Basura Es asunto de los otros, a mí no me corresponde. Mi recámara está limpia, mi casa está limpia, a mi qué con el asunto. La tesis comodina suena bien pero no aguanta la menor prueba. Todos inevitablemente terminamos por vivir en espacios sociales: las calles, los baños públicos, las escuelas de nuestros hijos, los parques, los hospitales, los aeropuertos, los comercios por elegantes que sean. La pretensión de evitar los sitios comunes que ha enfermado a más de uno, Howard Hughes el excéntrico millonario, es un ejemplo, es insostenible. En los espacios públicos, voluntaria o involuntariamente convivimos. Allí los hábitos de los demás son parte de nuestra vida. No sé si el lector comparta mi impresión, pero México se ha convertido en un país muy sucio. A donde quiera que uno va aparece basura. Banquetas, parques, instalaciones deportivas, casi nada se salva. Excepciones hay pero son eso. No sólo es así en las zonas urbanas, no hay más que recorrer nuestros bosques o parques nacionales más preciados, nuestras playas para tropezarse con botellas, latas abiertas, pañuelos desechables, pañales, botellas de vidrio y del famoso PET, todo ello aderezado con infinidad de bolsas de plástico en competencia por su espacio. Hemos tomado al país entero de basurero y tal parece que nos va a quedar chico. Cada objeto arrojado no sólo es una afrenta contra el medio ambiente, representa un botón de muestra del desprecio de los mexicanos hacia los mexicanos. Se me reclamará que todo hay que ponerlo en contexto histórico, esa expresión que por desgracia con frecuencia es usada para matizar tanto las cosas que los juicios terminan por desvanecerse. Hay que considerar que estamos en un intenso proceso de urbanización, ello explica parte del asunto. Lo malo es que por ese camino terminamos por ser víctimas y no corresponsables. Decir que los mexicanos no somos exactamente un ejemplo de limpieza es, además de políticamente incorrecto, una afrenta a los mitos que hemos erigido de nosotros mismos. Para eso está el ejemplo de los indígenas vestidos de impecable manta blanca. Además siempre hay que tomar en cuenta lo que las autoridades no han hecho, ellos siempre serán los responsables finales. Así podemos dormir tranquilos, la responsabilidad recae en otros. Por todos estos subterfugios y falsas salidas que tradicionalmente nos hemos dado es que me entusiasma el anuncio de la Cruzada Nacional por un México Limpio. Sé que el escepticismo ante este tipo de anuncios es enorme y justificado, pero en estos tiempos de cambio y reformulación de tantas cosas quizá valdría la pena no sólo darle una oportunidad a los nuevos gobernantes que lo merecen, sino dárnosla a nosotros mismos. A decir del secretario Lichtinger, cada mexicano genera en promedio alrededor de 860 gramos de basura cada día de nuestra existencia. Pero muy probablemente, como les ha ocurrido a los países industrializados, Estados Unidos y Europa como ejemplos cercanos, los desechos podrían aumentar a más del doble. ¿Qué hacer con ella? Los datos de Lichtinger son aplastantes: sólo 32 por ciento de los residuos que generamos se recolecta oportunamente y se dispone o recicla. Estamos entonces hablando de 57 mil toneladas diarias de basura que quedan en tiraderos a cielo abierto o dispersas libremente en el ambiente. Un horror, la cifra llenaría el Estadio Azteca cada dos semanas. Por eso el país está convertido en un gran muladar. Por los datos estamos ante un gravísimo problema nacional de indigestión de basura: no podemos digerir adecuadamente casi el 70 por ciento de la que generamos. Por eso por donde andemos nos la encontramos. Además, mucha de ella va mezclada con residuos industriales y hospitalarios considerados peligrosos. El acumulado de este tipo de desechos, los peligrosos, podría oscilar en alrededor de 33 millones de toneladas o sea 34 veces el Estadio Azteca. Explicaciones de por qué estamos así hay muchas: una descentralización hacia los municipios que no previó sus requerimientos; falta de normas y sanciones; carencia de inversión en los sistemas de tratamiento, etcétera. No hagamos ni la etiología ni la radiografía del problema. Veamos para enfrente. ¿Qué se puede hacer? El secretario Lichtinger propuso una estrategia de tres erres: reduce, rehúsa y recicla. Nada nuevo en el fondo, pues esa estrategia se ha seguido en otros países de manera exitosa, pero en esto no se trata de inventar sino de limpiar eficientemente. La cruzada supone el impulso a una serie de medidas que van desde reducir la generación de empaques y embalajes hasta la clausura de tiraderos, pasando por la modificación de la Ley de Equilibrio Ecológico. De las muy variadas medidas adoptadas dos me parecen particular-mente significativas. La primera se refiere a un paquete de créditos para los municipios con el fin de que tengan recursos para afrontar la responsabilidad que les fue transferida. La segunda tiene que ver con algo que parece menos tangible pero que a la larga es la esencia del problema, me refiero a una campaña nacional de educación ambiental con la mira puesta en la basura. Quizá con el tiempo me he vuelto un poco escéptico. Las políticas públicas van y vienen. Algunas aciertan, otras no, casi siempre hay que corregir. Pero somos los ciudadanos los que exigimos o no que ellas se apliquen y sean eficaces. Lo dramático en relación al caso de la basura es que pareciera que existen algunas generaciones de mexicanos que se acostumbraron a vivir entre basura. Quizá tuvieron otros aprendizajes significativos, no el de vivir en un país limpio. Se puede argumentar que se tira la basura donde sea, cuando no hay sitios adecuados para su confinamiento. Es cierto pero en ese caso esperaría uno que la demanda en ese sentido fuera muy extendida, que no es el caso. En ningún estudio reciente de percepción pública que recuerde, aparece la basura como un reclamo importante. Ello quiere decir que ni siquiera tenemos conciencia de la gravedad del problema. Por cierto, lo mismo ocurre con la corrupción. Para que opere la cruzada se tendrá que actuar en dos sentidos, como en pinza, políticas públicas eficientes y educación. Algo me queda claro: no hay bellezas naturales, ni arqueológicas, ni arquitectónicas suficientes que, cubiertas de basura, convenzan a alguien de que ése es un buen lugar para vivir. Insisto, la oportunidad no es para Víctor Lichtinger sino para nosotros, para ver si podemos dejar de vivir en un basurero. Artículo de Federico Reyes Heroles, |