Galería de los Mejores Alumnos de la Facultad de Medicina Dr. Roberto Kretschmer Ocupa el primer lugar en la Galería de los Mejores Alumnos de la Facultad de Medicina En entrevista para este medio informativo el doctor Roberto Kretschmer habla sobre los momentos más importantes en su adiestramiento como médico en la Facultad de Medicina, así como de sus pasos por otras instituciones que enriquecieron su fructífera carrera profesional. Destacado investigador, descendiente de padres alemanes radicados en México desde antes de la Segunda Guerra Mundial, aunque mexicano de nacimiento. De afable sonrisa, de pensamiento claro y cierto, y sobre todo, gran conversador con un dejo de ironía, al remembrar sus primeros años universitarios, señala que perteneció a la segunda generación que estrenó las instalaciones de la Facultad de Medicina en Ciudad Universitaria, inaugurada en 1956, un año antes de él ingresar a la generación 1957-1962. Fue miembro de uno de los grupos piloto creados por el doctor Raoul Fournier, director entonces de la FM, al que ingresaría en 1958 y donde permanecería hasta el final de su adiestramiento.
El grupo piloto En esos años, el doctor Kretschmer se colocó como uno de los mejores alumnos al obtener promedio de diez en su generación. Señala que ese promedio se fue dando multifactorialmente, gracias a que estos grupos piloto tuvieron la virtud de reunir alumnos que tenían un margen agregado de interés, sumado a una amistosa competitividad, y sobre todo porque la verdadera esencia de este sistema fueron sus maestros: Ruy Pérez Tamayo, José Laguna, Sámano, Efraín Pardo, y otros; “...toda una generación de maestros excepcionales, muy entregados, con un entusiasmo que a veces echa uno de menos ahora”. Otra ventaja fue que se trataba de grupos pequeños de alumnos que poco a poco se fueron incorporando a laboratorios de investigación. A pregunta expresa sobre su inteligencia señala: “Sería una descortés imprudencia decir que fui el más inteligente de la generación. En mi grupo había compañeros distinguidos que no obtuvieron diez de promedio, sin embargo fueron y son claramente más inteligentes que yo —eso también lo piensan ellos— por lo que creo que interviene un poco la suerte.” Con entusiasmo y dedicación a una profesión que le había nacido desde su infancia: la medicina; el entonces joven Roberto arrancó su aprendizaje —al igual que muchos de sus compañeros que consideraban importante darse una actividad agregada de investigación— en un laboratorio (misma que desarrollaría en vacaciones y tiempo extra). El primero que visitó, durante el segundo año de su carrera, fue el Departamento de Bioquímica, con el doctor Laguna y con el doctor Jesús Guzmán. Más adelante, en el tercer año, el Laboratorio de Patología, a cargo del doctor Pérez Tamayo, sería la puerta importante en su formación profesional como ser humano, médico, inmunólogo y pediatra. En ese primer acercamiento con la investigación, el actual jefe de la Unidad de Investigación Médica en Inmunología del Hospital de Pediatría recuerda que realizó, con el doctor Laguna, un trabajo de investigación que se presentó en un Congreso Nacional de Fisiología en Monterrey. Así empezaron sus aventuras en investigación, “...era fascinante, había que operar ratas, sacarles un pedazo de hígado, llevarles una dieta con alcohol y observar el efecto sobre la regeneración hepática. Me sentía parte de la Ciencia, que ..... casi casi sin m{i no podía existir.... o tempora o mores! (¡Que tiempo, que costumbres!)”. Al año siguiente inició un camino de logros académicos en el Laboratorio de Patología a cargo del doctor Ruy Pérez Tamayo, donde pasó los últimos tres años de la carrera. Ahí nació en él su deseo de hacer predominantemente investigación, “...de hecho no me imaginaba la medicina sino investigando, tratando de conocer cosas nuevas. Guiado por Pérez Tamayo, después de varios experimentos, publicamos algunos artículos en revistas importantes”. Antes de continuar la charla, el doctor Kretschmer se detiene un poco para reflexionar sobre el programa de estudios que le tocó cursar. En el primer año se estudiaban las materias estructurales: anatomía, histología, embriología; en el segundo las funciones, bioquímica, fisiología y farmacología, y en el tercero empezaba el complejo mundo de la enfermedad. Aderezaba a estos primeros tres años una dosis grande de psicología de orientación psicoanálitica que “.....curiosamente no dejaría una huella indeleble en nosotros”. Más bien un sano escepticismo de eso que estaba entonces tan de moda gracias al paso por México del notable Erich Fromm. A todas vistas las novedosas ideas y la ágil pluma de Fromm sedujeron más a nuestros maestros que a nosotros los estudiantes. En tercero de medicina, patología era la gran puerta, para pasar posteriormente a los pacientes, en la clínica, y “.....aterrizar en el sexto año con la creciente convicción de que..... no sabías nada”. Pero eso es un gran avance socrático —el ser consciente de lo que no se sabe— para finalizar con el internado y la residencia e integrar todo en algo funcionante como medicina”. Después de esta explicación visualiza que se trató de un programa muy bueno. Con el tiempo, generaciones posteriores de maestros, en su afán de mejorarlo, se imaginaron otras formas de enseñanza; “creo que a nosotros nos tocó en aquel entonces uno bien estructurado. Prueba de ello es que casi todos los que nos adiestramos en él funcionamos bien, incluso en el extranjero, que es un tribunal implacable. También es cierto, sin embrago, que todavía no se iniciaba la biología molecular que demandaría estrategias nuevas en la enseñanza de la medicina”. ¿El odioso diez? y los compañeros “Llegué a la Facultad de Medicina en Ciudad Universitaria, donde estudiar daba mucho gusto, lo cual no quiere decir que no nos hubiéramos divertido y hecho algunas locuras. La imagen más distante detrás de ese diez de promedio es la de alguien encerrado en su cuarto de estudios todo el tiempo. La verdad es que no fue así. Aprovechamos en aquel entonces, todas las ofertas culturales que daba la Universidad: cineclubes, conciertos, teatro, exposiciones, deporte, etcétera. Fue lo que uno se imagina que debe ser un periodo de estudiante. Por supuesto que también hubo su dosis de bohemia: Chabela Vargas, `Las Veladoras´, Tino Contreras... y otras cosas menos confesables. Había igualmente poca tensión política”. Señala que no se lo propuso, ni fue su meta sacar diez de promedio, ya que en sus palabras: “....a veces me asustaba y en el fondo decía: ya es hora de que me toque un nueve para que acabe la tensión. Pero el hecho es que no llegaba”. No se trataba de estudiar más o ser muy exigente, dice el destacado doctor Kretschmer, sino que fue el grupo de amigos y compañeros que dieron un nivel de estudios muy alto, de entre los cuales: “Yo tuve la suerte, estadísticamente improbable, de que a me tocara el diez. Pero una buena prueba de que la relación personal con mis compañeros nunca la afectó el “odioso diez”, es y fue, el vínculo de amistad que me une a ellos y gracias a que había otros más inteligentes que yo que no me envidiaban. En mi generación hubo gente muy lograda, como Carlos Larralde (ex director del Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM), Antonio Velásquez Arellano (genetistas e investigador en el Instituto Nacional de Pediatria), Carlos Arroyave (notable inmunólogo que estuvo mucho tiempo en los Estados Unidos), Pedro Arroyo (investigador de la nutrición que colabora en Funsalud), Eduardo Costero (reconocido investigador del lejnguaje), Jaime Herrera (logrado nefrólogo), Rosa María Herrera y Consuelo Espinoza (notables endocrinólogas), y varios extranjeros, entre ellos el costarricense Rolando Zamora (cirujano cardiovascular), y su paisano Carlos de Céspedes (bioquímico). Todos excelentes estudiantes y luego médicos. Un grupo piloto de excelencia.” La disciplina en casa Al cuestionarlo sobre la disciplina en casa explica que por ser hijo de padres germanos inició su preparación básica en el Colegio Alemán, donde “....te enseñan a estudiar con un rigor que sirve”. Desde entonces, recuerda que aunque tuvo alguna afinidad por el dibujo y la arquitectura, fueron la biología y la química sus fuertes y desde entonces ya quería ser médico. Durante esos años, aunque buen estudiante y de buen promedio, no obtuvo las mismas calificaciones que en la Universidad le mereció ingresar a la Galería de los Mejores Alumnos de la Facultad de Medicina de la UNAM. Nos cuenta una anécdota: Su hijo adolescente, (quizás apantallado con sus calificaciones en la FM), un buen día y con una cara radiante que significaba un peso menos, encontró una calificación menor (7) obtenida por su padre Colegio Alemán (en la asignatura...alemán, por supuesto), que le mostró con un signo de alivio... para los dos. Anota que ahora habla alemán bien, y lo vincula naturalmente con la música y otras cosas. Pérez Tamayo, importante en su adiestramiento Después de este paréntesis, los recuerdos vuelven a centrarse en el Laboratorio de Patología en el Hospital General de México, época en la que el doctor Pérez Tamayo promovería la asistencia a congresos del estudiante Kretschmer, que finalmente lo encaminarían a una carrera de médico investigador que ya había iniciado en el campo de los trasplantes de tejidos. “Investigábamos si el rechazo de los trasplantes era un fenómeno inmunológico, lo cual apenas se estaba aprendiendo. Iniciábamos nuestro trabajo con la idea básica y sin embargo, afortunadamente, de ello resultaron publicaciones de primer orden. “Con el trabajo que se desarrollaba en la Unidad de Patología nos acercamos al que realizaba uno de los grandes de la medicina, el doctor Peter Medawar, el mismo zoólogo, quien en 1960 obtuvo el Premio Nobel por establecer que el rechazo de los trasplantes era en efecto un fenómeno inmunológico.” Con la finalidad de adentrarse más en el estudio de inmunología de trasplantes, el doctor Pérez Tamayo gestionó que Kretschmer conociera al doctor Medawar en un congreso realizado en Washington, su primer viaje académico; después realizó otros a Boston y Nueva York, y conseguir así su aceptación en Londres. Después de esos viajes confesó al doctor Pérez Tamayo su deseo de continuar su adiestramiento.....en pediatría!. Sería él sin embargo instrumental en conseguir las siguientes etapas en pediatría de Kretschmer, quien además continuaría realizando estudios inmunológicos. “Así, mi maestro me consiguió una estancia en la Universidad de Tübingen en Alemania Occidental (misma que tuvo en él un enorme peso cultural), con uno de los grandes de la inmunopatología, el profesor Eride Letterer, quien a su vez me ayudaría —comprendiendo mis intereses— a pasar al Hospital de Pediatría de la Universidad, mientras se gestaba, para el año siguiente, mi ingreso al Childrens Hospital de Boston, Universidad de Harvard. Ya en este Hospital, dirigido por el doctor Janeway, el doctor Kretschmer estuvo practicando la pediatría de trinchera y paralelamente haciendo inmunología, junto a su mentor, el doctor Fred Rosen, uno de los grandes conocedores de las inmunodeficiencias primarias, las cuales estudió en esa estancia. Con esos conocimientos regresó hecho un experto a México, país que no tenía mayor interés en ese tema, pero sí en la inmunología en general. Aquí se incorporó al Departamento de Investigación Científica en el Seguro Social, aunque especialista en pediatría, certificado en Estados Unidos, fue invitado como investigador en inmunología a ser jefe de una sección adscrita a la División de Patología, que más adelante se convertiría en Unidad. “De manera que desde ese momento y hasta la actualidad la investigación que se realiza en esa institución es sobre todo en inmunología de la amibiasis, gracias a la influencia del grupo del doctor Bernardo Sepúlveda, que participaba en los esfuerzos de conocer la amiba.” Sin embargo, luego de un tiempo en esa Unidad y practicando la pediatra en el consultorio privado, salió de México rumbo a la musical Chicago, atendiendo una oferta académica a la que era difícil decir no. “Acepté la invitación de ir a la Universidad de Chicago como profesor de inmunología pediátrica y jefe del Departamento de Inmunología Pediátrica en el Hospital Michael Reese, de la misma Universidad, por un periodo de cuatro años, los más felices y fructíferos de mi vida. Publiqué muchos trabajos de otros temas, así como colaboraciones en libros. En Chicago tuvo además una affair escandaloso con el oboe.” Con el consejo de su mentor de Harvard, el doctor Fred Rosen, regresó, con esposa y dos hijos, nuevamente a México a dedicarse de lleno a las amibas; coincidió que la sección que había dejado atrás seguía activa en el tema, al igual que el grupo del doctor Sepúlveda. De esa manera, pronto la sección del doctor Kretschmer se convirtió en División, con equipo y personal necesarios para continuar su aventura en la investigación que lo llevaría a descubrimientos importantes. El descubrimiento Desde sus primeros encuentros con la investigación, recuerda haber discutido en el Hospital General con Pérez Tamayo el fenómeno de la locomoción celular; en el caso específico del absceso hepático amibiano (la forma más grave de amibiasis); inquieto por explicar la sorprendente falta de inflamación en el mismo. Descubrió con su grupo de trabajo, que la amiba producía algo que evitaba la inflamación, y encontraron, después de varios años, un pentapéptido con propiedades antinflamatorias. “... Logramos la purificación de la molécula y, lo que es mejor, la identificación química de sus cinco aminoácidos. Al realizar la purificación de ese factor (denominado FILM, Factor Inhibidor de la Locomoción de los Monocitos), lo sintetizamos y lo patentamos. Es una patente institucional-personal que tienen mi alma mater americana, el Center for Blood Research y el IMSS.” Indudablemente, su ingenio y capacidad han llevado al destacado doctor Kretschmer al conocimiento de varias ramas de la medicina desde su preparación académica en la Facultad, por ello le preguntamos qué tan importante fue en su desarrollo profesional el promedio que obtuvo, a lo que nos contestó que le abrió puertas, una de ellas la del Childrens Hospital de Boston. Sin embargo confiesa que cuando empezó a trabajar, “menudo susto me llevé, porque tener diez en la Facultad de Medicina de México todavía no garantizaba que pudieras insertarte eficazmente en el sistema americano, pero la verdad sea dicha y esto es un testimonio de la buena educación médica que se tenía y se sigue teniendo en México, los médicos entrenados en la UNAM una vez admitidos en una institución americana, funcionaban muy bien y no necesitaban para ello un diez de promedio.” “En cada paso en mi vida donde se consideró mi promedio para otorgar un puesto, es obvio que causó una buena impresión, pero también los tres primeros trabajos desarrollados con el doctor Pérez Tamayo, dos de ellos publicados en Journal Experimental Medicine. Como dije antes, algo de aquel promedio tiene un elemento de suerte, fueron los amigos, los maestros, y la enorme fortuna de que lo que estudiabas te diera gusto estudiar por la manera como lo presentaban los maestros Pérez Tamayo, Laguna, Pardo, etc. Así, quién no estudia.” Para finalizar la entrevista el doctor Roberto Kretschmer, primer alumno en ocupar un sitio en la Galería de los Mejores Alumnos de esta Facultad, aunque sin haber recibido nunca la medalla que lo acredita, por razones de escasez, argumentadas en su tiempo, señala que la UNAM, su alma mater, “es un milagro vigente de excelencia amenazada”. “No concibo la vida aquí sin ella, con todos sus problemas, porque es el sistema nervioso central de México, junto al Politécnico Nacional, instituciones de educación superior que el Estado ofrece a quien se lo merece. Ahí está el problema con la UNAM, porque la excelencia académica decae si no se selecciona excelencia. Creo que la educación superior ha de ser gratuita, pero debe ser extraordinariamente selectiva, no como una estrategia de progreso del país, y para eso, debe escoger a los mejores, no importa su cuna, pobre o rica. Es una estrategia de Estado, no sólo de hacer justicia social, sino de hacer justicia al país, que a la larga será justicia social. Muchos mexicanos han perdido injustamente el acceso a la Universidad. Han buscado refugio en planteles alternos, privados, que todavía no tienen una estructura tan completa como la Universidad Nacional Autónoma de México. O remediamos esto, o nos deterioramos”, concluyó. |