Profesores
eméritos: Toda una carrera de "coincidencias y buena ventura"
La solidez de una conducta profesional basada en el análisis y la reflexión, en la inteligencia, en valores éticos y humanos, son cualidades que irradian de la fuerte personalidad del doctor Clemente Robles Castillo, quien con su apasionada entrega al ejercicio de la profesión dio origen al nacimiento de la cirugía moderna en nuestro país y contribuyó a ubicar a la medicina mexicana en el lugar que ocupa actualmente en el mundo. Fue iniciador de diversas ramas de la cirugía en México, maestro de varias generaciones, funcionario público en el ramo de la salud e investigador dedicado a encontrar remedios para enfermedades incurables. En 1975 fue nombrado profesor emérito de la Facultad de Medicina por sus valiosas aportaciones a la enseñanza de esta materia, en especial la cirugía. Actualmente ofrece sus conocimientos y experiencias como consultor honorario de la Unidad de Neurología y Neurocirugía del Hospital General de México y como consejero de la Pastoral Sanitaria en el Vaticano. Este último cargo designado por el Papa Juan Pablo II. Hombre fuerte de 93 años de edad, frondoso, aunque de caminar lento ayudado por un bastón; abundante cabello y cejas tupidas perlados; de vivos ojos azul celeste, y ahora de carácter risueño y agradable y con una cantidad de años en la Universidad que nadie iguala: 77. Aceptó hablar de su vida profesional como investigador y docente. Nació el 18 de agosto de 1907, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Realizó sus primeros estudios en su estado natal y los continuó en la Escuela Nacional Preparatoria en la ciudad de México.
Cursó sus estudios profesionales en la Antigua Escuela de Medicina, donde obtuvo el título de médico cirujano y partero el 29 de enero de 1929, y donde fue discípulo de maestros como Isaac Ochotorena, Eliseo Ramírez y Fernando Ocaranza, a los que reconoce como la influencia más señalada en su vida profesional. Su tesis recepcional, intitulada Contribución a la fisiopatología y terapéutica quirúrgica de las infecciones peritoneales agudas, enfoca, por primera vez en nuestra literatura médica, los fenómenos desde perspectivas dinámicas; lo que anunciaba era, además de novedoso y arriesgado, de una enorme trascendencia. Es difícil ahora apreciar lo que entonces se requería de esfuerzo, energía física y decisión para realizar un trabajo como éste. Formación profesional ¿Cómo fue que se decidió por la medicina? "Ingresé a la Escuela de Medicina en 1923 como alumno; mi arribo a la Universidad fue por una circunstancia fortuita: el profesor Isaac Ochotorena, a quien conocí cuando se desempeñaba como jefe de Enseñanza en Biología de la Escuela Nacional Preparatoria, por razones que desconozco me escogió para que colaborara en la edición de Lecciones de biología, libro de texto para los estudiantes de biología no sólo en México, sino también en el extranjero. Empecé ahí como dibujante, ninguna actividad académica; a mí me gustaba dibujar, el profesor necesitaba una persona que hiciera grabado y dibujos para su libro y le ayudé. "Debo confesar que mis obras eran muy malas, pero él las aceptó y me tomó cierta estimación y cariño. Cuando terminé la preparatoria en 1922, él presentó al grupo de colaboradores que habíamos participado en el libro con el director de la Escuela de Medicina para que obtuviéramos una recomendación. Este grupo estaba formado por las siguientes personas: Elia Bravo -actualmente notable botánica-, Leopoldo Ancona, José de Lid y yo. Posteriormente nos llevaron con la señorita Herminia Nájera, secretaria de Asuntos Escolares; de esta manera circunstancial ingresé, y desde entonces he vivido dentro de la Universidad.
"Para mí y para muchos, la Universidad ha sido la institución nacional más importante del país, por su espíritu y criterio abiertos a todas las maneras de pensar, sin restricciones de otra naturaleza; ello naturalmente le ha traído dificultades y problemas. Desde entonces, nosotros pagábamos una cantidad irrisoria, algo así como 10 pesos oro cada seis meses, que entonces sí valían. "En este momento quiero manifestar mi gratitud a la Universidad; de no ser por ella, no sería nada ni nadie. En ella encontré algo que no sé si exista todavía: profesores que se interesaran por ti y te ayudaran. Así, encontré al doctor Ochotorena, al que considero mi guía espiritual, casi como mi padre en los asuntos académicos, y a otras dos personalidades muy importantes: los doctores Fernando Ocaranza y Eliseo Ramírez. "Del doctor Ocaranza puedo decir que era profesor de axiología, además de biólogo, investigador e historiador; un hombre con cultura muy amplia y personalidad polifacética que después llegó a ser rector en épocas muy difíciles, porque al asumir el poder, el general Lázaro Cárdenas le hizo la guerra a la Universidad, quiso estrangularla económicamente y le designó 10 millones de pesos, suma ridícula que trajo muchas dificultades que, por cierto, están narradas en un libro titulado La tragedia de un rector, donde señala el doctor Ocaranza todos los problemas que tuvo para entenderse con el poder público. El que salvó la situación fue Gómez Morín, cosa curiosa, el fundador del Partido Acción Nacional (PAN), el cual en ese momento lanzó su eslogan "Austeridad y trabajo...", pero ésa es otra historia muy larga. "Cuando yo estudié, se nos exigía una tesis para titularnos y ésta era un documento que tomábamos muy en serio; la mía se llamó Contribución a la fisiopatología y terapéutica quirúrgica de las infecciones peritoneales agudas, de la cual don Fernando Ocaranza fue el director; la hicimos en un laboratorio del Hospital Juárez y en la hoy Facultad de Medicina, ahí hablábamos de la importancia que tiene lo que más tarde se llamó "cuidados intensivos". El estudio no fue sólo clínico sino de laboratorio, para prever las condiciones favorables o desfavorables del enfermo clínico. Esta fue una contribución, pero tuve otra -que es curiosa- durante la realización de este estudio.
"Era practicante del Hospital Juárez y, como tal, tenía la obligación de hacer una guardia cada diez días. Una vez, durante mi guardia yo acompañaba a un partero muy distinguido, el doctor José Rábago, él era el médico internista y yo el practicante, de tal manera que estaba subordinado a él. Las guardias comenzaban a las 14 horas y terminaban al otro día, a las 8 de la mañana, y nuestra obligación era estar dentro del hospital y atender todos los problemas médicos y quirúrgicos que se presentaran en ese intervalo. Después de comer nos sentamos a ver una revista médica que tenía el doctor Rábago llamada Lecciones del jueves en la tarde en la Clínica Tarnier, la abrió y me dijo: 'Mire, aquí está descrita la cesárea extraperitoneal o cesárea baja, por la técnica de Koenig Beck.' Oí lo que me decía y discutimos los pormenores de la técnica y las indicaciones de la operación. Me quedó grabado, porque hasta entonces esa operación no se había hecho en México y se consideraba mejor que la cesárea corporal. "Como a las siete de la noche se le presenta al doctor Rábago un problema: una paciente de su clientela privada necesitaba urgentemente la atendiera. Salir del hospital era una infracción al reglamento, pero tolerada; el médico podía retirarse y dejar al practicante a cargo del servicio. Se fue, y me quedé para lo que se necesitara y, de ser importante, me comunicaría por teléfono con él. Dos horas más tarde se presentó una paciente parturienta que era exactamente el caso que justificaba la operación de cesárea baja y que además la necesitaba; me dio mucho gusto y le hablé: 'Doctor Rábago, aquí tenemos la técnica de Koenig Beck, venga para hacerla', me contestó que en cuanto resolviera su problema venía. Le estuve hablando cada dos horas y a las doce de la noche la paciente estaba muy grave y él estaba con otro caso que no podía abandonar; entonces me dijo que hiciera la operación. Esta fue otra circunstancia fortuita, es decir, hice la primera cesárea extraperitoneal en México, en lugar del doctor Rábago; evidentemente el mérito era de él, pues durante el procedimiento le estuve hablando, ya que yo no conocía la técnica ni las indicaciones, y si no hubiera habido antes ese preámbulo de lectura, no lo hubiera podido hacer… "Hubo otro caso que influyó en mi carrera. Había una clientela importante de enfermos que sufrían traumatismos graves en la calle, con todos los accidentes eventuales que a diario pasaban, el hospital funcionaba como de sangre -se llamaba así porque durante la Segunda Guerra Mundial se designaba de este modo a los hospitales que atendían a los heridos-. Bien, había varios enfermos con lesiones graves que ameritaban amputación. En aquel entonces, era frecuente la gangrena gaseosa que se producía por contaminación de heridas graves, fracturas expuestas o machacamientos por gérmenes anaerobios y en el hospital no había más tratamiento que la amputación. Los pacientes perdían la pierna o el brazo, esto sucedía en el año 1920 y ya se usaba el suero antigangrenoso desde la Primera Guerra Mundial, pero en México no. Insistí con el doctor Torres Torrija sobre este suero y finalmente se pidió a Francia. Los franceses mandaron tres variedades: el suero antiperfringens, el suero antiedemacies y el suero antivibrion séptico; a partir de entonces, se salvaron muchos enfermos que no necesitaban la amputación, porque se curaban con la sueroterapia. Esa fue otra contribución que hice en el Hospital Juárez… después pasé al Hospital General. Hospital General de México "El doctor Ignacio Chávez fue nombrado director y él instauró la carrera de médico de hospital, en donde se establecía que para serlo se necesitaba haber ejercido en el Hospital General, haber realizado una carrera y ascender por oposición. Esto fue un gran adelanto en la historia de la medicina en México y en el Hospital General; en esos momentos llegué yo. Me habían trasladado del Hospital Juárez al General, porque en aquél tenía problemas con el director; de tal modo que no entré con el currículo que pedía el nuevo reglamento; había una comisión dictaminadora, la cual estaba formada por los siete médicos más distinguidos del hospital para que determinaran quiénes efectivamente entraban en las nuevas opciones y a quiénes se les refrendaba; a mí me refrendaron, pero en una situación muy tensa, porque muchos decían que era un recomendado. La comisión no sabía qué hacer y les dije: 'Me presento a la oposición', pero la junta directiva dijo que no, y Castillejos, que era muy exigente, dijo: 'Aunque digan que no, preséntese' y, entonces, el médico de la junta indicó: 'Aquí manda la Junta Directiva de Beneficencia Pública y no el doctor Castillejos', y me dejaron ahí... "En el hospital trabajamos intensamente, hicimos el servicio de neurocirugía y, 20 años después, cuando llegué a la dirección del hospital, me encontré con que quienes mandaban eran los del sindicato de trabajadores, lo que acarreó luchas muy intensas. "Colaboraron conmigo durante este periodo los doctores Octavio Rivero Serrano, subdirector médico; el doctor Lauro Vivaldo, subdirector administrativo, y un administrador. En ese tiempo tuvimos una lucha, la cual está anotada en mi libro llamado "Evocaciones"… El campo de la cirugía
¿Cómo fue que se hizo cirujano? "Era un apasionado de la cirugía. La estudié no pensando en las especialidades, porque entonces había pocas: la de ojos, la dental, la de nariz, oído y garganta; pero todo lo demás era cirugía general. Ahí también tuve suerte porque, por castigo, me mandaron a la sala del doctor Rafael Vargas Otero en el Hospital Juárez; él era muy raro, pero tenía profundos conocimientos de anatomía y me invitaba a trabajar con él en cadáver, de tal modo que don Rafael me enseñó la anatomía quirúrgica, la que realmente se utiliza, durante uno o dos años. Me dio una base anatómica muy importante para poder hacer cualquier tipo de operaciones, no una especialidad; de tal manera que la base viene siendo eso, un estudio muy atento que le debo. "El doctor Vargas Otero era un hombre de carácter difícil, conflictivo, con el que tuve dificultades, más tarde él salió del hospital, pero los conocimientos anatómicos los aprendí a su lado y eso me sirvió mucho… sin esa base no habría sido nada. Cirugía general, cardiovascular y neurocirugía "A mí la suerte me ha favorecido; era director del Hospital Juárez el doctor José Castro Villagrana, quien era amante de hacer demostraciones públicas. En esa época vino de Argentina un médico notable, llamado José Arce, acompañado por otro apellidado Ivanisevich; los dos eran directores de un instituto quirúrgico que funcionaba en Buenos Aires, y el doctor Castro Villagrana les ofreció una exhibición quirúrgica de lo que se hacía en México; señaló algunas personas que podrían hacer una demostración delante de los argentinos, y entre ellos a mí. Hice mi operación, les llamó la atención a los visitantes y a otras personas importantes que se encontraban presentes, como el doctor Enrique Hernández Alvarez, director de la Junta de Beneficencia Pública, que era la que manejaba todos los hospitales. El doctor Hernández Alvarez tenía como colaborador a un profesor de la Escuela de Medicina, el doctor Javier Ibarra, quien era antiguo profesor de operaciones, conocedor de la cirugía. "La operación se hizo a las 10 de la mañana y quedé muy contento con el resultado. A las siete de la noche de ese mismo día se presentó en mi consultorio el doctor Ibarra y me dijo: 'Oye Clemente, arréglate, te voy a llevar con el viejo' (el viejo era el doctor Hernández Álvarez), '¿Y para qué me quiere llevar con el viejo?', respondí; 'Quiere hablar contigo, arréglate.' "Fuimos a Donceles 33, donde estaba la Beneficencia Pública; me recibió el doctor Hernández Alvarez con un abrazo y me dijo de buenas a primeras: '¿No quiere ir a estudiar cirugía a Europa?'… Así nada más y por poco y me desmayo. Me habían dado una beca de alrededor de 15 mil pesos, cantidad muy grande. Nada más que para que se concretara el acuerdo de la Junta Directiva se necesitaba la aprobación del Presidente de la República -que en ese momento era Lázaro Cárdenas-; la dio y me fui a estudiar parte de 1935 y 1936 a los Estados Unidos y a Europa. "Años después, cuando ya no era presidente, Lázaro Cárdenas hizo declaraciones respecto a lo que sucedía en Cuba; eran favorables a Castro, y el presidente Adolfo López Mateos se molestó y atacaron a Cárdenas; le preguntaron que por qué hablaba de cosas que no le incumbían si ya no era presidente, y respondió que no hablaba como mandatario sino como mexicano y como tal podía dar su opinión de lo que quisiera, y eso no tenía que ver con su política anterior. Se estableció una situación agria y los cardenistas lanzaron un comunicado en la prensa en apoyo de Cárdenas; acordaron que yo le debía un favor y fueron a pedirme la firma; firmé, aunque mis acciones profesionales estaban con la derecha, y cuando mis amigos los banqueros vieron que había firmado pusieron el grito en el cielo y me dijeron que ahora también era comunista… de tal manera que, como verán, he sido una personalidad muy discutida, por unos y por otros. Fundador de la neurocirugía mexicana "Cuando regresé de Europa, no se hacía, en México, neurocirugía, sólo ensayos. Había un médico en el Hospital General, Mariano Vázquez, encargado del pabellón 16, donde se realizaba cirugía vascular periférica. Mariano era un hombre inquieto como cirujano y había inventado un instrumento para abrir el cráneo: una sierra eléctrica que facilitaba el asunto: el trépano mecánico, que es muy pesado. Eso daba indicios de que Mariano había empezado la neurocirugía, había hecho algunas operaciones, con la salvedad de que todos los pacientes se habían muerto. Entonces, cuando regresé de Europa, me dijeron: 'Aquí tiene al doctor Mariano Vázquez que está haciendo algo y a ver de qué forma puede colaborar con él.' Era imposible, y pronto nos encontramos con que Mariano estaba en el pabellón 16 y yo en el siete. En el hospital no sabían qué hacer, ¿a quién darían el servicio?... me lo dieron a mí, porque yo salvaba a los enfermos, ésa fue la razón. "Posteriormente presenté a la Academia de Medicina una estadística modesta de siete casos de tumor cerebral operados con éxito, pues hasta entonces todos los casos de tumor cerebral hechos en México habían fracasado. Así, comenzamos primero en el pabellón siete, donde trabajábamos con muchas limitaciones, pero entró a la Secretaría de Salud el doctor Ignacio Morones Prieto, un hombre distinguido, buen cirujano y político. "En una ocasión los médicos del hospital le ofrecieron una comida en un restaurante y le dijeron: 'Doctor, sabemos que usted es un hombre muy bien intencionado y necesitamos ayuda en el Hospital General, porque está en la ruina.' Morones dijo: 'Cómo no, los voy a ayudar.' Pasado algún tiempo, le reclamaron por qué no se había hecho nada y él contestó: 'Pero ustedes tampoco me han presentado nada.' Yo tenía un estudio para hacer un servicio moderno en neurocirugía; durante un año me había estado reuniendo desde las siete de la mañana con el doctor Ramón del Cueto, que era mi colaborador en el antiguo pabellón siete, para planear un servicio teórico que algunas veces se tendría que hacer; no sabíamos cuándo ni dónde ni cómo, pero teníamos ese estudio, y cuando Morones dijo: 'Si ustedes no hacen nada, ¿cómo quieren que yo haga las cosas?.' Al día siguiente fui a verlo y le dije: 'Aquí está este estudio', e inmediatamente destinó un millón de pesos para transformar el antiguo pabellón siete en un servicio que se transformó en pabellón 32, porque el Hospital General originalmente sólo tuvo 31 pabellones y nosotros añadimos uno más. "El pabellón 32 fue la cuna de la neurocirugía; he de decir que entre la fundación del siete y luego el 32 transcurrieron 25 años, tiempo que estuvimos trabajando con las uñas; el 32 nos dio mayores elementos. Posteriormente, cuando siendo yo director se hizo la reforma del Hospital, durante el periodo de López Mateos y Alvarez Amézquita como secretario de Salubridad, se hizo la reforma de todo el hospital, con excepción de mi pabellón, porque todos los que llegaban a la dirección lo que hacían era arreglar su pabellón; lo habían hecho Chávez, Villanueva, Ayala González, etcétera. A algunos pabellones no se les hizo nada porque no alcanzó el dinero, y entre ellos estuvo el 32; pero al siguiente periodo presidencial, se ordenó se concluyera la remodelación del Hospital y hasta entonces se hizo el nuevo pabellón de Neurología y Neurocirugía que actualmente existe… de tal manera que esa es la génesis de la neurocirugía. Etapa en el Hospital Infantil de México
"Estando en el Hospital General de México, un día se presentó el doctor Federico Gómez, a quien yo no conocía. Era un médico militar que contaba con gran prestigio como pediatra, político y financiero. Tenía una personalidad muy complicada y me dijo: 'Doctor Robles, a mí me gustaría que usted realizara neurocirugía en el nuevo Hospital Infantil que se está construyendo.' "Un año antes que se terminara el Hospital, el doctor Gómez comenzó a preparar al personal, a las enfermeras -porque no había pediátricas-, a preparar todo y me fue a ver a mí: 'Quiero que sea el encargado de las neurociencias en el Hospital Infantil.' Era un honor para mí. "Comenzamos a trabajar ese año. La historia de las instituciones de investigación científica y de especialización comienza en 1943, con el Hospital Infantil 'Federico Gómez', no con Cardiología como se piensa, pues Cardiología fue al año siguiente, en 1944. "Comenzamos a trabajar y ahí me encontré con un cirujano muy hábil: Jesús Lozoya, médico militar que conocía muy bien la cirugía infantil, pero no había estudiado el cráneo. Entonces, de cierta manera nos complementamos y fuimos buenos amigos. Lozoya era más que buen médico y político, al grado de llegar a ser gobernador de Chihuahua y, además de eso, un buen financiero. "Durante esta época del Hospital Infantil se constituyeron dos instituciones muy importantes para la fabricación de medicamentos para niños; una de ellas fue Laboratorios Infan, que era de Federico y su grupo, y la otra fue Laboratorios Terapia Infantil, que era de Lozoya y su grupo. Los dos se hicieron ricos, los dos me ofrecieron acciones, a los dos me negué, porque yo de negocios no sé nada. Todos los que entraron en este negocio se hicieron millonarios; no me tocó, pero no me quejo. Después vino lo de Cardiología… Instituto Nacional de Cardiología "El doctor Ignacio Chávez, quien me dio facilidades para hacer el servicio de neurocirugía en el Hospital General, me invitó a participar en el Instituto Nacional de Cardiología; cuando me hizo la solicitud no tenía cirujano (1944), me llevó para que fungiera como tal, porque no había en México ni en el mundo la especialidad. Se practicaba la cirugía general en los enfermos cardiológicos, no cirugía cardiaca. Se operaba apendicitis, hernias, etcétera. Un buen día, los cardiólogos se encontraron con que se estaba haciendo la cirugía cardiaca propiamente dicha. En 1938, el cirujano estadounidense Robert Gross hizo la primera ligadura al conducto arterioso. Entonces se desató una serie de consideraciones acerca del asunto; los cardiólogos vieron que se podía hacer cirugía dentro del corazón… bueno, no dentro, porque era por el conducto arterioso. "Después vinieron las operaciones hechas por Bailey, en Filadelfia -no complicadas-, quien metía el dedo al interior del corazón, y todo eso despertó gran inquietud entre los académicos. Pensaron que yo podría hacerlo, fueron a verme y me preguntaron si estaba dispuesto a hacer algo similar. Yo siempre he estado dispuesto a todo lo que es nuevo y peligroso y a todo lo que es cirugía grande, por lo que respondí inmediatamente que sí. Los cardiólogos escogieron el peor caso que se pueden imaginar: Una muchacha de 24 años de edad (para este tipo de operación se aconsejaba un límite de 12 años), se recomendaba que no existiera insuficiencia cardiaca… (ella la tenía), que no hubiera infección… (estaba infectada), que no tuviera cardiomegalia … (la tenía). Entonces, me la 'echaron' con la idea de que no la hiciera y de que se terminara la cirugía cardiaca antes de comenzar. "Pero hice la operación, se puso muy grave la enferma, pasamos dos noches sin despegarnos de ella y se salvó; con esto, los cardiólogos se vieron obligados a realizar cirugía cardiaca. El doctor Chávez, hombre inteligente, comprendió que efectivamente se podía trabajar sin tantas complicaciones, y como teníamos muchos enfermos, ahí comenzó todo. Se dio la primera tanda de 25 enfermos sin ningún muerto y comenzaron a tomarlo todo en serio. En la cirugía mitral sucedió lo mismo, atendimos una serie de 100 enfermos con una mortalidad de 3 por ciento, tasa muy baja comparada con otras partes donde la mortalidad era de 9 y 10 por ciento. "En 1954, en Washington, se realizó un congreso donde se presentó nuestra serie y no lo creyeron, dijeron que estaba manipulada y los que más protestaron fueron los argentinos, un tal Mora… Dijeron que era una estadística falsificada, pero también comenzaron a tomarlo en serio. Así comenzó la cirugía cardiovascular. "Posteriormente me encontré con que tenía mucha clientela, pues el doctor Salvador Zubirán me llevó a Nutrición, yo trabajaba en el Hospital General de México, en Cardiología, en Nutrición, en el Hospital Infantil y con mi clientela privada, estaba atosigado. Todo el mundo pronosticó que me moriría de infarto, hasta ahora todavía no me ha dado; en cambio, les ha dado a quienes me lo pronosticaron. Como ve, he sido un hombre favorecido por la suerte. El doctor Demetrio Sodi Pallares, amigo mío, me ha dicho: 'Usted tiene que darle gracias a Dios y al Espíritu Santo, porque en su vida ha tenido una serie de coincidencias que verdaderamente son milagrosas…' Primer tratamiento favorable de cisticercosis "En el Instituto de Biología conocí a un médico veterinario que se llamaba Manuel Chavarría, hombre valioso, estudioso y trabajador, a quien le gustaban las cosas nuevas; además, era profesor de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia. Chavarría recibió de la casa Merck de Alemania un lote de medicamentos para tratar la cisticercosis en el puerco. Esta es una enfermedad que ataca sólo al hombre y al puerco. Entonces, para tratar la cisticercosis porcina, le entregaron un lote de medicamento que se llamaba Droncit. Chavarría lo ensayó en el cerdo y observó que mataba los cisticercos … Esto ya se sabía, no fue un descubrimiento, pero él vino a reafirmarlo. En ese tiempo nosotros ya veníamos tratando cisticercosis en el hombre con malos resultados -1937-1979-, los enfermos no morían en la operación sino a causa de la cisticercosis, porque no había un arma eficaz contra ésta. "Un día, Chavarría me dijo: 'Tengo un medicamento que mata el cisticerco en el cuerpo del cerdo'; me llamó la atención. Al mismo tiempo me presentaron a un niño con cisticercosis cerebral perfectamente diagnosticada y con la indicación de operarlo. Su cisticercosis era muy grave, no era un caso quirúrgico, tenía cisticercos por varios lugares del cerebro: arriba, abajo, enfrente, no era posible tratarlo quirúrgicamente; en ese momento me acordé de la observación de Chavarría. Entonces, propuse a los familiares del enfermo que se le tratara con un nuevo medicamento y no quirúrgicamente, pero que no sabíamos qué resultados habría. "Los alemanes sabían que el medicamento se podía usar en la cisticercosis cutánea, pero no lo recomendaban en el hombre y menos en la cisticercosis cerebral, porque había reacciones violentas que mataban al enfermo, como sucede con el quiste hidatídico, donde basta que se derramen unas cuantas gotas de líquido para que el enfermo muera durante la noche por una reacción alérgica. Pensaban que pasaría lo mismo con el niño mexicano, que la muerte rápida del cisticerco iba a originar reacciones. La literatura decía: 'Si hay sospecha de que el enfermo tenga cisticercosis cerebral no debe usarse'; claro que era una imposición absoluta, pero aquel enfermo iba para abajo y para abajo. Entonces le dije a la familia que la única oportunidad que se tenía era ensayar con el medicamento, que si no daba resultado no perdían nada, porque de todos modos el niño iba a morir, pero de lo contrario se podía lograr algo muy favorable. "Tuve una serie de discusiones entre los familiares, la madre no sabía qué hacer, el padre se oponía, pero había una tía muy inteligente y guapa… y finalmente, después de muchas discusiones, aceptaron que se siguiera el tratamiento experimental. "Durante éste, se presentaron varios problemas; primero, el medicamento; segundo, dónde se trataría el enfermo, y tercero, cómo se aplicaría. La casa Merck ofreció el fármaco gratuitamente y sin responsabilidad de ninguna clase; por parte del enfermo, teníamos la aprobación, pero faltaba dónde se realizaría el tratamiento. "Con el apoyo del entonces secretario de Agricultura, José Merino Rábago, pudimos ingresar al enfermo en el Hospital Mocel y estuvimos a la expectativa de qué pasaba; todo el mundo esperaba las reacciones mortales y a mí mi secretaria me dijo: 'Ese niño se va a morir y a usted lo van a meter a la cárcel, porque oí decir al padre que si el niño se muere lo va a encarcelar'; aún así, dije: 'Yo me la juego, porque no había otra que hacer.' "Le pregunté al doctor Rafael Méndez -persona muy entendida en asuntos de farmacología- cómo veía el asunto, él era español y me dijo: 'Yo lo veo color de hormiga, pero recomiendo que comience con dosis pequeñas y a ver qué pasa.' Pensé que era una buena recomendación, pero había la posibilidad de que las dosis pequeñas no sirvieran de nada, porque ya Chavarría sabía cuál era la dosis en el cerdo. Hospitalizamos al niño y todos estuvimos en espera del resultado. "Ahora verán lo que pasó: a la semana, habían desaparecido todos los síntomas, los dolores de cabeza y los vómitos, que generalmente se tardan mucho tiempo. El estado general del niño había cambiado completamente y yo estaba muy contento y optimista, no hubo ninguna reacción alérgica, no pasó nada de lo que se había predicho y el paciente estaba curado. Esperamos aún tres meses para tomar radiografías y las lesiones desaparecieron. Comprendí que habíamos encontrado una cosa 'gorda' mientras los demás estaban esperando meterme a la cárcel. Instituto Nacional de Enfermedades Tropicales e inicio de la investigación en cisticercosis "Como no pasó nada, fui a ver al doctor Mario Calles, que era subsecretario de Salubridad. Yo lo había tratado porque su padre había sido mi paciente, a quien por medio de una operación le quité unos dolores intratables en las piernas. Entonces él me tenía buena voluntad y me dijo: 'Le voy a dar lo necesario para que haga las investigaciones', y me mandó al Instituto Nacional de Enfermedades Tropicales; era un desastre, porque sólo se ocupaba de pleitos sindicales; no hacían nada, las enfermeras tejían todo el día, había concursos de tejido, por lo que se atrevió a decirme: 'Lo voy a mandar a usted para que levante ese hospital', 'Oiga --le dije-, pero si yo no voy a levantar ese hospital, yo lo que quiero es hacer el estudio.' "Me encontré con que el espíritu del hospital estaba vivo, las enfermeras querían trabajar y me dijeron: 'Doctor, ya estamos cansadas de tejer y de asistir a las juntas sindicales, queremos hacer algo.' Tenía 40 camas preciosas que habían sido instaladas por don Eliseo Ramírez para estudiar nuevos medicamentos, cosa que nunca se había hecho… ahí comenzamos el estudio de la cisticercosis. "Rápidamente juntamos una serie de 100 casos, era la más grande del mundo, lo publicamos y tampoco lo creyeron, pero en Brasil y en Europa empezaron a tener noticias y a tomar el asunto en serio con series más pequeñas que la mía; encontraron lo mismo y vieron que no eran mentiras. Así empezó… cómo siguió, ése es otro lío. Así fue como entré a Tropicales, ahora le voy a contar cómo salí… mejor no." Actividad docente Durante su época
de estudiante, el doctor Clemente Robles Castillo se destacó por su
calidad de alumno distinguido, al grado de lograr que el director de
la Escuela de Medicina, doctor Fernando Ocaranza, le ofreciera una beca
para estudiar en Alemania cuando aún no terminaba la carrera. Pero no
aceptó el ofrecimiento ante la situación económica familiar por la que
pasaba. Sus primeros trabajos constituyen el antecedente de lo que sería
una larga carrera docente.
Inició como preparador de las clases de biología en la Escuela Nacional Preparatoria, de 1923 a 1927; se desempeñó en la Escuela de Medicina como alumno ayudante del doctor Gonzalo Castañeda, durante 1928 y 1929. En 1930 ingresó a la planta docente de la misma escuela como jefe de clínica del Tercer Curso de Clínica Quirúrgica, actividad que mantendría, a pesar de sus diversas ocupaciones y puestos, hasta 1976. A partir de 1934 fue nombrado profesor titular de patología, clínica y terapéutica quirúrgica, de neurología y, posteriormente, de posgrado. Su vocación por la enseñanza y la formación de cirujanos y médicos no se limitó a las aulas; durante toda su vida transmitió a los practicantes y médicos internos de los hospitales donde trabajó su ejemplo y su ética, su experiencia y sus conocimientos a más de uno de los reconocidos galenos con los que actualmente cuenta nuestro país, y sobre esta experiencia expresó: "La docencia ha sido la actividad más feliz de mi vida, porque a mí me ha gustado enseñar mucho más que cualquier otra cosa, es muy gratificante. Mi grupo siempre fue pequeño porque les apretaba mucho, tenía fama de ser muy duro, por lo que a mi grupo le llamaban el escuadrón suicida, pero ahora que voy a distintos lugares del país, de repente me sale un médico que me dice: 'Soy fulano de tal…, yo fui del escuadrón suicida. Le agradecemos que nos haya usted apretado', y me da mucho gusto. Aprecian el esfuerzo que uno hizo; claro, yo no fui un profesor popular; fui respetado, pero no popular; a mí no me importaba porque no tenía ambiciones políticas, no quería ser representante de la Universidad ni de la Junta de Gobierno, ni nada; a mí lo que me interesaba era que mis alumnos aprendieran, y aprendieron… ahora me lo agradecen y se sienten orgullosos de que fueron del escuadrón suicida; eso me da mucha alegría." Conflicto universitario ¿Qué opina del actual conflicto universitario? "Que no fue universitario, fue política dentro de la Universidad. Fue un conflicto dentro de la Universidad y eso no quiere decir que sea universitario. Realizado por fuerzas políticas extra y antiuniversitarias con el fin de destruirla. Estrangularla con sus porros y sus cosas del Consejo General de Huelga, en fin… Pero no quiero hablar de eso, porque de política no sé nada. Yo lo que veo es que fue un conflicto político extrauniversitario… Dañaron terriblemente a la Universidad, pero no la mataron ni la van a matar y va a surgir y seguirá siendo el alma de México."
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