Gaceta
Facultad de Medicina UNAM
10 de octubre 2001


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Doctor Francisco Fernández del Castillo,
Fundador del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina...
A los cien años de su natalicio

Dr. José Sanfilippo B.
Depto. de Historia y Filosofía de la Medicina

La Facultad de Medicina se ha distinguido a lo largo de los años por la inagotable veta de hombres y mujeres que egresan de sus aulas, y muchos regresan a ellas como profesionistas distinguidos para retribuirle a su escuela lo que aprendieron, dedicándole sus quehaceres y su desvelos, para que día con día la Facultad se vaya robusteciendo y demostrando su liderazgo en el área.

Uno de estos médicos fue el doctor Francisco Fernández del Castillo de Campo que permitió que los futuros médicos pudieran conocer su antecedentes heroicos, que pudieran consultar sobre sus ancestros y que también pudieran documentarse sobre el quehacer de su profesión en tiempos pretéritos. Para lograr todo esto creó el Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, que entre otras cosas posee la memoria de nuestra Facultad.

Doctor Francisco Fernández del Castillo

 

El doctor Fernández del Castillo nació en el seno de una familia rodeada de cultura y de libros. Cabe mencionar que su padre, del mismo nombre, fue uno de los historiadores más importantes de finales del siglo XIX, al cual se le debe el haber organizado el Archivo General de la Nación. Así, desde que nació respiró el olor de los “libros viejos”. Nació en la Ciudad de México, hace poco más de un siglo, el 10 de diciembre de 1899.

Sus primeros estudios los realizó en un colegio particular llamado Liceo Fournier, en donde fue compañero de Raoul Fournier, y posteriormente, en 1913, en la Escuela Normal en donde, según él mismo lo relata en sus memorias, escuchó las conferencias de don Justo Sierra, quien lo impresionó tanto que dijo “son brillantes frases de oro puro”. Posteriormente ingresó en la Escuela Nacional Preparatoria. Al concluirla se matriculó en la Escuela Nacional de Medicina, en 1917. Su atracción por esta profesión la describe así: “Yo amaba a la medicina como a una misteriosa y bella mujer cuya alma se desconoce”.

A la mitad de la carrera, comenzó a trabajar en el Hospital General de la Ciudad de México y en el “Hospital Juárez”. Terminó la carrera en 1922, y el 8 de mayo “a las 11 de la mañana” presentó su examen profesional defendiendo la tesis Estudio semiológico sobre el dolor de cabeza, ante un jurado formado por los doctores: Tomás G. Perrín, Daniel Vélez, Manuel Godoy Alvarez y José Tomás Rojas, resultando aprobado por unanimidad.

Una vez titulado, instaló su consultorio en el entonces “pueblo” de Tacubaya; más tarde se cambió al centro de la ciudad y luego a diversos sitios, practicando su profesión por espacio de 50 años. Juan Somolinos describe su vocación de la siguiente manera: “Desde joven, con muchas inquietudes intelectuales, y bajo la influencia de su padre (...) don Francisco emprendió la tarea de mantener una tradición. Nunca perdió su profesión de médico y su vocación de historiador”.

En 1926 ingresó a la Escuela de Medicina como ayudante de profesor de Terapéutica médica, iniciándose así una carrera docente que duró 57 años ininterrumpidos, en la cual ocupó todos los puestos dentro de la Facultad. Brevemente señalaremos algunas actividades docentes más relevantes. Fue profesor de diversas cátedras entre las que destacan la de Fisiología, de Farmacología y la de Historia de la Medicina, en la misma Facultad; fue fundador de las cátedras de Farmacología y Terapéutica en la Escuela Nacional de Odontología, En la Escuela Nacional Preparatoria impartió las asignaturas de Física médica e Higiene general.

Ocupó varios cargos en la Facultad, de los que sobresalen: Miembro del Consejo Técnico Consultivo en 1944, secretario general de mayo de 1946 a marzo de 1948 siendo director el doctor Salvador González Herrejón, jefe del Departamento de Farmacología en 1952 y jefe-fundador del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina en 1956.

Cabe destacar que fue director interino en varias ocasiones, hecho que Pedro Calderón Tapia, en 1971, narra así: “... ha sido hasta el momento, el comodín de la Facultad de Medicina, honroso adjetivo que se le puede aplicar, considerando que siempre que la Facultad ha pasado por momentos críticos (...) el doctor Fernández del Castillo tiene que ocupar el puesto, en calidad de director Interino...”. El más reconocido interinato fue el periodo de dos meses que ocupó dicho puesto, del 1° de diciembre de 1970 al 1° de febrero de 1971, por la renuncia del doctor Carlos Campillo Sáinz cuando ocupó la subsecretaría de la SSA.

En el campo de la Historia de la Medicina es en donde más se destacó. El doctor Enrique Cárdenas de la Peña señala: “Con él se inicia la verdadera era de la historia de la medicina mexicana contemporánea. Crea una escuela. Se preocupa con gran pasión por la enseñanza y la divulgación de cuanto atañe a los estudios histórico-médicos”. Esto queda plasmado con la creación del actual Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina -que dirigió hasta su muerte- lo cual es narrado por la historiadora Sonia Flores de la siguiente manera: “Este departamento se remonta al año de 1956, cuando se funda a instancias del entonces director de la Facultad, doctor Raoul Fournier Villada, inquieto médico, quien con fina inteligencia y una gran sensibilidad, pudo apreciar la necesidad de crear un área que permitiera conservar para la posteridad la memoria de la Escuela de Medicina en nuestro país (...) con el nombre de Departamento de Historia y Enseñanza Complementaria”. Así reunió los libros inútiles, los papeles viejos, los cachivaches inservibles y con ellos fundó la Biblioteca Histórica “Nicolás León”, el Archivo Histórico de la Escuela de Medicina y el Museo de la Medicina Mexicana, que encontró alojamiento en el olvidado edificio de la plaza de Santo Domingo, la antigua sede de la Facultad que con el tiempo se convirtió en el Palacio de la Escuela de Medicina, sede de este departamento.

El maestro Fernández del Castillo dedicó más de la mitad de su vida a estos menesteres, ingresó a la Academia Nacional de Medicina en 1944, a esa sección de historia; ocupó diversos cargos en esta institución hasta ser secretario de actas (1947) y secretario general durante ocho años, de 1951 a 1957; propició el cambio de los reglamentos de la corporación, reglamentando las secciones que actualmente tiene. Durante muchos años fue el único académico en esa sección de historia de la medicina, la cual mantuvo viva. Llegó a ser nombrado miembro honorario poco antes de su muerte.

Fue miembro de muchas agrupaciones, tanto nacionales como extranjeras, entre las que destacan: la Academia Mexicana de Cirugía; Academia de Ciencias Físicas y Naturales de La Habana, Cuba; Societé Internationale de Historie de la Medicine; Academia Nacional de Ciencias (Antigua Sociedad Científica “Antonio Alzate”); Academia Mexicana de Historia y Geografía y Académico de número de la Academia Mexicana de la Lengua.

Cabe destacar que fue uno de los 13 miembros fundadores de la Sociedad Mexicana de Historia y Filosofía de la Medicina, siendo el segundo en ocupar la presidencia de ella, en el periodo de 1959-60.

Fue un escritor muy prolífico, ya que escribió 15 libros y más de 300 artículos dispersos en innumerables revistas, principalmente en El Médico en donde tuvo una sección por más de diez años, inclusive escribió con el seudónimo de Bernardino de Buelna, mucho tiempo. Gran parte de sus escritos está reunida en una antología, publicada por el Departamento. Muchas de sus obras son fundamentales para diversas investigaciones en el campo de la historia de la medicina mexicana.

El doctor Fernández Castillo era una persona buena, incapaz de hacerle daño a nadie, querido por sus compañeros y alumnos, los cuales cuando él cumplió 50 años de vida profesional, le publicaron un libro de homenaje, en el que participaron grandes personalidades de la medicina y las letras.

Al final de sus memorias escribe con gran modestia lo siguiente: “Cuando me han pedido datos biográficos, digo sinceramente que no tengo biografía, me he conformado con seguir las palabras que dijo San Pablo a su discípulo Timoteo: ‘Luché en buena pelea, mi carrera ha terminado, conservé la fe”’. Y Juan Somolinos agrega: “Con discreción, como si hubiese querido evitar incómodos momentos con su deceso, nos dejó un hombre que en vida jamás ocasionó daños”.

Ese momento llegó la tarde del 13 de noviembre de 1983, cuando le faltaban pocos días para cumplir 84 años de fructífera vida.

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