Cómo podemos pretender que el problema que hoy más nos afecta como sociedad, que es el de la inseguridad, pueda resolverse si no tenemos a los jóvenes estudiando y a los adultos trabajando? De la Fuente Mensaje del rector Juan Ramón de la Fuente, en la sesión solemne de los plenos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y el Consejo de la Judicatura Federal, para rendir homenaje a la Universidad Nacional por sus 450 años, efectuada en la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Agradezco a nombre de la Universidad Nacional Autónoma de México la distinción de la que hoy es objeto en este recinto, símbolo de los más altos valores republicanos y depositario del mayor respeto y orgullo de los mexicanos. En un hecho sin precedentes que mucho nos enaltece, el Poder Judicial de la Federación ofrece hoy, en un gesto noble y generoso, su reconocimiento a la Universidad de la Nación Mexicana, heredera de aquella que se fundara en nuestra tierra hace 450 años. Acaso porque la Universidad y la Corte Suprema comparten, cada una en el ámbito propio de sus responsabilidades, una historia de lucha por la libertad, la justicia y la verdad, ya que esos y no otros, han sido y son los valores, del espíritu universitario. Fuente del orgullo de México, es también nuestra Universidad; formadora de seres humanos, educadora y conductora. Ahí se han hecho, de ahí han egresado los mejores de nosotros. Máximos dechados de maestros han ejercido la cátedra en sus diversas escuelas y facultades; ahí han alumbrado la conciencia de muchas generaciones de jóvenes, las cuales, han salido de ahí robustecidas en honor y solidaridad con los más débiles, dispuestas a conquistar la vida en la honestidad y en el servicio. Máxima es en la Universidad la importancia de la investigación y la difusión de la cultura. En sus laboratorios, en sus bibliotecas, en sus cubículos y centros, se ha inventado o descubierto la mayor parte de los bienes culturales con que México puede ostentarse ante el mundo como país civilizado, poseedor de una historia donde se muestra el afán de progreso en el bienestar y los derechos del ser humano. Y lo hecho, lo consumado por la Universidad con el trabajo de sus maestros e investigadores, ha extendido sus beneficios a los más amplios y diversos ámbitos de nuestra vida social. Máximo ha sido también el esfuerzo que ha hecho y hace la institución, por recibir en sus aulas, todos los años, a decenas de miles de jóvenes sin barreras ideológicas, económicas, étnicas o religiosas. Por eso, por la calidad de sus maestros, la trascendencia de sus investigaciones y la generosidad con la que ha contribuido a la educación de los mexicanos, la nuestra es la Máxima Casa de Estudios del país. Empero, tal reconocimiento implica también graves responsabilidades que no podemos eludir ni disimular: tres, son las funciones fundamentales que la sociedad, por medio de la ley, atribuye a la Universidad: enseñar, investigar y extender los beneficios de la cultura. En los tiempos actuales, estas tres funciones han adquirido una particular relevancia. Las tres conllevan a lo que hoy se reconoce como el mayor patrimonio de una sociedad, de una civilización: su nivel de conocimientos. En efecto, la sociedad del conocimiento es la más clara expresión de nuestros tiempos, tiempos a los que nos han conducido la globalización acelerada, la revolución de las tecnologías de la información, la fragilidad progresiva del Estado y la supremacía de los mercados. Graves y complejos, sin duda, los tiempos actuales. Hoy el conocimiento ha dejado de ser privilegio de unos cuantos; los países poderosos se han dado cuenta que tiene un valor estratégico en la economía mucho más rentable que los insumos tradicionales. Lo saben bien quienes ejercen la mayor influencia en el planeta. El año pasado un sólo consorcio norteamericano registró más patentes que todos los países latinoamericanos juntos. México, por su parte, inaugura con el nuevo siglo una nueva etapa que bien podría definirse como una etapa de transiciones. Destacan a mi juicio dos de ellas: la transición democrática y la transición demográfica. Me ocuparé brevemente de la segunda. La disminución en las tasas de natalidad ha empezado a mostrar sus efectos en la pirámide demográfica nacional. La población infantil ha empezado a disminuir en tanto que la población en edad productiva ha crecido paulatinamente, generándose así una ventana de oportunidad para los próximos años: menos personas dependientes y más personas potencialmente productivas propician, en teoría, una mejor distribución de la riqueza. Si nosotros somos capaces de darle educación y generar empleos suficientes para esa población, el rostro social de México podrá transformarse en las próximas décadas, pero tendrá que ser antes que el índice de dependencia demográfica vuelva a crecer, esta vez no a costa de la población infantil, que seguirá decreciendo, sino de la población económicamente dependiente mayor de 65 años, toda vez que la esperanza de vida seguirá aumentando. Los próximos años serán, pues, cruciales para el México del Siglo XXI. Los principales retos son: educación, sobre todo superior, y empleos, si queremos que la población en edad productiva sea, en efecto, productiva. Por eso cuando insistimos en la necesidad de incrementar los apoyos para la educación superior pública, lo hacemos con plena convicción prospectiva: hay en puerta una gran oportunidad; pero también es posible anticipar, que si no se aprovecha el bono demográfico de nuestra transición, los problemas sociales, que ya nos agobian, habrán de escalarse. Tan sólo en los próximos cinco años tendremos una demanda de poco más de un millón de jóvenes para ingresar al bachillerato y otro tanto a la licenciatura. ¿Cómo podemos pretender que el problema que hoy más nos afecta como sociedad, que es el de la inseguridad, pueda resolverse si no tenemos a los jóvenes estudiando y a los adultos trabajando? Ciertamente ni nuestra economía nacional, ni la economía mundial, de la cual dependemos cada vez más, nos son ahora favorables. Cuando los recursos se estrechan, las decisiones se tornan más difíciles. ¿Pero habría, en este contexto, mejor decisión que destinar a las instituciones públicas de educación superior los mayores recursos disponibles? Estimados ministros, consejeros y magistrados del
Poder Judicial: La independencia del Poder Judicial nos enorgullece y nos estimula. ¿Será acaso porque vemos en ello una semejanza con la autonomía universitaria? Es en esa independencia donde radica buena parte del prestigio y de la autoridad moral. La autonomía del Poder Judicial y de la Universidad, al margen del origen gubernamental de los recursos que ambas necesitamos para poder cumplir con nuestras respectivas responsabilidades, es el garante de la libertad intelectual que los caracteriza a ustedes y a nosotros. En ese marco de libertades se inscribe este acto que quedará señalado para siempre en la muy larga y noble historia de la Universidad Nacional Autónoma de México. “POR MI RAZA HABLARÁ EL ESPÍRITU”. *Palabras del Rector doctor Juan Ramón de la Fuente,
en la sesión solemne conmemorativa del 450 aniversario de la Universidad
de México, en la Suprema Corte de Justicia de la Nación. |