In Memoriam
El 16 de diciembre pasado falleció inesperadamente el doctor Clemente Robles que, todavía unas horas antes, sorprendía a sus visitantes por su lucidez mental a los 94 años. Se le adjudicaba merecidamente el título de Maestro y de creador de la cirugía moderna en México, pues en su recepción en 1929, al presentar una tesis sobre la fisiopatología de la peritonitis aguda, enfocaba los fenómenos desde una perspectiva dinámica, de función de tejidos, células y medio interno, anunciaba que la cirugía no es sólo técnica y que el conocimiento necesario no es sólo el anatómico. En esa tesis, Robles realizó experimentos en perros, con registro de enterogramas en condiciones normales y de peritonitis, medición de cloruros, almidón y peptona, y usó conceptos como deshidratación, secuestro de agua, mecanismos osmorreguladores, pH y otros que en ese momento eran novedosos. Si hoy, con las facilidades para la experimentación y la ayuda de expertos en disciplinas variadas, son escasos los trabajos de este tipo, piénsese en lo que se precisaba de energía y determinación en 1929. Después sirvió de punto de confluencia de muchas vocaciones, catalizándolas como el ejemplo en algo que no se quedaba ni en la predica ni en la intención.
Tuvo la calidad de Maestro medioeval, pues enseñaba un cuerpo coherente de doctrina, actitudes y entusiasmos, algo mucho más amplio que la destreza manual. Exigente consigo mismo y con sus discípulos, imponía su voluntad sin causticidad, y tuvo, en alto grado, esa capacidad de vencer la inercia propia y la de los demás, lo que ahora se llama liderazgo. Duro y de trato no fácil, porque no pretendía despertar simpatía, para todo el mundo era digno de respeto. Profesor de discurso seco y breve, despreciaba la solemnidad y era enemigo de hipocresías y combinaciones. Inició y llevó al grado de excelencia las especialidades de neurocirugía y cirugía cardiovascular, modificó técnicas de cirugía general, fue pionero de ramas nuevas de la cirugía lo que requería audacia e inventiva y, cosa inusitada en nuestro medio, se retiró del Infantil, Nutrición y Cardiología, para dejar que sus ayudantes, todavía jóvenes, continuaran su labor. Como director del Hospital General de México lo reconstruyó, luchó contra un sindicato corrupto e inspiró un nuevo espíritu a un cuerpo médico que tendía a la declinación académica. Después inició el tratamiento médico de la cisticercosis cerebral con un compuesto nunca antes probado y llegó a juntar una serie de 500 casos tratados con éxito.
Clemente Robles no fue un hombre representativo de su tiempo: su talento, sus pasiones, sus virtudes no fueron comunes entre sus con-temporáneos; su fuerza vital, su voluntad firme pero no obstinada, y sobre todo su integridad, no es lo que idealizó su época. Sus cualidades fueron no sólo excepción sino a menudo atributos incomprendidos o criticados. Inclusive en la forma de ausentarse, dio ejemplo de hombría de bien: discreción absoluta hasta con sus íntimos, en los últimos meses en que ya se veía enfermo, ausencia de quejas, aceptación del destino y talento animoso. Clemente Robles: tus lecciones continuarán siendo fecundas y trascendentes: tuviste la satisfacción mayor de un profesional, la de ser considerado número uno por los propios miembros del oficio. Descansa en paz. |