Gaceta
Facultad de Medicina UNAM
25 de enero 2002


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Luto en la Facultad de Medicina, fallecen dos profesores eméritos

Dr. José Sanfilippo B.
Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina


Clemente Robles Castillo

La solidez de una conducta profesional basada en el análisis y la reflexión, en la inteligencia, en valores éticos y humanos, son cualidades que irradiaban de la fuerte personalidad del doctor Clemente Robles Castillo, quien con su apasionada entrega al ejercicio de la profesión, dio origen al nacimiento de la cirugía moderna en nuestro país y contribuyó a ubicar a la medicina mexicana en el lugar que ocupa actualmente en el mundo.

Fue iniciador de diversas ramas de la cirugía en México, maestro de varias generaciones, funcionario público en el ramo de la salud e investigador dedicado a encontrar remedios para enfermedades incurables. En 1975 fue nombrado profesor emérito de la Facultad de Medicina por sus valiosas aportaciones a la enseñanza de esta materia, en especial de la cirugía. A últimas fechas ofrecía sus conocimientos y experiencias como consultor honorario de la Unidad de Neurología y Neurocirugía del Hospital General de México y como consejero de la Pastoral Sanitaria en el Vaticano.

El doctor Robles nació el 18 de agosto de 1907, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Realizó sus primeros estudios en su estado natal y los continuó en la Escuela Nacional Preparatoria en la ciudad de México.

Cursó sus estudios profesionales en la Antigua Escuela de Medicina, donde obtuvo el título de médico cirujano y partero el 29 de enero de 1929, y fue discípulo de maestros como Isaac Ochotorena, Eliseo Ramírez y Fernando Ocaranza, a los que reconocía como la influencia más señalada en su vida profesional. Su tesis recepcional, intitulada “Contribución a la fisiopatología y terapéutica quirúrgica de las infecciones peritoneales agudas”, enfoca por primera vez en nuestra literatura médica los fenómenos desde perspectivas dinámicas; lo que anunciaba era, además de novedoso y arriesgado, de una enorme trascendencia. Es difícil ahora apreciar lo que entonces se requería de esfuerzo, energía física y decisión para realizar un trabajo como éste. En entrevista para la Gaceta de la Facultad de Medicina, número 436 del 10 de septiembre de 2000, expresó: “Para mí la Universidad ha sido la institución más importante del país, por su espíritu y criterio abierto a todas las maneras de pensar. En este momento quiero manifestar mi gratitud a la Universidad, de no ser por ella yo no sería nada ni nadie”.

Fue un hombre apasionado de la cirugía, disciplina que inició en la sala del doctor Rafael Vargas Otero en el Hospital Juárez, quien tenía profundos conocimientos de anatomía, base muy importante para poder hacer cualquier tipo de operaciones. Cuando era practicante en el Hospital Juárez realizó la primera cesárea extraperitoneal en México y promovió el uso del suero antigangrenoso, hecho que disminuyó de manera importante las amputaciones en los enfermos con traumatismos graves. Tiempo después fue invitado por el doctor José Castro Villagrana a operar de exhibición frente a unos visitantes argentinos y gracias a los elogios de éstos, Enrique Hernández Alvarez, titular de la Beneficencia Pública, le ofreció una beca para ir a especializarse a Europa.

Cuando regresó a México ingresó al Hospital General, en donde trabajó intensamente. Fundó el servicio de neurocirugía que pronto convirtió en un servicio moderno. Años más tarde fue designado director. En su libro Evocaciones relata las intensas luchas que tuvo que librar para desempeñar su cargo.

Después se fue al Hospital Infantil con el doctor Federico Gómez para encargarse de la cirugía neurológica. Ahí se inicia la historia de las instituciones de investigación científica y de especialización en 1943, así como la neurocirugía pediátrica.

Tiempo después pasó al Instituto Nacional de Cardiología, en donde inició la cirugía cardiaca propiamente dicha, convenciendo a los cardiólogos de que la cirugía podía incorporarse dentro de la terapéutica de las enfermedades cardiacas.

Su primera operación fue en una joven de 24 años con insuficiencia cardiaca que estaba infectada y tenía cardiomegalia. Sin embargo, a pesar de las complicaciones, la operación fue un éxito.

Posteriormente, el doctor Salvador Zubirán lo invitó a trabajar en el Instituto de Nutrición, para entonces estaba en el Hospital General, Cardiología, Nutrición y el Hospital Infantil, y atendía su clientela privada. Fue una época de muy intensa actividad.

El doctor Robles llevó a cabo el primer tratamiento médico curativo de la cisticercosis. Con un gran arrojo utilizó por primera vez en humanos un medicamento que se aplicaba sólo a animales y adecuando las dosis, logró curar a un niño con una cisticercosis cerebral que no era operable.

Enseguida mudó su actividad al Instituto Nacional de Enfermedades Tropicales, donde inició la investigación en cisticercosis. Reunió una serie de 100 casos que era la más grande del mundo y empezó a publicar, causando un fuerte impacto en el ámbito internacional.

Durante su época de estudiante, el doctor Clemente Robles Castillo destacó por su calidad de alumno distinguido, al grado de lograr que el director de la Escuela de Medicina, doctor Fernando Ocaranza, le ofreciera una beca para estudiar en Alemania cuando aún no terminaba la carrera. Pero no aceptó el ofrecimiento, ante la situación económica familiar por la que pasaba. Sus primeros trabajos constituyen el antecedente de lo que sería una larga carrera docente.

Inició como preparador de las clases de biología en la Escuela Nacional Preparatoria, de 1923 a 1927; se desempeñó en la Escuela de Medicina como alumno ayudante del doctor Gonzalo Castañeda, durante 1928 y 1929. En 1930 ingresó a la planta docente de la misma escuela como jefe de clínica del Tercer Curso de Clínica Quirúrgica, actividad que mantendría a pesar de sus diversas ocupaciones y puestos, hasta 1976. A partir de 1934 fue nombrado profesor titular de patología, clínica y terapéutica quirúrgica, de neurología y, posteriormente, de posgrado.

Su vocación por la enseñanza y la formación de cirujanos y médicos no se limitó a las aulas; durante toda su vida transmitió a los practicantes y médicos internos de los hospitales donde trabajó, su ejemplo y su ética, su experiencia y sus conocimientos a más de uno de los reconocidos galenos con los que actualmente cuenta nuestro país. Sobre esta experiencia expresó que la docencia fue la actividad más feliz de su vida. Su grupo siempre fue pequeño porque les apretaba mucho, tenía fama de ser muy duro, por lo que le llamaban “El escuadrón suicida”. Fue un profesor muy respetado. Su único interés era que sus alumnos aprendieran, hecho que lo hacia sentirse orgulloso y merecedor de innumerables agradecimientos.

Descanse en paz, un gran hombre.

Manuel Velasco Suárez

 

La medicina mexicana ha tenido un caudal inagotable de hombres que han hecho grandes esfuerzos para llevar los avances de las ciencias médicas a la población más necesitada de nuestro país. Uno de estos hombres es el doctor Manuel Velasco Suárez.

Don Manuel, como cariñosamente se le conoce, nació en el estado de Chiapas, en la imponente ciudad colonial de San Cristóbal de Las Casas, el 28 de diciembre de 1917, el año de la promulgación de la Constitución de Querétaro. Toda su infancia y juventud las pasó en su estado natal, en donde realizó sus estudios. En los primeros años de la década de los treintas, llega a la ciudad de México y se matricula en la Escuela Nacional de Medicina, graduándose de médico cirujano en 1939. Al año siguiente regresa a su tierra natal para llevar a cabo su servicio social y sus primeras incursiones en la práctica privada. Ahí le surge la inquietud por estudiar neurología.

Para concretar su preparación en ese campo de la medicina, se traslada a los Estados Unidos, mediante la obtención de una beca, cuando se encontraba en plena efervescencia la Segunda Guerra Mundial. Inicialmente se dirige a la ciudad de Boston en donde ingresa al Massachusetts General Hospital en 1941, y al año siguiente se traslada a Washington D.C. y se matricula en el George Washington University Hospital, en donde se gradúa de neurólogo y neurocirujano.

En 1943 regresa al país y se incorpora a la Escuela de Medicina e implementa el curso de esas disciplinas con un nuevo plan de estudios de la asignatura. Al mismo tiempo ingresa al Hospital Juárez transformando la sala 3 de Traumatología cráneoraquidea, en el servicio de neurocirugía, el cual dirigió durante casi 20 años, hasta 1964. En este servicio se incluyó la neurorradiología electroencefalográfica.

Pero la inquietud de llevar estos conocimientos al pueblo, en forma más extensa, le hicieron concebir el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía. El mismo doctor Velasco Suárez lo refirió así: “La concepción del Instituto fue producto del conocimiento de evidentes necesidades y sentidas demandas del pueblo de México, de médicos y pacientes”.

En 1951 es nombrado jefe del Departamento de Neurología y Asistencia Psiquiátrica de la Secretaría de Salubridad y Asistencia Pública. Al año siguiente le planteó al presidente de la República, licenciado Miguel Alemán, la necesidad de crear un instituto en ese campo de la medicina, logrando que se promulgara un decreto para su construcción, el cual se pudo efectuar varios años después.

En 1959, siendo secretario de Salubridad y Asistencia el doctor José Alvarez Amézquita, consiguió que el departamento se convirtiera en Dirección General de Neurología, Salud Mental y Rehabilitación, el cual tenía por función primordial la “obtención de mejor salud mental para los habitantes de la República Mexicana”. El doctor Velasco ocupó este puesto hasta 1958.

Después de muchos trabajos y esfuerzos, el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía abrió sus puertas el 5 de febrero de 1964, nombrándose al maestro Velasco Suárez su primer director, actividad que realizó hasta 1970.

Esa constante preocupación por la gente del pueblo, llevó a don Manuel Velasco Suárez a incursionar en la política, llegando a ser gobernador de su estado natal de 1970 a 1976, de entre las muchas cosas que realizó en este puesto, únicamente mencionaremos la fundación de la Universidad Autónoma de Chiapas y una red hospitalaria para las personas de escasos recursos.

De regreso a la ciudad de México, fue nombrado director fundador y emérito del Instituto, puesto que conservó hasta el final de su vida.

Ocupó innumerables cargos a nivel internacional, entre los que cabe mencionar: el de secretario del National Health Council y vicepresidente del grupo de Médicos Internacionales en Prevención de la Guerra Nuclear, agrupación que recibió el Premio Nobel de la Paz en 1985.

Asimismo recibió gran cantidad de premios y condecoraciones, tanto nacionales como internacionales, de entre los que sobresalen: el Premio Humanitario 1993, que le otorgó la Asociación Americana de Neurocirujanos; el gobierno del estado de Chiapas también le entregó una condecoración en 1987, así como el Instituto Ramón y Cajal de Madrid, en 1984, y además se le concedieron 18 doctorados Honoris Causa en diversas universidades del mundo, entre otros.

Actualmente fungía como secretario ejecutivo de la Comisión Nacional de Bioética, que entre otras muchas cosas está elaborando un código de conducta profesional. Sus últimos intereses y esfuerzos los encaminó hacia el terreno de la bioética, llegándosele a considerar como el pionero en este campo en Latinoamérica.

Toda su labor en pro de la humanidad se resume en el siguiente párrafo que dijo cuando le fue otorgado el Premio Humanitario: “Para lograr los objetivos humanitarios, durante mis últimos 60 años he estado en un proceso de educación continua, que me hizo crear el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía en la ciudad de México, y estar involucrado, por más de la mitad del siglo, en la Universidad Nacional Autónoma de México, con médicos jóvenes, para comprender al ser humano como un individuo social, con una dignidad incuestionable, con ellos, también tratamos de contribuir liberalmente a la atención de los pobres que menos posibilidades tienen de recibir atención médica”.

El doctor Manuel Velasco Suárez falleció a la edad de 84 años, en esta ciudad de México, el 1° de diciembre de 2001, a la una de la mañana, rodeado de sus seres queridos y plenamente lúcido. Fue incinerado y sus restos depositados en la Basílica de Guadalupe. Descanse en Paz el gran maestro.

 

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