Gaceta
Facultad de Medicina UNAM
10 de diciembre 2000


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Reflexiones al acabar el cuarto año de la carrera*

Francisco César Becerra García
NUCE 4º año

Buenas noches a todos. Sin distinción, como a una gran familia, les agradecemos el que nos acompañen en esta ocasión en la que se festeja simbólicamente nuestra graduación de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Así, estando en familia, hablaré con franqueza y compartiré con ustedes una reflexión.

La medicina, que ha acompañado al ser humano toda su historia, parece pertenecer a un mundo aparte, un campo del conocimiento que está lleno de secretos que nadie fuera de ella puede comprender. El estudiante de medicina se ve envuelto también en esa atmósfera extraña que a veces parece incluir un poco de asombro, admiración o respeto por lo que no se conoce. De ello los estudiantes nos damos cuenta muy pronto en la carrera, o incluso desde antes de iniciarla, pues al tomar la decisión de seguir este camino, a cada uno de nosotros nos dijeron que la carrera duraba muchos años, que toda la vida seríamos estudiantes y nos tendríamos que actualizar día con día. Eso resulta ser cierto, el ser estudiante de medicina a la larga se convierte en un estilo de vida en sí. Y el que sepamos que la carrera dura tantos años, o toda la vida, explica un poco el hecho de que estemos reunidos, pues para cuando todos nosotros, los que hemos estudiado juntos estos años, acabásemos realmente la carrera así concebida, la carrera eterna, no quedarían muchas personas con quienes festejar.

También dicen que estudiar medicina es difícil, y nos lo dijeron, o advirtieron, antes de poner el pie por primera vez en el terrible y seductor edificio de la Facultad. Haciendo un poco de memoria, hablando con franqueza, no encuentro una cantidad abrumadora de noches largas de estudio, ya fuese memorizando nombres y datos añejísimos o engañando al cerebro sobre la verdad de un concepto arcaico y a la vez nuevo, tampoco me agobian recuerdos de sangrientos exámenes o de guardias inacabables, podría ser que aún nos falta el internado, mas no obstante, me queda la sensación de que la dificultad de estudiar medicina no radica en esos esfuerzos, que todo ser humano realiza en equivalencia día con día.

Si acaso estudiar es difícil, lo es por el hecho de que nos hace enfrentarnos a algo más duro de penetrar que cualquier libro de medicina por denso que sea, nuestra naturaleza misma.

Aun entre nosotros, los que estudiamos juntos, no nos resulta sencillo hablar acerca de lo que vivimos durante la carrera, acerca de los sentimientos que se despiertan al vernos reflejados en un paciente o en una situación. Todos nosotros, los que estudiamos juntos, hemos tomado la mano de personas de todas las edades que sufrían en un hospital, a veces más de lo que se antoja justo; todos hemos visto el alegre día de alta del paciente que por fin fue sanado; todos alguna vez recibimos la sonrisa de alguien que nos agradecía, a nosotros, los estudiantes, el habernos tomado unos minutos para explicar la razón de su enfermedad y mostrar comprensión; todos hemos presenciado o incluso atendido el momento del nacimiento de un nuevo ser; todos hemos llegado por la mañana a nuestro hospital para encontrar esa cama inesperadamente vacía, y muchos presenciamos el último esfuerzo o auscultamos latidos de personas como nosotros, al final de sus vidas. Asimilar nuestros propios sentimientos acerca de cada una de esas situaciones es en verdad más difícil que asimilar capítulos de cualquier materia en una noche. Y eso no es nada. Nosotros, los que estudiamos juntos, hemos enfrentado, cada uno y día tras día, algo más que la vida de un hospital, y hemos tenido que aprender algo más que medicina; al empezar la carrera, salimos al mundo, y también nos encontramos de frente a nuestra propia naturaleza; el amor, la amistad, la familia, Dios, la muerte y la misma vida se nos han presentado de una manera, despertando sentimientos que son aún más difíciles de asimilar, y ello sin hablar de las decisiones que hemos tenido que tomar acerca de nuestro futuro.

Nosotros, los que crecimos juntos, habremos de reconocer que, en efecto, estudiar medicina tiene su chiste, pero que la dificultad de ello se diluye en el inmensurable reto de vivir de manera tan plena como nuestros corazones lo piden. Si así lo hacemos, al final de nuestras carreras, al final de nuestras vidas, tras haber sido cirujanos, investigadores, profesores o clínicos, médicos. Finalmente, tendremos la tranquilidad de que lo enseñado a nuestro espíritu por todos nuestros maestros de la vida -papá y mamá, los hermanos y abuelos, los profesores, los tutores, los pacientes, los amigos y amigas, nuestra pareja, nuestros hijos, y cualquier ser que haya cruzado en nuestro camino-, lo enseñado por ellos acerca de nosotros mismos, habrá servido para darnos cuenta de que las razones que hacen el estudiar medicina, ser médico y vivir, tan difícil, son las mismas que hacen de todo ello algo tan gratificante.

*Mensaje en la fiesta de graduación, Palacio de Medicina, 17 de noviembre de 2000.