La Epidemia de Viruela de 1779 Origen del Hospital de San Andrés

Hist. Sonia C. Flores Gutiérrez
Archivo Histórico de la Facultad de Medicina
Depto. de Historia y Filosofía de la Medicina


La viruela fue un asolador mal que se introdujo por primera vez al territorio mexicano en el año de 1520; fue traída por los conquistadores desde el viejo continente a Cuba y de ahí pasó a Cozumel y a Yucatán, de donde se propagó en forma de epidemia, hasta llegar a la capital mexica, en plena guerra contra los españoles. Esta enfermedad, desconocida hasta entonces entre la población nativa, cambió la situación triunfadora de los mexicas, los que hasta entonces habían causado varias derrotas a los españoles; en 60 días causó gran mortandad entre los indígenas, facilitando y acelerando con esto, el proceso de la conquista.

Después de ese primer brote epidémico, que diezmó terriblemente a la población indígena, la viruela se ha presentado en nuestro país en varias ocasiones y en el lapso entre la primera epidemia y la de 1779, hubo varios brotes, los cuales surgieron en diversas partes del territorio. Algunos de los registros de su presencia pertenecen a los años de 1519, 1538, 1592, 1609, 1615, 1653, 1663, 1678, 1689, 1707, 1729, 1732, 1747, 1761 y 1770.

La epidemia de 1779 comienza en la ciudad de México, hacia el 20 de agosto de ese año, manteniéndose latente hasta el mes de octubre, cuando se propaga con mayor fuerza y rapidez. En ese año había llegado a la ciudad el nuevo virrey interino, Martín de Mayorga, quien se enfrentó, además de la emergencia ocasionada por la epidemia, con el estado de guerra debido al conflicto declarado por España y Francia contra Inglaterra, lo cual traía como consecuencia el tener que estar organizando tropas defensivas contra posibles invasiones, además del envío de fuertes cantidades a la península, para el sostenimiento de la guerra.

Cuando se desató la terrible epidemia, que alcanzó a más de 44 mil personas y ocasionó la muerte de más del 20% de las víctimas, el virrey Martín de Mayorga contaba con pocos recursos económicos para hacer frente a tal situación. En esa época funcionaban varios hospitales en la ciudad de México y uno de los principales, al que llegaba la mayoría de los contagiados, era el Hospital de San Juan de Dios, donde se recibían 250 enfermos diariamente para los cuales las camas, medicinas y alimentos eran insuficientes; el resto de los establecimientos hospitalarios de la ciudad se encontraba en peores condiciones que éste; todos estaban abarrotados y había cadáveres hasta en las calles. Por tales motivos, la atmósfera que se respiraba en la capital de la Nueva España era abrumadora, la falta de atención médica adecuada obligó a la gente a recurrir al socorro de la asistencia divina y como en los siglos anteriores, plegarias y procesiones inundaron la ciudad.

Ante la carencia de atención médica para el pueblo y la urgente necesidad de dar alivio a los afectados por la epidemia de viruela, tan devastadora que en dos meses había producido ya grandes estragos en la población, el Arzobispo Alonso Núñez de Haro y Peralta, preocupado porque la epidemia avanzaba y que los recursos eran insuficientes para atender a los cientos de necesitados, se dio a la tarea de organizar un hospital improvisado en el edificio del ex colegio de San Andrés, donde un año antes se fundara lo que quiso ser un hospital general, pero que "se redujo a un hacinamiento de militares enfermos", 2 convirtiéndolo en un gran refugio donde el pueblo encontrara consuelo espiritual y físico.

Por su parte el virrey de Mayorga tomó diversas medidas para ayudar a controlar la enfermedad, dio su aprobación al doctor José Ignacio Bartolache, su consejero, para publicar un pequeño folleto de 8 páginas, titulado: Instrucción que puede servir para que se cure a los enfermos de las viruelas epidémicas que ahora se padecen en México; también con la aprobación del virrey y la del Real Tribunal del Protomedicato, el doctor Enrique Morel inició, en esos días, una campaña de variolización como método preventivo, sin encontrar apoyo de ningún médico, aunque sí obtuvo respuesta de algunos religiosos y militares. El conocimiento de la variolización, probablemente fue adquirido por el doctor Morel, de la obra del padre Feijóo, que ilustraba sobre las novedades extranjeras en su Teatro crítico universal.4

Mientras tanto San Andrés se habilitó para funcionar con un poco más de 300 camas, aunque las pretensiones del arzobispo Núñez de Haro eran las de contar con 500 camas bien atendidas,5 y estuvo atendido por sacerdotes, médicos, cirujanos y empleados que ayudaban al cuidado adecuado de los enfermos. El arzobispo pidió al virrey que el Tribunal del Protomedicato ordenara el envío de tres médicos, un cirujano y un sangrador 6, con obligación de pasar visita tres veces al día a los enfermos recluidos a causa del contagio. Hacia el mes de abril de 1780, la epidemia empezó a disminuir y a su desaparición su duración fue de un año y cuatro meses este improvisado nosocomio fue organizado de acuerdo a la Real Cédula de Carlos III, dada el 8 de junio de 1760, en la que ordenaba la construcción de un hospital general que siguiera los lineamientos del Hospital de la Pasión, erigido en Madrid y regido por una junta de gobierno completamente laica 7; por tal motivo, el virrey Martín de Mayorga resolvió conceder el edificio de San Andrés para el establecimiento de ese hospital general en el que se atendería a hombres y mujeres de todas las enfermedades, exceptuando el mal de San Lázaro o lepra, el gálico o sífilis y la demencia, males que ya eran atendidos en hospitales especialmente destinados para ello. También se recibirían en él, a los militares procedentes del Hospital de Nuestra Señora de los Desamparados o de San Juan de Dios, en donde la atención era casi nula y a los indios rechazados en el Hospital Real de Naturales, por falta de lugar.

Desde entonces el Hospital General de San Andrés se convirtió en modelo de establecimiento hospitalario de su tipo, puesto que en él se atendía la mayoría de los padecimientos que aquejaban a la población de ambos sexos de la época. A esta institución se le considera como el último nosocomio fundado en el México virreinal y al mismo tiempo el primero que representa la idea moderna del funcionamiento de un hospital general.