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En
los tiempos recientes la racionalidad en la prescripción
de medicamentos ha obligado al médico a incorporar una serie
de elementos que en el pasado no eran considerados. Dentro de estos
elementos sobresale de manera importante el económico, que
anteriormente era considerado únicamente por las autoridades
sanitarias responsables de los organismos de la seguridad social.
En la actualidad se acepta que el costo del tratamiento farmacológico,
de un paciente ambulatorio, con una enfermedad crónico-degenerativa
equivale al 50% del gasto total en salud de ese paciente. Así
pues es de interés para el paciente y para la sociedad contar
con alternativas más baratas en el tratamiento, sobre todo
de aquellas enfermedades crónicas.
En
el análisis del costo del tratamiento son muchos los factores
que intervienen y no, como lo quieren hacer creer muchos, exclusivamente
el costo del medicamento. El énfasis se hace entre costo
del tratamiento vs. el costo del medicamento. De manera tradicional
la política seguida por las instituciones ha sido la de contención
del costo, misma política que algunas agrupaciones han querido
trasladar al ámbito de la práctica médica,
sobre todo la de carácter privado. Las políticas de
contención del costo, con una cortedad de miras importante,
favorecen la disminución del costo de las unidades farmacéuticas,
sin importar la calidad y que llenen las perspectivas terapéuticas
de eficacia y seguridad, así como de la necesidad de un empleo
racional de los recursos.
Uno
de los problemas con los que el médico se enfrenta en su
práctica cotidiana, al momento de prescribir, es el del empleo
del mejor recurso terapéutico para el paciente que tiene
enfrente. Por un lado existe la presión de los laboratorios
farmacéuticos que promueven, de una manera incansable y muchas
veces muy efectiva, sus productos. Entre estos productos se encuentra
una gama muy amplia que va desde productos muy novedosos; otros
que son modificaciones moleculares, dentro de familias terapéuticas,
que por lo general ofrecen pocas ventajas sobre sus antecesores;
otros son productos con bastante tiempo en el mercado y que siguen
siendo eficaces y bien conocidos por el médico. Otros laboratorios
tienen prácticas comerciales en donde lo que promueven son
las ventajas, ya no terapéuticas de un producto, sino las
ventajas económicas que la prescripción de ese producto
arroja al paciente.
En
cada uno de los casos mencionados la cautela debe prevalecer al
momento de la prescripción. En el caso de productos muy novedosos,
el médico se enfrenta ante el desconocimiento del producto
mismo, la información disponible es sólo aquella proporcionada
por el laboratorio y aunque está pueda estar publicada en
revistas de reconocido prestigio, existe también el elemento
del sesgo comercial, tanto de investigadores como del propio laboratorio
que patrocina y promueve esos estudios. Es también cierto
que las autoridades sanitarias de muchos países revisan con
cuidado la información que el laboratorio fabricante aporta,
pero habrá que recordar que existen muchos productos que
salieron al mercado y que después de algún tiempo
tuvieron que ser retirados por la existencia de reacciones adversas
que no habían sido detectadas en los estudios preliminares
y que sólo se hacen evidentes cuando el número de
consumidores se amplía al momento de salir al mercado.
Un
buen ejemplo de esto es la cerivastatina de Bayer, que ofrecía
algunas ventajas sobre otros fármacos de la misma familia,
en cuanto a eficacia se refiere, pero que tuvo que salir del mercado
por la rabdomiolisis que provocaba en algunos pacientes, al combinar
este medicamento con otros de uso habitual en el tratamiento de
las dislipidemias. Ejemplos como éste hay muchos, recientemente
la discusión sobre el aumento de las tendencias suicidas
en adolescentes tratados con algún tipo de antidepresivos,
en particular aquellos que bloquean la recaptura de serotonina y
noradrenalina, etc. En términos generales podemos decir que
los productos nuevos en general tienen una eficacia bien demostrada
y pueden tener algunas ventajas derivadas de su farmacocinética,
como puede ser una vida media más prolongada lo que hace
que la posología sea más cómoda, lo que favorece
ciertamente el apego al tratamiento. No se puede decir lo mismo
con respecto a la seguridad de los medicamentos nuevos, ya que los
estudios que se realizan antes de comercializar un producto, sólo
se hacen en un número limitado de pacientes, en general bien
controlados, con características muy escogidas y de ninguna
forma pueden reproducir las condiciones de uso “normal”
del medicamento, cuando éste llegue al mercado. Es por eso
que en la actualidad muchas de las autoridades regulatorias en diferentes
partes del mundo, exigen que se haga un estudio de “post-mercadeo”
antes de que se otorgue el registro definitivo, sobre todo en los
nuevos fármacos. Otro ejemplo de esto es lo que sucede con
otro fármaco hipocolesterolemiante, la rosuvastatina, que
tiene ya un permiso provisional para su venta, pero que será
definitivo hasta finales del 2005, cuando haya entregado los reportes
de farmacovigilancia mundial. De estas consideraciones previas se
desprende la importancia de que todos los países cuenten
con un sistema bien establecido y operante de farmacovigilancia,
que además esté en relación estrecha con los
organismos internacionales, con el propósito de conocer de
manera veraz y oportuna el comportamiento de los distintos fármacos
en el mundo.
En
relación a las pequeñas modificaciones estructurales
que hacen a moléculas ya conocidas, muchas veces son simplemente
el reflejo de la salida de la protección patentaria de una
molécula, comercialmente exitosa, que lleva a las compañías
a producir otra molécula parecida que esté protegida
por patente y que pueda comercializarse de una manera igualmente
exitosa. En muchos casos las “nuevas moléculas”
no ofrecen ventaja alguna sobre las previas, a excepción
de que son “nuevas”, con los mismos riesgos mencionados
en los párrafos anteriores. En estos casos el precio es mucho
mayor que el del compuesto original, sin ninguna ventaja extra o
competitiva real. Un ejemplo de estos casos son los inhibidores
de la bomba de protones, que han pretendido desplazar al omeprazole,
molécula que en su momento fue nueva y que abrió una
perspectiva terapéutica en el tratamiento de la enfermedad
úlcero-péptica de diversas etiologías. Las
nuevas moléculas en el mercado, no representan ninguna ventaja
real, pero sí un costo mayor, tanto para el paciente como
para las instituciones. Estos medicamentos son los que reciben una
mayor atención por las industrias farmacéuticas desde
el punto de vista de publicidad; es también en donde mayores
sesgos publicitarios y comerciales se observan. Esto es el resultado
de no existir una ventaja terapéutica real de las nuevas
moléculas en relación a sus competidoras, en donde
en muchos casos son ellas mismas. Se da aquí el fenómeno
conocido como canibalismo, en el que la nueva molécula se
promociona mucho y por encima de la vieja molécula de forma
tal que se vaya dando una sustitución acelerada de las recetas
del “viejo” medicamento por el “nuevo”.
Esta situación se ve acentuada en países en donde
existen mercados de genéricos fuertes, ya que las ventas
de las “viejas” moléculas se desplazan hacia
la forma genérica y las ventas de las casas innovadoras de
esas moléculas se desploman de una manera muy considerable.
Existen reportes en los que se menciona que en el momento de salir
la versión genérica de un medicamento, las ventas
del innovador se desploman en el primer año hasta un 75%.
Esta situación representa, desde el punto de vista económico,
un golpe fuerte para las empresas, que cuando no tienen moléculas
novedosas de reemplazo en el mercado recurren a las modificaciones
de la molécula original para ampliar el tiempo de protección
patentaria.
En
países en donde los mercados de genéricos no son muy
importantes la situación no cambia de manera significativa,
El mercadeo y las políticas de promoción siguen siendo
agresivas, impulsando las nuevas sales, o las viejas sales modificadas,
etc. Existe un caso particular que vale la pena examinar de una
manera cuidadosa, que es el caso chileno, En Chile existe un mercado
muy grande genéricos, de acuerdo a los reportes anuales,
en ese país el 72% de los medicamentos que se venden son
genéricos, pero no son genéricos intercambiables,
sino sólo medicamentos, manufacturados por laboratorios locales,
que se expenden por el nombre genérico y cuyo registro es
relativamente sencillo. Es una situación parecida a la que
sucede en México con los medicamentos llamados “similares”,
sin embargo en Chile existe un sistema nacional de farmacovigilancia
muy eficaz y existe la figura del farmacéutico, en el sentido
tradicional del término, esto es un profesional que atiende
la farmacia, que orienta al paciente y que supervisa la prescripción
del médico, incluso en Chile la legislación sanitaria
permite la sustitución de la receta, siempre y cuando esta
sustitución sea realizada por un farmacéutico.
En
nuestro país el mercado farmacéutico es muy complejo
y la legislación sanitaria, aunque ha evolucionado en los
últimos años, no contiene los suficientes elementos
para su adecuado control. Esta situación parece que pronto
sufrirá un cambio radical. Permítanme explicar un
poco como se constituye el mercado farmacéutico en México.
En primer lugar contamos con los medicamentos innovadores, generalmente
fabricados y distribuidos por las grandes compañías
transnacionales, además de los innovadores, que se expenden
por su marca comercial y no por su nombre genérico, están
los genéricos de marca, que son medicamentos copia del innovador,
que incluso existen algunos que fueron registrados antes que el
mismo innovador, cuando en México no existía la ley
de patentes, que les recuerdo entró en vigor en el año
de 1991. Un ejemplo simpático de esto es el de la ranitidina,
cuyo innovador es la compañía Glaxo y que lo comercializa
con el nombre de Azantac, pero el primer registro de ranitidina
en México le corresponde a los laboratorios Senosian, con
su marca Ranisen, que es obviamente una copia del primero. Estos
medicamentos genéricos de marca son por lo general producidos
por laboratorios nacionales, que hacen una gran inversión
no en el desarrollo de productos, sino en la promoción de
los mismos y han llegado a tener una importante presencia de marca
entre los médicos. Se debe mencionar que el registro de un
medicamento genérico de marca es relativamente sencillo,
ya que toda la documentación necesaria para obtener el registro
es la misma que ha generado el innovador, lo que representa un ahorro
importante en toda la fase de investigación. Por lo general
el diferencial de precios entre el innovador y el genérico
de marca es muy poca y en la mayor parte de los casos no existe,
esto es, cuestan lo mismo a precios de farmacia.
Hasta
el año de 1997 estos eran los dos únicos tipos de
medicamentos que se encontraban en el mercado privado. En el sector
público existían y aún existen los medicamentos
genéricos como tal, esto es medicamentos que se expenden
con su nombre genérico, así se prescriben hacia el
interior de las instituciones y así se dispensan en las farmacias
institucionales. Estos medicamentos genéricos no estaban
sujetos a normas de calidad estrictas, las instituciones públicas
de salud realizaban una serie de pruebas de calidad, pero con estándares
farmacopéicos, los que no están diseñados para
controlar la calidad de los medicamentos sino la homogeneidad de
los lotes de producción. Estos medicamentos se adquieren
por las instituciones de salud en base al costo por unidad, lo que
ha llevado a los fabricantes de estos productos a una lucha feroz
por tener el menor precio en las licitaciones y poder vender grandes
volúmenes. Esta disminución en el costo por unidad
llevó en el pasado a muchos laboratorios a utilizar materias
primas de muy baja calidad y sistemas de producción poco
controlados y de calidad no bien definida. La política de
adquisición de insumos de las instituciones de salud era
y sigue siendo la de contención del costo.
A
partir de 1997, con la entrada del Programa Nacional de Genéricos
Intercambiables, entra al mercado farmacéutico mexicano otro
tipo de medicamentos: medicamentos genéricos que han sido
sometidos a pruebas de calidad en contra del innovador, con estándares
bien definidos de intercambiabilidad. Los objetivos de este programa
son el poder contar con medicamentos de calidad demostrada, a precios
menores que los innovadores y los genéricos de marca. Lo
que se pretendía era bajar los costos de los medicamentos
en el mercado privado e incrementar la calidad de los mismos en
el sector público. El programa de genéricos intercambiables
ha traído aparejado ventajas de otra índole, como
la revisión de conceptos terapéuticos, la cultura
de calidad en la industria y a nivel de los consumidores, se ha
generado conciencia del precio y costo de los insumos médicos
además de su calidad, etc. Todo esto ha llevado incluso a
la revisión cuidadosa por expertos independientes del cuadro
básico de medicamentos, de manera que se racionalice el mismo.
Sin embargo este mismo programa abrió las puertas para la
entrada de los “genéricos” al estilo chileno,
sólo que aquí se llaman similares.
El
hecho de que existan medicamentos que se expenden con su nombre
genérico, por un consorcio de empresas que tradicionalmente
vendían sólo al sector público y que ahora
han abierto una gran cadena de distribución en el mercado
privado, reproduce los vicios que se tuvieron, y muchos aún
persisten, en las instituciones públicas de salud. Estos
vicios son las de abaratar el costo del producto final a como diera
lugar, sacrificando incluso muchas veces la calidad del producto
mismo. Esta política de contención de precios no contempla
más que la existencia de producto a bajo precio con un margen
de ganancia razonable. Esta aseveración no es gratuita, en
años pasados hicimos una serie de pruebas de calidad a productos
provenientes de las farmacias de similares, nuestros hallazgos,
que nunca fueron divulgados a solicitud de las autoridades sanitarias,
mostraban productos de calidad heterogénea, que en más
del 50% de los casos no cumplían ni siquiera con las especificaciones
de la Farmacopea Nacional. En la actualidad, según hemos
sido informados, algunos de los productos “Similares”
han sido ya incorporados como Genéricos Intercambiables,
pero aún se dista mucho de tener todos los productos que
se expenden por su red de farmacias validados.
En
este momento se encuentra en revisión tanto la Ley General
de Salud, como la Norma de Registro de Medicamentos. En ambos casos
se contempla ya un cambio que considero fundamental en la legislación
que es que se obliga a los fabricantes y distribuidores de medicamentos
a registrar sus productos cada cinco años y para que este
registro se pueda obtener, hace falta la demostración de
calidad, mediante pruebas de intercambiabilidad o bien mediante
estudios que demuestren de manera objetiva las características
del producto, desde el punto de vista terapéutico, farmacológico
y farmacéutico. Esto es un cambio fundamental en la política
farmacéutica nacional.
Si
bien es cierto que uno de los aspectos a considerar en el momento
de prescribir un fármaco es el costo del mismo, el enfoque
debería ser el de costo tratamiento, más que el de
costo por unidad. Esta diferenciación en el enfoque económico
es fundamental y tiene consideraciones éticas importantes,
ya que lo que se busca al prescribir un medicamento es la paliación
de algún mal, el control de alguna enfermedad, la curación
de otra, etc. y se debe regir la prescripción por el principio
de “primus non nocere”, cosa que no sucede si se recurre
de manera primaria a recursos terapéuticos que no han demostrado
de manera objetiva su calidad, su eficacia terapéutica y
su seguridad. Este elemental principio de la prescripción,
aunque se aplica a los “similares”, es igualmente aplicable
a cualquier recurso terapéutico, aún a aquellos productos
de patente que por su novedad no han aún demostrado su seguridad,
aunque la promoción de la industria señale lo contrario.
Para
finalizar quisiera reflexionar un poco sobre lo que prescribir implica,
ya que, como se ha referido en otras ocasiones, la prescripción
debe implicar un acto razonado que es parte del acto médico
y que debe ser producto de la integración de los procesos
diagnósticos. Las consideraciones sociales y económicas
no deben estar ausentes en el momento de la prescripción,
pero ni pueden, ni deben ser las primeras consideraciones, como
tampoco lo puede ser la novedad del recurso. La prescripción
debe ser un acto razonado, en donde se valoren los riesgos y los
beneficios, de una manera informada y consciente.
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