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El acto médico es un proceso complejo, en donde,
parafraseando a Ignacio Chávez se relaciona una confianza con una
conciencia. Este acto médico, es antes que todo, un acto humano
en donde dos sujetos se relacionan entre si. Como toda relación
humana se establece con base a elementos explícitos e implícitos.
Esta relación se evalúa, al igual que cualquier
otro acto humano, en función de sus resultados. El paciente se acerca
al médico con el propósito de resolver su problema de salud, considerando
este vocablo en su más amplia acepción, que rebasa el mero problema
de la enfermedad, y en la medida en que se resuelve el problema
global, humano, que se plantea, es el reconocimiento que el paciente
a nivel individual y la sociedad dan al acto médico, al médico y
a la institución de salud.
Si bien es cierto que aspectos como la eficiencia,
la rapidez del servicio, la cortesía y la calidez del mismo tienen
un impacto en la evaluación del acto médico, nada sobrepasa al hecho
de lograr la cura, el control, o el alivio de la enfermedad y del
padecimiento. Los pacientes son capaces de soportar muchas cosas
si tienen la certeza (la confianza) de que su espera o su largo
traslado tendrá como consecuencia la solución del problema de salud
que entregan al médico (la conciencia). Así pues la evaluación del
acto médico esta íntimamente relacionado con la terapéutica, ya
que el diagnóstico per se no cura, ni alivia, ni conforta.
Con el peligro que conlleva toda simplificación
podemos afirmar que el acto médico se concentra en dos elementos:
el diagnóstico y la terapéutica. Quisiera referirme brevemente al
primer elemento, aún cuando no es el motivo del presente escrito.
El diagnóstico es sin duda la base de cualquier terapéutica racional,
lo que implica que se debe tener una visión clara de la alteración
fisiopatológica, con el fin de saber cuales son los elementos de
este proceso que son susceptibles a ser modificados mediante una
intervención farmacológica o terapéutica de otro tipo. Sin este
conocimiento esencial no podremos hablar de una terapéutica racional.
Pero el diagnóstico tiene que ir más allá de la enfermedad. El acercamiento
de un paciente al médico es un proceso más complejo de lo que aparenta.
Este proceso es una búsqueda de alivio y comprensión que rebasa
al ámbito de la enfermedad. Esta se da en un sujeto específico,
con una historia personal y social particular y en un momento dado
de su existencia. Estas condicionantes hacen que el sujeto experimente
la enfermedad de una manera única. Así pues es imperativo que en
el proceso diagnóstico se establezcan también las características
del padecimiento. Para fines de trabajo quiero definir al padecimiento
como la forma en que cada sujeto vive su enfermedad.
Así como el diagnóstico de la enfermedad es un
elemento esencial para poder establecer una terapéutica adecuada,
no es menos esencial el tener un diagnóstico preciso del padecimiento
para lograr el mismo fin, como intentaré explicarlo posteriormente.
Una vez establecido el diagnóstico de la enfermedad
y del padecimiento y habiendo determinado cual o cuales son los
elementos de la enfermedad modificables con herramientas farmacológicas,
se deberá establecer cual de las herramientas es la que debe utilizarse,
en función del diagnóstico tanto de la enfermedad, del estado global
del individuo y de su padecimiento.
En este proceso de elección participan muchos
elementos, tanto relacionados con la enfermedad como con el padecimiento,
que pocas veces se toman en cuenta en la cotidianeidad de la consulta
médica. Quisiera mencionar solo algunos que considero importantes:
- las características farmacocinéticas que permiten establecer
un esquema posológico racional en función de las características
físicas de cada individuo;
- las características farmacodinámicas en función del cuadro
fisiopatológico que se presenta.
- las posibles interacciones del medicamento a prescribir con
otros medicamentos concurrentes, ya sean estos prescritos por
el médico o parte del sistema de vida del paciente.
- las posibles reacciones adversas y su impacto sobre la calidad
de vida del paciente.
Hasta aquí lo que en relación a la enfermedad se
refiere, las siguientes se relacionan más con el padecimiento que
con la enfermedad:
- el costo del medicamento,
- la posibilidad real de acceso
- factores de adherencia al tratamiento.
Estos son sólo algunos de los elementos a considerar
y que sin embargo en muchas ocasiones no son tomados en cuenta al
momento de prescribir.
El médico al momento de prescribir se haya sujeto
a un sin fin de influencias que rebasan el ámbito de la farmacología
y la terapéutica. Existen influencias comerciales provenientes de
las campañas de los laboratorios, influencias sociales provenientes
del paciente mismo y del ámbito médico en donde se realiza el acto
médico; influencias de tipo cultural de las que ni el médico ni
el paciente se encuentran ajenos. Es en medio de todos estos elementos
en donde el médico elige la terapéutica. Esta elección que debiera
ser un acto reflexivo en donde la conciencia se pone de manifiesto,
en muchas ocasiones es sólo producto de las influencias, no siempre
benignas a las que el médico se encuentra sujeto.
El acto de prescribir implica la elección de la
mejor terapéutica posible para un paciente en particular, en donde
se considera el estado de su enfermedad, su condición física global,
la terapéutica concurrente y las posibilidades de interacción existentes,
las reacciones adversas esperadas y la repercusión de las mismas
en la calidad de vida del paciente, las características de su vida
cotidiana, su historia, su presente socio-cultural, la interpretación
de su enfermedad, su grado de medicalización, su esperanza y su
confianza depositadas en la conciencia del otro, el médico.
La responsabilidad del médico es en última instancia
dar respuesta conciente a la confianza que el paciente le deposita
y a su vez deposita en el paciente la información y la formación
suficiente y necesaria para dar respuesta a la confianza. Un médico
que no informa y forma a su paciente no esta dando respuesta a la
confianza en él depositada. La información terapéutica en un mundo
cada vez más medicalizado se convierte en un instrumento terapéutico
más. Un paciente bien informado y adecuadamente formado se podrá
constituir en socio terapéutico del médico, será un paciente que
podrá seguir mejor las instrucciones, porque las entiende, porque
sabe que esperar y que hacer. Este proceso de información y de formación
al paciente es también parte importante de la prescripción.
Por otro lado debe considerarse también que no
existe ninguna terapéutica que sea totalmente innocua, hecho bien
sabido desde tiempos remotos. Paracelso ya decía que la diferencia
entre un fármaco y un tóxico era solo la cuestión de dosis. Ahora
sabemos que existen muchos otros elementos además de la dosis que
pueden convertir un fármaco en tóxico y generar problemas de salud,
en ocasiones mayores que aquellos que pretende resolver.
La iatrogenia medicamentosa es un problema más
frecuente de lo que se piensa, que afecta a los pacientes, a las
instituciones y a la sociedad en su conjunto, que su impacto además
de médico, es un impacto económico y social y que su origen en muchos
casos se encuentra relacionado con una prescripción no reflexiva.
Esto en lo que se refiere a la iatrogenia relacionada con la enfermedad,
pero también existe otro tipo de iatrogenia, más difícil de identificar
y cuantificar, que es la iatrogenia de una mala terapéutica del
padecimiento. Aún cuando la elección del fármaco sea la adecuada
en función de la enfermedad, en ocasiones esta decisión no corresponde
al padecimiento del paciente. Es una elección que no considera las
características individuales, únicas del sujeto que tenemos enfrente,
aunque contemple sola y adecuadamente a la enfermedad que se sienta
frente a nosotros.
La elección del fármaco es un acto reflexivo, que
conlleva elementos que rebasan con mucho el puro conocimiento médico.
Sin lugar a dudas es este conocimiento la base de sustentación de
la terapéutica, pero no puede dejar de lado un elemento que es fundamental,
si bien las enfermedades pueden ser parecidas e incluso idénticas
en más de un sujeto, la forma en la que cada individuo vive su enfermedad
es un hecho completamente diferente que es lo que tenemos que enfrentar
en el momento de prescribir.
La responsabilidad ética del médico en la prescripción
reside precisamente en la elección del tratamiento idóneo para el
paciente en particular, no el tratamiento de la enfermedad sino
del paciente en su conjunto, de la adecuada información que se proporcione,
de las medidas necesarias para manejar adecuadamente el riesgo que
implica la administración de un fármaco, de la consideración de
las posibles interacciones, del impacto que en la vida del paciente
tendrá el consumo de uno u otro fármaco, el impacto económico que
la terapéutica indicada va a tener en ese paciente en particular,
etc. En la medida en la que se consideren esos elementos y que se
incorporen a la terapéutica, podremos decir que verdaderamente una
conciencia le esta dando respuesta a una confianza y se está cumpliendo
con la responsabilidad ética que implica el responder de manera
integral a la confianza depositada en el médico.
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