Ana María López Colomé fue nombrada La Mujer del Año 2002 La presea se entrega hace 42 años a mujeres destacadas en la ciencia, el arte y la política Ante más de quinientos invitados y mujeres destacadas que han recibido el galardón, presentes en la mesa de honor, la doctora Ana María López Colomé, jefa del Departamento de Bioquímica de la Facultad de Medicina, científica y catedrática de la UNAM, recibió el reconocimiento como Mujer del Año 2002, el cual se suma a otras condecoraciones a las que se hizo acreedora durante el pasado año, como son el Premio L´Oreal-Unesco y el Premio Universidad Nacional en el área de Investigación en Ciencias Naturales, además de haber ingresado como numeraria a la Academia Nacional de Medicina. En ceremonia realizada en el Museo Nacional de Antropología se dieron cita, además del doctor Alejandro Cravioto, director de la Facultad de Medicina, y Oliver Lecerf, director de L´Oreal-México, Clementina Díaz y de Ovando, María de los Ángeles Moreno, Lolita Ayala, Silvia Pinal, Sonia Amelio, Rosario Green, Ifigenia Martínez, Beatriz Paredes y Kena Moreno, entre otras, quienes han recibido este galardón.
Momentos antes de que la doctora López Colomé recibiera el premio de manos de la señora Marta de Fox; quien lo entregó a nombre del presidente de México, en representación del patronato del premio, la doctora Clementina Díaz y de Ovando hizo la Presentación de La Mujer del Año 2002, de quien dijo se trata de una investigadora excepcional en el campo de las ciencias naturales y cabal universitaria, “figuras como la doctora López Colomé son ejemplo a seguir por las juventudes estudiosas que pueden ver en ella realizados los frutos de un formidable empeño científico”. Después de esta presentación, la galardonada respondió a este merecido homenaje con un importante mensaje digno de la mujer del año, el cual, a continuación, se reproduce íntegro: “Es un gran honor para mí como mujer, como madre, como científica y como mexicana, recibir esta distinción que no sólo es un reconocimiento personal, sino también una forma de reconocer a la Universidad Nacional Autónoma de México el apoyo que brinda y siempre ha brindado al desarrollo de la ciencia, la investigación y la educación en nuestro país. Agradezco a todas y cada una de las mujeres que integran el Patronato Nacional de “La Mujer del Año”, no sólo por haberme designado como tal, sino por el gran esfuerzo que realizan para reconocer, difundir y estimular el trabajo de las mexicanas en todos los ámbitos del quehacer humano. Creo que el sentido de designar a La Mujer del Año es enfatizar una acción de toda la sociedad mexicana para estimular la incorporación de las mujeres, la mitad del género humano, al desarrollo del país, y resaltar lo mucho que ha avanzado México en ese sentido, evaluar el momento actual y, sobre todo, sugerir acciones futuras. Más aún, tomo el hecho de que este año la designada sea yo, una científica, como un reto para analizar por qué se ha dado la segregación milenaria de la mujer, y por qué se ha iniciado una vigorosa reivindicación justo en nuestros días. ¿Por qué no se planteó hace quinientos años, por qué no esperar otros doscientos? ¿Por qué nos toca luchar a nosotras, las mujeres de hoy? ¿Qué podemos aconsejar para el futuro? Empezaré por una pregunta elemental: ¿Por qué las mujeres? Como sabemos, los organismos tienen dos formas básicas de reproducirse: la asexual y la sexual. Esta última ofrece la enorme ventaja de producir individuos con una dotación genética muchísimo más variada, mucho más aptos para adaptarse y salir victoriosos en la lucha por la existencia. Los seres humanos nos reproducimos sexualmente, hay dos sexos, y aquí estamos las mujeres. Una de las características de la reproducción humana, es que la bipedestación llevó a que los pequeños nacieran prematuramente comparado con las crías de otros antropoides, condición que trae por lo menos dos consecuencias de enorme importancia. En primer lugar, mientras que un pez o una hiena pueden bastarse por sí mismos a poco de nacer, el bebé humano pasa muchos años indefenso, es decir, que su sobrevida depende absolutamente de que se le nutra y proteja. Si no hubiera existido una división de papeles en la que el padre atiende y custodia a su mujer y a sus hijos, la especie humana se habría extinguido. En segundo lugar, el hecho de que el humano nazca “sin estar acabado”, con numerosos circuitos y funciones neuronales por establecer después del nacimiento, hace que su estructura física y mental sean poderosamente influidas por la forma en que transcurren su crianza y su educación. La mayor parte de esa crianza y educación está a cargo de la mujer. Así la mujer es responsable de toda la gestación biológica y de la parte más importante de la educación. Desde un punto de vista fisiológico y social, a continuación consideraré algunos de los factores que han llevado al estereotipo femenino o masculino de las actividades que desarrollamos los humanos: A partir de su aparición como especie, el ser humano ha requerido de la fuerza muscular para subsistir. Mientras que las actividades que la requieren fueron desempeñadas por hombres, la mujer ha tenido a su cargo, principalmente, la maternidad y la crianza. Estas circunstancias se han reflejado en sus contexturas físicas y han acentuado el dimorfismo sexual. Es una lamentable pero inevitable ley de la naturaleza que el fuerte se aproveche del débil. Ni siquiera la civilización ha podido violar esta ley, e impedir que el dimorfismo sexual incida en que el hombre se imponga a la mujer. Este predominio toma habitualmente la forma de autoritarismo y verticalismo, cuando no de brutalidad física. Sin embargo, la herramienta evolutiva por excelencia del ser humano no ha sido la fuerza, sino el conocimiento, por lo que me referiré a algunos aspectos del papel que ha jugado la ciencia en la emancipación de la mujer. Una característica distintiva que permitió a la especie humana sobrevivir en la Tierra, compitiendo con especies animales que le precedieron en la evolución, fue (y sigue siendo) la habilidad de conocer. “El secreto de la victoria es saber de antemano”, reza el proverbio. El ser humano tiene un sentido temporal tan largo que puede anticipar, puede construir modelos dinámicos de la realidad, que le permiten escoger la alternativa más conveniente. Por ejemplo, cuando se construye una vivienda no está forzado, como las arañas, a tejerse una tela que ha sido tan invariable a lo largo de millones y millones de años, que uno puede distinguir en cada caso de qué especie de araña se trata. El ser humano puede, por el contrario, elaborar modelos mentales de la realidad en los que incorpora los conocimientos y las experiencias de todas las generaciones que le han precedido, de modo que cuando se construya una vivienda, ésta reflejará multitud de variables como el clima, los materiales disponibles, o el número de personas que la habitarán. Los modelos que ha usado el ser humano para representar mentalmente la realidad han evolucionado y, en los últimos siglos, ese modelaje de la realidad ha ido tomando la forma de ciencia moderna. La interpretación científica de la realidad no admite dogmas ni milagros ni revelaciones ni al famoso principio de autoridad. Con base en el principio de autoridad algo es verdad o mentira dependiendo de quién lo diga. Para entenderlo fácilmente imaginemos que Einstein hubiera perdido la memoria y renegado de todo lo que demostró acerca de la relatividad. Esto, a pesar de ser Einstein un genio respetado, venerado y querido, no hubiera afectado a la teoría de la relatividad porque no se sostiene o destruye en virtud de la autoridad de Einstein, sino porque se puede argumentar en su favor. Es por eso que Thomas H. Huxley ha dicho que la historia de la ciencia es una larga lucha contra el principio de autoridad. Por eso también, la historia de la ciencia es paralela a la historia de la democracia. Tanto en la ciencia como en la democracia, no vale la fuerza, pues la razón del más débil es tan válida como la del más fuerte. Dos más dos son cuatro independientemente de quién suma o de que lo haga en Cambridge o Yucatán. En una palabra, tanto la democracia como la ciencia dependen de la razón, de la argumentación, de la sensatez. De aquí que tanto en la democracia como en la sociología científica, el dimorfismo sexual entre el hombre y la mujer pierde toda importancia. Por eso encuentro que, a grandes rasgos, la historia de la ciencia y la de la democracia concuerdan con el desarrollo de la emancipación femenina.
Analizando con más detalle la naturaleza de la ciencia, no hay duda de que la razón desempeña un papel crucial, pero el énfasis que se ha puesto en la razón ha ocultado el papel funda-mental de otros componentes. La razón sólo interviene en las etapas finales del proceso científico, para probar, demostrar, comunicar, debatir e incorporar lo que se acaba de aprender al caudal de conocimientos que conocemos como “ciencia”. Casi cualquier persona puede ser adiestrada para razonar; en cambio, un sabio genial se diferencia de un científico “ promedio” en la originalidad. Pero sucede que sabemos muy poco acerca de por qué a alguien se le ocurre una idea genial, por qué asocia estos hechos con tales otros, mientras descarta todo un cuerpo de información adverso. Como ya dije, se aprende a razonar, pero no hay recetas para la creación. La originalidad depende de mecanismos inconscientes en los que, sobre todo, se mezcla la información estricta-mente objetiva con gustos, preferencias, desdenes, temores, entusiasmos, amarguras, deseos. Mientras que en el nivel consciente la razón compara e intercambia ideas, en el inconsciente se procesan medias ideas, corazonadas, intuiciones y extrapolaciones. Así y todo, hay ciertas cosas que resultan claras: la creatividad científica depende del número de ideas y datos que se procesen por unidad de tiempo, lo que a su vez se favorece por la fluidez mental, por el asociar libremente, el no tener miedo a que se nos amoneste por mencionar posibilidades remotas o por explorar modelos insólitos. La ciencia no funciona en un medio autoritario; depende de un medio democráticamente amable, en el que se escuche a todo aquel que tenga algo qué decir. En un sistema autoritario trabaja un solo cerebro: el del jefe, en cambio, en un sistema democrático al estilo científico, se suman todos los cerebros conectados en paralelo. Más aún, los cerebros de un equipo no son exactamente idénticos, de manera que el sistema autoritario resulta extremadamente pobre comparado con el sistema científico en el que participan muchos cerebros, cada uno con su originalidad. Esta diferencia se está acentuando a pasos agigantados, en la medida en que la ciencia ya no se lleva a cabo por individuos encerrados en la soledad de su estudio, sino por equipos a lo largo y lo ancho del planeta, que se asocian y se complementan, vengan de donde vengan sus integrantes. La congruencia y sistematización de la ciencia es tan grande que Pascal comparaba a la humanidad con el cerebro descomunal de una sola persona que pensara continuamente. Justamente, si hay un ser con una capacidad especial para tener flexibilidad, para combinar la razón con las emociones, la intuición y las medias ideas, ese ser es la mujer. La mujer viene especializándose desde hace decenas de miles de años en trabajar de esa manera. Está acostumbrada a descifrar el cerebro de los niños con base en argumentaciones imperfectas, en deseos no enunciados, temores no confesados. Las mujeres somos empáticas por excelencia, porque así nos forjamos en el papel social que siempre se nos asignó. Por eso la mujer tiene un cerebro privilegiado para hacer ciencia, para usar medias ideas, enhebrar ocurrencias de sus colaboradores. Por el contrario, es común que los hombres no busquen solamente “la razón”, sino que compitan por ver quién impone su manera de ver las cosas. El hombre es muchísimo más formal, y no siempre tiene la ductilidad necesaria para manejar motivaciones inconscientes; no tiene la versatilidad y la sensibilidad de la mujer para tener en cuenta aquellos aspectos de un problema que no se pueden explicitar rigurosamente. Estas diferencias en la percepción, el enfoque y la solución de los problemas entre hombres y mujeres no son producto únicamente de la evolución social: conocemos ya diferencias en las conexiones anatómicas del cerebro entre ambos sexos. Hasta el advenimiento de las democracias modernas y de la ciencia actual, la humanidad pudo prescindir de cincuenta por ciento de su poder cerebral, es decir, del cerebro de las mujeres, porque la fuerza muscular y el autoritarismo masculino jugaban un papel preponderante. Las reglas del juego están cambiando, y daremos un enorme paso adelante cuando nuestra sociedad duplique su capacidad mental simplemente con incluir el cerebro de las mujeres. Esto, sin embargo, es un proceso, y como tal, gradual, pero corresponde en gran medida a nosotras, las mujeres de hoy, acelerarlo para provecho de la humanidad. En el momento histórico que vivimos, los trabajos, aun las más encarnizadas confrontaciones bélicas, requieren mucho más cerebro que músculo. Se está entrando en la hora de la mujer. No sorprende entonces que en el mundo moderno la mujer sea menos discriminada en los trabajos, en las instituciones y en la política. La base de este cambio radica en parte en el desarrollo de la ciencia y la tecnología que han hecho posible, por ejemplo, la planeación familiar, la pronta recuperación del embarazo y el parto, o la sustitución hormonal que permite mantener el nivel de actividad en la menopausia. La organización del mundo ha cambiado, la sociedad y el concepto de familia han cambiado y lo mismo ha sucedido con el papel de la mujer en el mundo actual. Las mujeres ya no son las muñequitas de la Casa de muñecas de Ibsen, y en nuestro país cuentan con estatutos laborales (pensiones, jubilación, indemnizaciones), hay leyes que tienen en cuenta sus necesidades en la maternidad y la crianza. Las costumbres sociales tienden a no demeritar a la soltera, a la divorciada o a la viuda, o a la profesional que viaja por trabajo. En muchos lugares de trabajo tiende a haber guarderías. Las mujeres son menos discriminadas en los exámenes de admisión (aunque no lleguen a los puestos directivos en las sociedades científicas). Hay medicina y salud pública especialmente diseñadas para la mujer (el cáncer de útero y de mama tienden a convertirse en afecciones de mujeres que no consultan). La mujer vota, si bien tiende a estar subrepresentada en las cúpulas de los partidos políticos yen los cargos por elección. La ciencia moderna ha dividido a la humanidad en un Primer Mundo que crea, inventa, tiene, decide, impone, bloquea, define, y un Tercer Mundo, que contiene 80-90 por ciento de los seres humanos, que viajan, se comunican, se visten, se curan y se matan, con vehículos, teléfonos, radios, ropas, medicinas y armas que inventaron los del primero. En nuestro país, queda claro que el desarrollo y la calidad de vida no sólo dependen de las finanzas o del manejo inteligente de la economía, sino de la generación de conocimiento propio y de su transmisión por medio de la educación. La injusticia no se suprime con medidas mercantiles sagaces; la mercadotecnia no puede seguir tratando de tomar a su cargo todos los aspectos políticos y sociales; ni siquiera los asuntos domésticos. Tomemos por ejemplo la violencia intrafamiliar, o la que se ha dado en el estado de Chihuahua: ni los vecinos, ni los familiares, ni la población, ni las autoridades han podido impedir que se asesine a decenas de mujeres. Por eso pienso firmemente que el progreso de la ciencia, la capacitación y autodignificación de la mujer constituyen una alternativa incomparablemente más viable y eficiente para resolver los problemas. En ese sentido, México se ha lanzado a desarrollar su ciencia. Pero la ciencia no es un agregado, tampoco es algo que el ser humano pueda hacer impunemente, puesto que lo primero que le sucede a un ser humano o a un pueblo que fomentan la ciencia es que el primero en cambiar es él mismo. El alquimista, por ejemplo, no ha conseguido transmutar el plomo en oro, pero así y todo ha logrado transmutarse a sí mismo en un padre de la química. Por eso quisiera terminar mi participación con una consideración final: Cuando los científicos y universitarios proponemos desarrollar la ciencia moderna, el apoyo para lograrlo invariablemente se pospone porque los gobiernos tienen como prioridad problemas graves y urgentes que resolver. Al respecto cabe replicar que, en primer lugar, estas respuestas no toman en cuenta que optar por la ignorancia es una garantía de que no se resolverá problema alguno, dado que una de las funciones de la ciencia en el mundo moderno es, justamente, resolver problemas. Más aún, la enorme mayoría de los problemas del mundo moderno, si es que admiten solución, sólo se pueden resolver de raíz con ciencia moderna. Esto queda claramente demostrado por el hecho de que el Primer Mundo ha llegado a serlo y se mantiene así, porque se apoya en la ciencia, mientras que el Tercero habla de apoyar a la ciencia. La base del desarrollo acelerado y sostenido del Primer Mundo deriva, pues, de reconocer que el principal producto de la ciencia es un ser humano que sabe y puede, y es por no reconocerlo que en el Tercer Mundo muchas veces sabemos y podemos hacer tan poco. De manera que si los mexicanos nos proponemos saber y poder para desarrollar la ciencia y la tecnología y tener un aparato científico-técnico-productivo que nos permita insertarnos en el tablero internacional, es necesario pedir a nuestros gobernantes, en quienes hemos depositado la responsabilidad de conducir al país al desarrollo, hacia un destino brillante, como lo merece, que sean sensibles a la necesidad absoluta de apoyar por todos los medios posibles el desarrollo de la Ciencia, la investigación y la educación que son la única inversión segura para la superación de los problemas y el avance de las metas que queremos lograr como país. Dentro de estos apoyos, uno muy importante debe darse a las mujeres mexicanas, promoviendo tanto las oportunidades de incorporarlas a todas las áreas de trabajo, como el reconocimiento a su labor. Para este propósito, no concibo a México sin la UNAM, ni al país y la UNAM sin la valiosa contribución de sus mujeres. Es por su aportación a este proceso que no sólo agradezco nuevamente, sino admiro a las integrantes del Patronato de La Mujer del Año por su gran esfuerzo en pro de este reconocimiento, y que no me cabe duda de que envía un mensaje de estímulo a las mexicanas para sumar esfuerzos y contribuir con toda nuestra capacidad a construir nuestro México, el México de nuestros jóvenes y niños, el México del mañana. Muchas gracias. |