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Los consejos de especialidad nacieron en nuestro
país en 1963; el primero fue el de los médicos anatomopatológos.
Si me preguntan porqué ocurrió, no tengo la respuesta
exacta, pero por lo que he observado creo que entre otras razones
se debió a una necesidad sentida de tales profesionistas y a un
compromiso y responsabilidad compartidos entre los fundadores. Ellos
fueron los pioneros, pero con tales sentimientos estuvieron de acuerdo
especialistas diferentes.
La necesidad, desde luego presente años atrás,
se amplió en el momento en que su preparación formal tomó carta
de naturalización en nuestro medio debido a la circunstancia de
que las fundamentales instituciones de salud mexicanas empezaron
a prepararlos no solo como hasta esos años, sino con la incorporación
de programas educativos estructurados de manera completa y lógica
que llevaban al aspirante, después de tres a cinco años, a adquirir
los conocimientos, las destrezas y las actitudes que debía ostentar
un especialista, digamos completo. Además, los alumnos empezaron
a tener a su disposición otros modelos: los maestros adjuntos y
los ayudantes, que tenían libertad para trasmitir sus propios conocimientos
y experiencias, desde luego en concordancia con los programas vigentes,
académicos y operativos.
Un buen día los especialistas así formados se preguntaron
si la estructura y los programas operativos de todas las sedes cumplían
con lo estipulado en el papel y si los profesores de las instituciones
formadoras, al ser jueces y parte, eran en este asunto, por decirlo
de alguna manera, más flexibles de lo razonable y lo permisible.
Así apareció el evidente sentimiento de responsabilidad
y compromiso compartidos por todos los pares. Independientemente
de la sede, consideraron importante constatar que en efecto el especialista
había cumplido con su programa de enseñanza y por ende estaba capacitado
para atender con éxito y con la mejor voluntad a quien se lo pidiera.
Los consejos de especialidad, desde el instaurador
de 1963, pronto tuvieron claro que en este punto no debían tener
compromiso de ninguna índole, con nada ni con nadie, a excepción
de aquél que de manera única aceptaron ostentar con la sociedad:
dar fé ante ella de la calidad profesional de los médicos que habiendo
cumplido con ciertos requisitos generales de admisión eran evaluados
por sus pares con el objeto de asegurarse que poseían los dominios
conceptuales, axiológicos y prácticos de la especialidad que manifestaban
haber adquirido en las instituciones de educación superior y de
salud. De esta manera, respetuosa y silenciosamente empezaron a
examinar la estructura de los cursos y el método educativo empleado
y además, también poco a poco, fueron contribuyendo a eliminar la
acumulación de aprendizajes dispersos, que era la forma habitual
de adquirirlos en la ya casi superada época romántica, por Ilamarla
de algún modo.
Es decir, no únicamente la institución formadora
debía responder por sus egresados ante la sociedad, también los
pares como jueces externos sintieron esa responsabilidad. En mi
opinión, en el futuro próximo los consejos deberán empezar a evaluar
y con ello impulsar de manera implícita (asunto difícil), la presencia
de tres cualidades que deben tener sus certificados: visión amplia,
actitud critica y capacidad creativa; valores cada vez más necesarios
ante el despliegue avasallador de la bella e irresistible tecnología
que contribuye con la instauración de la estrechez de criterio y
la abolición de la necesaria capacidad de adaptación ante las carencias.
En la actualidad todos los consejos consideran
que los especialistas necesitan recuperar la esencia de los verdaderos
profesionales médicos que como tales deben, por lo menos:
1°- Manejar bien un determinado acervo de conocimientos y destrezas
muy especializadas, sin olvidar la responsabilidad de comprender
al hombre.
2°- Poseer los mejores valores humanos tanto en lo moral como
en lo ético, que contribuyan a darle a su juicio la capacidad
para tomar decisiones correctas en cualquiera de los problemas
o disyuntivas que obligadamente le planteará su oficio.
3°- Tener un sólido compromiso de servicio que contemple, entre
otros elementos, la toma de conciencia sobre los riesgos que la
tecnología puede acarrear si se asume con irresponsabilidad y
falta de ética y finalmente.
4°- Ser capaces de ejercer una adecuada y periódica autoevaluación
y autorregulación de su actividad profesional.
Estas características siempre han sido válidas,
pero ahora son más necesarias pues los pacientes poseen mayor información
sobre sus enfermedades y los diversos elementos y circunstancias
que las alteran o las modifican y, además, por la presión que ejerce
el veloz paso del conocimiento y la técnica.
Escrito de otra manera. A las instituciones formadoras
les interesa que sus alumnos egresen, como se dice en la jerga "bien
preparados". En cambio a los consejos de especialidad les importa
que a esos especialistas "bien formados" les adornen, cuando menos,
las cuatro características anotadas arriba para funcionar como se
espera de ellos.
Por otro lado, los médicos saben que la vigilancia
y el control del ejercicio de su especialidad, así como su educación
continua son mecanismos excelentes para el aseguramiento de la calidad
de la atención que ofrecen, pero también reconocen que respaldados
por la Medicina, con su formidable autoridad moral basada en una
milenaria tradición de valores pueden, sin que nadie se los cuestione,
controIar y ejercer auditoría a quienes la practican mediante una
estructura externa de evaluación y regulación denominada Consejo
de Especialidad, integrado por sus pares... por nadie más.
En este punto vale la pena subrayar que tal auditoria
solo tiene éxito si se entiende y se realiza tal como aquí hemos
señalado. Cuando se ha intentado (en otras latitudes) que dichas
acciones las ejerzan organismos gremiales externos, ya sea estatales,
políticos o privados, integrados por impares y con otros objetivos,
han sido no solo contraproducentes y disgregantes, sino ineficaces
y hasta sospechosos.
Con estas ideas empezaron a formarse en 1963 los
consejos de especialidad. Nadie cuestionó su pertinencia ni menos
su autoridad y ya para 1972 existían diez. Pero al darse ellos cuenta
que uno o quizá dos se habían conformado digamos, no adecuada ni
lógicamente, pidieron apoyo y orientación a la Academia Nacional
de Medicina de México (ANMM). Esta centenaria agrupación, de indiscutible
autoridad moral en el mundo médico mexicano, autoridad que no le
viene de lo jurídico sino de la maduración de su fuero interno que
vigila y preserva el respeto por las buenas costumbres y normas
de actuación científica y humanística de la sociedad medica, captó
de inmediato la importancia del asunto y apoyada primero en el artículo
160 del Código Sanitario y después en el artículo 81 de la Ley General
de Salud*, elaboró un documento denominado "La formación de especialistas
y la reglamentación de las especialidades". Casi simultáneamente,
la Secretaria de Salud otorgó toda su confianza a la ANMM y fue
ésta la que después de evaluar las solicitudes que le llegaban otorgaba
la denominada IDONEIDAD a los aspirantes que cumplían con los requisitos
indispensables para ser aceptados como consejos de especialidad.
Para la ANMM lo idóneo no únicamente significa
lo que es adecuado y apropiado para una cosa; sobre todo tiene que
ver con el reconocimiento que ella, con su autoridad moral, le otorga
a otra organización medica cuyos miembros son verdaderos profesionales
porque tienen como fundamental elemento constitutivo al conocimiento
en todas sus dimensiones.
La IDONEIDAD es entonces, el reconocimiento que
la ANMM le otorga a una organización llamada Consejo de Especialidad,
que para lo único que existe es para asegurar a la sociedad que
sus evaluados son verdaderos profesionales que saben bien los secretos
de su oficio y las leyes de su ciencia y en consecuencia la servirán
como ella lo espera y lo necesita.
* LEY GENERAL DE SALUD. TITULO CUARTO, Capitulo
primero, artículo 81 (2° Párrafo):
"Para el registro de certificados de especialización expedidos
por academias, colegios, consejos o asociaciones de profesionales
de las disciplinas para la salud, las autoridades educativas competentes
solicitarán, en su caso, la opinión de la Secretaria de Salud
y de la Academia Nacional de Medicina ".
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