Gaceta
Facultad de Medicina UNAM
25 de mayo 2003

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Héroes desconocidos en la educación médica

Entrevista con los trabajadores del Anfiteatro de la Facultad de Medicina

Sabás Mejía Medina, Simón González Reyna, Gonzalo Mejía Medina y Ricardo Piña Alpízar, son auxiliares de forense que dependen del Departamento de Anatomía, quienes manejan el material biológico (cadáveres) con el que los alumnos de la Facultad de Medicina inician sus estudios del cuerpo humano, que más tarde los llevarán a comprender sus funciones y hasta padecimientos.

Ellos, acostumbrados al manejo de material biológico después de muchos años de desempeñarse en el Anfiteatro de la Facultad de Medicina, realizan una labor sin duda importante, misma que inicia con el traslado de los cuerpos desde el Servicio Médico Forense (Semefo), casas de protección y hospitales; posteriormente, una vez que el cuerpo se encuentra en la Facultad se abre un registro que contiene fotografías, huellas dactilares y media filiación, y se le asigna un número que lo identifica.

Pero el trabajo de estos hombres no termina ahí, apenas inicia, porque luego de mantener los cuerpos por unos días en las gavetas, en caso de ser reclamados, comienza el proceso de conservación; para ello el material es rasurado por completo y posterior-mente embalsamado. Después son designados a las aulas, y una vez utilizados, la mayoría son cremados; las cenizas se trasladan al Panteón Dolores (fosa común), con lo que aseguran a estos héroes desconocidos que han cumplido su función educativa para los futuros médicos.


Los señores Sabás Mejía y Simón González, auxiliares de forense

Parece fácil enumerar las tareas de los auxiliares de forense, pero no es nada sencillo trabajar con más 200 materiales biológicos humanos, señalaron Piña Alpízar (con 15 años de pertenecer al Departamento de Anatomía y menos de tres al Anfiteatro) y Gonzalo Mejía (con 8 años en ese Departamento y cinco en el Anfiteatro), quienes, al igual que sus otros compañeros, durante el proceso de conservación realizan: embalsamado, rasurado del cadáver (pelvis y cráneo) y si ya tiene autopsia, extracción de vísceras (las cuales se depositan en un recipiente de 200 litros para llevarlas a la fosa común). Cuando se trata de cadáver íntegro se embalsama completo (con vísceras). En el primer caso se inyecta una sustancia por la arteria carótida, o bien una inyección local, a lo que le llaman “método por represión”, y a los íntegros se les sacan las arterias femorales y axilares, y se les inyecta localmente también.

Conocedores de su trabajo, aplican diferentes métodos de conservación, tales como: represión, gravedad, local e inmersión, de los cuales los más utilizados son represión (inyección) e inmersión (tinas de cocimiento); este último se aplica en los cuerpos con autopsia, toda vez que ya están abiertos y los químicos no se fijan bien en la caja torácica.

No obstante, en el espacio que comparten con cadáveres que pueden tardar hasta dos años en llegar a las aulas, cada fin de semana se preparan para cremar a aquellos que han concluido su función, al cual también le tramitan su acta de defunción en el Panteón, por si acaso algún familiar pudiera reclamarlo; en otros casos, los que aún están completos son canalizados para convertirse en esqueletos y continuar su función educativa en el Museo de Anatomía. A este respecto los trabajadores del Anfiteatro señalaron que existe la propuesta de que ellos también se encarguen de hacer ese proceso, lo cual les agradaría mucho, no sólo por aprender anatomía sino por la técnica que se usa para ese fin.

A la pregunta expresa sobre la dificultad para acostumbrarse a ese trabajo, todos coincidieron que no fue difícil porque primero estuvieron en el Departamento de Anatomía y de cierta forma estaban familiarizados, aunque tenían inseguridad por no saber si encontrarían algún riesgo de salud; por ello son importantes las medidas de protección como uso de mandiles, botas, guantes, lentes y mascarillas que se requieren para el manejo de cadáveres y de los productos químicos con los que se trabaja. “Aunque no siempre contamos con el material de protección suficiente, afortunadamente no hemos corrido riesgos de salud, porque cuidamos de no tener corta-duras en las manos y no estar en contacto directo con la sangre o los fluidos de los cadáveres.”

Por su parte, Simón González Reyna y Sabás Mejía Medina reconocen que su labor también contribuye un poco en la educación médica, porque no hay muchos que se interesen por este tipo de trabajo, mismo que a ambos les gusta, porque además de su jornada en la Facultad de Medicina, desde hace muchos años realizan una segunda ronda de trabajo en el Servicio Médico Forense.

En su caso, González Reyna cuenta que desde 1962 comenzó en el Hospital de Huipulco (por parte de la Universidad) con necropsias patológicas; posteriormente, ya en la Facultad, estuvo en las aulas de anatomía, donde duró 18 años y ya tiene actual-mente 15 en el Anfiteatro, donde desarrolla todo el proceso antes descrito.

Con tantos años en contacto con cadáveres, el señor González dice que no se le teme a la muerte, sino a lo desconocido, y se debe estar consciente de que “es un cuerpo que no tiene movimiento; aunque es difícil trabajar con cadáveres, alguien tiene que hacerlo y tengo que acordarme de que soy un ser humano, no olvidándome de eso, los cuerpos se toman como una herramienta de trabajo”.

—¿Alguna anécdota buena o mala? “En el hospital 20 de Noviembre me pasó algo interesante: ahí, cuando comenzábamos a prepararnos para una necropsia, nos dimos cuenta de que a la persona a quien se le practicaría estaba sentada en la plancha, envuelta en una sábana; había sufrido una catalepsia y la dieron por muerta, pero de ahí no pasó. No hay nada de que espantan o ruidos, nada.”

—¿Le ha dejado algo bueno su trabajo? “Me gusta, por eso no me he jubilado; además aprendí anatomía y técnicas de conservación; creo que contribuimos con un granito, porque la FM se dedica a formar soldaditos de la medicina, y nosotros, a conservar y cuidar de los cadáveres, a quienes debemos considerar héroes que sirven para salvar otras vidas, aunque no lo hayan pedido; son héroes desconocidos.” P

or su parte, Sábas Mejía Medina señala que tiene 34 años en el Departamento de Anatomía y 22 en el Anfiteatro, con todo y que se encarga del control de la documentación, auxilia a los compañeros más jóvenes en el manejo del recinto. También coincide con sus compañeros en que no se trata de una tarea fácil y que su desempeño es de técnico de forense y no de auxiliar, “porque lo que hacemos es aplicar técnicas que no cualquiera sabe”.

Para él, es importante resaltar que una persona que reclama un cuerpo debe estar consciente de que viene a la Facultad de Medicina, donde se le utiliza para la educación. Sin olvidar que la mayoría de los cadáveres no tienen nombre y vienen en calidad de depósito, y aunque muchas veces son reclamados por sus familiares, cuentan con documentos que amparan su llegada, uso, cremación y depósito en el panteón, y hasta devolución de algunos cuerpos.

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