Ana María Carrillo obtiene el Premio Nacional de
Ensayo Literario Por su trabajo Las parteras tradicionales. Su contribución a la humanidad de la prehistoria al siglo XXI, la licenciada Ana María Carrillo obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Literario “Susana San Juan“ 2000, que otorga el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, a través del Instituto Nacional de Bellas Artes, en coordinación con el Instituto Nacional de las Mujeres, que ese año fue convocado bajo el tema “Mujer y ciencia”. En ceremonia realizada en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, Ana María Carrillo, destacado miembro del Departamento de Salud Pública de la Facultad de Medicina, UNAM, fue reconocida por la directora de Literatura del INBA, Anamari Gomís, y por Julieta Fierro, directora del Museo de las Ciencias Universum, y en esta ocasión miembro del jurado, quien dijo estar complacida por leer textos de mujeres pensantes que quieren transformar esta sociedad, y de las que hablan de otras mujeres, donde se revalora el quehacer de ellas y se le da la importancia que debe tener. Momentos antes de hacer entrega del premio “Susana San Juan”, Patricia Espinosa, presidenta del Instituto Nacional de las Mujeres, dijo que el
trabajo ganador es un ensayo que revalora con sencillez, agilidad y profundidad la milenaria sabiduría femenina, y por lo tanto constituye no sólo un merecido reconocimiento para un espléndido trabajo personal, sino que representa al mismo tiempo un acto de justicia ligeramente pospuesto para la contribución histórica de las mujeres al saber universal. “Este escrito dignifica los conocimientos femeninos y el trabajo de la mujer en nuestra sociedad y en todo el mundo. Sus aportaciones serán de gran utilidad, además del quehacer cotidiano del Instituto, cuya misión es lograr una sociedad más justa e igualitaria en nuestro país, empresa por demás complicada pero que se construye con el trabajo diario, reuniendo y poniendo en práctica aportaciones como las de Ana Carrillo”. Al hacer uso de la palabra, la premiada señaló que este galardón es una distinción para la Universidad Nacional Autónoma de México, particularmente para las Facultades de Ciencias Políticas y Sociales y Filosofía y Letras, donde realizó su adiestramiento, primero como socióloga y después como historiadora, y para la Facultad de Medicina, donde hace 17 años colabora al lado de colegas entregados a la tarea de enseñar y donde desarrolla su trabajo dedicado a la historia de la medicina. Con un abordaje histórico, médico y antropológico, la autora ha dedicado este trabajo a un grupo de mujeres destacadas, aunque anónimas: las parteras tradicionales mayas, masahuas, tseltales, tzotziles, choles y de todos los pueblos indios de México y del mundo. Las parteras tradicionales Ana María Carrillo analiza los cambios de la profesión médica y del Estado hacia las parte-ras que a lo largo del tiempo ha habido en la actualidad: primero respetadas, luego perseguidas y torturadas, y más tarde controladas, e intenta explicar las razones sociales y médicas por las que en México muchas mujeres aún prefieren a una partera tradicional que a un médico hombre o a un hospital. Dentro de las razones sociales menciona los recursos tradicionales -como masajes, hierbas y baños- con que la partera tradicional suele asistir a las mujeres a lo largo del embarazo, en el momento del parto y durante el puerperio, además de ayudarla en tareas domésticas y realizar rezos y rituales. Pero, sobre todo, subraya que atiende el parto no como un acto médico, sino social, lo cual no quiere decir que no cumpla funciones médicas. Las parteras tradicionales... cita numerosos estudios científicos sobre prácticas obstétricas tradicionales y modernas, que han mostrado que las primeras -realizadas durante miles de años y entre las que destacan las posiciones verticales o inclinadas para dar a luz, la no separación de madres y recién nacidos, y la promoción del amamantamiento- son las más convenientes para las madres y los niños. Todo esto ha provocado que en los países desarrollados haya una revaloración de la obstetricia tradicional, que sin embargo en México ha tenido un impacto mínimo en la atención hospitalaria. La autora reconoce la importancia de la tecnología médica para la supervivencia en casos graves, pero no acepta la medicalización innecesaria del parto. De esta manera, señala que es innegable que gracias a los avances de la ginecoobstetricia moderna -registro del ritmo cardiaco fetal, ultrasonografía y amniocentesis, entre otros- en nuestros días es posible detectar anomalías morfológicas y cromosómicas en el feto, evaluar la maduración pulmonar y controlar la integridad anatómica de cualquier órgano, lograr que sobrevivan recién nacidos de un kilo y medio, prevenir problemas por incompatibilidad sanguínea, hacer mucho más seguros el embarazo y el parto para las mujeres con diabetes e hipertensión arterial y, en general, disminuir la mortalidad maternoinfantil. En esos casos, el parto hospitalario y algunas de sus prácticas comunes: aislamiento de la madre, inducción, anestesia, monitoreo fetal electrónico, cesárea, episiotomía, lactancia artificial, pueden ser indispensables. Sin embargo, resultan inútiles y hasta dañinas en los casos sin complicaciones. La medicina académica ha hecho más seguros los partos complicados, pero el valor de la partería tradicional ha sido conservar la atención del parto como proceso fisiológico, que es al mismo tiempo, una celebración de la existencia. Las parteras tradicionales. Su contribución a la humanidad de la prehistoria al siglo XXI es un ejemplo de historia de la ciencia, pensada desde la diversidad cultural, que busca contribuir a los esfuerzos de rescatar una parte de la historia de las mujeres mucho tiempo suprimida.
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