que uno no dice esas cosas en público, uno no hace tal o 
              cual cosa, uno debe obedecer11 . La ética nos 
              salva de ser “uno” más del montón de borreguitos 
              buenos, y nos lleva a pensar por cuenta propia, para seguir normas 
              propias: la ética nos salva de la moral. Es necesario estar 
              dispuestos a ser inmorales, si se quiere ser ético. Sócrates 
              fue un inmoral; por eso lo condenaron a muerte; no es raro encontrar 
              individuos éticamente auténticos, que sean inmorales 
              para la sociedad, pero lo más usual es encontrar aquellos 
              que siendo moralmente “buenos”, son personas sin ninguna 
              ética personal, que siguen ciertas normas “por encimita” 
              sólo para cubrir el expediente. 
               
              Para el individuo ético el compromiso adquirido es muy superior 
              a aquel que adquiere un agente moral. Ante una falla moral el individuo 
              puede decir: “es que yo no inventé esa norma, y me 
              resulta muy difícil”. Pero ante una falla ética, 
              el individuo falla ante sí mismo: “yo me comprometí 
              a esto, y me he fallado a mí mismo”: eso sí 
              duele. El compromiso ético es más fuerte, más 
              demandante y más doloroso en caso de fallar. ¿Por 
              qué y para qué buscarlo entonces? ¿Para qué 
              lanzarse a las inclemencias de la ética si se puede estar 
              tan a gusto en la moral? La moral nos hace sentir en casa, y nos 
              brinda el calor humano. La ética nos lanza a la soledad y 
              nos hace más difícil encontrar comprensión. 
              Pero quizá el móvil hacia la ética sea el mismo 
              que aquel que nos lleva al resto de la filosofía: un cierto 
              anhelo de verdad, el amor al pensamiento libre y a la libertad de 
              acción: eso es lo que nos hace ser propiamente humanos. Y 
              eso perdemos al ser morales: la moral nos lleva a seguir normas 
              ajenas, creadas por otros, y a no tener el valor de cuestionarlas 
              ni de pensar por cuenta propia. Y eso es peligroso. Un ejemplo del 
              peligro inherente a la moral lo encontramos, en la aplicación 
              del siguiente precepto moral, comúnmente aceptado: “Debes 
              cumplir con tus promesas”. Pero si el individuo se da cuenta 
              de que arruinará su vida y la de otros por cumplir una promesa, 
              ¿debe cumplirla? Otro ejemplo: “No mentirás”. 
              Pero si mentir hace sufrir menos a alguien y no daña a nadie, 
              ¿no debiéramos mentir? Romper con una norma moral 
              implica ser inmoral; quien miente o no cumple una promesa es inmoral; 
              pero hay ocasiones en que uno debe ser inmoral en pos de un principio 
              superior; un principio ético. A Hegel le gustaba poner como 
              ejemplo de esto a Antígona: ella rompe las leyes de su ciudad 
              por seguir una ley superior: la ley del amor. Si lo pensamos, encontraremos 
              miles de ejemplos del peligro inherente a la moral. Nietzsche hablaba 
              de la necesidad de una ética prometeica: una ética 
              sacrílega, capaz de quebrantar las normas impuestas por los 
              mismos dioses, por amor al crecimiento de la vida12 . 
               
               
              Creería yo que con estas reflexiones, surgidas en torno a 
              la ética como guarida, he contestado parcialmente la pregunta 
              por el “para qué” de la ética, esto es: 
              ¿para qué ser éticos y no morales?: Para vivir 
              en la propia casa; para vivir la vida de manera más propia, 
              auténtica, más comprometida y más vital. Pero, 
              ¿cómo hacerlo? La respuesta la encontramos en el paso 
              que da Aristóteles al hablar del ethos-costumbre y su transformación 
              al eethos-carácter. Las costumbres o hábitos, nos 
              dice este pensador, se van incorporando a nuestro propio ser. En 
              ese sentido el ser humano está en constante cambio, y nuestro 
              destino se teje con base en las costumbres que elegimos: nuestro 
              carácter traza nuestro destino.13 Como 
              dijo el poeta, cada quien es el arquitecto de su propio destino. 
              Si elegimos costumbres injustas, actuaremos de manera injusta, y 
              esas acciones no serán algo aislado que quede ahí: 
              ellas se incorporan a nuestro ser. Una acción injusta pasa 
              a ser parte del ser que la realiza, y si a ella se suma otra, y 
              otra más, entonces “acciones semejantes –dice 
              Aristóteles- llaman a hábitos semejantes” 14: 
              el individuo tendrá el hábito de la injusticia. Y 
              una vez que se tiene ese hábito, al cobijarlo en el propio 
              ser, pronto éste deviene en carácter, en el anterior 
              ejemplo, un carácter injusto. Por eso es importante elegir 
              correctamente los hábitos: en ellos radica esa forma de ser 
              adquirida, esa segunda naturaleza que Aristóteles llama carácter. 
               
               
              Cualquier persona, pues, tiene un eethos-carácter. Pero podemos 
              decir que es un carácter ético sólo cuando 
              éste ha sido conformado de manera activa, deliberativa y 
              libre; cuando el individuo ha elegido conscientemente su propio 
              ser; de otra manera se trata de un carácter moral. Y aquí 
              viene muy al caso aquella bella metáfora del pensador renacentista 
              Pico de la Mirandola que nos relata la creación del mundo. 
              Pico habla de cómo cada ser creado acudía a Dios, 
              para que Él le otorgase una cierta forma de ser: Dios le 
              daba su ser a cada ente. Al ave le decía: tú volarás, 
              y harás tal y cual cosa. Al pez; tú nadarás, 
              y vivirás de tal forma. Y cuando se acercó el turno 
              del ser humano, Dios le dio el más bello regalo: no le dio 
              nada; no le dio ser. Le dejó en libertad de adquirirlo, y 
              le dijo más o menos esto: 
             
              “No te 
                daré una forma, ni una función específica. 
                Por tal motivo, tú tendrás la forma y función 
                que desees. La naturaleza de las demás criaturas, la he 
                dado de acuerdo constreñida a mi deseo. Pero tú 
                no tendrás límites. Tú definirás tus 
                propias limitantes, de acuerdo a tu libre albedrío... No 
                te he hecho ni mortal, ni inmortal. Ni de la tierra, ni del cielo. 
                De tal manera, que tú podrás transformarte a ti 
                mismo, en lo que desees. Podrás descender a la forma más 
                baja de existencia, como si fueras una bestia. O podrás 
                en cambio, renacer mas allá del juicio de tu propia alma, 
                entre los más altos espíritus, y serás como 
                los Dioses."15  
             
             Esto es: el regalo 
              de Dios al ser humano, fue su libertad, y con ello la más 
              alta dignidad. Es ésta una bella metáfora de lo que 
              el ser humano es: no es nada, no es; deviene, llega a ser a lo largo 
              de su vida. Llega a ser Gandhi o Hitler, Beethoven o un asesino, 
              un amante de la vida o un suicida. El pensamiento ético es 
              una invitación a elegir nuestro ser, a dejar de obedecer 
              o funcionar como autómatas y comenzar a pensar y elegir. 
              Por eso la libertad es la esencia de la ética.  
               
              La moral no puede llevarse a cabo con individuos libres; requiere 
              simples seguidores. La ética no puede realizarse con simples 
              seguidores: requiere individuos libres. La moral entrega “a 
              las puertas de su casa” un lindo paquete con diez mandamientos 
              y una nota que dice: “La cosa es sencilla; sígalos 
              y nunca los cuestione”. La ética en cambio es más 
              complicada. No entrega nada, nos deja inmersos en un mar de dudas 
              que demandan cuestionamiento y honestidad, y requiere de mucho valor 
              para enfrentar lo establecido, lo cual puede llagar a costar muy 
              caro, como le ha pasado a todos “los Sócrates” 
              que al retar la moral de su época encontraron la muerte16 
              . Pero la ética es el único ámbito en el que 
              ejercemos la auténtica libertad. Vale la pena ser inmorales, 
              si a cambio se logra ser éticos. En ese sentido, la inmoralidad 
              puede ser una gran virtud. Que sea propia y no prestada la mirada 
              con la que vemos el mundo, la forma en que lo valoramos y la manera 
              en que vivimos y convivimos, es, creo yo, el objetivo fundamental 
              de toda ética. 
             
            
              - En esto, como en muchas otras cosas, la filosofía de 
                Occidente sigue a la originaria filosofía griega. Los griegos, 
                sabiamente, distinguían la 
 de 
                la  : la mera opinión, 
                del conocimiento fundamentado. Pensemos en un ejemplo médico: 
                todos pueden opinar si conviene intervenir quirúrgicamente 
                a un ser querido, pero a la hora de tomar una decisión, 
                la opinión que cuenta no es la de cualquiera, no es una 
                 ,es una  ; 
                la sabiduría del médico versado en el tema. Es –o 
                debiera ser- igual para todas las áreas: hay que acudir 
                al que tiene una cierta  del 
                asunto en cuestión.  
              - Si bien esta idea es el núcleo del método genealógico 
                enunciado por Nietzsche en La genealogía de la moral, aparece 
                ya en el libro II de la Ética Nicomaquea de Aristóteles.
 
              -  Un ejemplo clarísimo es el rechazo que ha causado la 
                ley de sociedades de convivencia. Dicha ley propone proteger a 
                las personas que deciden convivir para que puedan disfrutar, por 
                ejemplo, del mismo seguro de gastos médicos. Puede tratarse 
                de dos amigas viejas y solas, o de dos jóvenes amantes 
                hetero u homosexuales, o de un grupo de viejos retirados, pero 
                ¿qué escuchan los homofóbicos? No escuchan 
                “ley de sociedades de convivencia”; escuchan “ley 
                para amparar a los homosexuales” y se rasgan las vestiduras. 
                Y sin embargo, aun una ley que amparara exclusivamente homosexuales, 
                hubiera sido respetada por aquella magnífica civilización 
                que fue la cuna de todas las artes y ciencias: Grecia. Hoy en 
                día, tenemos otra moral: cambió a través 
                del tiempo.
 
              - De la misma manera, existe el ámbito de la teoría 
                ética y el de las acciones éticas. Y sin embargo 
                para el teórico de la ética resulta difícil 
                separar estos dos ámbitos, porque en la ética el 
                sujeto que estudia y el objeto de estudio son uno y el mismo: 
                la propia interioridad espiritual. La ética así 
                entendida, no es sólo filosofía o reflexión 
                sobre lo moral, sino que en efecto es eso y es algo más: 
                es reflexión que puede impulsar ya un cambio en el sujeto, 
                pues le involucra. 
 
              - Esa, podemos decir, es la actitud más antifilosófica 
                que existe. La ética es una rama de la filosofía: 
                la moral no lo es. La filosofía se distingue por ser una 
                aventura del pensamiento. Nos lanzamos a pensar en la desnudez 
                del alma, en la más auténtica pobreza espiritual. 
                “Solo sé que al saber de mi propia ignorancia y aceptarla 
                –decía Sócrates- soy más sabio que 
                aquellos que creen que saben lo que realmente desconocen”. 
                La filosofía más que certezas tiene preguntas, y 
                elabora constantemente ensayos de respuesta; se lanza al diálogo 
                para acaso encontrar una posible respuesta que se mantenga como 
                tal mientras no surja otra mejor: filosofar es un perpetuo dialogar 
                sin certezas absolutas. 
 
              - Como resulta evidente, cada una de las cuestiones aquí 
                solamente mencionadas, han sido motivo de deliberación 
                durante 2500 años de filosofía. Al hablar de paso 
                sobre estos temas, corro el riesgo de hacer de una sinfonía 
                una canción de organillero. Pero no me queda más 
                remedio si es que quiero abocarme a presentar en tan breve espacio, 
                la diferencia entre ética y moral. 
 
              -  En el caso de Kant, la limitante de toda acción será 
                la aceptación de que todo ser racional merece respeto, 
                y no puede ser tratado únicamente como un medio, ya que 
                es un fin en sí mismo. Cf. Kant, Fundamentación 
                de la metafísica de las costumbres.
 
              -  Nótese que el vocablo eethos aparece aquí con 
                una doble “e”; señal de que nos referimos al 
                griego 
 ; escrito con 
                “eta”, que es una vocal doble. Como veremos, esto 
                resultará fundamental en el devenir de esta palabra.  
              - Nótese que ahora el vocablo se ha transformado: ha sustituido 
                una vocal doble por una sencilla: ya no es eethos (como 
 ) 
                sino ethos (como  ); 
                la “eta” doble, pasó a “épsilon”, 
                vocal sencilla. El cambio de vocales no es finura filológica: 
                responde a un cambio en el significado de las palabras que resultará 
                fundamental. 
              -  Cabe resaltar que, como lo ha notado Werner Jaeger, antes de 
                Sócrates los valores fundamentales del pueblo griego eran 
                la salud física, la belleza del cuerpo, el dinero y la 
                juventud compartida con amigos. Sócrates antepone a esos 
                valores, por primera vez en la historia de Occidente, el valor 
                de la psiqué, que acaso pudiéramos traducir como 
                “alma pensante” o psique. Cf. Werner Jaeger, Paideia. 
                Existe traducción al español en el Fondo de Cultura 
                Económica.
 
              -  Este es un tema que viene directamente del pensamiento heideggeriano. 
                Cf. El análisis de la existencia en Ser y tiempo.
 
              -  Recordemos que Prometeo peca contra los dioses porque amaba 
                a unas desvalidas criaturas, a las cuales les ofrece el fuego 
                robado a los dioses, dando con ello origen a la civilización 
                humana. 
 
              -  Es por ello sumamente significativo un fragmento de Heráclito 
                de Éfeso, el pensador presocrático más importante 
                para la ética: ethos antropos daimon: el carácter 
                es el destino del hombre. Heráclito nunca diría 
                “infancia es destino”, sino: “carácter 
                es destino”. Lo que implica que el individuo no está 
                condenado a los condicionamientos adquiridos en la infancia, porque 
                a cada momento puede superarlos, puede transformar su ser y luchar 
                por la libertad enfrentando las propias determinaciones y condicionamientos. 
                Nunca es tarde para transformar el ethos individual, y con él, 
                el propio destino.
 
              - Aristóteles. Ética Nicomaquea. 
 
              -  Pico de la Mirandola. Discurso sobre la dignidad humana.
 
              -  No podremos ya entrar en detalles al respecto, pero grosso 
                modo digamos que la moral, al ser gregaria, es fundamento de la 
                cohesión política; cuestionarla es poner en peligro 
                la pólis. Al respecto es sumamente recomendable el libro 
                de Luri Medrano El proceso de Sócrates, Valladolid, Editorial 
                Trotta 1998.
 
             
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