Nuestros directores
José Ramón Icaza: director de
la Facultad de Medicina 1909-1911
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Lic. Gabino Sánchez Rosales
Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina
José Ramón Icaza nació en la ciudad
capital en la época en que la guerra entre México y los
Estados Unidos alcanzó su punto más álgido. Poco
sabemos de sus primeros años, mas probablemente fueron difíciles,
como la vida de la nación que no terminaba de constituirse. Durante
su juventud, para salir adelante tuvo que trabajar e incluso se cuenta
como anécdota que en la Escuela de Medicina hubo de laborar como
ayudante de anatomía topográfica para poder estudiar la
carrera. Esta circunstancia fue muy bien aprovechada por el afortunado
futuro médico, que en octubre de 1872 era ya profesor de anatomía
y adjunto de medicina operatoria. Al año siguiente se graduó
en la Escuela, muy pronto se reveló como un destacado cirujano
y alcanzó fama y honores entre los miembros de la comunidad de
médicos de la ciudad de México.
En la Escuela de Medicina
Su carácter y su talento lo convirtieron en un maestro admirado
por sus alumnos y por sus compañeros de profesión, que
encontraron en él a un compañero a toda prueba. Como profesor
de la Escuela de Medicina tuvo una larga carrera. Ya se ha señalado
que ésta comenzó en 1872. Durante el largo periodo en
que se desempeñó como profesor y que concluyó en
1926, fue titular de varias cátedras, entre las que podemos mencionar:
medicina operatoria, y anatomía descriptiva y topográfica.
Durante los años que van de 1887 a 1909 fue profesor de higiene
y clínica médica, y de clínica quirúrgica
de 1883 a 1903. Como profesor de medicina operatoria tuvo a su cargo
la cátedra en varias salas de los diversos hospitales en que
se impartía.
Su buen trato y cordial amistad fueron características que siempre
mantuvo vivas y que revelaban una buena educación e integridad
a toda prueba. Esto le permitió disfrutar la compañía
que varios de sus compañeros de ruta académica le dispensaron,
como fue el caso de la fructífera amistad que sostuvo con los
doctores José María Bandera y Manuel Domínguez,
ilustres médicos y amigos queridos del doctor Icaza.
Un punto de vista sobre los exámenes profesionales
Como miembro del Claustro de Profesores de la Escuela de Medicina, el
doctor Icaza siempre destacó y su participación en los
asuntos académicos de la Escuela se dirigió a colocar
a la institución en el lugar más alto. Por ello, pocos
días antes de asumir la Dirección del plantel, participó
en la elaboración de un documento que varios de los más
antiguos profesores, entre los que sobresalían los doctores Ulises
Valdez, Domingo Orvállanos, Daniel Vergara Lope y Aureliano Urrutia,
suscribieron y enviaron a las autoridades para expresar sus puntos de
vista sobre las deficiencias de los llamados “reconocimientos”
que expedía en la época el Ministerio de Instrucción
Pública en sustitución del examen profesional.
José Ramón Icaza, junto con sus compañeros, reflexionaba
que era necesario “como medida urgente, para remediar males graves,
el restablecimiento de los exámenes profesionales”. Argumentaba
que el antiguo examen profesional, defectuoso como era, dejaba, sin
embargo, al que pasaba por él, capaz de ejercer la medicina”.
Los profesores insistían en que el examen ... alertaba para atender
a los primeros enfermos que se le presentaban, gracias al repaso que
hacía para refrescar todo lo aprendido. Obligaba al estudiante
a hacer la síntesis de su carrera. Lo comprometía a presentar
un trabajo personal impreso, dándole así con un estímulo
de primer orden, una ocasión sin igual de sobresalir. Le ofrecía
también con el repaso y la tesis ocasión de acentuar sus
gustos y decidirse por una especialidad que cultivar. Constituía
en fin para el estudiante una última batalla que librar para
conquistar su galardón supremo y venía a ser una etapa
de su carrera científica. Los profesores firmantes concluían:
“Todo esto se ha perdido sin haber sido remplazado... Urge restituir
al acto de adquirir el título su seriedad, su nobleza, su trascendencia,
mediante la solemnidad del examen final, cuya forma antigua podría
modificarse ventajosamente.” Fruto de estas sugerencias, posteriormente,
conforme al decreto del 28 de abril de 1910, el presidente Porfirio
Díaz modificó la entrega de los reconocimientos y restituyó
la aplicación de los exámenes en las aulas de la Escuela.
En la Academia Nacional de Medicina
José Ramón Icaza destacó en los cuerpos colegiados
formados por los médicos para proponer, discutir y reflexionar
sobre el desarrollo de la materia; por ello, desde muy joven fue miembro
de la Academia Nacional de Medicina, organismo al que ingresó
el 15 de enero de 1873, recién adquirido el título. Posteriormente,
el 7 de febrero de 1900, ocupó el sillón correspondiente
de la sección de Anatomía Normal y Patológica.
Debe mencionarse que en 1898 fue secretario de la Academia Nacional
y después presidente de la institución en 1899. Cuando
estuvo al frente de la corporación se examinaron diferentes cuestiones
médicas, como las relativas a las fiebres remitentes que por
la época se incrementaron entre los habitantes de la mesa central
del país. Entre los concursos organizados por la Academia a él
correspondió entregar el premio que obtuvo la investigación
de los doctores Montes de Oca y Leal por sus cuadros estadísticos
sobre la mortalidad de la capital de México en los años
de 1898 a 1899, ocasionadas por afecciones gastrointestinales.
El trabajo realizado durante esta época fue laborioso y se encuentra
resumido en la Memoria que al efecto presentó ante los miembros
de la corporación el 1º de octubre de 1899, fecha en que
abandonó el cargo, que retomó el doctor José Terrés.
Con humildad frente a sus compañeros de la Academia manifestó:
“... antes de descender al lugar que me corresponde, debo expresar
una vez más, señores académicos, mi incesante y
profunda gratitud por las muchas e inmerecidas consideraciones que conmigo
habéis tenido, y felicitar a la corporación porque el
año que hoy comienza va a estar dirigida por un médico
digno, trabajador y de vastos conocimientos, como lo es el señor
don José Terrés, a quien con justicia elegisteis hace
un año como vicepresidente y por haber cumplido con las prescripciones
reglamentarias, me proporciona la satisfacción de declarar que
es presidente de la Academia Nacional de Medicina.” La añeja
institución médica, en 1908 fue de nuevo conducida por
el destacado galeno, quien por otra parte, hacia finales de 1909, alcanzó
la máxima distinción de su vida profesional.
Director de la Escuela de Medicina
José Ramón Icaza ocupó la Dirección de la
Escuela de Medicina el 14 de diciembre de 1909 y concluyó su
gestión al frente de la misma el 9 de mayo de 1911. Ya antes,
con motivo de la comisión que le asignó el gobierno al
doctor Eduardo Liceaga para representar a México en la Cuarta
Convención Internacional por celebrarse en Costa Rica, el doctor
Icaza fue nombrado director interino de la Escuela de Medicina, “durante
la comisión que le fue confiada al señor Liceaga”.
El reto emprendido por José Ramón Icaza fue grande, ya
que ser el sucesor del célebre médico, que con su solo
nombre llena una de las páginas más memorables de la historia
de la medicina mexicana, era suficiente para que un espíritu
menos fuerte se ensombreciera ante la figura del insigne antecesor.
Sin embargo, el doctor Icaza cumplió con éxito la encomienda,
ya que durante los años en que estuvo al frente de la Escuela,
el número de alumnos inscritos no disminuyó y la cifra
que rondaba los 380 se mantuvo. Las estadísticas del año
del Centenario de la Independencia indican que aproximadamente se graduaban
cada año alrededor de 50 alumnos en la Escuela de Medicina. Por
ejemplo, en 1910, el doctor Icaza informó a los profesores que
en ese año se habían recibido 50 médicos, siete
especialistas y ocho parteras.
Especialidades médicas y fomento de la enseñanza
Como su antecesor, continuó apoyando el desarrollo de las especialidades
de psiquiatría, dermatología, oftalmología, ginecología,
clínica médica de pediatría, anatomía patológica
y bacteriología. Durante ese periodo las relaciones establecidas
entre la Escuela de Medicina y diversas instituciones, como el Instituto
Bacteriológico Nacional, el Patológico Nacional y los
hospitales estaban firmemente establecidas y los alumnos de la Escuela
visitaban las salas de estas instituciones para tomar las clases que
sus profesores les impartían. Esta relación entre la Escuela
y los hospitales, esbozada durante el siglo XIX, al llegar el siglo
XX estaba madura. El hecho ofreció innumerables ocasiones para
que el director de la Escuela brindara apoyo continuamente a los alumnos
que lo solicitaban debido a la carencia de recursos para pagar el tren
que los llevaría, por ejemplo, al Hospital General. Éste
fue el caso de las alumnas de obstetricia, que pidieron su ayuda, “teniendo
en cuenta lo retirado que queda dicho Hospital de la ciudad”.
Debe mencionarse que durante la gestión del doctor José
Ramón Icaza al frente de la Escuela, a pesar de que el presupuesto
era del orden de un mil 200 pesos anuales, el director siempre se preocupó
por enriquecer el instrumental y los aparatos necesarios para la enseñanza
de las diversas cátedras. Obstetricia, fisiología y las
diversas clínicas fueron enriquecidas con “material docente
que los respectivos profesores han solicitado a la Dirección”.
Mención especial merece la dotación que logró para
el Hospital Juárez con la asignación de un presupuesto
extraordinario que le permitió adquirir una magnífica
cantidad de instrumentos y equipos, entre los cuales sobresalía
el moderno gabinete de electricidad médica y los aparatos de
proyección destinados a ilustrar la enseñanza de las cátedras
impartidas en el Juárez.
La Biblioteca de la Escuela de Medicina mereció siempre su atención
y apoyo y se esforzó por dotarla con los libros adecuados, lo
que permitió que en la época en que el doctor Icaza era
el director, la biblioteca con 6 mil 851 libros y 2 mil 271 tesis para
el servicio de los alumnos.
Los estudiantes de medicina
Frente a los alumnos insistió en la comprensión del significado
de la carrera y el cabal aprovechamiento de la oportunidad de estudiar,
ya que decía: “El Estado que os brinda su educación
no os pide más que buena voluntad y disciplina para aprovechar
los beneficios de una educación que sólo se hace gratuita
en este país.” La exhortación de José Ramón
Icaza tenía la finalidad de hacer manifiesto entre los alumnos
el noble propósito de la Escuela de Medicina, con el fin de contribuir
a que llegara “a la altura que le corresponde, en el grado de
civilización que hemos alcanzado, y que dé como contingente
un personal de médicos instruidos, intachables por su honorabilidad,
amantes de la verdad y dignos de la sociedad que les confía su
más caros intereses: su salud y su vida.” Su compromiso
con la enseñanza médica fue el motivo que le impulsó
a formar un Código Deontológico que sirvió como
texto de consulta por varias generaciones en lo referente a asuntos
de ética médica, un tema considerado, hoy, moderno.
Finalmente, el 28 de noviembre de 1926, el doctor José Ramón
Icaza murió en la ciudad de México. La Academia Nacional
de Medicina rindió un homenaje al destacado médico, señalando
los meritos de tan distinguido miembro que, con su trabajo, contribuyó
al desarrollo de la medicina. El elogio leído por el presidente
de la corporación sintetiza la valía de un hombre que
supo hacer honor a su profesión, por ello se afirmó: “La
Academia se viste de luto por la muerte de uno de sus egregios miembros,
el socio honorario don José Ramón Icaza, quien pagó
tributo a su naturaleza el 28 de noviembre del año actual. El
respetado y distinguido caballero ingresó en la corporación
el 15 de enero de 1873; fungió como presidente de 1899 a 1900,
y en la sesión del 15 de octubre de 1919, después de 46
años de labores académicas, fue nombrado, por unanimidad,
socio honorario. Icaza fue caballero intachable, docto maestro de nuestra
Facultad y profesionalmente muy estimado. La Academia lamenta la desaparición
de uno de sus más conspicuos miembros.” regresa...
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