Sobre la enseñanza de la cirugía en la FM habla uno de sus pioneros, el doctor Manuel Quijano “Si las cosas del pasado os parecen herrumbrosas,
no escuchéis; No es fácil ni frecuente encontrar a personalidades del ambiente médico que, en amena charla, transporten a quien los escucha a los años por los que vivencialmente transcurren sus recuerdos, y donde forjaron su experiencia, trabajo y dedicación a la profesión que ejercen.
Uno de ellos es el doctor Manuel Quijano Narezo, actualmente editor de la Revista de la Facultad de Medicina, egresado de la UNAM en 1943. Realizó estudios de posgrado en cirugía general en el Hospital General; fue interno en el Hospital St. Luke’s en Massachussets y residente en la Clínica Lahey. Más adelante fue residente investigador en cirugía en el Hospital General de Massachussets durante dos años y un año como asistente de cirugía en el Hospital St. Louis, en la Ciudad de París, en 1955. De modo que dejaremos que su voz se escuche como quien lee un libro abierto: “A los estudiantes de la antigua Escuela de Medicina, igual que a los de otras escuelas en toda la República, se les otorgaba el título que decía: ‘Médico, cirujano y partero’, entonces se suponía que el graduado sabía de las tres cosas, de hecho algo sabía de medicina y de partos, pero no de cirugía. “En esa época estudiantil había, por atavismo, una asignatura que se llamaba ‘Técnica quirúrgica en cadáver’, que se venía impartiendo desde fines del siglo XIX y subsistió hasta 1955, lo cual era algo verdaderamente absurdo, porque nos obligaban a aprendernos de memoria 40 diferentes técnicas de operaciones que en ese momento ya no se practicaban, y que se habían realizado 80 años atrás (1880), cuando los cirujanos operaban todavía con el traje de calle: es decir, levantando solamente la manga de la levita y la de la camisa para no ensuciarse. “La técnica quirúrgica que se enseñaba era: amputaciones y ligaduras de grandes arterias, que actualmente no se hacen (ligar la arteria ilíaca externa es casi condenar al paciente a una gangrena seca en todo el miembro inferior). Para esa asignatura teníamos libros franceses, todavía con ilustraciones de cirujanos con grandes cuchillos de amputación. “Cuando me nombraron profesor de esa materia decidí, motu proprio, cambiar muchas cosas. Dije a los estudiantes: ‘Quiero que aprendan de cirugía lo que debe saber un médico internista, no lo que sabe un cirujano, no técnicas operatorias sino otros aspectos de la cirugía: primero qué cosa es asepsia y antisepsia, los principios generales de la anestesia y la esterilización, y los diferentes tipos, las grandes complicaciones de la cirugía: infección, hemorragia, choque, trastornos de la ventilación, etcétera, porque en eso el médico internista tiene que intervenir, tiene que conocerlo, diagnosticarlo e inclusive tratarlo al mismo tiempo que el cirujano’. Por todo ello, desarrollé un plan de estudios muy completo que comencé a enseñar. “Poco después, el doctor Raoul Fournier, director de la Facultad en ese tiempo, me invitó a formar parte del profesorado del primer grupo piloto del tercer año de la carrera, y entonces le cambié el nombre a la materia, el cual se consagró después, denominándose ‘Introducción a la Cirugía’. Coincidía con las materias de ese año: introducción a la clínica, a la farmacología y a la anatomía patológica. Introducción a la clínica sustituía a las propedéuticas médica y quirúrgica. “Se abandonó oficialmente la cátedra de ‘Técnica quirúrgica en cadáver’, para la cual ya existía un texto mexicano del doctor Francisco Puente Pereda. Poco a poco, todos los demás profesores cambiaron la temática. Cuando los grupos piloto empezaron a sustituir a los regulares, desapareció definitivamente esa materia y persistió la ‘Introducción a la cirugía’. “Esa asignatura se convirtió lustros más tarde en lo que llaman ahora cirugía I. De hecho mi plan de estudios, el original, se fue imponiendo casi sin que yo me diera cuenta, en todos los demás profesores. En 1980 cuando publiqué, junto con otros colegas de posgrado, el libro Principios fundamentales de la cirugía, el primer tomo, del cual fui coordinador y donde escribí cinco o seis capítulos, se ocupaba precisamente de todo el plan de estudios de ese curso que para ese momento ya tenía 20 años de impartirse. El segundo tomo abordaba lo que se enseña en las residencias de cirugía. “Esta es una de las cosas de las cuales me enorgullezco íntimamente, porque pocos lo saben. Al mismo tiempo había empezado a complementar la enseñanza con una serie de demostraciones prácticas sobre qué es y cómo está conformada una sala de operaciones, qué tipo de color deben tener las paredes, cómo debe ser el piso, y sobre todo cómo debe vestir el cirujano: con una bata estéril, con botas para cubrir las suelas de los zapatos que vienen contaminadas de la calle, cubrebocas y gorro; cómo debe moverse en la sala sin contaminar la bata y cómo se ponen los guantes. Todo se hacía en una demostración. “Para ello, traía un bulto con toda la ropa y se comenzaba la demostración, de manera que el alumno aprendiera cómo vestirse con la ayuda de otro sin contaminar la sala operatoria; todo esto se hacía en el área que antes se usaba para operaciones en perros (de forma experimental). Y cuando llegó Bernardo Castro Villagrana, le dije que se ocupara de las demostraciones y de las prácticas de cirugía, para ocuparme yo de la enseñanza teórica, porque para mí era más importante. “Así nació también el departamento de cirugía experimental. Me basé en una asignatura que había dado años atrás el doctor Julián González Méndez, cuando yo era estudiante, quien impartía una clase que se llamaba ‘Cirugía en perros’. En esa clase se hacían operaciones en estos animales, tres o cuatro muy bien escogidas; enseñaban mucho, sin convertir a la persona en cirujano, nada más entender bien a bien lo que era la cirugía. Clase que fue suspendida por un director que pertenecía a la Sociedad Protectora de Animales. Para mi clase diseñé un proyecto y escogí las prácticas que debían hacerse: nada más preparar al perro, rasurarlo, dormirlo, abrirle el abdomen, ver y cerrar, sin hacer más. “Algún tiempo después, cuando ya estaba funcionando, tuve que abandonar la clase Introducción a la cirugía, porque empecé a encargarme del Curso de Posgrado en Cirugía General cuyo contenido y forma redacté de principio a fin. Era un curso de tres años de duración que se impartía en el Hospital General del Centro Médico; en el primer año los alumnos pasaban por otros servicios en hospitales para aprender los procedimientos de otras especialidades que competían al cirujano general: la amigdalectomía, la cesárea, ciertos temas de urología y ginecología, la cirugía de las várices de los miembros inferiores. En el segundo y tercer años se concentraban en gastroenterología, bazo y tiroides y, en tercero, pasaban también tres meses en cirugía experimental. Poco a poco este plan de estudios fue adoptado, con modificaciones que cada profesor tenía derecho a proponer, en los cursos de posgrado del Hospital General de México; en Nutrición, en la Cruz Roja, en el Hospital Naval Militar, en Pemex, y luego en provincia, donde se realizaba enseñanza de especialidades. Después de tres años de iniciado el curso, tuve que dejarlo también porque me nombraron jefe de la oficina de posgrado de la FM, cuando Octavio Rivero Serrano era director de la misma.
“Conservo la gran satisfacción de haber iniciado la asignatura de Introducción a la cirugía, así como las prácticas quirúrgicas (que fueron atribuidas al doctor Castro Villagrana) y, por supuesto, por el curso de posgrado que se impartió por primera vez en la Facultad de Medicina”. El estudiante Aunque resistente a abrir los recuerdos del estudiante, el doctor Manuel Quijano accedió a hablarnos un poco de su trayectoria, por demás interesante e importante. “Desde que era estudiante me gustaba la cirugía y, con gran atrevimiento, hice varias operaciones a mis amigos (circuncisión); después extirpación de ganglios o nódulos subcutáneos. Al mismo tiempo, en la Cruz Roja, donde llegaban muchas lavanderas que se encajaban agujas en las manos al momento de lavar (de hecho era siempre la mitad de la aguja), aprendí a extirparlas; así como hacer otras pequeñas operaciones. “Al llegar como practicante al Hospital General en el sexto año de la carrera, me tocó asistir al pabellón 15 del doctor Darío Fernández, cirujano muy capaz, maestro de otros grandes cirujanos como Abraham Ayala González, Julián González Méndez, García Noriega y otros. “Don Darío era una personalidad muy desconfiada, casi paranoico, pues no aceptaba mucha gente en su pabellón, donde todos vestían de verde para diferenciarse de los demás. Cuando llegué, como nada más tenía un uniforme blanco, yo era el único que iba de blanco, pero a pesar de eso, le caí bien a don Darío. Al término de mi estancia, que era de dos meses, él logró que me quedara otro turno, pues temía que le estuvieran cambiando personas que, creía, iban a espiarlo, yo le decía: ‘Maestro tengo que pasar por otros servicios’, él respondía: ‘No, no, bueno vaya, cumpla y regrese conmigo’. Bueno, así fue durante el tiempo que fui practicante. “Cuando terminé el internado de pregrado, hice el servicio social y me recibí; ingresé como médico residente al Hospital General y don Darío Fernández me pidió que me fuera a su pabellón y me tuvo muchas deferencias, como dejarme operar solo. Unos meses más tarde llegó como practicante la doctora Irene Talamás, por la que don Darío tuvo cierta debilidad; la hizo su ayudante personal y a mí me dejaba casi la completa libertad para operar casos sencillos: apéndices, hernias, perineorrafias, ligamentopexias y otras. “En ese tiempo había un gran número de enfermos debido a que durante la guerra se pidieron obreros mexicanos que fueran a trabajar en las fábricas estadunidenses (1943), a los aspirantes se les revisaba en el antiguo estadio, donde ahora está la unidad habitacional Miguel Alemán; allí se les hacía un examen y cuando les encontraban una hernia o cualquier otro padecimiento, los mandaban al Hospital General para su atención. Entonces don Darío me pedía que operara este tipo de cosas, mientras él se reservaba para sí dos operaciones de bocio en cada día de quirófano. Yo estaba feliz, porque operaba más, sin que nadie me supervisara: llegué a realizar ese año más de cien operaciones. “Poco tiempo después, el doctor Gustavo Baz, entonces secretario de Salubridad y Asistencia, mandó a preguntar a los jefes de residentes del hospital por alguien que tuviera experiencia en cirugía para enviarlo a un puesto de cirujano en un lugar de tierra caliente; se consideró que yo era el indicado para eso y lo fui a ver. Me recibió de inmediato, y me dijo: ‘Bueno, se trata de que se haga cargo de un hospital en Manzanillo, Colima’; donde había dificultades entre el director y la administradora. Estuve allí un año como director y cómo único cirujano de la región; al grado de que me hice de cierta fama, pues me mandaban enfermos hasta de Colima, la capital del estado. Operaba a las 7 de la mañana uno o dos casos todos los días y el resto del tiempo pasaba visita a todas las salas. “En una ocasión recibí un telegrama firmado por el doctor Salvador Zubirán, pero yo sabía que escrito por un amigo mío que era su ayudante. Me decía: ‘Contesta por esta vía si aceptas puesto de jefe de cirujanos en El Mante, Tamaulipas’, y mi respuesta fue: ‘Acepto, pero voy para arreglar detalles’. “Hablé con el doctor Zubirán, le dije que no aceptaba. Entonces él me preguntó: ‘Qué quiere usted’, y yo le contesté: ‘Quiero irme al extranjero con una beca’; ‘Bueno -dijo-, para eso hable con el doctor Baz’, quien media hora después me recibía en su consultorio, entre un enfermo y otro. Lo primero que dijo fue: ‘Conque es usted el que me abandona’, y le contesté: ‘No maestro, no quiero abandonarlo’; me preguntó: ‘Pues qué quiere’; mi respuesta fue: ‘Una beca para Estados Unidos’, y tiempo después me fui a Massachussets. Con Baz las cosas se resolvían de inmediato. “A mi regreso, ingresé al Hospital de Enfermedades de la Nutrición en 1948, como ayudante de cirugía, porque el jefe era el doctor Clemente Robles, quien terminó mi formación. El doctor Robles dejó el hospital en 1953. En ese momento, el doctor Zubirán, director, permitió que el doctor Muñoz Kapelman y yo nos encargáramos del servicio de cirugía, que se convirtió en esa década en el mejor servicio de cirugía general de toda la República. Venía gente de otros lugares a ver lo que estábamos haciendo en Nutrición, en cirugía del aparato digestivo y del sistema endócrino. Permanecí allí hasta 1961, año en el que fue nombrado rector de la UNAM el doctor Ignacio Chávez, quien me llamó para ocupar el puesto de director de Servicios Escolares. “Lo que hice en la Universidad fue crear oficinas satélites de servicios escolares en todas las escuelas y facultades para descentralizar lo que entonces se resolvía nada más en el piso principal de la Torre de Rectoría; esas oficinas ahora son departamentos completos en cada escuela y facultad. “Además, inicié desde cero la realización del examen de admisión a la licenciatura, ya que para mí no era necesario hacerlo para el bachillerato, por ser parte de la formación básica del individuo. Para la licenciatura sí era necesario el examen, pues para cursarla con éxito se requiere, por una parte vocación y, por otra preparación; para evaluar ésta era cuando menos necesario un examen, el cual se aplicó a todos los aspirantes, a la misma hora, el mismo día en todas las preparatorias oficiales y en todas las incorporadas, para evitar que se transmitiera su contenido. El examen era de opción múltiple, basado un poco en lo que ya habían hecho los jefes de departamento de la Facultad de Medicina. “Posteriormente me llamaron del IMSS para ser director de un hospital que estaba a punto de inaugurarse, el Hospital General del Centro Médico Nacional y que ayudé a organizar desde cero, escogí a los colaboradores de todas las especialidades, gente joven que regresaba de su adiestramiento en el extranjero y que llegaba a México con un gran deseo progresar en su especialidad y tener servicio. Durante diez años, este hospital se elevó en calidad académica hasta ser el número uno en el país, el mejor Hospital General, superior en los sesentas incluso al de Nutrición, porque me había llevado gente de esa institución. “Yo era encargado del Servicio de Cirugía de Gastroenterología, pero también me ocupaba de la cirugía general; operaba bocio, tiroides, tumores endocrinos, cirugía del bazo, etcétera. Llegué a juntar 50 casos de adenomas de para-tiroides, que es todavía la serie más numerosa en México: junto con el doctor Francisco Gómez Mont planeamos e iniciamos el transplante renal, que desarrollé por algún tiempo; después lo dejé en manos de otras personas. “En 1971 dejé el servicio, por ‘órdenes superiores’ y me dediqué a la cirugía privada, la cual no me satisfacía; y un buen día abandoné la medicina y la cirugía y me fui de burócrata a París, a la misión de México ante la UNESCO, como agregado científico, donde estuve de 1980 a 1983”. Cabe señalar que el doctor Quijano tuvo igualmente una carrera dentro de la administración pública, fungiendo como director general de Asuntos Internacionales de la Secretaría de Salubridad y Asistencia, entre 1983 y 1989, y llegó a ocupar puestos en los Comités Ejecutivos de la Organización Panamericana de la Salud y la presidencia del Consejo Ejecutivo de la Organización Mundial de la Salud, en Ginebra. Incluso después fue miembro de la Junta Internacional para la Fiscalización de Estupefacientes, con sede en Viena, Austria, con dos sesiones anuales por siete años. Enseñanza de la cirugía actual En lo que se refiere a la enseñanza, es reconocido como un docente distinguido de la Facultad de Medicina, de donde fue jefe de la División de Estudios de Posgrado en 1978. Cuenta con publicaciones científicas que abarcan más de 80 trabajos y diversos capítulos en libros del área de la salud. En este punto, el maestro dijo que la enseñanza de la cirugía en pregrado no lo convence, “…porque una parte se imparte cuando el alumno está en segundo año de la carrera, cuando no tiene nociones todavía de lo que es la medicina, apenas ha estado aprendiendo las materias básicas: anatomía, histología, etcétera, todavía no relaciona esos conocimientos con el enfermo y con la medicina. Creo que la introducción a la cirugía debe enseñarse cuando el alumno está en cuarto año, poco antes de entrar en el internado rotatorio. En lo que se refiere a la enseñanza de la cirugía en el posgrado, creo que está muy bien”. Es importante señalar que el doctor Quijano Narezo es miembro de las academias Nacional de Medicina desde 1957, en la que llegó a presidente en 1978, y de la Mexicana de Cirugía, del Colegio Americano de Cirujanos, de la Sociedad Colombiana de Gastroenterología, y de la Academia de Cirugía de París. Ha recibido diversas condecoraciones nacionales e internacionales, entre las que sobresalen el Premio Oficial de la Orden Nacional al Mérito, otorgado por la República Francesa, y dos premios a la Excelencia Médica 2000, por su contribución al desarrollo de la cirugía general y por realizar el primer trasplante de riñón en México. *Fragmento tomado del libro Del Palacio de la Inquisición al Palacio de la Medicina. Francisco Fernández del Castillo. México, 1986, UNAM. |